Por Alexander Dugin
Así es como una barra de chocolate estadounidense se rompe ante nuestros ojos: las líneas delineadas de una posible ruptura se convierten en los frentes de una guerra real.
El consenso de cien años de las élites estadounidenses
La misma expresión “la geopolítica de las elecciones estadounidenses” suena muy inusual e inesperada. Desde los años 30 del siglo XX, el enfrentamiento entre los dos principales partidos estadounidenses, los republicanos “rojos” (Great Old Party – GOP) y los demócratas “azules”, se ha convertido en una competencia basada en un acuerdo frente a los principios básicos en la política, la ideología y la geopolítica aceptados por ambas partes. La élite política de Estados Unidos se basó en un consenso profundo y completo, en primer lugar, en la lealtad al capitalismo, el liberalismo y el establecimiento de Estados Unidos como la principal potencia del mundo occidental.
Independientemente de si estamos tratando con los “republicanos” o con los “demócratas”, uno podría estar consciente de que su visión del orden mundial era casi idéntica:
- globalista,
- liberal,
- unipolar
- atlantista y
- centrado en los Estados Unidos.
Esta unidad tuvo su expresión institucional en el Consejo de Relaciones Exteriores – CFR (Council on Foreign Relations), creado durante la celebración del acuerdo de Versalles como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y que reunió a representantes de ambas partes. El papel del CFR creció constantemente y después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en la sede principal del creciente globalismo. En las primeras etapas de la Guerra Fría, el CFR permitió que los sistemas convergieran con la URSS sobre la base de los valores compartidos de la Ilustración. Pero debido al fuerte debilitamiento del campo socialista y la traición de Gorbachov, la “convergencia” ya no era necesaria, y la construcción de una paz global estaba en manos de un polo: el del ganador de la Guerra Fría.
El comienzo de la década de los 90 del siglo XX se convirtió en un minuto de gloria para los globalistas y el propio CFR. A partir de ese momento, el consenso de las élites estadounidenses, independientemente de la afiliación partidista, se fortaleció aún más, y las políticas de Bill Clinton, George W. Bush o Barack Obama, al menos en temas importantes de política exterior y lealtad a la agenda globalista, prácticamente no fueron diferentes. Por parte de los republicanos, el análogo “derechista” de los globalistas (representados principalmente por los demócratas), fueron los neoconservadores, quienes expulsaron a los paleoconservadores del partido después de los años 80, es decir, aquellos republicanos que seguían tradiciones aislacionistas y se mantuvieron fieles a los valores conservadores, característicos del Partido Republicano, hasta principios del siglo XX y de los primeros tiempos de la historia de Estados Unidos.
Sí, demócratas y republicanos estaban en desacuerdo en política fiscal, en materia de medicina y seguros (aquí los demócratas estaban económicamente a la izquierda y los republicanos a la derecha), pero esta era una disputa en el marco del mismo modelo, que de ninguna manera o casi nunca afectó a los principales vectores de la política, por no hablar de la política extranjera. En otras palabras, las elecciones en los Estados Unidos no tenían ningún significado geopolítico y, por lo tanto, una combinación como “la geopolítica de las elecciones estadounidenses” no se utilizaba debido a su falta de sentido o sin sentido.
Trump destruye el consenso
Todo cambió en 2016, cuando el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, llegó inesperadamente al poder. En el propio EEUU, su llegada se convirtió en algo completamente excepcional. Todo el programa de campaña de Trump se basó en las críticas al globalismo y a las élites estadounidenses gobernantes. En otras palabras, Trump desafió directamente el consenso bipartidista, incluido el ala neoconservadora de su partido republicano, y … ganó. Por supuesto, 4 años de presidencia de Trump han demostrado que es simplemente imposible reformar por completo la política estadounidense de una manera tan inesperada, y Trump tuvo que hacer muchos compromisos, incluido el nombramiento del neoconservador John Bolton como su asesor de seguridad nacional. Pero a pesar de todo, trató de seguir su línea, al menos en parte, lo que enfureció a los globalistas. Así, Trump cambió drásticamente la estructura misma de las relaciones entre los dos principales partidos estadounidenses. Bajo su mando, los republicanos han regresado en parte a las posiciones del nacionalismo estadounidense características del Partido Republicano temprano, de ahí las consignas de America first! o Let’s make America great again! Esto provocó una radicalización de los demócratas, quienes, a partir del enfrentamiento entre Trump y Hillary Clinton, de hecho, declararon una guerra real a Trump y a todos los que lo apoyaron en un nivel político, ideológico, mediático, económico, etc.
