Los líderes de los países y la sombría agenda de control de Davos. Parte IV. La “operación Covid” – Por Alejandro Pagés

Parte 4

Por Alejandro Pagés

Arquitectura de la tiranía “blanda” de la OMS

Si las declaraciones que vimos hasta ahora preocupan por sus implicaciones, lo que sigue es más inquietante y explícito. La excusa de la “seguridad en salud” es el otro brazo de la pinza con la cual se pretende sujetar a la población para poder llevar las reformas adelante:

19. Si bien la pandemia de COVID-19 no ha terminado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha declarado recientemente la viruela del simio como otra preocupación internacional de emergencia de salud pública, lo que refuerza que las amenazas internacionales para la salud están siempre presentes, y que el G20 y la comunidad mundial en general deben actuar juntos para mejorar nuestras capacidades colectivas de prevención, preparación y respuesta. Reafirmamos la importancia de fortalecer los sistemas nacionales de salud poniendo a las personas en el centro de la preparación y equipándolas para responder con eficacia. Hacemos hincapié en la necesidad de un acceso equitativo a las contramedidas médicas pandémicas, y damos la bienvenida a los esfuerzos del ACT-A (…). Reafirmamos nuestro compromiso de fortalecer la gobernanza sanitaria mundial, con el papel de liderazgo y coordinación de la OMS y el apoyo de otras organizaciones internacionales. Apoyamos el trabajo del Órgano de Negociación Intergubernamental (INB) que redactará y negociará un instrumento legalmente vinculante que debe contener elementos legalmente vinculantes y no vinculantes para fortalecer la PPR pandémica y el grupo de trabajo sobre el Reglamento Sanitario Internacional que considerará las enmiendas al Reglamento Sanitario Internacional de 2005, teniendo en cuenta que la decisión será tomada por la Asamblea Mundial de la Salud.

21. Trabajaremos en estrecha colaboración con la OMS para garantizar que el Grupo de Trabajo continúe complementando la arquitectura mundial de la PPR (Plataforma de Preparación de Riesgos) pandémica y que no haya más duplicaciones ni fragmentaciones del sistema mundial de gobernanza de la salud.

La Asamblea Mundial de la Salud es el órgano de decisión supremo de la OMS, que se reúne anualmente durante el mes de mayo en Ginebra (Suiza), decide las políticas a implementar y nombra a su Director General. El documento legalmente vinculante mencionado es la sumisión final y total de todos los gobiernos del mundo a las directivas de la OMS, que ya existió de facto durante 2020 y 2021, y cuyo precedente es el Reglamento Sanitario Internacional. Se declara enfáticamente que no puede haber más “fragmentaciones ni duplicaciones” del “sistema mundial de gobernanza de la salud”. Para el buen entendedor, eso significa que los malos ejemplos como el de Suecia no se deben repetir. La excusa de la viruela del mono para plantear este escenario es risible, ya que no revistió la menor gravedad.

Recientemente Biden ha instado a las autoridades de la OMS a avanzar en la redacción del citado documento. Con la firma de un acuerdo semejante por parte de los países, la OMS tendrá vía libre para decretar cuarentenas domiciliarias, cierres de negocios, vacunación obligatoria o pases sanitarios, haciendo de los Ministerios de Salud nacionales y los médicos meros ejecutores de lo decidido desde un despacho a kilómetros de distancia. La intención de abordar cualquier futura pandemia con una exacerbación de las medidas ya ensayadas durante 2020 y 2021, haciendo caso omiso a su demostrada inutilidad, es explícita en más de una declaración pública, lo cual nuevamente demuestra que la situación pandémica que se busca “prevenir” es una mera excusa. Ahora sí, ningún gobierno podrá decidir si las medidas les parecen adecuadas o si sus supuestas ventajas superan sus perjuicios. Las estructuras jurídicas nacionales, con todas sus garantías y procedimientos, serán barridas de un plumazo y reemplazadas por protocolos cuyos redactores nadie conoce, justificados en un “estado de excepción” indefinido que puede durar años. El resultado de no haber revisado nada de lo que se hizo durante 2020 y 2021, dejándolo atrás como si se hubiese tratado de una pesadilla, sin responsables que deban rendir cuentas, será que la pesadilla retornará con más fuerza, de la mano de los mismos que la impulsaron la primera vez.

