Por Mariano A. Barrera *
Los análisis de los criterios que utilizan las clases medias para decidir su voto no son nada sencillos. Esto promueve un saludable debate sobre esos tipos de comportamiento. Leer y pensar es un buen ejercicio de la democracia.
Hace unos días se publicó en este diario un artículo que tenía como objetivo correr el eje de la discusión de la supuesta “irracionalidad material” de la clase media que votó a Mauricio Macri –al elegir a su “verdugo”-, argumentando que ese votante posee una “racionalidad simbólica” –separarse de los sectores populares– y está dispuesto a pagar las consecuencias de sus actos. El argumento central de la nota se puede encontrar en su final: “Dejemos de esperar que ‘dejen de votarlos cuando se den cuenta de que no pueden pagar la luz’. Porque esa factura impagable es el precio que muchos pagan, voluntariamente, por mantenerse a salvo del otro. Por mantenerse, en suma, con los pobres bien lejos”.
Si bien la nota es relevante en alertar sobre un punto central del macrismo, haber podido interpelar desde lo simbólico las aspiraciones de ciertos sectores de “la clase media”, es preciso desanudar un poco más algunos elementos para tratar de comprender –inacabadamente, desde ya– su triunfo en 2015 y 2017.
(No tan) recientes investigaciones dieron cuenta de que no es posible segmentar a la clase media, aquella que llegó a representar a dos tercios de la población en la Argentina, únicamente por sus ingresos, en la medida en que ésta también incluye elementos asociados al “capital social”. De este modo, no es cierto que se pueda hablar de la clase media como una categoría “homogénea” ni en lo ideológico ni en lo material. Amplios sectores de la clase media se pronunciaron en favor del macrismo, quizá para distanciarse de los sectores populares –pero no sólo por eso–, pero también la clase media es parte de la base social del kirchnerismo. A su vez, su composición no es homogénea en ingresos: existe clase media “alta”, “media” y “baja”.
En este marco, los aumentos de los servicios públicos tienen impacto dispar sobre “estas clases medias”: mientras que para el primer sector –integrado también por kirchneristas– los aumentos pueden afectar su ahorro; para los otros, si se eliminan completamente los subsidios a los servicios públicos, los incrementos pueden pauperizar sus ingresos impidiendo que, por ejemplo, sus hijos asistan a colegios privados, lo que dificultaría su apoyo al gobierno, aun de aquellos que lo votaron.
Pero lo más relevante a tener en cuenta es que esta cuestión simbólica y aspiracional que puede encontrarse en la “clase media” también anida en parte de los sectores populares que tildan de “vagos” a quienes reciben el “plan”, que los hace distanciarse, en lo discursivo, de sus pares. Además, vale recordar que en la Ciudad de Buenos Aires el macrismo ganó en todas las comunas, por lo que obtuvo el voto de todos los sectores sociales, algo que habría que analizar con más detalle en el resto del país.
Asumir que el problema es “la clase media” por ser un actor social intrínsecamente reaccionario impide avanzar en la búsqueda de las posibles causas que permitan explicar por qué ciertos sectores que en 2011 votaron abrumadoramente por Cristina Kirchner, en las últimas elecciones se volcaron por Macri (vale recordar que en 2015 por la mínima diferencia).
Los elementos simbólicos y aspiracionales que el macrismo supo movilizar como pocas veces sucedió en la Argentina reciente se “montan” sobre un escenario económico en el que las significativas mejoras generadas desde 2003 comenzaron a detenerse desde 2011. Es decir, a la “racionalidad simbólica” para explicar el fenómeno se le podría agregar una “racionalidad material estructural”. En el marco de la crisis internacional, la economía inició un proceso de ralentización del Producto Bruto Interno como resultado de la emergencia de la restricción externa, que explica los límites a la compra de divisas y la intensificación de la puja distributiva con consecuencias negativas para los salarios –producto de la elevada inflación– que se mantuvieron relativamente estancados, con leves mejoras hasta 2015, al igual que la precarización laboral (que afectaba a un tercio de la población) y la pobreza e indigencia. Sólo por mencionar algunos elementos centrales.
No caben dudas de que el macrismo supo interpelar a un conjunto amplio de la sociedad a través de una lectura acertada de la opinión pública –ayudado por los grandes medios de comunicación–. En lo discursivo, el Macri de 2015 estaba lejos de aquél que en 2002 señaló que “los cartoneros tienen una actitud delictiva porque se roban la basura”. Y en ese punto radica el principal poder simbólico y de persuasión del macrismo. Pero no se puede desconocer que las dificultades económicas que impidieron seguir mejorando el nivel de vida promedio de la sociedad fueron un caldo de cultivo para que cierta porción del electorado sensible a los medios, cambiara drásticamente su voto. Quizá esto contribuya a entender, en parte, por qué luego del amplio triunfo del kirchnerismo en 2011, las siguientes elecciones las ganó la derecha del país.
* Mariano A. Barrera – Licenciado en Ciencia Política (UBA), Magíster en Economía Política con Mención en Economía Argentina y Doctor en Ciencias Sociales; Profesor e Investigador del Área de Economía y Tecnología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO); Investigador asistente del CONICET.
Fuente: www.pagina12.com.ar – 13-2-18
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