Por Facundo Martín Quiroga
En el marco de la Feria Regional del Libro de Zapala [6 al 8 de junio de 2024], Provincia del Neuquén, visitó la ciudad de Zapala el psicólogo y periodista Marcelo Valko, autor “de cabecera” de gran parte de la docencia de la Provincia, a la luz de la lectura de su libro “Pedagogía de la desmemoria. Crónicas y estrategia del genocidio invisible”, texto de gran circulación en la Formación Docente y parada obligada de la academia actual en lo que constituye la historiografía y la antropología. En especial, se presentó en la Feria para hablar de dos libros: “Los indios invisibles del Malón de la Paz. De la apoteosis al confinamiento, secuestro y destierro”, y “Esclavitud y afrodescendientes. Acerca del genocidio en América”.
Previamente a la presentación en la Feria, el autor, convocado por docentes del Instituto a quienes no dejamos de felicitar y reconocer, realizó una exposición en el ISFD N.º 13, en el cual me desempeño como Secretario de Extensión y Profesor de 1° y 4° Año desde hace más de diez años. Seguidamente, expusieron y brindaron una charla los investigadores Mercedes Lovato y Daniel Fernández, también en el marco de la Feria antedicha e invitados al Instituto por los mismos docentes, presentando el libro “Callfucurá y los asuntos de la Patria. Otra historia para ganarle al olvido”. Particularmente sobre la primera exposición, versará este texto.
Vaya un reconocimiento, previo a nuestra exposición, a los segundos invitados, que desarrollaron en toda su complejidad el tema que trataban, sin subestimar al oyente, con una documentación y contextualización envidiables, además problematizando las miradas asumiendo una posición no dominante (de hecho la llamaron, acertadamente, “tercera posición”, diferenciada de los relatos liberales y progresistas), pero también exponiendo los distintos marcos teóricos en torno a la lectura del componente indígena de la Nación Argentina que es abundante, complejo y diverso. Ahora sí, a lo nuestro.
La triangulación víctima – victimario – salvador en la lectura de la Historia
La exposición de Valko se basó (e intuimos, como psicólogo que es, debe saberla y aplicarla muy bien a todos los lugares a donde va a exponer sus ideas) en la lógica construida por una dinámica de la psicología que se suele usar en terapia de las relaciones: el juego de la víctima, el victimario y el salvador. Básicamente, es un triángulo vicioso de los vínculos en el que los implicados suelen, de acuerdo al contexto de conveniencia, ubicarse en estos roles, siguiendo la posición de poder que más se adecue a sus intereses. Esto, claro está, funciona si concebimos a las relaciones como básicamente conflictivas y de “dominación”, lugar común que es preferencia absoluta de las teorías deconstruccionistas (sea en la perspectiva de género, en el indigenismo, e incluso en el ambientalismo o los DDHH).
En este caso, la lógica es: los pueblos indígenas y afrodescendientes, víctimas absolutas; el europeo blanco (si es que eso existía, porque, que yo sepa, los españoles ya venían mestizados con, por ejemplo, moros y judíos), el victimario absoluto; sin distinción alguna… y el historiador, en este caso el propio Valko, como salvador, como el vindicador universal que viene a sembrar la palabra aleccionadora sobre los estudiantes y docentes. El tema es: ¿qué rol ocuparían éstos en su exposición? (digo “exposición” porque, con la premura que tenía para irse a presentar sus libros, no abrió el juego a preguntas). Considero que, de acuerdo al lenguaje utilizado por el expositor, éramos niños a aleccionar. Desarrollamos.
Toda la exposición de este periodista, estuvo marcada por un registro que es exactamente el opuesto al que debería utilizar alguien que estudia y difunde Historia. Vamos a mencionar algunos de sus recursos manipulatorios. En primer lugar, los constantes juegos melódicos de la voz como si estuviese entonando canciones infantiles (como cuando se refería a Julio Argentino Roca como “Juliiiiitoooo”), exagerando también los intervalos entre graves y agudos; también, la retórica de “pregunta y respuesta” del tipo: “¿y saben lo que pasó?” del Brujito de Gulubú; por otra parte, la selección tendenciosa de imágenes sacadas de contexto y direccionadas por su discurso para hacerlas encajar con el mensaje. También es muy frecuente la realización de paralelismos arbitrarios: ese recurso también deja entrever la intención del autor de quedar como un erudito simulando que se tiene un amplio dominio de la disciplina, que puede hacer Historia de manera transversal y diacrónica.