¿Esta tiranía formal de la OMS, esta suspensión de los derechos constitucionales más elementales en todo el globo, esta enormidad nunca vista, se hace acaso en reconocimiento de la exitosa gestión de la OMS durante la pandemia de Covid-19? Es extraño que luego de aterrorizar a la población los 7 días de la semana sin descanso, durante casi dos años enteros, con proyecciones estadísticas dudosas y apresuradas, nadie ahora esté hablando de los números reales que dejó la pandemia. Y es que las estadísticas ya permiten afirmar sin duda alguna que ha habido más exceso de muertes por todas las causas en 2021, 2022 y comienzos de 2023 en prácticamente todos los países del mundo en comparación con el 2020 y los años anteriores, aunque en 2020 se estaba en plena “crisis del Covid”, sin vacunas y con las cepas teóricamente más virulentas.

Este exceso de muertes uniforme debe achacarse necesariamente a alguna o todas las medidas tomadas: Las cuarentenas domiciliarias de ancianos que deterioraron su salud, la suspensión de chequeos rutinarios de salud, el terror atizado 24/7 por medios y gobiernos y la inoculación con una tecnología riesgosa y experimental. Es sobre todo esta última la que permite dar cuenta del aumento desusado de muertes por paros cardiorrespiratorios, eventos trombóticos y pericarditis, que se registran en todos los países que se dignan a publicar datos actualizados, y que es notable sobre todo porque no afecta sólo a ancianos, sino a jóvenes y deportistas.

Otro dato preocupante que se intenta mantener en silencio, pero no se podrá por mucho tiempo, es el aumento de casos de cánceres múltiples y fulminantes, así como una baja notoria de la fertilidad (en parte a la incertidumbre sobre el futuro dejada por la pandemia, pero no parece que sea sólo por ello). Todos estos efectos ya habían sido adelantados como posibles consecuencias de las inyecciones de ARNm antes de aparecer en la población, por profesionales juiciosos que fueron acallados y ridiculizados.

Estos datos estadísticos son innegables, y es innegable que estas políticas completamente inéditas fueron digitadas desde la OMS (la cual por cierto, mandó a “quedarse en sus casas” a todos los expertos que habían manejado epidemias hasta el momento) y adoptadas uniformemente por todos los gobiernos, sin consultar a ningún grupo de expertos multidisciplinarios en contacto con cada realidad nacional, como se debería haber hecho.

Tratándose de medidas extremas e inéditas, lo primero que habría que hacer es un balance general de sus resultados. Lejos de eso, se promueve la amnesia colectiva y se insiste con profundizar las mismas medidas, sin dar lugar a ningún tipo de debate ni alternativa, y sin atender a las diferentes situaciones locales. Lo cierto es que bastaría con comparar estadísticas, observar los períodos de relajamiento y endurecimiento de las medidas de cuarentenas domiciliarias y barbijos obligatorios en los diversos países, ver la cantidad de población inoculada en cada período y país, y cotejar la correspondiente cantidad de muertos y enfermos de Covid en cada caso. Esa simple compulsa, que cualquiera puede hacer parcialmente con datos públicos, muestra que no hay ninguna correlación entre las medidas tomadas y la cantidad de muertos y enfermos de Covid resultantes, y más bien incluso la correlación es negativa en la mayoría de los casos, es decir, las medidas produjeron más muertes en lugar de menos (1). Ninguna de estas medidas ha sido exitosa para prevenir la expansión del virus, mucho menos han sido positivas para la salud física y mental de las poblaciones, y sin duda fueron tan calamitosas para las economías como una guerra. En realidad parecen haber sido perjudiciales en todos los frentes. Nadie sabe todavía de dónde salió la dichosa mutación del virus, un mosaico de virus de tres especies diferentes que no debería producirse azarosamente en la naturaleza, pero se afirma con total seguridad que habrá futuras pandemias.

