Por Ricardo Vicente López
En esta columna, que titulé: Modernidad y espiritualidad he intentado volcar algunas ideas que nos ayuden a atravesar este tiempo de verdades múltiples, todas ellas válidas, en la medida que no contengan falsedades. Porque cuando todo es verdad también todo puede ser falso. Las ideas, las reflexiones, el aporte de los grandes pensadores aparecen expuestos en la góndola de los supermercados de, llamémoslo así, las espiritualidades. Una especie de Walmart especializado en todo lo relacionado sobre este tema. No hemos llegado todavía a un hot sale de ofertas, pero no hay que desesperar, ya llegará.
“Este siglo cambalache problemático y febril”, al decir de Discépolo, dificulta mucho el abordaje de un tema como el propuesto. Una pintura actual del escenario, nos muestra una gran oferta de denominaciones de lo que deberíamos llamar “la problemática espiritual”. El concepto espiritualidad merece, entonces, algunas reflexiones dado el intenso uso y desgaste, que en estos últimos tiempos, le han generado mediante una oferta muy amplia, que va desde la psicología de bolsillo, las revistas de espiritualidades, las múltiples sabidurías (¿¡!?) de los comentaristas mediáticos, los especialistas todoterreno de variado orden. Me estoy refiriendo al amplio abanico de significaciones. Comencemos, entonces, por una sencilla definición:
En un sentido amplio, espiritualidad significa la condición de espiritual. En este sentido, y referido a una persona, se refiere a una disposición (principalmente moral, psíquica o cultural) que posee quien tiende a investigar y desarrollar las características de su espíritu, es decir, un conjunto de creencias y actitudes características de la vida espiritual.
Sin embargo, no es difícil percibir que con este tipo de definición no adelantamos gran cosa. Acudiré a las reflexiones de pensadores, investigadores, religiosos, en su totalidad personalidades respetables del mundo académico. Consultaremos los resultados de esos estudios serios y sistemáticos. Debo explicar esto. La razón de ello es que, de las palabras que leeremos, se desprenderá una mirada muy desprejuiciada y crítica que el ciudadano de a pie rara vez escucha. Citar a estos poseedores de un pensamiento crítico me parece que aporta una profundidad y una penetración iluminadoras. El primero de ellos es un religioso, pensador portugués, que nos muestra su modo de plantear el tema: el filósofo y teólogo Rui Manuel Grácio das Neves, dice:
Debemos concebir primero qué entendemos por ‘espiritualidad’. Pero para eso debemos mostrar qué no es espiritualidad en este abordaje nuestro. Espiritualidad, para nosotros, no es algo independiente o al margen de la materialidad y corporalidad. Esto sería un craso dualismo, existente sólo en nuestras mentes, pero no en los procesos reales. Espiritualidad no es algo que se relaciona sólo con el espíritu, como si el espíritu fuera un reino aparte de las necesidades humanas. Espiritualidad no significa necesariamente ‘religión’. Claro, todo depende también de lo que entendemos por ‘religión’. Si lo entendemos de modo convencional, como lo propio de las diferentes religiones históricas, entonces la espiritualidad puede estar conectada con las diferentes religiones, pero es algo más abarcante. Y pudiera haber incluso una espiritualidad agnóstica o laica, e incluso una espiritualidad atea. Entonces: ¿Qué entendemos entonces por ‘espiritualidad’? A la luz de las investigaciones que llevamos realizando desde hace años, entendemos la ‘espiritualidad’ como una determinada actitud mental/vital ante la existencia humana, en sentido de ultimidad y radicalidad. Denotar la espiritualidad de alguien significa mencionar sus valores más profundos y vitales que le animan a vivir y a actuar. Es el “corazón” de todo su existir. Es la fuerza inspiradora del pensar, sentir, actuar de una determinada persona o colectividad. Esto es un abordaje supra-religioso del fenómeno de la espiritualidad. A veces puede estar en contradicción con el mundo religioso, en la medida en que las religiones socio-históricas tienden a desarrollar perversiones o idolatrías, y a alejarse de sus fuentes originarias.
Debemos rescatar de este autor el rechazo a pensar mundos duales y separados. Toda la tradición platónica impregnó el Medioevo con ese modo de pensar y, hasta en la modernidad, genios científicos como Sigmund Freud [1] (1856-1939) hablaron de los componentes humanos como soma (‘cuerpo’) y psique (‘alma’, ‘espíritu’). De esta separación, derivaron dos modos de abordar la problemática humana: la medicina y la psiquiatría o psicología, con discrepancias y contradicciones en la investigación y el tratamiento de la salud, que es única, integral, como únicas e integrales somos las personas. Estas herencias conforman un entramado en el que se empantanan muchas de las mejores intenciones del saber integral.
