La insoportable inanidad de la derecha: el conservadurismo no es más que progresismo de cámara lenta – Por Juan Manuel de Prada

La insoportable inanidad de la derecha
Por Juan Manuel de Prada

Ha causado consternación en el negociado de la derecha (casi tanta como regocijo en el negociado de izquierda) la penosa metedura de pata de Feijóo, reconociendo que había considerado, siquiera durante horas veinticuatro, la posibilidad de conceder la amnistía al errabundo Puigdemont, así como su disposición a indultarlo bajo determinadas condiciones. Y todo ello ante el temor de que el errabundo Puigdemont revelase las negociaciones mantenidas con emisarios o validos de Feijóo para una hipotética investidura del gallego. Los comentaristas más romos han calificado esta melonada de torpeza táctica; pero en realidad se trata de un episodio muy revelador –otro más– de la insoportable inanidad de la derecha, que siempre se desenvuelve en el marco mental que conviene a la izquierda. Así vuelve a probarse, como advertía Balmes, que los partidos «de instinto moderado y sistema conservador» se convierten a la postre en conservadores «de los intereses creados de una revolución consumada y reconocida». Pues, si un partido conservador «considera» la amnistía y aprueba el indulto en determinadas circunstancias, nada más lógico que un partido progresista apruebe el indulto en cualquier caso y se lance a conceder amnistías a troche y moche (que luego el partido conservador conservará, como su mismo nombre (y misión) indica).

Esta melonada de Feijóo vuelve a demostrarnos que el conservadurismo no es más que progresismo de cámara lenta y plano fijo. De cámara lenta porque siempre va rezagado respecto a los intereses del progresismo; de plano fijo, porque siempre se preocupa de reconocer y legitimar los intereses de los progresistas. Diríase que la misión de los conservadores no fuese otra sino engrasar los mecanismos psicológicos necesarios para que el progresismo pueda desenvolverse a sus anchas, generando una suerte de resignación previa que diluya el sentido de los límites e instale entre sus adeptos un clima de conformidad perezosa o cobarde. «Un conservador –nos explicaba Chesterton– es un progresista que camina más despacio».

De este modo, la derecha acepta la consolidación de un ‘ethos’ hegemónico progresista, fundado en un concepto de naturaleza humana siempre incompleta, siempre a la conquista de nuevos derechos y libertades, de nuevos indultos y amnistías, de nuevos «géneros» y orificios. Desde el momento que acepta este concepto de naturaleza humana como ‘work in progress’, la derecha –para evitar ser anatemizada como «extrema»– debe asumir el papel de Aquiles en la paradoja de Zenón de Elea, corriendo siempre detrás del progresismo móvil, sin llegar a alcanzarlo nunca, pero repitiendo infaliblemente su itinerario, siguiendo religiosamente sus huellas. Así, por ejemplo, si el progresismo decide que el contencioso catalán se debe resolver con amnistías e indultos, la derecha finge combatirlo pero lo acepta en versión atenuada (cámara lenta), convirtiéndolo en el ‘plano fijo’ (marco mental) en el que todas las discusiones deben desenvolverse.

Para que su inanidad resulte aún más odiosa, la derecha necesita que su progresismo de cámara lenta y plano fijo se aderece con aspavientos y jeribeques varios, que hagan creer a sus adeptos que las escaramuzas intestinas que mantiene con el progresismo son, en realidad, episodios de una batalla cósmica. Pero, como los aderezos y jeribeques más pintones ya los tiene ‘pillados’ la izquierda, a la derecha le toca bailar siempre con la más fea: así, por ejemplo, se proclama pomposamente ‘constitucionalista’, erigiéndose en paladín del bodrio que ha permitido a la izquierda consumar todos sus desmanes (como si el bodrio no fuese, sobre todo, el artefacto creado para asegurar la primacía de la izquierda); o se convierte en el camión escoba de todos los intelectuales de izquierdas que han sido desalojados (como lastre de rezagados) del bólido del progresismo, que se dedican a infiltrar sus ideas mefíticas de izquierdistas gruñones y rezagados (y, por supuesto, hiper-super-mega constitucionalistas) en el seno de la derecha, encerrándola todavía más en la jaula de la derrota; o bien se dedica a defender causas tan infumables y eméticas como el sionismo con derecho a bombardeos masivos y exterminio a mansalva de palestinos.

Y, para poner la guinda al pastel de su inanidad, la derecha asume el error craso que Donoso Cortés diagnosticó en el gobierno de Narváez, fundando su título de gloria en el orden puramente material o economicista (como ha hecho, por ejemplo, en la campaña electoral gallega que hoy termina). Pero, como señalaba Donoso, «el orden material es una parte constitutiva, aunque la menor, del orden verdadero: el orden verdadero está en la unión de las inteligencias en lo que es verdad, en la unión de las voluntades en lo que es honesto, en la unión de los espíritus en lo que es justo. El orden verdadero consiste en que se proclamen, se sustenten y se defiendan los verdaderos principios políticos, los verdaderos principios religiosos, los verdaderos principios sociales». Presentándose como el «mejor gestor económico», la derecha olvida las cuestiones políticas verdaderamente prioritarias; y así, como nos advierte Donoso, lejos de vencer el peligro de la expansión del socialismo, no hace sino darle vigor, porque el socialismo «es hijo del economicismo, como el viborezno, que nacido apenas devora a su madre, es hijo de la víbora».

De este modo, la derecha completa el arco de su perdición. Pero muere por do más pecado había: su aplastante e insoportable inanidad.

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