Ricardo Vicente López
Vayamos ahora al análisis de otra información publicada, la relación entre el “ciudadano de a pie” y el avance de la tecnología, esta vez se agrega la reflexión de un filósofo al tema en análisis. Se trata de un artículo que llevó por título La era de la Datapolítica [1] (2-8-2013), su autor, Dante Augusto Palma, filósofo, politólogo y ensayista argentino; Licenciado en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires; Doctor en Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM); e investigador y profesor en la UNSAM y en la UBA, aborda el mismo tema que fue analizado en la columna anterior: las elecciones en los EEUU en las que triunfó Barack Obama. En ella sostiene:
Mucho se ha hablado del modo en que las nuevas tecnologías fueron determinantes para el triunfo de Obama en las elecciones de 2008. Para el que no lo recuerde, bajo una estricta estrategia secreta, un grupo de expertos en sistemas, sociólogos y matemáticos fueron convocados para participar durante 18 meses, desde la llamada Cueva (una sala del principal búnker de campaña), para la recolección, clasificación, cruce y análisis de datos de los ciudadanos estadounidenses habilitados para votar. Esto que a simple vista no parece novedoso, debe ponderarse tanto cuantitativa como cualitativamente porque supuso la llegada de lo que se conoce como los big data a la política, y porque expone como nunca el modo en que se logró reconfigurar la mirada sobre el votante.
Los big data, como ya vimos en la columna anterior, son sistemas complejos capaces de poder manejar un enorme volumen de información sin que ello vaya en detrimento de la velocidad y la variedad de esos datos. Palma nos invita a reflexionar:
Supóngase que un equipo de campaña de un candidato X es capaz de unificar la información de una enorme cantidad de encuestas a lo largo de todo el país y durante un determinado lapso de tiempo. Esa importante información podría dar cuenta de cuál es el nivel de simpatía o antipatía del electorado en relación a determinado candidato según estrato social, región, nivel educativo y edad entre otras variables. Pero los big data de Obama tenían algo más que estos datos que ya se encuentran disponibles en cualquier parte del mundo donde un candidato puede contratar a una encuestadora. El plus de información lo dieron las redes sociales y lo que se conoce como “minería de datos” pues el grupo de La Cueva promovía adherirse a la candidatura de Obama vía Facebook y de esa manera lograba acceso no sólo a aquellos convencidos sino a los amigos de los convencidos que no siempre lo están, y a los amigos de los amigos de los amigos, etc.
Me parece importante que, Ud. amigo lector, vaya comprendiendo los pasos que se van mostrando, dado que gracias a esto, toda la información recolectada era guardada, con un nivel de detalle que permitía una mayor manipulación:
Por poner un ejemplo, se dice que a partir de los big data se pudo reconocer cuál era la serie de TV favorita de las mujeres de un pueblo de uno de los distritos más reacios a aceptar la candidatura del actual presidente y, gracias a una estrategia de marketing que incluía publicidad en los intervalos de ese programa, se logró revertir la situación. Esto quiere decir que a la información de las encuestas tradicionales se le sumaron datos sobre gustos personales que incluían libros y películas favoritas, pertenencias deportivas, frecuencia con la que se visitan espacios de recreación y toda la información privada relevante e irrelevante que insólitamente volcamos en las redes sociales.
Para poder evaluar la importancia que el Partido Demócrata le otorgaba a estos manejos de internet encontramos la prueba en la inversión de unos 100 millones de dólares para el logro de toda esa información y el manejo posterior qué se hizo con ella. Le permitió conocer el nombre y el apellido de, nada menos que, los 69 millones de habitantes que confiaron en él en 2008. Sigamos al autor:
Pero más allá del marketing político resulta interesante reflexionar acerca del modo en que esta posibilidad de fragmentación de los datos altera el modo en que se interpreta al electorado y al ciudadano que vota. En otras palabras, el ciudadano que vota podría ser caracterizado e individualizado… El fin de la modernidad trajo un proceso de división, de fragmentación en el sujeto… Ya no somos unidades claramente identificables sino un conjunto de fragmentos reunidos arbitrariamente bajo un número de DNI. Donde esto se ve con claridad es en Internet donde más que como una unidad somos vistos como perfiles de consumo… Esto hace que el único número que interesa no sea el del documento de identidad sino el de la tarjeta de crédito.
