Por Jessica Lillia*
En la Argentina existen dos sectores políticos predominantes que han pactado desde hace años el asegurarse la alternancia de poder en el Estado y para que esto funcione sus votantes deben comprar el cuento de que existen “dos partidos representantes” y esto se logró, principalmente, con la construcción de lo que los medios de comunicación ayudaron a instalar: “la grieta”. Esta no es más que otro negocio que beneficia únicamente a dichos sectores de la política nacional. Es una práctica antigua y utilizada por diferentes esferas de poder en todo el mundo, un método de división de una comunidad o grupo por excelencia. Sí, los únicos beneficiados siempre son los mismos: quienes acumulan poder y riquezas materiales.
Lo que provoca la grieta es la exacerbación del odio, un sentimiento que no solamente nace porque alguien nos hizo daño, sea real o imaginario, sino que también es agitado por otros actores que necesitan que la división sea cada vez más virulenta. El odio es dañino cuando no nos permite ver al otro como miembro de una comunidad de la que también formamos parte, entonces nos peleamos prácticamente con nosotros mismos, creyendo en que el otro es un enemigo. Pero la mayoría de las veces no lo es.
Y como bien lo definió el Gallego Álvarez, “enemigo significa únicamente aquel que no permite que yo viva, y nada más. Mi enemigo no es el que piensa de otra forma, el que tiene otra fe, el que tiene otro color de piel, el que es rico o el que es pobre, sino simplemente y únicamente, aquel que no permite que yo exista”.
Sabemos que ningún ser humano está exento de sentir odio, pero este puede ser lo que nos impulse a defender a nuestra familia de alguien que atenta contra ella, como así también a defender nuestra patria como sucedió por ejemplo en la Guerra de Malvinas. La clave podría estar en admitir que se siente odio e identificar hacia dónde va toda esa energía y, además, si está puesta en el lugar correcto.
Pero volviendo al tema de “la grieta”, este método que divide a grupos y comunidades —en su mayoría por cuestiones ideológicas plantadas desde afuera y fortalecidas desde dentro— prende un poco en la opinión pública, sin embargo, el lazo de solidaridad de los argentinos es difícil de romper y esto se ve en situaciones extremas, como puede ser una catástrofe natural o en situaciones en la que los argentinos se unen a celebrar un acontecimiento como lo fue haber ganado la Copa Mundial en tres ocasiones, y la más reciente creo que es la que mejor expresa ese lazo solidario de comunidad que siente un mismo sentir.
Ahora bien, si nos detenemos a observar —así como una película que vimos y queremos recordar— lo que sucede en grupos más reducidos, como en la militancia política partidaria, veremos que desde muchos años la militancia —casi un su totalidad— y con la colaboración de la dirigencia política (militancia y dirigencia “progresistas” y “conservadoras” que actúan cual defensores acérrimos de sus creencias ideológicas con una clara bajada de línea desde sectores antipatria) dejó de lado la riqueza que se encuentra en el intercambio de ideas y se entregó a la deformación del pensamiento para recurrir a los insultos y demás formas destructivas que fueron in crescendo en más broncas sin sentido hasta convertirse en un odio abrasador que nunca promete traer nada bueno, y que la ha dejado con poca o nula capacidad de cuestionamiento o autocrítica a sus “líderes”, pero también ha perdido la capacidad de reconocerse parte de la comunidad toda, por más consignas que lancen. Y ni hablar de la incapacidad, por falta exclusivamente de formación, de analizar la política en otros niveles como lo es “la verdadera política, la política internacional”.
Pareciera que no nos damos cuenta de que nos quieren bien peleados, vecino con vecino, hermano con hermano. Y esto, ¿cómo ha de beneficiarnos, a nosotros como comunidad argentina toda (exceptuando a la dirigencia política y sectores de poder dominantes)?, por el contrario, nos hunde y solamente beneficia a quienes incentivan este caos. Por esto y los tiempos en que vivimos nos animo a meditar en nuestras acciones cotidianas para ver si somos más conciliadores y misericordiosos de lo que pensamos ser, con nosotros y con los demás. Y cuando digo “los demás” hablo de las personas más cercanas.
Nietzsche lanzó una pregunta reveladora para aquellos que intentan salir de la hipnosis en la que se nos mete cada día: “¿Qué dosis de verdad puede soportar un hombre?”. Y una posible respuesta podría ser: hasta dónde este decida o sea capaz de soportar.