La declaración y manejo de anteriores “pandemias” por parte de la OMS ya fue muy cuestionada. Su principal financista, directo e indirecto, es un privado, Bill Gates, quien casualmente forma parte del muy selecto club mundial de beneficiados económicamente por la adopción de esa batería de medidas, que fueron ruinosas para todos los demás. Además ya había hecho lobby por las vacunas de ARNm, los protocolos mundiales para casos de crisis dictados por la OMS o la Identidad Digital con otras excusas, previamente a que surgiera la crisis sanitaria.

Hemos mencionado antes la técnica de la Ventana de Overton, que consiste en lograr un cambio disruptivo comenzando por algo pequeño, fácil de apoyar, o diciendo que es una medida excepcional por un tiempo determinado, y luego de que la misma se ha naturalizado, se avanza hasta un grado donde jamás hubiese sido aceptado inicialmente. Si esa técnica es acompañada de la estimulación del pánico es sumamente efectiva. La anulación, con ese método, de los derechos fundamentales y garantías asegurados en los sistemas legales de todos los países, como el derecho a la circulación, a reunirse libremente, a educarse y asistir a un culto religioso, a comerciar y trabajar, se ha ensayado durante la pandemia de Covid-19 de 2020/2021. Para ello se inventó un nuevo derecho, el derecho a la “seguridad en salud”, que anulaba “momentáneamente” los demás derechos, pero que de a poco se fue normalizando como algo permanente, una “nueva normalidad”. Ahora se lo desea normativizar legalmente como un derecho humano por sobre todos los demás derechos, intención anunciada en el documento de Flagship Pionnering presentado en la última reunión del G7 que analizamos en nuestro anterior artículo (2).

Esta inversión de los derechos humanos básicos fue acompañada por la inversión del proceder médico y la ética médica, que aseguraban ante todo el tratamiento médico consentido y prohibían la experimentación en sujetos sanos. Como ha señalado el Dr. Peter Mc Cullough, el proceder médico aceptado hasta 2020 ponía el diagnóstico médico del profesional capacitado en el centro, siendo los instrumentos médicos de diagnóstico meros auxiliares. Si surgía un evento como una enfermedad nueva, era mediante el intercambio de información entre los profesionales en contacto con cada caso y el ensayo de diferentes tratamientos, como se arribaba con el tiempo a diseñar protocolos para que los médicos novatos tuviesen una guía para actuar durante una emergencia, que siempre eran de todos modos recomendaciones. Actualmente se busca anular gradualmente la opinión del médico que está en contacto con el paciente, y establecer herramientas de diagnóstico automáticas, con el uso de tests rápidos de antígenos, accesorios ponibles o implantables de monitoreo de marcadores de salud, apps que “predecirán” cuando uno esté “yendo hacia un estado de enfermedad”, y vacunas de ARNm compradas en farmacias y autoadministradas, que ya están en desarrollo(3). En definitiva, se trata de aplicar gradualmente a los seres humanos el mismo modelo que hemos visto en la entrega anterior de esta serie se quiere aplicar a la agricultura: Un modelo de monitoreo remoto de sus marcadores vitales que utiliza la misma tecnología.
Claro que la declaración del G20 dice orwellianamente que pondrá a las personas “en el centro del proceso”, pero inmediatamente aclara de qué se trata esto: “Equiparlas” con “contramedidas médicas pandémicas”, que deben ser de “acceso equitativo” para que puedan responder con “eficacia”.

