La resistencia cultural ante el reseteo progre-liberal – Por Cristian Taborda

Por Cristian Taborda

El escritor e historiador Aldo Duzdevich publicó el domingo pasado un artículo titulado: “El hombre que estuvo a punto de matar a Perón y el inútil intento de suprimir los símbolos justicialistas: la Resistencia Cultural”. En un ameno recorrido histórico y descriptivo narra una serie de eventos que marcaron la Resistencia Peronista, aportando las fuentes que dan fe y respaldan la veracidad de los acontecimientos. Pero el lúcido artículo, de gran valor historiográfico, tiene una importancia de suma trascendencia que radica no en el pasado, sino en el presente. Al final de cuentas, como decía Arturo Jauretche: “la política es la historia del presente y la historia es la política de épocas pasadas”. La relación entre historia y política es inseparable y hay un hilo conductor que une al pasado con el presente: la cultura.

Destruir la cultura, borrar la memoria

Hoy, asistimos no sólo a un pretendido deconstruccionismo antropológico e histórico, que pretende construir un Hombre nuevo y borrar la historia, sino, por sobre todo, a una deconstrucción cultural, a un ataque deliberado y directo a la cultura que es el espíritu del pueblo. Un ataque desde los medios de comunicación y la hegemonía progre liberal que intenta “deconstruir”, es decir, destruir, las identidades, las costumbres, la religión, la familia, el idioma, todo lo que le da un sentido de pertenencia y trascendencia al Hombre. El esfuerzo por borrar el pasado o reinventar la historia es indispensable para poder controlar el futuro, y también el presente, una práctica tan sutil como totalitaria: “Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”. Un pueblo que no reconoce su pasado no tiene futuro; un pueblo sin pasado es un pueblo sin identidad; un pueblo sin identidad es un pueblo sin cultura; un pueblo sin cultura no es un pueblo libre, es un pueblo esclavo. Y sólo los hombres libres pueden hacer auténtica historia, como alguna vez escribió Jünger.

Esto no es nuevo, como bien describe Duzdevich en su artículo, ya se practicó con el Decreto 4161/56, desde la proscripción política a la cancelación simbólica, el intento de borrar la memoria no tuvo éxito, al poder se le opuso la resistencia. Bajo nuevas formas y con nuevos métodos ahora es la clase política la que procede a la proscripción del pueblo y a la cancelación de la cultura nacional, con la imposición de un consenso socialdemócrata entre “TODOS-JUNTOS” que tiene como objetivo consolidar la hegemonía liberal progresista, queriendo colonizar las mentes de forma pedagógica y borrar toda expresión que represente al pueblo y la defensa del interés nacional. El fin es borrar a Perón, la Doctrina Nacional, sus símbolos, la historia, bajo modas cosmopolitas adoptando agendas globales, lograr un peronismo deconstruido, políticamente correcto de minorías para minorías. Disfrazado de colores con el ropaje progresista. Un “peronismo” alejado de los trabajadores y a la medida del poder, domesticado bajo los lineamientos de las grandes potencias o del Foro Económico Mundial de Davos.

La desaparición del Movimiento

El peronismo se ha caracterizado no por ser un partido sino un Movimiento político que recoge la tradición y el espíritu de liberación de San Martín y Rosas, pero esto ha ido desapareciendo al punto de ser reemplazado por la idea de un supuesto “campo nacional y popular”, y peor aún, en un reduccionismo a prácticas meramente partidarias y burocráticas de una minoría sectaria. Hoy ese movimiento ha desaparecido, al menos en la superficie.

No hay diferencia alguna entre un “campo popular” o un “campo republicano” como por el que brega desde su línea editorial el ex diario de doctrina La Nación, ambos son pretendidas construcciones sociológicas por causas imaginarias, esto también muestra la degradación intelectual en las filas del enemigo.

Al “campo nacional y popular” devenido campo progre-liberal sólo se le puede presentar resistencia bajo un Movimiento, no desde otro “campo”. Un Movimiento nacional es antagónico a un “campo popular”, que sólo representa una facción del pueblo en el presente, al contrario, un Movimiento nacional expresa a las fuerzas vivas de la Patria y sus intereses permanentes, a la cultura y espíritu del pueblo.

La idea de “campo nacional y popular” es otra de las zonceras posmodernas, instalada por el progresismo y asimilada por el peronismo. El “campo”, como concepto sociológico, es introducido por la “intelligentsia” de izquierda, mediante la sociología de Pierre Bourdieu, más precisamente por Juan Carlos Portantiero, sociólogo, integrante del Partido Comunista en su juventud, luego asesor de Raúl Alfonsin quien tuvo el mítico intento fallido de construir un “Tercer movimiento histórico” (que de movimiento tenía poco y de histórico nada), bajo las premisas de la nueva izquierda progresista.

Este “campo” es estático, homogéneo y transversal. No tiene una conducción, es descentralizado, una instrumentalización mecánica de relaciones sociales. A diferencia, un “Movimiento” no es estático tiene una dinámica, por ello asume la diferencia, y es vertical. Un movimiento tiene una conducción y se expresa orgánicamente, como en un cuerpo cada parte cumple una función en el todo, que es más que la suma de las partes. El “campo nacional y popular” es una construcción social, de relaciones sociales y simbólicas, es un significante vacío. El Movimiento es la expresión de un Ser nacional, de una realidad efectiva, de una historia. El campo es un espacio, el movimiento es tiempo, y el tiempo es superior al espacio.

La Resistencia cultural

No se trata de dar una “batalla cultural”, que pretende imponer un antagonismo sobre distintas construcciones narrativas desde arriba, que anteponen las ideas a la realidad, ya sea de ideología progresista o libertaria, sino de una resistencia cultural desde abajo en defensa de nuestra cultura, nuestra historia y nuestros valores ante el avance del reseteo progre-liberal que pretende hacerlos desaparecer, como buenos herederos de una revolución burguesa, en nombre del progreso y bajo “la furia de la destrucción” (hoy con el
amable nombre de deconstrucción) barriendo todo resto anterior, para luego sobre las ruinas construir una “nueva sociedad” libre de todo arraigo.

Este reseteo no sólo es un reseteo social, o reseteo económico, sino sobre todo un reseteo de la memoria, reiniciar la mente a modo de que no queden rastros de lo que consideran un “crimen mental”, como lo consideraba Aramburu. Esos crímenes son persistir en un proyecto para una Patria justa, libre y soberana, que el reseteo desea reemplazar por la construcción de una “sociedad inclusiva, igualitaria y diversa”.

Una vez más, frente a los medios de comunicación cooptados por el establishment financiero, las universidades cooptadas por ideologías foráneas y las estructuras partidarias por “déspotas, antipatriotas y canallas politicastros vendidos por cuatro chauchas al extranjero” como dijera Eva Perón, la resistencia debe comenzar por la familia y las células básicas de la sociedad, con los más próximos, en un barajar y dar de nuevo, porque sólo allí se encuentran los valores permanentes y las fuerzas vivas de la Patria, es lo único que permanece en estos tiempos líquidos y a lo que teme el mundo posmoderno, por ello intenta
darle un Great Reset (Gran reinicio).

“El mundo nuevo ya no va a temer sino a los valores del espíritu que son los únicos
permanentes”. Juan Domingo Perón. La Hora de los Pueblos.

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