Cada ser humano tiene su tiempo para poder comprender lo que sucede, tanto sea lo que se manifieste en su exterior como en su interior. Si bien en ese proceso de auto-conocimiento al que todos los seres humanos tenemos acceso, algunos se niegan a buscar la verdad, otros simplemente no la pueden ver y tantos otros la integran al punto de no poder escaparse nunca más a la comprensión de aquellas cosas que necesitan comprender.
Y, ¿comprender para qué? El para qué, que muchas veces es un misterio que pareciera tardar en revelarse, vendría a ser la explicación total, racional, pero más aún espiritual de la experiencia que se haya atravesado en un tiempo y espacio determinados. Sí, un tiempo que debió ser el indicado al igual que el espacio donde ocurre el hecho que siempre es significativo. Una explicación que pretende empujarnos a la liberación de cuantas mentiras irracionales nos inventamos para evitar conocernos a nosotros mismos y, en términos de Jung, identificar nuestras sombras para aceptarlas e integrarlas. Con el tiempo se aprende también que la verdad está en cada uno de nuestros corazones y la sentimos en el estómago. A veces la rechazamos y a veces la aceptamos sin que esto signifique resignarnos a que nuestra realidad sea inamovible sino más bien para impulsarnos a salir del letargo en que solemos caer. La manera en que vemos la realidad por medio de la verdad que ilumina nos permite hacer visibles las sombras que se proyectan en otras personas y en situaciones cotidianas que se presentan en este plano con el fin de entender quiénes somos y cuál es el propósito de nuestra existencia.
La verdad y la sombra son complementarias y opuestas. La verdad revela la sombra y al mismo tiempo la contiene.
Vemos así hoy cómo los rezagados del despertar nacional han sido fácilmente manipulados, y nos podemos permitir lanzar alguna hipótesis al respecto. Podríamos pensar en que a cuánto menos formación y conocimiento, sea en cuestiones terrenales como también en cuestiones filosóficas y espirituales, más vulnerables nos volvemos los seres humanos. Se insiste fuertemente —desde lo que se denomina comúnmente como “la clase dominante”— en hacernos perder la fe en nosotros mismos, en la Patria, en poder pensarnos como una Nación grande. Finalmente, dichos sujetos manipulados se rindieron ante las nuevas directrices del poder global, tanto por “derecha” como por “izquierda”.
En este sentido, Evita nos señaló en unos de sus tantos textos extraordinarios, precisamente en “La Razón de mi Vida”, que “cada uno de los hombres tiene una manera de ser de su inteligencia, que es distinta en todos. En unos actúa rápidamente, en otros es lenta”.
Cada uno ve las cosas según sea lo que quiere conocer en ellas. Yo siempre recuerdo aquel viejo refrán que dice: ‘las cosas son del color del cristal con que se miran'”. Y el cristal define el modo de ver, el cristal es cómo estamos formateados y formados al punto tal de no poder o no querer ver la realidad. Y miren si no es importante y determinante la formación y la búsqueda de la verdad, tareas que le son propias al ser humano, que definen el accionar de cada uno, lo que repercute en el grupo o comunidad.
Evita, nuestra Jefa Espiritual, dejó su legado —escrito y en hechos— que sigue siendo clave para comprender nuestro presente y proyectarnos un futuro distinto al actual, como así también para construir un camino que nos lleve a la liberación material y espiritual. Considero realmente que regresar a estas lecturas es una manera de instruirnos como también de alimentar nuestro espíritu revolucionario que, quizás un poco, se ha quedado dormido.
Regresar a un texto al igual que a un sueño que deseamos que se concrete, es posiblemente ese volver continuo que se resignifica cuando recordamos a aquella Nación y Pueblo grandes que supimos ser, pero también cuando somos conscientes de esa capacidad que es característica de los argentinos y que es hacer causa común en las situaciones más dramáticas que tuvimos que enfrentar. Regresar a esos lugares en los que fuimos inmensamente felices, son definitivamente un refugio para nuestras almas, almas que están algo abatidas por los tiempos que corren, pero no un refugio para quedarnos quietos sino para ser impelidos a hacer lo que tengamos que hacer para, por fin, ser los artífices de nuestro propio destino.
“Todo el pueblo sabe muy bien quién es el enemigo. De nuestro lado está la firmeza lograda en años de lucha, la claridad de la doctrina de Perón, el sacrificio de amor de Eva Perón, la esperanza y la fe de todo un pueblo.
(…) De nuestro lado está la Patria, están los símbolos patrios por encima de la pequeñez de quienes, con violencia, drogas, perjurio o prebendas, entregan al enemigo foráneo los valores que sus progenitores conquistaron con sacrificio durante una larga vida de trabajo”.
María Estela Martínez de Perón, Isabelita.
* Comunicadora en medios digitales, redactora en Kontrainfo.com
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