Miserias de la globalización
Por Cristian Taborda
La última gran ideología ha llegado a su fin. “Ha colapsado la modernidad” como ha definido Jorge Rulli. El último sistema de ideas moderno sucumbió. El liberalismo, que ya era fantasmagórico tras la crisis del 2008, con el retorno del proteccionismo económico en mano de Estados Unidos ahora forma parte de la historia. Ni su degeneración, el neo-liberalismo económico e institucional, pudo resistir el embate de la crisis actual.
Así como implosionó la Unión Soviética y luego la caída del muro de Berlín marcó el fin del comunismo, el coronavirus marca el final del liberalismo. Es la muerte de la globalización. Si este proceso de concentración económica se fundaba en los flujos migratorios, la libre circulación de información y el movimiento de capitales, hoy ya no existe. Solo queda la miseria de la globalización.
El mundo de mercados desregulados y la unidad económica total, donde los Estados Nación eran un obstáculo para la libre circulación de bienes y las decisiones políticas barreras a los flujos financieros, del mercado organizado de forma natural y armoniosa por una “mano invisible”, donde cualquier intervención genera desorganización y desequilibrio en el sistema, como decía el relato económico liberal, ha dejado de existir.
El régimen internacional instaurado tras los acuerdos de Bretton Woods han sido desmantelados por Donald Trump: Organización Mundial del comercio (OMC), Organización para lo cooperación y el desarrollo (OCDE), Organización Mundial de la Salud (OMS). Vladimir Putin a hecho lo suyo con la OPEP. Y Xi Jinping ha contribuido a debilitar la Unión Europea (UE) a través de la “Ruta de la Seda”. Esto se suma a la designación de funcionarios de países irrelevantes en la conducción de organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.
Estos organismos internacionales, representantes de la oligarquía financiera, que toman decisiones de facto ejerciendo el terrorismo financiero contra las naciones y atentando contra la soberanía, concentraban sus fuerzas en la OMS para coordinar una política global en materia de salud pública. ¿Quién podría negarse a contradecir a científicos de la Salud? ¿Quién podría ir contra recomendaciones de la OMS?. La neutralización de la política ya no por la economía, ahora por la ciencia de la salud. Una vez más la técnica y el gobierno de tecnócratas globales en la toma decisiones. El último refugio de esta élite anti democrática.
De hecho, personalidades como Richard Haass, Presidente del Council on Foreign Relations, no han tenido titubeo al proponer una gobernanza mundial de la salud pública
(https://foreignpolicy.com/2020/03/20/world-order-after-coroanvirus-pandemic/). A la par del
ex ministro británico Gordon Brown que proponía una gobernanza global de forma “temporal” para combatir el coronavirus.
Pero ahora ese organismo ha quedado desestabilizado por la decisión de EEUU de cortar el envío de sus fondos, así como el FMI ve frustrados sus planes de ayuda financiera tras la negativa del secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, de expandir los DEG para un plan de ayuda global, quitándole al organismo la posibilidad de contar con un billón de dólares. El globalismo intentaba con sus dos brazos la OMS y el FMI, garantizarse las decisiones políticas desde la Salud e imponer las condiciones económicas con el disfraz de la “ayuda financiera”.
Hoy esa élite financiera encuentra consuelo en China, la cual es aplaudida en Davos por exponer los beneficios del libre comercio y la libertad económica de un capitalismo totalitario. De allí las consideraciones de los organismos internacionales, como la OMS, que han actuado en consonancia con el gobierno de XI Jinping, ante el ocultamiento de información.
Del mundo liberal y la “americanización” del mundo queda el resabio de sociedades consumistas e individualistas, con familias destruidas y desempleo a gran escala. El imperialismo internacional del dinero resiste, muestra de ello es la habilidad de encubrir el estallido de la burbuja financiera de sobreendeudamiento en una crisis económica, mayor que la Gran depresión de los años 30, bajo el velo de la pandemia del covid-19 o la autoprofecía cumplida de George Soros, quien vaticinaba y aseguraba a fines del año pasado en una entrevista a The New York Times una marea globalista para el 2020 con el objetivo claro y puesto en las elecciones presidenciales de Estados Unidos
(https://www.nytimes.com/2019/10/25/business/dealbook/george-soros-interview.html).
