Los pueblos no estaban dormidos, esperaban tiempos maduros. Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

En las décadas de los sesenta y setenta hablar de colonialismo, de anti-capitalismo, anti-imperialismo, luchas de los pueblos por su liberación, y muchos otros conceptos en esta línea, eran el resultado de una conciencia que se había despertado en el área de los pueblos del Tercer Mundo. Terminada la Segunda Guerra Mundial se produjo una especie de redistribución de los poderes territoriales entre los Aliados triunfantes. Varias reuniones de los poderosos del mundo acordaron un nuevo reparto. Pero, al mismo tiempo, el desgaste de las guerras demostraban un debilitamiento que abrió grietas en la capacidad opresora. Por ellas se infiltraron las voluntades emancipadoras y comenzó lo que se denominó el proceso de descolonización.

Las luchas y recelos entre los dos campos políticos, cuyas denominaciones evidenciaban el peso de la prensa internacional. El área de occidente, bajo la conducción de los EEUU, fue denominada el Mundo Libre, capitalista y democrático; enfrentado al bloque oriental liderado por la Unión Soviética, que a su vez era calificado como comunista. Las referencias geográficas obedecían a los límites que se habían pactado sobre el territorio europeo al final de la Segunda guerra.

Lo que me interesa subrayar es que el periodo 1945-1991, conocido como la Guerra fría, fue el resultado del consenso aceptado a partir de la existencia de las armas nucleares, lo que hacía imposible una Tercera Guerra que no tendría ganadores: una destrucción total. El Premio Nobel de Física Albert Einstein graficó la situación con una frase muy conocida: “No sé cómo será la Tercera guerra mundial, sólo sé que la Cuarta será con piedras y lanzas”. Estos acuerdos funcionaron, con éxitos y tropiezos, hasta la sorpresiva implosión de la Unión soviética. Esto eliminaba uno de los polos de esa guerra. El anterior mundo libre se sintió totalmente liberado y dueño del resto del mundo.

Esta etapa se vivió en el mundo capitalista como un triunfo definitivo, a partir del cual la propuesta del Consenso de Washington (1989) sería la regla a seguir:

El Consenso de Washington estaba formado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), por el Banco Mundial (BM) y por el Tesoro de Estados Unidos, las tres instituciones con sede en Washington. Sus lineamientos fueron definidos como fundamentalismo de mercado o neoliberalismo. Sus recomendaciones apuntaban a conseguir liberalizar el comercio exterior, el sistema financiero y reformar la intervención del Estado: la libertad para las multinacionales.

El proyecto denominado Globalización, que extendía esas recomendaciones al resto de los gobiernos del planeta fue el sometimiento total del mercado global al poder del capital concentrado. La financiación de la producción y el comercio, como facilitador del desarrollo, fue invadiendo todo el mercado hasta convertirse en el centro de la actividad. Lo que se denominaba antes financiación, después de su totalización, pasó a ser denominada financiarización: «Es un término utilizado para caracterizar el capitalismo financiero que ha tendido a sobrepasar el capital y los mercados financieros para dominar sobre toda la economía».

Ese fue el mundo de los noventa en adelante. Mostró el dominio de los grandes capitales concentrados que no dejaba lugar a ninguna alternativa para el resto de los pueblos del mundo. El atrevimiento llegó al punto de hablar del Fin de la Historia definida como término final de la historia de los grandes cambios, de las revoluciones. La imposibilidad de pensar un mundo libre. Poco tiempo antes, Margaret Thatcher (1925-2013) afirmó que este era el único camino para los pueblos del mundo: «There is no alternative» (no hay alternativa). Desde 2015 tuvimos que escuchar en nuestro país que: «Es el único camino».

Dos décadas de una prédica muy bien estructurada, con campañas de marketing y con medios de información que lo repetían machaconamente. Todo ello avalado por universidades que lo enseñaban otorgándole un carácter científico. Un manto de escepticismo se fue expandiendo: el futuro no sería más que la repetición de este presente.