En relación a esto, básicamente se recurre a retirar la complejidad de los procesos históricos y meter en la cabeza de los jóvenes (y docentes, lo que me causó una repulsión enorme, parecía por momentos que nos trataba como imbéciles: ¿es necesario volver sobre el sambenito del Billiken y el Anteojito, con placas que vimos mil veces y sabemos lo que pueden significar?) que todo da igual, que todo es imperialismo, colonialismo, genocidio-genocidio-genocidio y no hace falta explorar más… todo con un registro de “palmadita en la espalda” del tipo “yo te vengo a contar la verdad y cómo la escuela, la Iglesia (el enemigo número uno de este señor), los gobiernos, todos, te han engañado…”
Es así como se teje en la mente de los auditorios esa lógica perversa que moviliza a pensar que todo lo que vino junto a la Conquista (incluso la creación del propio Estado nacional) es un “error que hay que reparar”… con la coronación, dicha por el propio autor, del “pedir perdón”, y el infaltable “desmonumentar a Roca”; lo que va en paralelo con las maniobras que, desde universidades y ONGs del mundo anglosajón se están desarrollando desde hace varios años a la luz de los muy bien financiados movimientos progresistas del tipo “Black Lives Matter” o “Me Too”: derribo de estatuas, quema de iglesias… siempre con el énfasis en el mundo católico, pero no en el protestante, lo que no es casualidad. Agregamos en relación a esto: el monumento a Cristóbal Colón, otrora ubicado frente a la Casa de Gobierno de la Nación, no fue regalado por ninguna autoridad “colonial” sino que fue un obsequio de la comunidad italiana en agradecimiento a la hospitalidad brindada por la sociedad argentina a los inmigrantes. Otra de las barbaridades que operan bajo pretextos ideológicos.
Por otra parte, y a nuestro juicio uno de los elementos más escandalosos que emerge como corolario de esta triangulación, es que termina infantilizando tanto a los propios indígenas como a los intérpretes de su historia. La idea de generar una imagen idealizada en la cual los “pueblos originarios” siempre fueron, moralmente, un bloque uniforme, revictimiza a los protagonistas de una historia compleja, que tuvo muy variadas formas de negociación con los personajes que ingresaban en el continente, sus propias divisiones de clases, y sus distintas formas de autoridad y de ejercicio del poder. Sólo aparecerá, en la imaginación de los intérpretes, la idea de la víctima perpetua, que no se equivoca nunca, al decir de Daniele Giglioli, alguien por el cual todos debemos veneración, independientemente de los contextos concretos en los que se haya desenvuelto la Historia.
Párrafo aparte para contar que muy poco o nada se dijo de lo que el autor llama “afrodescendientes”: palabra en rigor errónea para referirse a los negros, ya que una persona nacida en el norte del Magreb, por caso, también es afrodescendiente y no es negra, pero cualquier cosa es válida con tal de cumplir con la corrección política. Los esclavizados negros no llegan al continente como hombres libres en sus tierras, sino ya comercializados por musulmanes, o bien por negros de tribus enemigas. Y no los traen los españoles sino los portugueses, que median en el contrabando en alianza con los británicos (esa omisión, para lo que es nuestro contexto, es literalmente imperdonable). Pero, nuevamente, el recurso a la triangulación víctima-victimario-salvador para engañar a los oyentes. Por otro lado, y por haber conocido a los afroargentinos del tronco colonial, doy fe de que jamás se pretendería de parte de esta etnia orgullosamente nacional propender al discurso victimista que Valko, en su ignominia, les hace decir.
El rosario de imprudencias e incongruencias historiográficas
Vamos a retrotraernos al contexto teórico: lo que subyace en todo el relato de Valko y es absolutamente dominante en el sistema educativo provincial (y no precisamente porque haya sido determinado por la mayoría de los claustros docentes que ejercen su trabajo en Neuquén) es la perspectiva “decolonial”, cuyo origen es el Proyecto Modernidad-Colonialidad, encabezado por algunas figuras académicamente afincadas en el mundo anglosajón (Universidad de Duke, Berkeley, UCLA, Harvard) como Walter Mignolo, Catherine Walsh, Edgardo Lander, Ramón Grosfoguel, entre otros, influenciados fundamentalmente por el marco de la sociología (Aníbal Quijano, Orlando Fals Borda) y la filosofía (Enrique Dussel) latinoamericana entendidas como ciencias “de la liberación”, más la geopolítica de Immanuel Wallerstein y la “epistemología del sur” del jurista y sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, para ser sucintos.
Actualmente, y habiendo formado parte de los agentes reproductores de esta teoría durante años, me sigo preguntando cuál sería el aporte a la unidad del continente en términos emancipadores si se parte de semejante núcleo epistémico. ¿No saben acaso los discípulos “decoloniales” de semejantes maestros que no hay ninguna universidad del norte global que no opere a modo de brazo cultural de un imperio? ¿Nunca se preguntaron cuál es la función de dichas entidades, o por qué tanta premura en expandir este tipo de teorías por el continente? No nos vamos a extender sobre sus principios fundamentales porque se haría eterno, y además los hemos desarrollado en otros artículos, sobre todo los relativos al 12 de Octubre. Nos centraremos en uno de sus principales problemas: lo que llamo la carencia de una teoría de los imperios.
