Por Ricardo Vicente López
Terminada la Primera Guerra Mundial (noviembre de 1918), la estructura del escenario político internacional se había modificado. Para las apetencias del establishment estadounidense tenían el campo abierto para erigirse en un actor importante, porque el Imperio británico empezaba a mostrar signos de debilidad.
Aunque el Reino Unido emergió como uno de los vencedores de la guerra los elevados costos que le demandó minaron su capacidad financiera para mantener aquel vasto imperio. Los británicos habían sufrido miles de bajas y liquidado sus recursos financieros a un ritmo alarmante, que condujo al aumento de la deuda interna y externa. La élite de los EEUU se consideraba beneficiaria, con derechos legítimos, para reclamar esa herencia. Ellos fueron parte de los aliados. El Presidente Woodrow Wilson, por diversas razones, demoró su participación hasta abril de 1917, un año antes de su final. Dijo en su discurso de la Declaración de guerra al Imperio alemán: “El mundo debe ponerse a salvo para la democracia. No tenemos fines egoístas que servir. No queremos conquistar ni dominar”. Ello le dio derecho al presidente a convertirse en una de las voces más importantes en las discusiones del Tratado de Versalles en junio de 1919 que cerraba el conflicto.
Entre las novedades que aparecían en el escenario internacional, una de ellas, de poca importancia en sus comienzos, fue el triunfo de la Revolución socialista en la Rusia zarista. Su presencia, muy difícil da calificar en esos primeros años, mostró una utilización de los grandes diarios los EEUU para diseñar el “peligro de un enemigo externo”.
Después de lo dicho antes, puede sorprender saber que Walter Lippmann, junto con Charles Merz[1] (1874-1940), llevaron adelante una importante investigación sobre los problemas que presentaba el periodismo de su tiempo: la mala información, las inexactitudes, los errores que sesgan la noticia y otros tantos problemas que caracterizaban la forma en que los periódicos informaban. Se concentraron en la cobertura que el The New York Times había realizado de la revolución bolchevique, que fue titulada A Test of the News (La noticia puesta a prueba). Salió publicada como suplemento de la revista La Nueva República en agosto de 1920.
Preste especial atención a su denuncia, amigo lector. Demostró que la cobertura del Times no fue ni imparcial ni exacta. La conclusión afirmó:
Las noticias del periódico no estaban basadas en hechos reales, sino que fueron “tergiversadas por la mirada sesgada de los hombres que seleccionaron y publicaron esas noticias”: eventos que no sucedieron, atrocidades que nunca se llevaron a cabo, e informaron por lo no menos noventa situaciones en las que el régimen bolchevique estaba al borde del colapso. “La noticia fue que Rusia fue un caso para ver lo que no era, pero que esos hombres necesitaban mostrar“.
Lippmann denunciaba la tendencia de los periodistas a generalizar en sus informaciones basándose en ideas pre-fijadas –pre-juicios−. Argumentaba que todos nosotros, incluidos los periodistas, están más dispuestos a creer las imágenes mentales preexistentes (the pictures in their heads) que a llegar a un juicio por el pensamiento crítico. Sostuvo que, como humanos, retenemos las ideas en ciertas imágenes subconscientes– para aquella época la predominante fue el anticomunismo−.
Además, el periodismo, a principios del siglo XX fue convertido en mass media −medio de comunicación de masas−, un instrumento fundamental para el control de públicos, por lo cual no fue un método efectivo para educar al gran público. Afirmaba que la masa del público lector no está interesada en aprender ni a asimilar los resultados de una importante investigación como la que habían realizado:
“Los ciudadanos están demasiado centrados en sí mismos como para preocuparse de los asuntos públicos y políticos, excepto para presionar en asuntos locales”.
