Por José Pablo Feinmann *
Las políticas de ajuste, que tienden a quitar a los más pobres para dar a los más ricos, requieren un grado de represión acorde con las manifestaciones de descontento que generan. Ajuste y represión son dos caras de una misma moneda.
La lógica política del gobierno-Macri lleva naturalmente hacia un decreto de amnistía. Si bien la consigna que lo identifica con la dictadura es (por el momento) excesiva, no sería imprudente ni panfletario arriesgar que este gobierno tiene líneas de fuerza identitarias con el de la Junta videliana y con el talante económico de Martínez de Hoz. Al cabo, la “reconciliación” ya fue propuesta y llevada cabo en otros países. Chile, por ejemplo. Se cubrió con una bandera (chilena, claro) el Estadio Nacional, símbolo de la práctica pinochetista de la tortura, y con ese acto se propuso la reconciliación del pasado. Hay funcionarios de este gobierno que piensan que, a fin de cuentas, la masacre de “la subversión” fue necesaria, aunque haya sido acaso innecesariamente excesiva.
Se postula que el estado kichnerista utilizó la justicia como venganza. Así, habría explicitado la concepción nietzschena del Estado, estamento de los mediocres contra los señores que utiliza la verdad y la justicia moral como armas de resentimiento y venganza. Si la justicia que puso a los procesistas en prisión fue la de la moral de rebaño, que siempre busca venganza, ¿por qué no ejercer una justicia de señores, olvidar, amnistiando a los encarcelados, y propugnar una visión más amplia y generosa de la tragedia de la república? Se irá de a poco, pero las medidas orientadas en este sentido no deberán sorprender a nadie.
Sorpresa o no, las manifestaciones en contra de estos proyectos de amnistía serán muy fuertes. Pero aquí entra la vocación y la voluntad del macrismo en materia represiva. El modelo neoliberal cierra con represión. El gobierno lo sabe desde su inicio, pues fue desde ahí que comenzó a armarse, a blindarse. Tarifazos y gendarmes van de la mano. No se pueden implementar medidas tan antipopulares sin tener gases, palos y balas de goma (como advertencia de las que podrán venir ante la insistencia del “rebaño”). La lujosa y temible imagen del policía que reprime en estos días es la contracara de la empobrecida clase de los jubilados, por citar un aspecto de tantos empobrecimientos que tienen lugar. No se puede tener una policía tan espectacularmente equipada y un pueblo próspero. Si para equipar una policía que sea funcional a un sistema económico neoliberal es necesario sacarles dinero a los jubilados, se les sacará. ¿Cuánto vale equipar a un policía antimotines? Muchísimo, demasiado. Hay que calcular el costo de todo lo que lleva en sí uno de esos policías y se verá que el dinero de la población ajustada o racionalizada tiene ahí un destino primero, necesario para este poder antipopular.
Es una tendencia mundial. El neoliberalismo necesita armarse hasta los dientes. El Complejo Militar Industrial norteamericano trabaja fuertemente para fabricar las armas que “los muchachos que hacen posible nuestra democracia” necesitan en Irak y donde sea. Francia e Inglaterra reprimen a los migrantes que se les meten en sus países, que no los desean y que son fruto del mal funcionamiento del sistema global. Cada vez más el sistema neoliberal muestra su funcionamiento aristocrático: todo es y será para menos. Muchos pobres y pocos ricos pero en las funciones de poder. Cada vez más el planeta está siendo gobernado por sus propios dueños, con sus propios medios, los de los poderosos. Gobernar para ellos y sólo para ellos es un sueño que están realizando. Más que medios de integración de las mayorías eligen la violencia como arte de la disuasión. Lo que late en estas políticas de control es la muerte del otro. O el miedo a morir del otro, que, por ese medio, aceptará su destino de sumisión. Cuando el miedo a morir entre en sus corazones ya nadie saldrá a la calle.
Sin embargo, el miedo a morir no dura para siempre. El que acaso esté haciendo agua es el sistema del neoliberalismo globalizador. Hay una ajada frase –que me recordó un alumno en uno de mis cursos– que postula: las bayonetas sirven para todo menos para sentarse sobre ellas. No es así. Las bayonetas sirven para sentarse. El mundo de hoy es un mundo que reposa sobre ellas. Los militares argentinos gobernaron ocho años sentados sobre las bayonetas. Es demasiado tiempo. Y cuando se fueron dejaron un terror soterrado en miles de almas.
Si se recurre a las bayonetas es porque se cree posible gobernar a través de ellas. El mayor estorbo se visualiza en el Congreso. Pero para el Congreso tienen un gas pimienta especial: el Decreto de Necesidad y Urgencia. La gendarmería y la policía cubren la función que el Ejército cubrió en otros tiempos. No se esperaba esto de una democracia. Pero así están las cosas. Y cada DNU debilita al Congreso y se acerca al objetivo que aún no se anuncia pero todo indica y señala la voluntad de llevarlo a cabo: el cierre del Congreso, la suspensión del parlamentarismo en nombre de la eficacia republicana. Ya encontrarán el modo de decirlo mejor. Acaso Durán Barba esté pensando ese tema.
* José Pablo Feinmann (1943) – filósofo, docente, escritor, ensayista, guionista. Sus libros han sido traducidos al francés, alemán, holandés e italiano
Fuente: www.pagina12.com.ar – 21-1-18
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