Durante 4 años esta guerra no se detuvo ni un instante y hoy, en vísperas de las nuevas elecciones, alcanzó su punto culminante. Todo esto se manifestó:
- en la amplia desestabilización del sistema social,
- en la rebelión de elementos extremistas en las principales ciudades de Estados Unidos (con el apoyo casi abierto de las fuerzas anti-Trump del Partido Demócrata),
- en la demonización directa de Trump y sus partidarios, quienes, en caso de la victoria de Biden, se enfrentan al ostracismo real, sin importar el cargo que ocupen,
- acusan a Trump y a todos los patriotas y nacionalistas estadounidenses de ser fascistas,
- a un intento de presentar a Trump como un agente de fuerzas externas, en primer lugar, Vladimir Putin, etc.
La feroz confrontación interpartidaria, en la que algunos de los propios republicanos, principalmente los neoconservadores (como Bill Kristol, además de los principales ideólogos de los neoconservadores), se opusieron a Trump, provocó una fuerte polarización en toda la sociedad estadounidense. Y hoy, en el otoño de 2020, en el contexto de la constante epidemia del Covid-19 y sus consecuencias sociales y económicas asociadas, la carrera electoral es algo completamente diferente de lo que fue en los últimos 100 años de la historia estadounidense, comenzando con Versalles, los 14 puntos globalistas de Woodrow Wilson y la creación del CFR.
Años 90: un minuto de gloria para los globalistas
Por supuesto, no fue Donald Trump quien rompió personalmente el consenso globalista de las élites estadounidenses, poniendo a Estados Unidos al borde de una Guerra Civil a toda regla. Trump se ha convertido en un síntoma de profundos procesos geopolíticos desde principios de la década del 2000.
En los años 90 del siglo XX, el globalismo alcanzó su clímax, el campo soviético estaba en ruinas, los agentes directos de los Estados Unidos estaban en el poder siendo líderes de Rusia y China, quienes comenzaban a copiar obedientemente el sistema capitalista, lo que creó la ilusión del inminente “fin de la historia” (F. Fukuyama). Al mismo tiempo, a la globalización sólo se opusieron abiertamente las estructuras extraterritoriales del fundamentalismo islámico, a su vez controladas por la CIA y los aliados de Estados Unidos de Arabia Saudita y otros países del Golfo, y varios “Estados rebeldes”, como el Irán chiíta y la todavía comunista Corea del Norte, que son grandes en sí mismos, pero no representaban un peligro verdadero. Parecía que la dominación del globalismo era total, el liberalismo seguía siendo la única ideología que sometía a todas las sociedades y el capitalismo seguía siendo el único sistema económico. Antes de la proclamación del Gobierno Mundial (y este es el objetivo de los globalistas y en particular, la culminación de la estrategia CFR) solo quedaba un paso.
Los primeros signos de la multipolaridad
Pero desde principios de la década de 2000, algo salió mal. Con Putin se detuvo la desintegración y la mayor degradación de Rusia, cuya desaparición final de la arena mundial era una condición necesaria para el triunfo de los globalistas. Tras emprender el camino de la restauración de la soberanía, Rusia ha recorrido una gran distancia en los últimos 20 años, convirtiéndose en uno de los polos más importantes de la política mundial, por supuesto, todavía muchas veces inferior al poder de la URSS y el campo socialista, pero ya no obedeciendo servilmente a Occidente, como lo era en los años 90 …
Paralelamente, China, armada con la liberalización de su económica, retuvo el poder político en manos del Partido Comunista, evitando el destino de la URSS, el colapso, el caos, la “democratización” según los estándares liberales y gradualmente se convirtió en la mayor potencia económica solo comparable a Estados Unidos.