Las palabras “contramedidas médicas” podrían referirse teóricamente a remedios, tratamientos o vacunas, pero en general son usadas para referirse a los kit PCR de detección de virus y las vacunas de ARNm, y también a los equipos de “protección” (principalmente barbijos). De eso se ocupa el ACT-A mencionado en el artículo (Acelerador de Acceso a Herramientas para Covid-19), financiado en su mayoría por los gobiernos de EEUU y Europa y en menor medida por la Fundación Gates, todos súbitamente preocupados por la salud de los países de medianos y bajos ingresos.
El test PCR de detección de Covid-19 está rodeado de polémicas jamás aclaradas, comenzando porque el mismo inventor de la técnica PCR, Kary Mullis, sostuvo hasta el último de sus días que no era una herramienta adecuada para la detección de virus. La secuencia del virus SARS-Cov2 fue aislada supuestamente de una muestra de un paciente en China, identificada, escrito un artículo científico, revisado y publicado en una revista especializada, en menos de un mes, lo cual de por sí parece casi imposible y supera cualquier ejemplo conocido con otros virus. En base a esa secuencia, o mejor dicho a una pequeña parte de la secuencia del virus que fue inmediatamente subida a las redes, y sin contar con muestras del virus, Christian Drosten, quien contaba en su haber con varias predicciones fallidas de colapsos sanitarios en los conatos de pandemias anteriores (4), publicó un artículo supuestamente revisado por pares en apenas un día (usualmente el proceso lleva más de cien) en la revista científica Eurosurveillance, de la cual formaba parte del equipo editorial, sentando de esa forma la referencia técnica utilizada desde entonces de manera inamovible para el desarrollo del test PCR de detección de Covid. El artículo fue co-firmado por Olferdt Landt, dueño de TIB Molbiol, empresa fabricante de kits de diagnóstico, que en enero de 2020 ya producía un millón y medio de kits. Estos kits PCR fueron impuestos uniformemente a todo el mundo durante 2020 mediante los organismos de crédito internacionales y generosas donaciones de algunos países como China. Constaban de los reactivos necesarios e incluso de hisopos especiales, más largos, para realizar el hisopado de una forma inusual, vía nasal. Nada de eso se fabricó de forma local, a pesar de lo lucrativo que hubiese resultado a economías a las que se obligaba artificialmente a la recesión.

Aunque no podemos detenernos demasiado en este artículo en la descripción detallada de cómo se “gerenció” la pandemia de Covid, de manera de hacer subir o bajar los “contagios”, y cortar las medidas excepcionales o reanudarlas en el momento deseado, nos limitaremos a señalar que los kits PCR (y el control y presión sobre los gobiernos nacionales) fueron la clave para ello. La clave del asunto, establecida por las indicaciones de la OMS y adoptadas por casi todos los Ministerios de Salud del mundo, consistió primeramente en no hablar más de enfermos, sino de “contagiados”, e inventar los “enfermos asintomáticos”, gente supuestamente enferma pero sin síntomas, que podía contagiar de la misma manera que un enfermo. Esto último no puede ser cierto para ninguna enfermedad respiratoria, ya que la tos de un enfermo con la garganta infectada siempre contendrá una concentración de virus mayor que las partículas de saliva expelidas al hablar por una persona sin infección, mucho más si ésta se encuentra al aire libre o en un espacio amplio, donde las posibilidades de que transmita un virus de esa manera son absurdamente bajas(5).

La “suba” y “baja” de esta nueva categoría de “contagiados” fue publicitado las veinticuatro horas del día por todos los canales de noticias durante casi dos años ininterrumpidos, siguiendo el modelo ideado por el Instituto para la Seguridad en la Salud Johns Hopkins, en la mayor operación psicológica de amedrentamiento masivo jamás vista. Según la “curva de contagios” se obligó a la gente a confinarse en su casa y a no ver a sus familiares, a los niños a no jugar en las plazas ni tener clases, y a todos a llevar inútiles “tapa-cara” en público, los cuales por sí solos transmitían la sensación de un peligro invisible omnipresente. Pero en realidad dentro de esa nueva categoría de “contagiados” había tres grupos con cuadros muy diferentes: El primero era el de enfermos graves, en algunos casos con síntomas particulares (aunque no completamente nuevos) como hipoxia silenciosa o pulmones muy comprometidos sin la presencia de infección bacteriana, los cuales fueron todos atribuidos a una misma enfermedad causada por un nuevo virus. Estos se presentaron sobre todo al principio de la pandemia. En segundo lugar, enfermos con síntomas indistinguibles de una gripe estacional. En tercer lugar, gente sin síntomas, que tampoco los desarrolló luego, o sea gente sana. Más de un 50 % de los “contagiados” con PCR positivo, en todas las latitudes, pertenecían al último grupo, y más de un 40 % al segundo. Es decir, los números catastróficos de “contagiados” no se condecían en lo más mínimo con los de enfermos más o menos graves, que además eran casi todos gente muy mayor o con comorbilidades, como ocurre siempre con las enfermedades respiratorias. Esto lo puede corroborar cualquiera rememorando los casos “positivos” que se dieron a su alrededor en 2020 y 2021.

