Por Ricardo Vicente López
El problema central que nos dejó pendiente la nota anterior “El hombre es un lobo para el hombre – ¿será cierto?”, se plantea alrededor de la pregunta ¿Qué es el hombre? Y, en torno a ella se puede encontrar un abanico de respuestas, que tiene en común, una parte importante de ellas, la pretensión de cientificidad que avala su veracidad. Por lo tanto nos enfrentamos a una problemática difícil que contiene una complejidad muy seria, que es necesario circunscribir a partir de una revisión de los criterios con que se han desarrollado esas investigaciones. Este planteo nos amenaza con ser un debate bastante difícil de zanjar. Si Ud., amigo lector, me acompaña, acopiando una fuerte dosis de paciencia y tolerancia, yo le prometo esforzarme para ofrecerle una respuesta aceptable. Para ello debo hacer un poco de historia del conocimiento e incursionar, con mucho cuidado, en el terreno de la epistemología. ¿De qué se trata esto? Wikipedia nos dice:
La epistemología (del griego epistḗmē = “conocimiento”, y logos = “estudio”) es la rama de la filosofía cuyo objeto de análisis es fundamentar el conocimiento válido. Como teoría del conocimiento, se ocupa de problemas tales como las circunstancias históricas, psicológicas y sociológicas, culturales, que llevan a la obtención del conocimiento. Y a la definición de los criterios por los cuales se lo justifica o invalida. Para ello aporta una definición clara y precisa de los conceptos más usuales, tales como: verdad, objetividad, realidad o justificación.
Y agrega, para una mejor comprensión, una breve historia sobre los conceptos que aportaron aquellos debates en la Grecia antigua, entre el siglo VI y IV a. C.:
En Grecia, el tipo de conocimiento llamado episteme se oponía al conocimiento denominado doxa. Llamaban doxa al conocimiento vulgar u ordinario del ser humano, no sometido a una rigurosa reflexión crítica [hoy lo denominamos “opinión”]. La episteme era el conocimiento reflexivo elaborado con rigor [hoy lo denominamos “ciencia”]. De ahí que el término «epistemología» se haya utilizado con frecuencia como equivalente a «ciencia o teoría del conocimiento».
Quisiera describir, como un vuelo rasante sobre la historia, los conceptos que sobre el hombre, nuestro tema, se elaboraron en las diferentes culturas de Occidente. Para Platón (427-347) el hombre era una dualidad compuesta por un cuerpo terrenal y un alma celestial; para Aristóteles (384-322) el hombre era un ser de la Polis (político), todos ellos fueron anteriores a nuestra era. Para Agustín de Hipona (354-430) el hombre se definía por su Fe; para Tomás de Aquino (1225-1274), se definía por una fe racional; había leído a Agustín con la mirada crítica que le aportó la lectura de Aristóteles; ya en la Modernidad para Thomas Hobbes (1588-1679) el hombre era un lobo para el hombre; para John Locke (1632-1704), padre del liberalismo, el hombre contractual establecía reglas para sus conductas sociales; para Adam Smith (1723-1790) el hombre era un ser egoísta que aplicaba su racionalidad en el mercado; para arlos Marx (1818-1883) el hombre era un producto de las relaciones sociales, caracterizadas por las diferencias de clase.
Me voy a detener, tal vez por simpatía, en el filósofo italiano Antonio Gramsci (1891-1937). Su producción intelectual la volcó en sus “Cuadernos de la cárcel”, donde estuvo recluido desde 1927 hasta 1937, fecha de su fallecimiento. Uno de los temas que abordó, llevó por título “¿Qué es el hombre?” en él ofrece una respuesta que comienza con esta reflexión que contiene la definición de “hombre libre”:
Esta es la pregunta primera y principal de la filosofía. ¿Cómo contestarla? La definición puede hallarse en el hombre mismo, o sea, en cada individuo. Pero, ¿es correcta? En cada hombre puede hallarse lo que es cada “hombre individual”. Pero no es eso lo que interesa… Si pensamos en ello veremos que al plantearnos la pregunta de qué es el hombre queremos decir: ¿qué puede llegar a ser el hombre?… Ha nacido porque hemos reflexionado acerca de nosotros mismos y acerca de los demás, y queremos saber si somos, realmente y dentro de qué límites, “forjadores de nosotros mismos, de nuestra vida, de nuestro destino”.
Algunos aportes de la Modernidad
¡Ya nadie comprende si hay que ir al colegio, o habrá que cerrarlos para mejorar!
Discepolín
Volviendo unos siglos atrás, en Europa, este debate muestra dos posiciones: la de Hobbes el hombre salvaje, que requiere un Estado fuerte para someter sus instintos (¿?), y la del francés Jean Jacques Rousseau (1712-1778) que contraponía su romanticismo con la hipótesis del “buen salvaje”. El siglo XIX fue conmovido por los descubrimientos del naturalista inglés Charles Robert Darwin (1809-1882), quien publicó, su entonces muy cuestionado estudio Sobre el Origen de las Especies (1846) y El origen del hombre (1871). En esos libros, comenzaba a demostrar que la aparición del hombre se debía a un muy largo proceso evolutivo de una especie de “monos” que culminó en el hombre, tesis que, como es sabido, escandalizó a la sociedad de entonces.
Un personaje que causó mucho revuelo al malversar las tesis de Darwin, la lucha de todos contra todos y la superioridad del más apto, utilizándolas para justificar la política del imperialismo, fue el inglés Herbert Spencer (1820-1903). Justificando de este modo, con pretensiones científicas, el sometimiento de los pueblos inferiores de la periferia al dominio de los hombres superiores del centro capitalista. Esta teoría avaló y justificó la política europea imperial en sus posesiones de ultramar, al tratar como “bárbaro” a esos habitantes, a quienes reducía a un estatus de cuasi-animal.
