Manuel García Fonseca *
Puede parecer extraño que alguien reclame no separar la ética de la política. Los tiempos globalizados arrasan con muchas cosas que son necesarias recuperar. El autor reflexiona a partir de su experiencia personal. Dedicarse a la política debe ir acompañado por conductas éticas.
Las izquierdas europeas viven un momento de enorme debilidad. Su incapacidad para interpretar adecuadamente los cambios económicos, sociales y políticos y su comportamiento dubitativo, insuficiente, cuando no cómplice ha contribuido a afianzar políticas neoliberales y a dejar sin referencia política a considerables capas de la sociedad. Los problemas van más allá de la capacidad de sus líderes y de sus desavenencias partidarias. Los problemas tienen mucho que ver con la pobreza de su arsenal teórico, con la dificultad de la época que nos toca vivir y con la inercia de unas organizaciones rígidas y anticuadas.
Son muchos los factores de la crisis de las izquierdas. Aquí quiero solamente señalar uno de los aspectos que más duro me ha resultado de conllevar en las crisis internas de las organizaciones de izquierda: la extraordinaria importancia de los factores personales en las crisis de los partidos de izquierdas que yo he conocido, hasta el punto que he llegado muchas veces al convencimiento que en ellas los factores psicológicos tenían tanto o más peso que los ideológicos. Y ello me ha llevado a preguntar si uno de los problemas de la militancia de izquierdas es la despreocupación por la ética personal como factor político. De esta vivencia me surgen estas reflexiones.
La izquierda que yo he conocido se ha desentendido, tanto a nivel de reflexión cuanto en la práctica, de la ética personal, subordinándola a la política. El criterio ético fundamental es la eficacia política, reducida fundamentalmente al avance del partido político. Y el avance del partido se mide fundamentalmente en aspectos electorales. Este planteamiento conlleva la reducción de la ética personal a los aspectos que tengan relación con la militancia política: la entrega a la acción del partido y el rechazo de comportamientos que den mala imagen o que no se correspondan con los objetivos políticos partidistas.
Este desinterés por la ética personal, por el desarrollo personal de los valores éticos de fraternidad, respeto, diálogo, sensibilidad… se manifiesta en las permanentes tensiones internas, en los modos conspirativos de operar internamente y en la lucha por el poder personal, por encima del bien del partido. Las actitudes de la lucha de clases a nivel político se trasladan de facto a las luchas internas en el partido.
Particularmente en las organizaciones derivadas de una tradición comunista leninista son buenos los comportamientos y las actitudes que aportan más eficacia para lograr el interés político partidista, y de ahí se pasa inercialmente a considerar válidas, a normalizar, las actitudes y acciones que a cada dirigente o cuadro les sean útiles para imponer su propio objetivo partidista, que confunde con el interés del común de la organización.
Esta in-cultura político-moral no es, desgraciadamente para el progreso político y social, un fenómeno específico de un partido, o de los militantes organizados partidariamente. Baste asomarse a las redes, para darse de bruces con una subcultura todavía más cutre, agresiva, descalificatoria no ya de ideas sino de personas, del otro y del nuestro, porque aparecen traidores hoy que ayer, hace poco, era nuestros líderes emblemáticos. Por supuesto que este tipo de relaciones personales se dan en todos los colectivos o grupos, desde las ONGs a la universidad. Pero me parece de especial relieve esta separación de ética y política, y muy particularmente en los grupos de izquierdas.
Sobre este problema de la ética y la izquierda me parecen interesantes las reflexiones que hace Oskar Negt, intelectual socialdemócrata, en su ponencia sobre Kant y Marx en la que señala la subordinación de la ética a la política. Hay en Marx, dice Negt, la tendencia a condicionar, incluso determinar la conciencia, a las relaciones sociales. Para Negt esto es un error y una contradicción de Marx:
“Lo que tenemos aquí es, a mi modo de ver, una grandiosa confusión del pensamiento de Marx respecto a sí mismo que ha tenido fatales consecuencias…Cuando después de la Revolución de Octubre el Marx cortado a la medida leninista tuvo que funcionar como legitimación de lo existente, las preguntas por una vida digna y honrada surgida en el día a día de los hombres perdieron todo significado” (p71).
Permítaseme dos citas más de dos autores muy diferentes: Goran Therborn sociólogo sueco, ahora catedrático en la Universidad de Cambridge; y una mirada desde Latinoamérica, entrevista a Raquel Gutiérrez Aguilar, sobre (re)producir la vida común.
Goran Therborn:
“El discurso moral, una dimensión a la cual el marxismo siempre le ha negado importancia. En realidad siempre estuvo presente en el movimiento obrero, que no solo se preocupaba por “un salario justo a cambio de una jornada justa”, sino también por la dignidad humana” (…) “Se podría decir sin embargo que en esta época existe un campo más amplio para la argumentación moral, un ámbito que puede tener mayor potencial para transcender las fronteras de clase y de nación. Lo que suceda en esta área posee una tremenda importancia” (G. Therborn. 2008)
Raquel Gutiérrez Aguilar:
“¿Qué herramientas dirías son útiles para desarrollar esta dimensión sensible de lo político?” Es muy interesante si la primera vez que percibes agresividad en una intervención la cortas de tajo. Yo le llamo a eso, en corto, «desplegar la capacidad de castración». Cuando viene de compañeros varones y empieza a pasar que se descalifica al otro para imponer tu punto, ahí lo importante es cortar inmediatamente: o se habla de otro modo o una se va a retirar….
Diría también que hay que discutir con palabras dulces: hay que cuidar no ofender. Y yo lo que noto, en mi modo particular de sensibilidad latinoamericana, es una gran sorpresa por la rudeza de España, donde no sabes si te están regañando, se están peleando o qué. Es muy difícil. Se trata, por tanto, de hacer todos los esfuerzos para que se discuta con palabras dulces, porque eso es también poner en el centro el cuidado en contextos donde predominan formas más rígidas y jerárquicas”.
No puedo llegar a ninguna conclusión cerrada sobre la relación teórica entre ética y política, pero sí que he llegado al convencimiento personal de la necesidad de procurar como un factor político fundamental el desarrollo de actitudes éticas personales coherentes con nuestros principios políticos. Termino con unas palabras de Adela Cortina en referencia a la razón estratégica que subyace en “Juego de tronos”.
“Es la razón comunicativa, no la razón estratégica de los imperativos hipotéticos, la que hace del hombre entre todos los seres un fin de la creación. Utilizar fines como si fueran medios es irracional. Pero la razón estratégica sólo entiende de medios. Si quiere seguir comportándose como razón humana tiene que convertirse en ancilla, en sierva de la razón comunicativa. ¿Es esta actitud de comunicación y concordia, que utiliza la estrategia como ayuda, la que va a considerar como propiamente humana el hombre desde su nueva soledad? ¿O apostará por una actitud estratégica (¡tan antigua y tan reaccionaria!), limitada por el recurso a autoridades infundadas?”
La razón estratégica domina en nuestra práctica política a la razón comunicativa. Para ella no es que los fines justifiquen los medios, sino que en la práctica política nunca los medios deben convertirse en fines.
* Manuel García Fonseca – Sociólogo, Profesor de Filosofía y ex diputado nacional y autonómico de Izquierda Unida (IU? por Asturias; Co-fundador del Comité de solidaridad con la causa árabe (CSCA).
Fuente: www.sinpermiso.info, 17-3-2018
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