Naturalmente, ante estos números habría que haber concluido que gran parte de la población tenía defensas naturales contra el “nuevo virus”, ya que no presentaban síntomas o los presentaban muy leves luego de contraerlo, y que las restricciones y la inoculación masiva experimental, inclusive de niños (que no estaban en peligro) no eran para nada necesarias, gracias a Dios. De hecho, la letalidad del Covid era de alrededor del 0,08% o menor antes de la introducción de las vacunas (6). Pero lejos de resultar aliviados por esta conclusión evidente, y aunque la mayoría de quienes daban positivo apenas manifestaban cuadros de alguna gravedad, se incentivó más el terror a “contagiarse”. ¿No es increíble? Repito, ¿no es increíble?

Si alguien no tiene síntomas, ¿cómo se sabe que ha contraído un virus? Naturalmente, mediante el nuevo test. Y ¿cómo saber si el test es fiable y no arroja falsos positivos, señalando como enfermos a personas sanas? (sea por la cantidad de ciclos utilizada para amplificar la muestra, por la ubicación de los cebadores, porque había detectado restos del virus inactivos en las mucosas, porque la secuencia génica del virus pasada desde China no era correcta o por cualquier otra cuestión técnica). Pues aunque los médicos mediáticos se hayan cansado de asegurar que el test era totalmente confiable, es evidente que sin un conjunto de síntomas claramente atribuibles a la enfermedad Covid es imposible afirmar tal cosa, y la lista de “síntomas de Covid” se fue ampliando hasta incluir los malestares más comunes y dispares. Es decir, si cualquiera puede tener Covid, no importa si está sano, con gripe, dolor de cabeza o con una enfermedad pulmonar nueva, entonces el test no puede validarse contra ningún cuadro, se auto-valida. La persona tiene Covid porque el test lo dice. Y se lo trata como un peligro para la salud de la población en todos los casos, aunque esté objetivamente sano. En términos técnicos, no hay patrón de oro. Si todo puede ser Covid, es imposible que existan falsos positivos de Covid.

En segundo lugar, por directivas de la OMS acatadas por todos los Ministerios de Salud, se mandó a hacer test PCR a todo el que ingresase a un hospital por cualquier motivo, y a anotar como “muerto por Covid” a cualquier persona con un test positivo, independientemente de sus comorbilidades y de la real causa de su muerte (salvo que esta fuera totalmente incompatible, como un accidente de tránsito) (7). De esta manera muertos por cáncer o HIV fueron anotados como “muertos por Covid”. De yapa, la OMS “sugirió” (y fue acatado) no realizar autopsias a los muertos por Covid y cremarlos, lo cual tratándose de una nueva enfermedad es inconcebible. No hay forma de comprenderlo salvo aceptando que la finalidad es tan perversa como parece.