Otra mirada sobre el tema nos la ofrece la religiosa H. Ángeles Ezquerra, que agrega a esta búsqueda algunas reflexiones que arrojan más luz:
Intentamos clarificar algunos conceptos ya conocidos, pero que conviene retomar para entendernos mejor. Espiritualidad es una palabra desafortunada (no es la única que padece este mal). Deriva de “espíritu” y por ello se entiende a veces como opuesto a “materia”, a “cuerpo”. Entonces “ser muy espiritual” es sinónimo de no pisar tierra. Esta interpretación nos viene, como sabemos, del pensamiento griego. Pero en la Biblia, en el pensamiento hebreo, “espíritu” se opone a maldad, destrucción, muerte, “carne”. Espíritu significa, pues, vida, fuerza, libertad, acción. No está fuera de la materia ni del tiempo. (En hebreo “ruah” es viento, aliento de vida). La espiritualidad de una persona es lo más hondo de su propio ser, sus motivaciones, su ideal, su pasión. Segundo Galilea dice: “La espiritualidad es la motivación que impregna los proyectos y compromisos de vida”. “Espiritualidad” es un sustantivo abstracto, como lo es “amistad”, y los sustantivos concretos son “espíritu” y “amigo” respectivamente. Así pues, la espiritualidad de una persona o realidad será su forma de ser espiritual. Cuando preguntamos qué espiritualidad tenemos, podemos preguntar qué espíritu nos mueve. La espiritualidad no es algo exclusivo de los religiosos, de los cristianos. Es patrimonio de todos los seres humanos. Todos son animados por algún espíritu.
Una persona que acredita con su vida un modo de espiritualidad, por su actitud rebelde y contestataria, es el sacerdote misionero José María Vigil [2] (1946). Le agrega algún matiz que enriquece nuestra búsqueda:
Espiritualidad, decididamente, es una palabra desafortunada. Tenemos que comenzar abordando el problema de frente. Porque muchos lectores experimentarán su primera dificultad precisamente con esa palabra. Para ellos, «espiritualidad» significa algo alejado de la vida real, misterioso, clerical, eclesiástico, inútil, y hasta quizá odioso. Se trata de personas que, legítimamente, huyen de viejos y nuevos espiritualismos, de abstracciones irreales, de malos recuerdos oscurantistas, y que no quieren tropezar dos veces en la misma piedra, ni perder el tiempo. Y razón no les falta, porque incluso la palabra misma evoca, por su propia etimología, contenidos de infausto recuerdo. Espiritualidad, en efecto, deriva de espíritu. Y el espíritu es, clásicamente, lo opuesto al cuerpo, a la carne y a la materia. Las heridas causadas por los viejos dualismos cuerpo/espíritu, carne/espíritu y materia/espíritu, están todavía recientes, sin cicatrizar. En la mentalidad tradicional, activada automáticamente por la propia palabra, espiritual es lo que se aleja del cuerpo, de la carne, de la materia… Tanto más «espiritual» se es, cuanto más se prescinde del cuerpo, cuanto menos se vive «en la carne», cuanto menos contacto se tiene con la materia.
Debemos entonces partir de lo que no es la espiritualidad, cuando a ésta se la entiende como una sustancia separada de la materia. Las negaciones que fueron apareciendo funcionan como verdades irrefutables que traban nuestra posibilidad de pensar con mayor libertad. Esta palabra adorada, por gran parte de la cultura moderna, no ha sido capaz, hasta ahora, de liberarnos de las cadenas más sutiles. Las gruesas de hierro se cortaron con mucha mayor facilidad que las que se infiltraron en nuestras mentalidades tejiendo un magma ideológico que, por no percibido con claridad, nos somete pese a nuestra voluntad contraria. El tema de la espiritualidad se encuentra dentro de ese mar confuso.
Por tal razón, vuelve una y otra vez la palabra del rabi de la Palestina: «Conocerán la verdad, y la verdad os hará libres». Es, precisamente, la búsqueda de la verdad una tarea espiritual, se entiende, la verdad humana posible, siempre en reelaboración, cuyas aproximaciones a síntesis transitorias, históricas. La verdad, tantas veces, padece el deterioro con el transcurso del tiempo, con sus cambios, a veces revolucionarios, tumultuosos, los más de ellos, lentos, sigilosos, subterráneos. Lo que debemos aprender es que la historia no se detiene y en ella los hombres podemos y debemos actuar para acompañar o acelerar esos cambios. La verdad a la que podemos acceder debe estar siempre en revisión y reconstrucción, en su camino de tender hacia la Verdad. Una parte, no menos importante, es la que corresponde a la verdad de la espiritualidad.
[1] Médico neurólogo austriaco, padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX.
[2] Teólogo de la liberación. Claretiano y sacerdote católico. Se naturalizó en Nicaragua y vive actualmente en Panamá. Es conocido por su actividad cibernética, sus servicios a la Asociación de Teólogos y Teólogas del Tercer Mundo y por su teología del pluralismo religioso.