La capacidad de este tipo de técnicas para analizar y clasificar a cada ciudadano, sólo en la medida en que se encuentra, como en estos casos, en condición de votante, para lograr torcer su voluntad de elegir, sin que el ciudadano sepa lo que están haciendo con él. Pero este modo de manejo de la información disponible puede ser analizado desde otra perspectiva guiada por objetivos comerciales, pensando a la persona como sujeto de consumo. Lo que varía es, en este caso, qué tipo de productos se le puede vender y cuáles son las cuerdas sensibles que hay que tocar para motivar su elección. Por ello agrega el autor:
Las nuevas tecnologías están contribuyendo enormemente a una reconfiguración de la identidad y de la auto-comprensión que los seres humanos tenemos de nosotros mismos. Sin duda esto tiene consecuencias en la arena de la política y en los modos de acercamiento a electores que comienzan a ser vistos como fragmentos de decisión y no como unidades complejas. Claro que, a su vez, la información de los big data podría utilizarse en el momento poselectoral. Allí, sin duda, reconocer el tipo de reivindicaciones de cada uno de los votantes parece una herramienta infinitamente útil. Pero una enorme cantidad de datos no garantizan un buen diagnóstico ni una buena solución. Menos que menos puede responder a cuáles son las razones por las que un electorado hace determinadas reivindicaciones y si tales reivindicaciones son razonables.
En la misma línea de lo que hemos analizado, el periodista Eduardo Febbro, corresponsal en París de Página 12, publicó una nota que tuvo por título El gran espía estadounidense acecha a Europa [2] (4-8-13). En ella nos muestra las consecuencias de la actitud de los EEUU de espiar el mundo europeo. Lo comenta con estas palabras:
Sólo nos queda el espejo de nuestro propio desencanto. Y cierta tristeza humana y “geopolítica” a la hora de constatar que, frente al gran espía universal norteamericano vestido con el ropaje de la democracia, los europeos no sólo dieron muestras de una espantosa cobardía frente a Estados Unidos sino, también, que toda su potencia económica, todo su espacio comunitario, todo su Banco Central y su euro ni siquiera les sirvieron para crear un contrapeso numérico al lado del alucinante poderío norteamericano. El periodista de investigación y especialista de las redes Jaques Henno, autor de dos sobresalientes libros sobre el espionaje (Todos fichados y Sillicon Valley, el valle de los predadores), comenta: “Nosotros, en tanto que europeos, estamos en la periferia del imperio norteamericano. Le enviamos informaciones porque no fuimos capaces de crear el equivalente de Google, Apple o Facebook para conservar en Europa esas informaciones”.
Agrega el corresponsal la opinión de Kavé Salamatian, profesor de informática y telecomunicaciones en la Universidad de Lancaster, que expresa cierta amargura cuando dice:
“La NSA no nos engañó. Era previsible que nos espiara. Fuimos engañados por las empresas privadas, Google, Facebook, Apple, Microsoft. Nos espían de una forma muy sencilla: utilizan las informaciones que nosotros les proporcionamos y la confianza que tuvimos en las empresas que ofrecen servicios informáticos. Esos actores se han vuelto tan parte de nuestra vida que nos olvidamos de las informaciones esenciales que les suministramos”.
Fue gracias a las revelaciones de Edward Snowden, ex miembro de la Agencia de Seguridad Nacional, la agencia de inteligencia del Gobierno de los Estados Unidos que se encarga de todo lo relacionado con la seguridad de la información, que los europeos se enteraron del espionaje que se hacía desde el dispositivo Prisma. El especialista en seguridad informática y arquitecto de sistemas y redes, Stéphane Bortzmeyer, explica:
Ese sistema “es sólo una parte del espionaje norteamericano. La idea consiste en conectarse con los grandes servicios de intercambio, las grandes redes sociales que están en Estados Unidos, o sea, entre otros, Google y Facebook. El gran interés de actuar a ese nivel consiste en que se tiene acceso a una información que ya está estructurada y tratada”.