Para acrecentar el miedo se mandó a los médicos a usar un equipo de protección jamás visto, y se modificó todo el paisaje urbano y la vida cotidiana, con absurdas marcas en los negocios para mantener la distancia interpersonal, mamparas de plástico, abuso del alcohol en gel y barbijos omnipresentes, todo dispuesto de la manera más caprichosa y teatral, poniendo todo el énfasis en un evidentemente exagerado peligro de contagio (evidentemente exagerado, remarcamos, dada la gravedad de los cuadros) antes que en la cura de los enfermos. A éstos más bien se los dejó a su suerte, permitiendo que ancianos muriesen aislados en hospicios sin contacto con sus familiares. Mientras se prohibían o demoraban tratamientos que parecían ofrecer algún éxito, se insistía en aislar e intubar a los enfermos, lo cual produjo la muerte de muchos. Todo esto se hizo desde un principio, cuando aún no se sabía nada sobre el “nuevo virus”, pero casi ninguna de las medidas se modificó luego en función de nuevos conocimientos o de los resultados obtenidos. Estaban prefijadas.

Manejando entonces desde la OMS y los Ministerios de Salud encolumnados a sus órdenes el suministro centralizado de test PCR, la cantidad de ciclos que se mandaba utilizar para amplificar la muestra, las maneras en que se mandaba a anotar y contabilizar las muertes, más los incentivos a clínicas privadas por “internados Covid”, que también se dieron uniformemente en varios países del mundo, los números reales de muertos y enfermos fueron sin duda manipulados (8).

La insistencia en “contramedidas médicas para todos” del artículo incluye sin duda los kits de detección de virus, que de meros instrumentos auxiliares, han pasado a ser los únicos instrumentos válidos y protocolizados, pasando por encima del criterio médico. Los pacientes pasan a ser números, data manejada desde una instancia centralizada mundial, proyectada según se desee y publicitada en los medios como se desea. La otra “contramedida médica” a la que se alude son las vacunas de ARNm (a las que sería mejor llamar “terapias génicas”), las cuales pasaron de ser consideradas innegablemente experimentales y riesgosas durante años, a ser autorizadas “de emergencia”, y de pronto a considerarse algo normal que puede suministrarse masivamente, como si su seguridad estuviese fuera de discusión, aunque es una tecnología que no lleva más de dos años entre nosotros, y ya da muestras de estar relacionada con muchísima más cantidad de secuelas graves y muertes que cualquier vacuna conocida. Bill Gates nos anuncia que las próximas dosis de ARNm podrán autoadministrarse con un parche indoloro que se compre en las farmacias, sin necesidad siquiera de un enfermero capacitado que suministre la inyección (y por supuesto sin nadie que se haga responsable). ¡Qué casual conjunción de avances técnicos arrolladores!

La OMS ampliará aún más su intromisión, estableciendo sin exagerar una verdadera dictadura mundial, amparada bajo el prestigio de una “ciencia médica” que no es tal. Dictará políticas mundiales de cumplimiento obligatorio, que podrían ir del encierro domiciliario y la imposibilidad de abrir un negocio o realizar determinadas actividades hasta las inyecciones compulsivas, sin que parezca que tengan la intención siquiera de justificarlas con estudios de peso. Si se analiza el proceder de la OMS, puede notarse que se utiliza exactamente el mismo procedimiento de manipulación psicológica que con la amenaza del “cambio climático”: Se atribuye una futura catástrofe inminente, jamás probada (miles de millones de muertos por un nuevo virus) a un sólo factor, en este caso el contacto físico (en el caso del cambio climático, son las emisiones de carbono de la actividad diaria). Se infunde un terror obsesivo y desproporcionado enfocado en ese único factor, dejando de lado otros igualmente importantes, como podrían ser, para prevenir contagiarse de una enfermedad, mantener un sistema inmune alto, medidas preventivas de salud, buena alimentación (que se dificulta con una economía en recesión), bienestar anímico, desarrollar tratamientos, etc. Luego se avanza de manera irracional sobre las cuestiones más básicas de la vida cotidiana teniendo a la vista siempre sólo el factor obsesivamente repetido por la propaganda, aunque esto haga que se exacerben todos los demás factores que pueden contribuir al mismo mal. Finalmente, se asegura que para salir de la situación engorrosa que en realidad ha sido generada por las mismas medidas absurdas tomadas, hay una única solución, en este caso las vacunas de ARNm. De yapa, se demoniza a cualquier eventual crítico que discuta la pertinencia de alguna o todas las medidas inéditas tomadas con el mote “negacionista” (o “antivacunas”, “anticiencia”, etc).