Esto nos permite comprender mejor ahora que, lo señalado en párrafos anteriores, respecto de ideas que abonaban la esperanza en una vida mejor, una liberación de los poderes internacionales, de la posibilidad de enfrentar y liberarnos de las instituciones internacionales que garantizaban esa dominación, ya mencionadas más arriba, desaparecieran del vocabulario cotidiano. No se habló más de la presencia de imperialismos opresores, las Fuerzas del Pentágono, con bases en todo el planeta no fueron mencionadas. En pocas palabras: la derrota de los pueblos se había consumado. Sin embargo, como erróneamente se le atribuyó a Galileo hoy debemos decir «E pur si muove» (y sin embargo se mueve). La pretensión de borrar de la conciencia de los pueblos los sueños de liberación no ha sido posible… y sin embargo se sublevan

Se mostraban países como ejemplos de desarrollo importante, de instituciones respetadas que funcionaban muy bien con pueblos que parecían ser un ejemplos de conductas ciudadanas. De pronto se despertaron, dijeron ¡no aguantamos más! Salieron a las calles a reclamar por derechos perdidos o nunca conquistados. A denunciar las consecuencias de las políticas del neoliberalismo que, si logran crecer distribuyeron muy mal. Mientras la prensa está atónita ante las movilizaciones en Chile, Ecuador, Colombia, sobre las que habla como si fueran hechos policiales, se intenta ocultar lo que pasa en Bolivia.

El golpe de estado en Bolivia, desconociendo el resultado de las últimas elecciones, derrocó al gobierno más exitoso de todo el continente en las últimas décadas. Se habla del proceso para llamar a elecciones democráticas, pero con proscripciones, con un colegio electoral formado por los golpistas avalados por el Departamento de Estado, con la felicitación de Trump.

Le propongo, amigo lector, leer a la escritora y periodista argentina, Stella Calloni (1935), autora de una importante investigación sobre el golpe en Bolivia, con un lenguaje desprejuiciado, pero politizado, que trae a la memoria las décadas mencionadas, palabras que iluminen y abran paso a la verdad:

En el contexto de la injerencia de los Estados Unidos en la región, el golpe de Estado cívico, policial y militar perpetrado en Bolivia exige una lectura política, social y económica sobre los acontecimientos recientes en Latinoamérica. Asombra el modo en que muchos analistas niegan “el rol de Estados Unidos como artífice del actual golpe”. La palabra “fraude” emitida por el secretario General de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, fue la señal esperada por Washington para sacar finalmente del poder a Evo Morales. Pone en evidencia el manual de la colonización de América Latina emprendido por Estados Unidos junto a sus organismos de Inteligencia y afines: la CIA, la DEA, utilizado en otras acciones: la recolonización del continente lanzada desde el golpe contra Lugo (2012), la victoria de Macri, el golpe de Estado mediático, judicial y parlamentario contra Rousseff (2016), y el gobierno fraudulento de Bolsonaro en 2019.

La información parcializada, sesgada, que oculta gran parte de lo que está pasando, esconde las intenciones recolonizadoras de la CIA, la DEA, el Departamento de Estado, que están vigentes. Si por algún tiempo no se tenían noticias ciertas de ellas, el golpe en Bolivia es una prueba incontrovertible de su existencia. Una historia de lo que ha pasado en este país ayuda a comprender este tiempo. Dice Calloni:

Una de las diferencias claves es precisamente el problema racial que caracteriza a Bolivia, y que se expresa en otros países de nuestra región. A esto se une un fundamentalismo primitivo y de características específicas. El paso de personajes tan siniestros como Klaus Barbie, el llamado “carnicero de Lyon”, y otros nazis alemanes y croatas por la zona de Santa Cruz, dejó no sólo una marca indeleble, sino hilos y redes con los servicios de inteligencia y del narcotráfico en gran escala. En 1986 se descubrió en Huanchaca, un laboratorio para producir cocaína que estaba bajo el control de la CIA y la DEA, que transportaba el Comando Sur de Estados Unidos en Panamá. Los negocios de personajes como el “cívico” Fernando “Macho” Camacho, y otros “empresarios” y la nueva “rosca” de los poderosos de Bolivia, nos dan un cuadro de situación clarísimo de lo que son la elites bolivianas y sus relaciones políticas con gobiernos como el de Brasil, Argentina amparados por el poderoso Mike Pompeo, político y empresario estadounidense, Secretario de Estado de los Estados Unidos de Trump.

Todo esto existe, pero también existe la voluntad liberadora de los pueblos que ya han hecho saber que no están dispuestos a seguir soportando tanta opresión y empobrecimiento. Tal vez haya llegado un tiempo en el que aquellos viejos conceptos vuelvan a ser utilizados para comprender mejor que la Historia no se terminó, que la marcha liberadora retomó su paso. Y nos recuerdan la vieja frase del General Perón: «Cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento».

 

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