En otras palabras, existían requisitos previos para un orden mundial multipolar que, junto con el propio Occidente (los Estados Unidos y los países de la OTAN), tenía al menos dos polos bastante importantes y de peso: la Rusia de Putin y China. Y cuanto más lejos, más claramente emergió esta imagen alternativa del mundo, en la que, junto con el Occidente liberal globalista, de otro tipo de civilizaciones, basadas en estos polos que crecían en poder: la China comunista y la Rusia conservadora se daban a conocer cada vez más. Los elementos del capitalismo y el liberalismo están presentes tanto allí como allá. Todavía no se trate de una alternativa ideológica real, no es la contrahegemonía (según Gramsci), pero ya son algo. Sin convertirse en algo multipolar en el sentido pleno, en la década del 2000 el mundo dejó de ser inequívocamente unipolar. El globalismo comenzó a ahogarse, a desviarse de su trayectoria prevista. Esto fue acompañado por una división emergente entre Estados Unidos y Europa Occidental. Además, en los países de Occidente se inició el auge del populismo de derecha e izquierda, en el que se manifestó el creciente descontento de la sociedad con la hegemonía de las élites liberales globalistas. El mundo islámico tampoco detuvo su lucha por los valores islámicos que, sin embargo, dejó de identificarse estrictamente con el fundamentalismo (controlado de una forma u otra por los globalistas) y comenzó a adquirir formas geopolíticas más claras:
- ascenso del chiísmo en el Medio Oriente (Irán, Irak, Líbano, en parte en Siria),
- crecimiento de la independencia – hasta entrar en conflictos con los EE.UU. y la OTAN – de la Turquía sunita de Erdogan,
- fluctuaciones de los países del Golfo entre Occidente y otros centros de poder (Rusia, China), etc.
El momento Trump: el gran cambio
Las elecciones estadounidenses del 2016, que fueron ganadas por Donald Trump, se llevaron a cabo en este contexto, en un momento de grave crisis del globalismo y, en consecuencia, de las élites globalistas gobernantes.
Fue entonces que, debido a la fachada del consenso liberal, surgió una nueva fuerza, esa parte de la sociedad estadounidense que no quería identificarse con las élites globalistas dominantes. El apoyo de Trump se ha convertido en un voto de desconfianza a la estrategia del globalismo, no solo contra los demócratas, sino también contra los republicanos. Así, la escisión se reveló en la propia ciudadela del mundo unipolar, en la sede de la globalización. Aparecieron bajo la espesura del desprecio los deplorables, la mayoría silenciosa, la mayoría desposeída (V. Robertson). Trump se ha convertido en un símbolo del despertar del populismo estadounidense.
Así que la política real volvió a los Estados Unidos, de nuevo se trata de una disputa ideológica, de la cancel culture, de los BLM, donde la destrucción de monumentos de la historia estadounidense se convirtió en la expresión de una profunda división en la sociedad estadounidense al interior de sus temas más fundamentales.
El consenso estadounidense se ha derrumbado.
De ahora en adelante, élites y masas, globalistas y patriotas, demócratas y republicanos, progresistas y conservadores se han convertido en polos independientes y de pleno derecho, con sus propias estrategias, programas, puntos de vista, evaluaciones y sistemas de valores alternativos. Trump hizo estallar a Estados Unidos, rompió el consenso de la élite, descarriló la globalización.
Por supuesto, no lo hizo solo. Pero él audazmente, tal vez bajo alguna influencia ideológica del atípico conservador y antiglobalista Steve Bannon (un caso raro de un intelectual estadounidense familiarizado con el conservadurismo europeo, e incluso con el tradicionalismo de Guénon y Evola), fue más allá del discurso liberal dominante, abriendo así una nueva página en la historia de la política estadounidense. En esta página, leemos claramente la fórmula “la geopolítica de las elecciones estadounidenses”.
Elecciones estadounidenses 2020: todo está en juego
Dependiendo del resultado de las elecciones de noviembre de 2020, se determinará
- la arquitectura del orden mundial (la transición al nacionalismo y la multipolaridad de facto en el caso de Trump, la continuación de la agonía de la globalización en el caso de Biden),
- la estrategia geopolítica global de Estados Unidos (América primero en el caso de Trump, un impulso desesperado hacia el Gobierno Mundial en el caso de Biden),
- el destino de la OTAN (su disolución a favor de una estructura que refleje más estrictamente los intereses nacionales de Estados Unidos, esta vez como Estado, y no como bastión de la globalización en general en el caso de Trump, o la preservación del bloque atlantista como instrumento de las élites liberales supranacionales en el caso de Biden),
- la ideología dominante (conservadurismo de derecha, nacionalismo estadounidense en el caso de Trump, globalismo liberal de izquierda, la eliminación final de la identidad estadounidense en el caso de Biden),
- la polarización de los demócratas y los republicanos (crecimiento continuo de la influencia de los paleoconservadores en el Partido Republicano en el caso de Trump) o un retorno a un consenso bipartidista (en el caso de Biden, con un nuevo aumento de la influencia de los neoconservadores en el Partido Republicano),
- e incluso el destino de la Segunda Enmienda a la Constitución (su preservación en el caso de Trump, y su posible derogación en el caso de Biden).