Pero vamos, ¿a qué persona en sus cabales se le ocurriría encerrarse en su casa hasta que esté desarrollada una vacuna que puede tardar años, y encima para un virus de baja letalidad?
Estas operaciones de manipulación psicológica masiva que llevaron tan fácil e injustificadamente a la supresión de los derechos más elementales de la población, fueron demasiado delirantes y uniformes como para pensar que pudieron ser un simple error. Forman parte de un plan rigurosamente ejecutado con fines específicos, y es hora de dejar de cerrar los ojos ante la evidencia.

“La pandemia podría marcar el comienzo de una era de vigilancia sanitaria activa, que sería posible gracias a los teléfonos móviles inteligentes con sensor de localización, las cámaras de reconocimiento facial y otras tecnologías que identifican las fuentes de infección y rastrean la propagación de la enfermedad casi en tiempo real.” (Klaus Schwab, Covid-19: The Great Reset, p. 67). Si los países más poderosos del mundo, o fundaciones privadas multimillonarias, hubiesen fundado una autoridad militar supranacional que diese tales órdenes a la población de otros países, ignorando cualquier opinión de los altos mandos nacionales, nadie lo hubiese aceptado. Disfrazada la cosa como un tema de salud y la lucha contra un “enemigo invisible”, se ha aceptado cualquier absurdo. Sin disparar un tiro, manipulando la percepción y las palabras, mediante el dominio total de medios y gobiernos, se logró una acción de guerra contra la humanidad entera que fue aceptada pasivamente por todos. Se fundieron economías, se inyectó a toda la población con algo desconocido, con presiones y chantajes, y murieron personas innecesariamente sin que nadie levantase la voz. Es increíble pero es lo que ocurrió. Sí, el enemigo del que había que protegerse tan exageradamente era invisible, porque sólo existía en nuestras cabezas.

Puede parecer sorprendente que unos pocos manipulasen al mundo entero de esa manera. Realmente parece algo sacado de una película de Hollywood o un relato paranoico y pesimista de ciencia-ficción… Al menos que uno se percate, aunque sea de mala gana, de que ese control viene ocurriendo de forma creciente ya desde hace mucho tiempo. El mejor ejemplo es el funcionamiento mismo del sistema bancario, su apropiación de las ganancias del trabajo gracias a su capacidad de imprimir billetes y de multiplicar el interés, y su control del comercio internacional mediante el dólar, que es lo que en última instancia ha llevado a que unos pocos fondos de inversión controlen la mayoría de las grandes compañías y medios de comunicación del mundo. Nadie osa cuestionar ello y siquiera señalarlo, aunque está a la vista de todos y lo ha estado durante decenios. ¿De qué extrañarse entonces, de que a esta altura un pequeño grupo ligado a esos fondos, en alianza con ámbitos militares, tenga la capacidad de controlar todo?

Para realizar algo como la “operación Covid” es completamente necesaria la operación simultánea de Organismos Internacionales con capacidad de dictar políticas a todos los países del mundo, grandes corporaciones encargadas de financiar y dirigir la actividad científica, y agentes informales de esa Agenda dispersos en puestos clave, y esa situación se condice con la del mundo actual. Aunque la demostración completa de qué ocurrió realmente durante la “pandemia” excede el objetivo del presente artículo, creemos haber dicho lo suficiente como para al menos movilizar al lector a reflexionar.