Para la perspectiva decolonial, siempre existió un continente “saqueado” por Europa, sin distinción. Permanentemente se busca ocultar la política y la historia real, de su tiempo, antes de la llegada de los españoles (no se puede hablar de Europa en esa época; ¿qué Europa llegó? ¿Los germanos, los húngaros, los suecos? No, no llega íntegramente toda Europa, primer error garrafal: lo que llega es la cristiandad greco-romano-hispana). No había masacres, no había sacrificios humanos ni antropofagia masiva, no había tiranos (no existían ni la guerra civil entre Atahualpa y Huáscar, ni las guerras floridas aztecas, auténticas orgías de sangre con los pueblos sometidos a Moctezuma, inéditas en toda la historia humana). En fin: un idílico paisaje de paz y armonía. Nada más alejado de la realidad. Hincar en esa zona, pone en profundos aprietos a los decoloniales, que no pueden salir del brete de tener que explicar cómo la mayoría de los pueblos sometidos a dichas dominaciones (muiscas, chachapoyas, chankas, huankas, cañaris, etc. en el caso del incanato; tlaxcaltecas, mixtecas, totonacas, otomíes, etc. contra los aztecas) se unieron a los conquistadores para luchar contra el opresor.
La carencia de una teoría de los imperios hace que cometan la imprudencia de meter a todas las civilizaciones que les convenga de(con)struir -siempre partiendo de Europa Católica Occidental, es más, prácticamente no hay otro anatema en toda su bibliografía- en el mismo saco del “imperialismo”. No pueden diferenciar la Europa greco-hispano-romana de la Europa anglo-germánica-protestante, no existieron para ellos ni la Paz de Westfalia ni los cismas contra Roma, ni mucho menos los conflictos entre el Imperio y la Iglesia al interior del Reino de las Españas que se desarrolló durante tres siglos.
Seguido de esto, y como consecuencia de la carencia ya mencionada, no pueden diferenciar la política imperial de los Habsburgo (los Austrias) y los Borbones, que fue contra la que realmente se construyen las independencias. Pero aún peor: trasladan dicha ignorancia a los estudiantes, que quedan sometidos a su discurso pensando que la Historia es esa, inexacta, bruta, imprudente. Entonces, como fatal consecuencia, y a pedido del bloque anglosajón, nos quitan nuestro Gótico, nuestro Renacimiento, nuestro Barroco, nuestro Siglo de Oro, incluso nuestra Ilustración. Cada vez menos estudiantes entienden que este continente participó de esa diáspora cultural magnífica, hoy presente en toda, toda nuestra herencia (musical, pictórica, escultórica, arquitectónica, literaria…).
Otro de los vicios favoritos de esta concepción de la Historia es la de privilegiar el relato en primera persona: la omnipresencia y omnipotencia de la “memoria”. Todo se cuenta buscando “sensibilizar” a los interlocutores para que hagan algo que es en realidad imposible: sufrir “con las víctimas”, “vivir” la Historia estando allí, en primera persona. El relato ficcional no tiene sentido si uno no puede tener “empatía”, toda otra versión queda totalmente desacreditada por esta maniobra de sensacionalismo. Y si queremos poner entre paréntesis algo de lo que el “salvador” les dice a sus pupilos, básicamente se cernirá la cancelación sobre nosotros. Y, obviamente, todo finaliza con la impostura para buscar estatus: “todo lo que hago está documentado, está ahí”. Y muestra documentación, sí, auténtica, pero que también puede ser contrastada con la práctica concreta y/o también con otra documentación. Esto es básico en historiografía: se puede rebatir el libelo falso de Bartolomé de las Casas con las propias Leyes de Indias, Leyes de Burgos y Leyes Nuevas, que garantizaban la propiedad comunal de las tierras indígenas. Es decir: Valko apela a la lógica del “ miren que está híper recontra chequeado” para ganar credibilidad.
Finalmente, y para cerrar este panorama, otro de los grandes recursos: mirar el pasado desde y con los ojos del presente. Esta estratagema es constantemente utilizada no sólo para sensibilizar, sino también para construir una legitimación de la mirada actual caracterizada por la hegemonía del progresismo, y trasladarla hacia el pasado para construir sintagmas equivocados, inexactos, falaces. Por caso: “los indígenas no tenían derechos, no eran humanos para los españoles porque se discutía si tenían alma y podían convertirse”, sabiendo perfectamente que todos los imperios de aquél entonces tenían una característica: con diferentes ideas de Dios, basaban su poder en elementos teológicos; ni el islam, ni el catolicismo, ni el protestantismo, conocían la separación absoluta entre la religión y la política. En todo caso, y en favor del Imperio Español, era éste precisamente el que posibilitaba ese tipo de discusiones, deteniendo un año entero la conquista para dirimir sobre la pertinencia moral y ética de la misma, lo que ni en el islam ni en las distintas corrientes cismáticas protestantes se permitiría. El auto de fe era algo común a todas esas ecúmenes.