Estos son momentos tan importantes que el destino del Healthcare, el Muro de Trump e incluso las relaciones con Rusia, China e Irán resultan ser algo de importancia secundaria. Estados Unidos está tan profunda y fundamentalmente dividido que la pregunta ahora es si el país sobrevivirá alguna vez a estas elecciones sin precedentes. Esta vez, la lucha entre demócratas y republicanos, Biden y Trump, es una lucha entre dos sociedades agresivamente opuestas entre sí, y no un espectáculo sin sentido, de cuyos resultados nada depende fundamentalmente. Estados Unidos ha cruzado a una línea fatal. Cualquiera sea el resultado de estas elecciones, Estados Unidos nunca volverá a ser el mismo. Algo ha cambiado de manera irreversible.
Por eso estamos hablando de “la geopolítica de las elecciones estadounidenses”, y por eso resulta tan importante. El destino de Estados Unidos es en muchos sentidos el destino de todo el mundo moderno.
El fenómeno del Heartland
El concepto más importante de la geopolítica desde Mackinder, el fundador de esta disciplina, es el “Heartland”. El cual denota el núcleo de la civilización de la civilización de la tierra (Land Power) opuesta a la civilización del mar (Sea Power).
Tanto el propio Mackinder, como especialmente Carl Schmitt, quien desarrolló sus ideas y su intuición, están hablando del enfrentamiento entre dos tipos de civilizaciones, y no solo de la disposición estratégica de fuerzas en un contexto geográfico.
“La Civilización del Mar” encarna la expansión, el comercio, la colonización, pero también el “progreso”, la “tecnología”, los cambios constantes en la sociedad y sus estructuras, reflejando el elemento líquido del océano – la sociedad líquida de Z. Bauman.
Es una civilización sin raíces, móvil, en movimiento, “nómada”.
La “Civilización de la Tierra”, por el contrario, está asociada al conservadurismo, la constancia, la identidad, la estabilidad, la meritocracia y los valores inmutables, es una cultura con raíces, de carácter sedentario.
Así, el Heartland adquiere también un significado civilizatorio: no es solo una zona territorial, lo más alejada posible de las costas y los espacios marítimos, sino también una matriz de identidad conservadora, un área de fuertes raíces, una zona de máxima concentración de la identidad.
Al aplicar la geopolítica a la estructura contemporánea de los Estados Unidos, obtenemos una imagen asombrosamente clara. La peculiaridad de los Estados Unidos es que el país está ubicado entre dos espacios oceánicos, entre el Océano Atlántico y el Océano Pacífico. A diferencia de Rusia, Estados Unidos no tiene un cambio tan inequívoco del centro a uno de los polos, aunque la historia de los Estados Unidos comenzó desde la costa Este y se trasladó gradualmente hacia el Oeste, y hoy, hasta cierto punto, ambas zonas costeras están bastante desarrolladas y representan dos segmentos de una pronunciada “civilización del mar” …
Los Estados y la geopolítica electoral
Y aquí es donde comienza la diversión. Si tomamos el mapa político de los Estados de Estados Unidos y lo coloreamos con los colores de los dos partidos principales de acuerdo con el principio de qué gobernadores y qué partidos dominan en cada uno de ellos, obtenemos tres franjas:
- la Costa Este es azul, aquí se concentran grandes áreas metropolitanas y, en consecuencia, dominan los demócratas;
- la parte central de los EE. UU., que es la zona del medio, esta llena de zonas industriales y agrícolas (incluida la “América de un piso”), es decir, el propio Heartland, que está pintada casi en su totalidad de rojo (la zona de influencia de los republicanos);
- la Costa Oeste vuelve a ser de mega-ciudades, centros de alta tecnología y, en consecuencia, del color azul de los demócratas.
Bienvenidos a la geopolítica clásica, es decir, a la primera línea de la “gran guerra de los continentes”.