Había llegado a la conclusión que los ideales democráticos se habían deteriorado; que los votantes eran esencialmente ignorantes sobre las políticas y los temas de debate público; que carecían de competencia para participar en la vida pública y que se preocupaban bien poco de participar en el proceso político. A pesar de ser periodista no dejaba de decir que:
No se puede considerar sinónimos la verdad y la noticia. La función de la noticia es señalar un hecho, la función de la verdad es traer a la luz los hechos ocultos, ponerlos en relación uno con otro, y hacer un cuadro de la realidad sobre el que los hombres puedan actuar. La versión de la verdad de un periodista es subjetiva y limitada, resultado de cómo él construye su realidad. Las noticias, por lo tanto, son registradas imperfectamente y son demasiado frágiles para soportar la carga de ser un órgano de democracia directa.
Quiero subrayar que, si aparecen contradicciones en su pensamiento: éstas son la consecuencia de sus dos vocaciones. Ser un liberal que defiende la democracia y ser un periodista que no puede ocultar la realidad del público estadounidense al que se dirigía.
Lippmann publicó un libro en 1922 Public Opinion (La opinión pública), que se utiliza todavía hoy en las Facultades de Periodismo de Occidente. En él escribió que la estabilidad de los gobiernos que se alcanzó en el siglo XIX quedó amenazada por la realidad política posterior que culminó en la I Guerra Mundial. El problema básico de la democracia del siglo XX fue la exactitud de las noticias y la protección de las fuentes. Sostuvo que la información distorsionada es inherente a la mente humana (la subjetividad). Se puede ver como la gente toma decisiones antes de definir los hechos. Lo ideal sería reunir y analizarlos antes de llegar a conclusiones. Ese modo es común a la gente y a los periodistas. Sería deseable, entonces, sanear la información contaminada analizándola previamente.
Una conclusión inmediata a semejante afirmación, expresada sin escrúpulos, es que dada la distancia entre una élite dirigente: preparada, entrenada e inteligente, respecto de la masa ignorante, obligaba a adoptar algunas medidas para hacer viable la gobernabilidad. Lo enunciaba con su lenguaje sin engaños:
Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo [el público de EEUU]; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política, los responsables de tomar decisiones, tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tienen que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Los individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo −la comunidad financiera y empresarial− y para ellos trabajamos.
Presenta una especie de estratificación cultural, como diagnóstico social de esa época. Se la puede sintetizar así: el pueblo estadounidense está sumergido en una cotidianeidad asfixiante, y una gran falta de interés; los miembros de la élite no están al nivel del compromiso y de la formación necesaria. Por esta razón hace falta un programa de educación para ambos niveles de la sociedad. Este debate debería asumir lo que Lippmann plantea con estas palabras, que trasuntan cierta amargura. Lo que dice muestra una faceta de su personalidad que permite calificarlo como un liberal convencido:
Hoy [1925] el ciudadano de a pie se siente como un espectador sordo sentado en la fila del fondo. En este nuevo escenario político ya no se plantea remediar esta incapacidad del público. Al contrario, lo urgente es desmontar el mito ilustrado-liberal del ciudadano omni-competente, capaz de decidir con racionalidad sobre cualquier asunto. Ese ciudadano no existe hoy, es un mito que puede hacer mucho daño en una sociedad democrática compleja. Es necesario trabajar para superar este estado de cosas.
El nuevo escenario al que hace referencia es el que aparece como resultado de la conformación de una sociedad de masas. Este cambio revolucionario de la sociedad tradicional, que vivía en una relación cara-a-cara con sus vecinos y la mayor parte de las noticias eran locales. Por ello afirma:
El público estático de las comunidades locales, en el que implícitamente se basaba la concepción de la opinión pública y la política liberal, se ha desintegrado bajo las condiciones de la vida contemporánea.
Está advirtiendo que la teorización sobre el funcionamiento de la información se ha basado en un pasado idílico, idealizado, en el cual los medios se limitaban al periódico del pueblo, o de la provincia, en el cual de hablaba de la vida cotidiana. Por ello nos dice que es necesario: «desmontar el mito ilustrado-liberal del ciudadano omni-competente». Es decir, asumir el estado de ignorancia del público. Esto merece una continuación.
[1] Fue un británico ingeniero eléctrico, recibió la Medalla Faraday en 1931 y fue galardonado con un honorario D. Sc por la Universidad de Durham en 1932.
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