En un manotazo de ahogado, Macri se vio obligado a aumentar las retenciones al complejo agroexportador del que él mismo es parte. Lo venía exigiendo el Fondo Monetario Internacional, al que le interesan poco y nada las ganancias extraordinarias del poder sojero nacional ya que su rol es defender a los grandes bancos y fondos de inversión transnacionales que necesitan asegurarse el pago de sus bonos de la deuda externa. Para lograr este objetivo necesitan achicar el déficit fiscal y el déficit comercial, algo imposible con un modelo impositivo que desgrava a los exportadores y con un tipo de cambio que promovía las importaciones.
Las retenciones a la soja pasarán del 25 al 29%, ya que si bien Dujovne planteó su reducción al 18%, al sumarle los «4 pesos por dólar exportado», con un dólar a casi $40, esto es un 11% más, llegando en la práctica a un 29%.
Pero aquí aparece el riesgo de haber planteado la retención pesificada: cuanto más se devalúe el peso menor será el porcentaje de esos 4 pesos sobre el dólar. Por lo que es de esperarse que quienes tengan espaldas para retener su cosecha apostarán a devaluar aún más el peso, logrando así disminuir la retención así como aumentar el precio obtenido. Este fenómeno afectará no solo a la soja, sino también a trigo, maíz, girasol y el conjunto de las exportaciones gravadas. Por otra parte ahora las retenciones también afectarían a las exportaciones industriales lo que terminaría de darle un golpe de gracia al sector productivo manufacturero nacional.
De esta manera, el nuevo esquema de retenciones puede terminar jugando en contra del objetivo de achicar la brecha fiscal.