(1) Véase, entre otros, Mario Borini: Estadísticas del COVID 19: los datos oficiales van por un lado y la realidad por otro (URL: https://drive.google.com/file/d/1ftr3bJ68dKnudGCwEVuUpLQlVKG3Erd5/view). Especialmente sobre el uso de barbijos, Jefferson, T: Intervenciones físicas para interrumpir o reducir la propagación de los virus respiratorios (2023) (URL: https://www.cochranelibrary.com/content?templateType=full&urlTitle=%2Fcdsr%2Fdoi%2F10.1002%2F14651858.CD006207.pub6&doi=10.1002%2F14651858.CD006207.pub6&type=cdsr&contentLanguage=es&fbclid=IwAR2XKG1JbY7tTmU7ve47qA3GBIxUHnXpeE0iTOwqS8nl_6e3Fy1_vqvNdyo). La falta de correlación entre dureza de cuarentenas y contagios puede notarse a simple vista usando el buscador Google, que ofrece la curva de contagios Covid en cada país. La misma comparación puede hacerse entre países o estados de los EEUU donde el barbijo fue obligatorio, y aquellos donde no. Sobre vacunas y su relación con contagios y muertes, ver: Kyle A. Beattie: Análisis del impacto causal bayesiano mundial de la administración de vacunas en muertes y casos asociados con COVID-19: un análisis de BigData de 145 países (URL: https://vector-news.github.io/editorials/CausalAnalysisReport_html.html)

(2) Alejandro Pagés: El nuevo paradigma de bioseguridad. El Foro de Davos, DARPA y las plataformas de ARNm, en Kontrainfo, 24/4/2022.

(3) Alejandro Pagés: Ibidem.

(4) Curiosamente lo mismo puede decirse del informático Neil Ferguson, cuyos trabajos muy dudosos fueron toda la base utilizada para imponer las cuarentenas en el Reino Unido y luego en el resto del mundo. Ferguson trabajaba para el Banco Mundial, y ya se había equivocado groseramente anunciando catástrofes cuando surgieron la gripe A, la gripe porcina y el Mal de la Vaca Loca.

(5) Por supuesto, habría que preguntarse muchas más cosas, como por qué muchos convivientes de un enfermo no se contagiaban si el virus era tan excepcionalmente contagioso que obligaba a todo el mundo a andar con barbijos en la calle, o cuál era realmente la gravedad de la enfermedad para menores de 70 años, la cual sin duda era estadísticamente bajísima en relación a las medidas extremas tomadas.
Parece incluso, por algunas investigaciones muy recientes, que se debe abandonar la idea de contagio viral al menos para las enfermedades respiratorias, e incluso se está poniendo en duda el mismo concepto de virus como agente externo, ganando terreno la idea de que los virus son exosomas producidos por las mismas células ante un estado de contaminación o desequilibrio del organismo. Pero ese tema nos supera y no es indispensable, por el momento, para fundamentar nuestra argumentación.

(6) PANDA. Pandemics, data & analytics. https://app.powerbi.com/view?r=eyJrIjoiMGVjYjhkMjMtMzhjMy00OWRkLWJlNWItNjM0NzI0NjhiNTlkIiwidCI6IjlkZWYwNTBlLTExMDUtNDk1ZC1iNzUzLWRhOGRiZTc5MGVmNyJ9

(7) Vease por ejemplo: “Enfermedad por Covid-19. Guía para la certificación médica de las causas de muerte”, del Ministerio de Salud de la Nación (https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/certifdef_covid19_cace_1.pdf). Los ejemplos dados son descarados, por ejemplo un “paciente de 68 años diabético insulinodependiente desde los 54 años, con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) de 8 años de evolución y enfermedad de arterias coronarias” que da positivo en el test debe anotarse como muerto por Covid. Pero los ejemplos están copiados de la guía de la PAHO (que ya han levantado de la web), que incluía otros peores, como anotar como muerto por Covid a un enfermo terminal de HIV o a una mujer embarazada que murió en el parto, si el test da positivo.

(8) Agregemos a esto que el crecimiento de casos de Covid (generalmente no muy graves) posteriores a la vacunación, que se dio en 2021 y 2022, puede haber sido en realidad en casi todos los casos efectos “no deseados” de las mismas vacunas, cuyos síntomas son de hecho oficialmente indistinguibles del Covid. La correlación entre aumento de vacunación y aumento de casos es evidente en la mayoría de los países.

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