Por lo tanto, el EE.UU. del 2020 consta no solo de muchas (varias) civilizaciones, sino precisamente de dos zonas de civilización: el Heartland central y dos territorios costeros, que representan más o menos el mismo sistema sociopolítico, marcadamente diferente del Heartland. Las zonas costeras son el área de los demócratas. Es allí donde se ubican las semillas de la protesta más activa de BLM, LGBT +, el feminismo y el extremismo de izquierda (grupos terroristas “antifa”), involucrados en la campaña electoral de los demócratas a favor de Biden y contra Trump.
Antes de Trump, parecía que los Estados Unidos eran solo zonas costeras. Trump dio voz al Heartland estadounidense. Por lo tanto, se activó y se conscientizó el centro rojo de EE.UU. Trump es el presidente de esta “segunda América”, que prácticamente no está representada por las élites políticas y no tiene casi nada que ver con la agenda de los globalistas. Este es el EEUU de las pequeñas ciudades, de las comunidades y las sectas cristianas, las granjas o incluso de grandes centros industriales, devastados y destruidos por la deslocalización de la industria y el traslado de la industria a áreas con mano de obra más barata. Este es el Estados Unidos abandonado, traicionado, olvidado y humillado.
Esta es la patria de los deplorables, es decir, de los verdaderos nativos americanos, de los estadounidenses con raíces, no importa que sean blancos o no blancos, protestantes o católicos. Y este Estados Unidos del Heartland está desapareciendo rápidamente, poblado por las zonas costeras.
La ideología del corazón de Estados Unidos: la vieja democracia
Es significativo que los propios estadounidenses hayan descubierto recientemente esta dimensión geopolítica de Estados Unidos. En este sentido, es característica la iniciativa de crear todo un Instituto de Desarrollo Económico (1), enfocado en planes para reactivar las micro-ciudades, los pequeños pueblos y los centros industriales ubicados en el centro de Estados Unidos. ¡El nombre del instituto habla por sí solo “Heartland forward”, “Heartland adelante!” De hecho, esta es una interpretación geopolítica y geoeconómica del eslogan de Trump “¡Let’s make America great again!”
En un artículo reciente del último número de la revista conservadora American Affairs (otoño de 2020. V IV, n. ° 3), el analista político Joel Kotkin publica The Heartland’s Revival, una pieza programática sobre el mismo tema: el revivir del Heartland (2). Y aunque J. Kotkin no ha llegado todavía en el sentido pleno a la afirmación de que los “Estados rojos”, de hecho, representan una civilización diferente a las zonas costeras, se acerca a esta conclusión, desde su posición más pragmática y económica.
El centro de Estados Unidos es un área muy especial con una población dominada por los paradigmas de la “vieja América” con su “vieja democracia”, “viejo individualismo” y “viejas” ideas sobre la libertad. Este sistema de valores no tiene nada que ver con la xenofobia, el racismo, la segregación o cualquiera de los otros términos peyorativos con los que los intelectuales y periodistas arrogantes de las áreas metropolitanas y los canales nacionales suelen usar para referirse a los estadounidenses comunes. Este es el Estados Unidos con todas sus características distintivas, solo que es el Estados Unidos autentico, tradicional, algo congelado en su voluntad original de libertad individual de la época de los padres fundadores. Está más claramente representada por la secta Amish, todavía vistiendo según el estilo del siglo XVIII, o entre los mormones de Utah, profesando un culto grotesco, pero puramente estadounidense que se parece de forma muy distante al “cristianismo”. En esta “vieja América”, una persona puede tener cualquier creencia, decir y pensar lo que quiera. Este es el origen del pragmatismo estadounidense: nada puede limitar ni al sujeto ni al objeto, y todas las relaciones entre ellos se aclaran solo en el proceso de la acción activa. Y nuevamente, tal acción tiene un criterio: funciona o no funciona. Y eso es todo. Nadie puede imponer a un “liberalismo tan antiguo” lo que una persona deba pensar, hablar o escribir. La corrección política no tiene sentido aquí.
Es aconsejable solo expresar claramente tu pensamiento, que puede ser, teóricamente, lo que sea. Esta libertad de todo, de cualquier cosa, es la esencia del “sueño americano”.