Si al comienzo de estas columnas me defendí respecto de alguna posible acusación de paranoico, perseguido por fantasías típicas de los aficionados a las teorías conspiracioncitas, la confesión de especialistas europeos salen en mi ayuda. Los que se enteraron de que Estados Unidos está espiando cada rincón del planeta con satélites y dispositivos híper tecnológicos y se informaron hace muy poco tiempo, Bortzmeyer les aclara: “Prisma –– es una tecnología simple, que ya existía y que, además, es la misma que nosotros utilizamos”.
Lo sorprendente es que la información ha estado disponible desde hace mucho tiempo, para ser utilizada por quien la necesite. Los más sorprendente es que quienes se las ofrecen son cada una de las personas que envían correos, los secretos, las fotos y los nombres de sus hijos, hermanos, y de sus amigos. El corresponsal en París cita a Nicolás Arpagian, experto en cíber-seguridad, profesor en el Instituto de Altos Estudios de Seguridad y Justicia:
“El problema con los datos radica en que si se toma una información de un servidor informático siempre estará ahí. No hay robo. Se puede operar sin que la víctima se dé cuenta. La fuerza de ese tipo de espionaje radica en el hecho de que la víctima ignore su estatuto de víctima”.
Lo más triste de este espionaje es que cada uno de los usuarios de Google, Microsoft, Apple, Twitter, Skype, Facebook y otros, pone a disposición del supuesto espía todo lo que desee saber sobre cada una de las personas usuarias de esos sistemas. No le deja a ese usuario ni siquiera sentirse tan importante como para tener que ser espiado por un “agente secreto”.
Eduardo Febbro aporta estos números para que seamos conscientes del tamaño del juego en el que estamos metidos:
Las cifras hablan por sí solas: Google y Facebook tienen más de mil millones de usuarios en todo el mundo, el 80 por ciento de las comunicaciones a través de Internet pasa por Estados Unidos, en Facebook se suben 350 millones de fotos por día, lo que da 3500 millones de fotos en diez días y 35 mil millones en cien.
Una vez más nos encontramos ante el misterio de la letra chica de un contrato. En el momento de aceptar las condiciones estipuladas pero no leídas es cuando comienza a desarrollarse el delito por encargo, con el triste descubrimiento de que la víctima es la que posibilitó el supuesto crimen. Más que una película de misterio es una comedia de enredos. Por ello dice el periodista:
La magia se opera cuando nos inscribimos en Google o Facebook. Pocos leen las condiciones de utilización, pero éstas explicitan claramente que el usuario “autoriza” el almacenamiento de las informaciones en el territorio norteamericano.
La capacidad que tiene el sistema de información global, la informósfera, de mostrar y esconder, al mismo tiempo, es decir de informar y desinformar (según DRAE: dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines) logra que quien reciba la información entienda-desentendiendo-malentendiendo lo que lee, escucha o ve. Por tal razón el periodista agrega este comentario:
Los datos, por consiguiente, dependen del derecho norteamericano, tanto más cuanto que la Ley Patriot Act, votada luego de los atentados del 11 de septiembre, permite a las administraciones estadounidenses requerir el contenido de los ficheros de las personas sospechosas. Incrédulos, inocentes o pasivos, lo cierto es que terminamos formando parte de un gigantesco almacenaje de datos adonde fueron a parar nuestros pecados y nuestras virtudes… La era del sueño virtual-colectivo y de la inocencia ante el computador llegó a su fin.
Para aquellos que puedan sorprenderse por lo afirmado en esta cita recomiendo ver la película-documental Snowden[3], filmada por el realizador Oliver Stone, que relata la deserción del agente de la NSA: fue parte del sistema, sus confesiones desgarraron la inmensidad de la verdad intuida en parte pero desconocida en los detalles que revela. Ya no podemos seguir diciendo que no sabemos. (continuará)
Notas
[1] La versión completa puede leerse en http://www.infonews.com/nota/89614/la-era-de-la-datapolitica.
[2] La nota completa se puede consultar en www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-225987-2013-08-04.html
[3] Película completa en castellano: http://www.pelisplanet.com/ver-snowden-online/