Las condiciones del pensar sobre la crisis. Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas maneras,
lo que importa es transformarlo.
-Carlos Marx

Las líneas que siguen son sólo un intento de colocar la problemática que propongo dentro de un marco histórico más abarcador, con la intensión de aclarar y aclararnos las dificultades que el tema presenta, desde la perspectiva que voy a abordarlo. Creo que la habitualidad, la ligereza, la liviandad, con la cual se maneja la palabra crisis ha logrado quitarle todo dramatismo. Una de las razones posibles de ello es la pérdida de la sensibilidad fraternal que el lenguaje de la comunicación pública; esta ha ido perdiendo profundidad y sentimientos (si es que alguna vez  tuvo algo de esto), sobre todo en el manejo periodístico de los temas cotidianos, fundamentalmente por la tendencia mercantilizadora en el manejo de la información.

Gran parte de nosotros hemos sido arrastrados por esas tendencias, que fueron configurando las características que este presente abrumador nos impone. Por ello, por la pérdida de comprensión de la peligrosa dimensión que hoy ha llegado a tener, creo justificada mi pretensión de tomar distancia, de abrir el ángulo de la mirada, profundizar la indagación, radicalizar las preguntas, proyectarlas hacia un horizonte más abarcador, pero al mismo tiempo más esperanzador, sin por ello perder la conciencia de nuestras propias limitaciones. Sin embargo, nuestras limitaciones no deben presentarse como una excusa para no emprender esta tarea. Este abordaje, en la medida que profundice nuestra comprensión del tema, nos hará sentir la necesidad y la obligación de incorporar a todas aquellas personas cercanas que puedan agregarse en esta investigación.

Las condiciones del pensar sobre la crisis

El pensar la crisis aparece engañosamente, en una primera aproximación, como una problemática que ofrece aristas bastantes claras. Si bien es difícil desconocer la multiplicidad de factores que concurren a ella, se produce en la mente de quien comienza esta tarea una especie de claridad que convence respecto de saber de qué se trata. Puede no tenerse un diagnóstico preciso, pero hay una especie de intuición que coloca el tema dentro de marcos aparentemente accesibles. Sin embargo, esta primera aproximación exige pensar previamente sobre algunos requisitos, no siempre expuestos, menos aún explícitos y que, por tanto se ocultan, ocultando por la misma razón los fundamentos que los sostienen ante la mirada de quien se propone ese pensar.

La tarea intelectual de quienes emprendamos este camino está abonada, enriquecida, pero también condicionada, por la historia de nuestra formación. Es decir, por la estructuración mental que nuestras lecturas, nuestras investigaciones, nuestras reflexiones, que han formado parte de lo que hoy somos, hacemos y pensamos. Se impone la necesidad de reflexionar sobre las peculiaridades que ese aprendizaje nos ha aportado, los sustentos ideológicos que se fueron estructurando, en tanto personas que hemos sido educadas dentro de nuestro sistema institucional.

El conjunto de las instituciones dentro de las cuales hemos ido creciendo están estrechamente ligadas, como no podía ser de otro modo, al proyecto político-cultural de la sociedad a la cual pertenecemos. Hacer referencia a este fenómeno nos coloca en camino de preguntarnos por esos condicionamientos y sus resultados, como paso previo hacia el esclarecimiento, lo más radical posible, del tema planteado.

Nuestros saberes son siempre saberes sobre algo ya determinado a partir de condiciones preestablecidas. Y la pregunta contiene, de algún modo, la respuesta porque abre un campo dentro del cual ésta ya se encuentra instalada. Podría decirse, provocativamente, que sabemos lo que se debe saber dentro de posibilidades socialmente abiertas. Esto no debe ser interpretado como un corset rígido sino como una marco de referencia que todos tenemos, asumimos, más o menos conscientemente, y sin el cual no habría posibilidad de madurar intelectualmente. En la medida de que ese corset sea un tema de nuestra indagación sabremos más de él y podremos adecuarlo críticamente a nuestra necesidades de ser libres; sin olvidar la relatividad de este concepto.

Nuestra formación (escolar, de grado, postgrado y profesional, institucionalizada o no) está atada a prácticas caracterizadas por la lectura de ciertos y determinados textos, artículos, ponencias, etc., sobre los que se avanza en el análisis, la crítica, la comprensión y discusión de los temas establecidos. Son preguntas y respuestas epocales que atraviesan institucionalmente los saberes. Equivale a decir, giran en torno a temas y propuestas que los investigadores y tratadistas han ofrecido respecto de los problemas que intentamos pensar. Esos problemas, nos preceden como ya instalados, están planteados desde un modo de abordar la realidad, impuesto por el marco mayor de las prescripciones generales del pensamiento occidental moderno [[1]], el carácter cultural dentro del cual discurre el espíritu moderno.

Espíritu, cultura, tradición, saber, debemos tomarlos como maneras de hacer referencia al trasfondo, que define con trazos muy generales, nuestra individualidad como pueblo en el vasto y muy complejo mundo de la presencia de los pueblos. Nuestra condición de modernos occidentales, sobre todo en los dos últimos siglos, define un marco de ideas que se sostienen en algunas ideas madres: la Razón como condición de todo saber, entendiendo Razón como un sistema ordenado, sistematizado que nos permite acceder a un conocimiento superior: la ciencia. La condición de este saber exige la verificación de los resultados de toda investigación.

Este concepto supone “una comprobación o ratificación de la autenticidad o verdad de una algo”. Es decir, es un procedimiento sólo aplicable a determinados objetos y en ciertas condiciones. Por lo tanto es aplicable a algunos casos, equivale a decir no es universalizable: por ejemplo el amor, el arte, los procesos políticos, en ánimo colectivo, etc. Esto es nos ofrece un buen resultado, cierto, necesario, utilizable, de una parte de lo que denominamos realidad.  Pero, respecto del resto de esa realidad, podría decirse la parte en la que desenvuelve la vida de la mayor parte de nosotros, no es posible someterla a esa verificación. Dije antes que no es universalizable, como consecuencia de ello es un saber de partes determinadas: fragmentos de esa realidad, un saber fragmentario.

Ahora podemos centrarnos en uno de los problemas importantes de nuestra cultura moderna: nos educan como seres racionales pero esa racionalidad fuertemente sesgada por el saber científico no es aplicable a cuestiones tan serias, graves y profundas de nuestras vidas.  Esto nos coloca ante una realidad totalizada pero sólo abordable por fragmentos. parcelada, con cosmovisiones particulares y metodologías acordes, que nos habilitan para ese abordaje. Todo otro intento corre el grave riesgo de ser mal visto o desacreditado por la mirada de los sacerdotes de las disciplinas específicas. Este modo del pensar ha impuesto una disociación entre el ser y el deber ser del hombre, a imagen y semejanza de la ciencia moderna.

Los problemas que nos presenta nuestra cultura, en una etapa de gran desgaste, en la cual las columnas fundamentales de la vida humana se van agrietando peligrosamente, es de carencias de instrumental y de metodología. Si ha quedado claro lo anterior nos quedan las preguntas más importantes. Estas intentaré abordarlas en una próxima nota.

[1] Sobre el tema puede consultarse un trabajo mío en la página www.ricardovicentelopez.com.ar El marco cultural del pensamiento político moderno.

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