La Segunda Enmienda a la Constitución: “Defensa Armada de la Libertad y la Dignidad”
El Heartland de los Estados Unidos es más que solo un hecho económico y sociológico. Tiene su propia ideología. Ésta es una ideología nativa de los Estados Unidos – además, muy republicana – en parte anti-europea (especialmente anti-británica), que reconoce la igualdad de derechos y la inviolabilidad de las libertades. Y este individualismo legislativo se materializa en el libre derecho a poseer y portar armas. La segunda enmienda a la Constitución es un resumen de toda la ideología de tal Estados Unidos “rojo” (en el sentido del color del Partido Republicano). “Yo no tomo lo tuyo, pero tú tampoco tocas lo mío”. En resumen, puede tratar se de un cuchillo, una pistola, un arma, pero también de un fúsil o una ametralladora. Esto se aplica no solo a las cosas materiales, también se aplica a las creencias y formas de pensar, la libre elección política y la autoestima.
Pero las zonas costeras, los territorios americanos de la “Civilización del Mar”, los Estados azules están invadiéndolo todo. Esa “vieja democracia”, ese “individualismo”, esa “libertad” no tienen nada que ver con las normas de la corrección política, cada vez más intolerante y agresiva con su cultura de la cancelación, con la demolición de los monumentos a los héroes de la Guerra Civil o con el besar los pies de los afroamericanos, de las personas transgénero y los fanáticos del body positive. La “Civilización del Mar” ve a la “vieja América” como un montón de deplorables (en palabras de Hillary Clinton), como una especie de “fascistoides” y “no humanos”. En Nueva York, Seattle, Los Ángeles y San Francisco, ya estamos lidiando con un EEUU diferente – con el EEUU azul de los liberales, los globalistas, los profesores posmodernos, los defensores de la perversión y el ateísmo prescriptivo ofensivo que expulsa de la zona de todo lo permisible cualquier cosa que se parezca a la religión, la familia, la tradición.
La Gran Guerra de los Continentes en Estados Unidos: la proximidad del fin
Estos dos EEUU, los EEUU de la tierra y los EEUU del mar, se han unido hoy en una lucha irreconciliable por su presidente. Además, tanto los demócratas como los republicanos, obviamente, no tienen la intención de reconocer a un ganador si este proviene del campo opuesto. Biden está convencido de que Trump “ya ha falsificado los resultados electorales”, y su “amigo” Putin “ya ha intervenido en ellos” con la ayuda del GRU, los “novichok” [1], los trolls Olga y otros ecosistemas multipolares de “propaganda rusa”. En consecuencia, los demócratas no tienen la intención de reconocer la victoria de Trump. No es una victoria, sino una farsa.
Casi que también lo mismo lo consideran los republicanos más consistentes. Los demócratas utilizan métodos ilegales en la campaña electoral; de hecho, se está produciendo una “revolución de color” en los propios Estados Unidos, dirigida contra Trump y su administración. Y detrás hay huellas completamente transparentes de sus organizadores, de los principales globalistas y opositores a Trump, como George Soros, Bill Gates y otros fanáticos de la “nueva democracia”, los representantes más brillantes y consistentes de la “civilización del mar” estadounidense. Por lo tanto, los republicanos están listos para llegar hasta el final, especialmente porque la amargura de los demócratas en los últimos 4 años contra Trump y sus designados es tan grande que, si Biden termina en la Casa Blanca, la represión política contra una parte del establecimiento estadounidense, al menos contra todos los designados por Trump, tendrá una escala sin precedentes.
Así es como una barra de chocolate americano se rompe ante nuestros ojos: las líneas delineadas de una posible ruptura se convierten en los frentes de una guerra real.
Esta ya no es solo una campaña electa, es la primera etapa de una Guerra Civil en todo su sentido.
En esta guerra, chocan dos EEUU: dos ideologías, dos democracias, dos libertades, dos identidades, dos sistemas de valores mutuamente excluyentes, dos políticas, dos economías y dos geopolíticas.
Si entendiéramos lo importante que es ahora la “geopolítica de las elecciones estadounidenses”, el mundo aguantaría la respiración y no pensaría en nada más, ni siquiera en la pandemia de Covid-19 o las guerras, conflictos y desastres locales. El centro de la historia mundial, el centro que determina el destino del futuro de la humanidad, es precisamente la “geopolítica de las elecciones estadounidenses”, el escenario estadounidense de la “gran guerra de los continentes”, la Tierra estadounidense contra el Mar estadounidense.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Notas:
1. https://heartlandforward.org/
2. https://americanaffairsjournal.org/2020/08/the-heartlands-revival/
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