Pero el recurso a poner todo en un mismo saco a la luz de la mirada del presente, que es la que verdaderamente está sesgada, es muy eficiente; en primer lugar, porque da la posibilidad de inventar falsas épicas como la “resistencia indígena” que nunca cubrió al continente entero, y se desarrolló únicamente entre quienes estaban ligados a los imperios indígenas de turno que se resistieron a perder sus privilegios (¿qué era, en última instancia, Túpac Amaru sino un acomodado oligarca que se reveló porque no quería perder su posición de clase?); en segundo lugar, porque habilita la aplicación de conceptos del presente sobre el pasado, por ejemplo, la idea de “raza”, hoy marcada por el positivismo, pero en su momento totalmente alejada de esa concepción, menos relevante en el mundo hispánico, y más bien relacionada con la cultura y la religión. No por nada el testamento de Isabel La Católica reza: “Cásense españoles con indias e indios con españolas”. Extraño racismo el español que pedía semejante cosa…
Unidad hispanoamericana contra la de(cons)strucción
Voy a cerrar esta nota con una anécdota ocurrida una de las veces en que tuve el honor de participar del Wiñoy Xipantu, el Año Nuevo Mapuche, que se celebra oficialmente en la provincia desde la madrugada del 24 de junio. Después de la rogativa y el ritual de celebración, mientras desayunábamos, los integrantes de la comunidad y los docentes invitados nos reunimos en ronda para decir algunas palabras. Primero, los miembros de la comunidad. Luego se hizo un silencio, no sabíamos quién tomaría la palabra de nosotros. En ese momento, el Longko anciano, el sabio, Humberto, se dirigió a nosotros, más blancos (si es que eso existe en nuestra América mestiza), diciendo algo así: “no tengan vergüenza en hablar, no tienen la responsabilidad de lo que ocurrió en el pasado”. Es decir, el propio líder de la comunidad reconocía la necesidad de suturar, de que entendamos que no podemos mirar el pasado con los ojos del presente, no podemos vivir en constante conflicto con nuestra identidad.
Allí estábamos nosotros, habiendo pasado un frío descomunal en el Parque Nacional Laguna Blanca, y yo, preguntándome qué hacía ahí, por qué tenía que continuar con el vicio universitario de la “decolonialidad”. Porque, y esto es muy importante, los ancianos, los mayores, no tienen ese resentimiento que la teoría infunde. Es gente como Valko, gente que fue a la Universidad, que se contactó con el separatismo y la inquina con el Estado nación, con la herencia hispánica, con los imperios, la que difunde todo esto, y que genera en los jóvenes, ávidos de búsquedas identitarias que sublimen las frustraciones del presente, basado en la falsedad de la Historia que les contaron, ese resentimiento que conspira contra la unidad nacional y continental.
El tema da para una enorme cantidad de páginas más. Como decía Daniel Fernández, reconociendo el problema, por caso, de la injerencia de las ONGs indigenistas (habiendo sido él mismo presidente del INAI), es una discusión que hay que dar pero, agrego, no se quiere dar, por la sencilla razón de que molesta, de que molestamos quienes sí queremos darla porque damos cuenta del enorme riesgo de disgregación nacional y cultural. Suelo decir que el liberalismo busca disgregar a las naciones desde lo económico; pues el progresismo busca hacerlo desde lo cultural. Nada más funcional a la destrucción de nuestra Patria que fomentar esas visiones de nuestro pasado común; deberíamos preguntarnos, en nuestro gremio, por qué siguen siendo las miradas dominantes, que se visten de “emancipadoras” y no hacen otra cosa que destruir, en consonancia con el liberalismo, todo intento de desarrollar un proyecto de país realmente independiente, justo, libre y soberano.
Finalmente, quiero mencionar que existen muchos grupos de reflexión y de acción política y cultural que, con diversos matices ideológicos, en todo el continente, están planteando el problema del separatismo y el indigenismo, además de coincidir en muchas luchas con grupos y comunidades, contra el extractivismo y por la soberanía nacional indivisible. Pero es muy evidente que existe una dominancia sumamente nociva del indigenismo revestido muchas veces de perspectiva “intercultural”. Debemos mantener nuestro ojo clínico pedagógico, porque es una batalla que, en este mundo reorganizado en torno a grandes bloques o ecúmenes civilizatorias en abierta beligerancia contra la descomposición nihilista posmoderna anglosajona, definirá si estaremos del lado de los que luchan o del lado de los que lloran y se siguen matando entre sí.
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