El globalismo financiero persiste en el mundo que se muere con sus dos alas: la izquierda que hace las reformas socio culturales, esto es el progresismo con sus agendas de género, feministas y eugenésicas, y la derecha que hace las reformas económicas, el liberalismo con el absolutismo del libre mercado hoy reducido a su mínima expresión y sólo existente por el amparo mediático del periodismo servil, que hace lo imposible por sostener estos instrumentos de esa oligarquía anti pueblo y anti nación. Como corolario, arrastran la muerte, masacran trabajadores, destruyen economías, han encerrado la mitad de la humanidad y hacen la guerra psicológica a la población desde sus medios de comunicación difundiendo el terror de forma viral.
Pero la sociedad abierta mentada por el liberalismo de Soros se encuentra con los Estados comerciales cerrados que propugnaba Fichte. Llegó el punto final a la HandelAnarchie (anarquia comercial) a la anarquía globalista, donde el comercio exterior, cae bajo la racionalidad estatal, lo que no significa anular el intercambio, sino someterlo a la voluntad común y no dejarlo a la conveniencia de unos pocos. El mercado es intervenido por el Estado, se administra el comercio, y se interviene la producción bajo una dirección estratégica en base a la organización territorial, las necesidades de la economía real y el sostenimiento de la unidad política. El orden público se impone a la anarquía liberal. El Estado vuelve a recuperar el concepto de lo político, distingue un enemigo que pone en
riesgo su existencia y recupera la soberanía para decidir, la decisión política como esencia.
La política vuelve a ser la ciencia real que conduce al resto.
Tras décadas donde Occidente se entregó al progresismo cultural, el liberalismo económico y el relativismo absoluto donde la destrucción de la familia, la homologación cultural y el desarraigo eran lo establecido, la actual crisis con la restauración soberana saca a la luz el valor esencial de la familia como sostén y unidad básica de un pueblo, la cultura nacional como identidad común y el arraigo como lugar de pertenencia, como Ser-en-el-mundo. Los miles de varados en aeropuertos desesperados por regresar a su patria y estar con sus familias ante la amenaza del virus son un ejemplo. Nada es tan dulce como la patria y la familia por más que se tenga en tierras extrañas y lejanas la mansión más opulenta, recitaba Homero.
La globalización es incompatible con la existencia de este mundo porque elimina la vida particular de los pueblos que constituyen ese mundo. Como los antiguos totalitarismos, el globalismo impone su voluntad por sobre cualquier constitución y ley democrática. Asimismo, persigue al pensamiento disidente y al soberano, imponiendo el pensamiento único. Si es necesario para cumplir con sus objetivos económicos, mata o deja morir. Como describe perfectamente en su libro Totalitarismo de mercado, el teólogo alemán Franz Hinkelammert: “El poder económico deja morir, el poder político ejecuta. Ambos matan, aunque con medios diferentes. Por eso el poder político tiene que justificar el matar mientras el poder económico tiene que justificar por qué deja morir y no interviene en el
genocidio dictado por el mercado. La que sea la justificación, ambos son asesinos. Ninguna
de estas justificaciones es más que la simple ideología de obsesionados”.
Este fin de la Era Moderna, donde es cierto, retomando a Schmitt, que «el viejo nomos se hunde sin duda y con él todo un sistema de medidas, normas y proporciones tradicionales», es la disputa histórica, en su concepción geopolítica, entre los dos grandes espacios civilizatorios: la tierra y el mar. Hoy la anarquía del mar y los flujos del libre comercio (el capital) sin patria, ante la espada y el nomos de la tierra (soberanía).
Donde tal como cantara Martín Fierro:
Cuando la tormenta brama,
el mar que todo lo encierra
canta de un modo que aterra,
como si el mundo temblara;
parece que se quejara
de que lo estreche la tierra.
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