Un tema muy interesante, que desnuda la idea de hombre que guardaba para sí la sociedad europea, fue la diferenciación de disciplinas para el estudio de las formas sociales, que contraponía dos ideas sobre el hombre: uno, el de los países noratlántico; y el otro, el habitante de la periferia. La sociedad europea se vio sacudida por dos revoluciones que alteraron para siempre su ordenamiento político-institucional. Éstas fueron la Revolución industrial inglesa, que abrió el camino al capitalismo, y la Revolución francesa que terminó con el régimen monárquico y proclamó los derechos del ciudadano. El fermento que fue creciendo exigió nuevas formas de pensar al hombre en sociedad.
Algunos atribuyen a Henri Saint Simón (1760-1785), filósofo y teórico social francés, ser el pionero de una nueva concepción de las leyes de la vida social. Tuvo participación en el desarrollo de la teoría sociológica conservadora pretendiendo preservar la sociedad tal y como era. Desde el punto de vista radical, previó la necesidad de reformas socialistas, especialmente la planificación centralizada del sistema económico. Otros señalan, como iniciador de la sociología como ciencia, a Auguste Comte, quien utilizó por primera vez dicha palabra en 1838 en su libro Curso de filosofía positiva. Propuso una metodología que heredaba de las ciencias naturales.
Tomando en cuenta a estos dos pioneros de fines del siglo XVIII y comienzos del siguiente, podemos establecer que la sociología se dedica al estudio de los grupos sociales, analiza las formas internas de organización, y el grado de cohesión existente en el marco de la estructura social. Comte esperaba unificar todos los estudios de la humanidad mediante la comprensión científica de la esfera social. Sostuvo que toda vida humana pasa a través de diferentes etapas históricas y que, si se pudiera comprender este progreso, se podría prescribir los remedios para los males sociales.
En la segunda mitad del siglo XIX aparece la propuesta de otra ciencia, la antropología (del griego ánthrōpos = «hombre», y, logos = «conocimiento») es la ciencia que estudia al ser humano de una forma integral, de sus características físicas como animales y de su cultura. Para abarcar la materia de su estudio, la antropología recurre a herramientas y conocimientos producidos por las ciencias sociales y naturales. La aspiración de la disciplina antropológica es producir conocimiento sobre el ser humano en diversas esferas, intentando abarcar tanto las estructuras sociales de la actualidad, la evolución biológica de nuestra especie, el desarrollo y los modos de vida de pueblos que han desaparecido y la diversidad de expresiones culturales y lingüísticas que caracterizan a la humanidad.
Lewis Henry Morgan (1818–1881) abogado y antropólogo estadounidense, es considerado uno de los fundadores de la antropología como ciencia. Escribió en 1851 Liga de los Iroqueses, el primer estudio sobre un pueblo indígena (no europeo). Analizó su cultura, sus costumbres, vivienda, lenguaje y su estructura política. La antropología se presenta, entonces, como una ciencia integradora que estudia al ser humano en el marco de la sociedad y cultura a las que pertenece, y, al mismo tiempo, como producto de estas. Se le puede definir como la ciencia que se ocupa de estudiar el origen y desarrollo de toda la gama de la variabilidad humana y los modos de comportamientos sociales a través del tiempo y el espacio; es decir, del proceso de la existencia de la especie humana.
Llegados a este punto le voy a proponer, amigo lector, una pregunta: ¿cuál es la característica específica que diferencia la sociología de la antropología? Releyendo los párrafos anteriores Ud. se encontrará con serias dificultades para encontrar la respuesta. Le propongo que haga ese ejercicio.
Una vez cumplido ese re-examen Ud. estará de acuerdo conmigo que no es fácil definir algunas diferencias importantes que justifiquen que existan de dos ciencias autónomas. Le voy a proponer una pista y la llave oculta para encontrar una respuesta aceptable y comprensible. La sociología nace para dar respuestas a los cambios de la sociedad noratlántica del siglo XIX, sobre todo cuando comienzan a organizarse las clases trabajadoras en defensa de sus derechos. Por tal razón, lo que importa es el control y el reencauzamiento del orden social. En cambio la antropología nace sobre el final de ese siglo, cuando la expansión imperial entra en contacto con pueblos desconocidos, no europeos. Es a estos que se proyecta someter a los intereses de las grandes potencias y, para ello es necesario conocer su organización, sus fortalezas y sus debilidades.
Dicho en otras palabras: la sociología es la ciencia que estudia las clases sociales del centro del sistema, que comienzan a disputar el poder político del centro del poder imperial. En cambio la antropología es la ciencia cuyos objetivos no son muy diferentes porque deben moverse dentro de sistemas sociales y culturas desconocidos.
Lo que se denomina el campo de estudio de la antropología nos tiene, en un principio, como objetos de estudio a todos nosotros, los habitantes de la periferia. Sin embargo, después de dos siglos de colonialismo y neocolonialismo, muchos de nosotros, personas que hemos sido educadas dentro de la cultura centroeuropea (todo nuestro sistema educativo responde a ese modelo) hemos sido premiados como sujetos y objetos de estudio de la sociología.
En cambio, nuestros hermanos indígenas siguen siendo mantenidos dentro del ámbito de la antropología. El que hayamos recibido la distinción de que los sociólogos se ocupen de nosotros ¿es un premio o un castigo? Pensar esto no es un tema menor, pero es despreciado por el mundo académico.
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