La filosofía como condición del pensar crítico. Parte V – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

VIII.- La filosofía crítica enfrenta la crisis del pensamiento

Y ahora, después de habernos colocado en contexto histórico; de haber tomado debida nota de las condiciones socioculturales de esta etapa que nos toca vivir; de asumir que no debe desconocerse la referencia sobre la importancia de la crisis en curso; que esta crisis, expandida en la dirección mundana, es decir, abarcadora del conjunto de las relaciones sociales, no deja indemnes nuestras subjetividades, estamos frente al verdadero comienzo de nuestra reflexión más profunda. Dada esta afirmación, el profesor Lanz nos invita a pensar:

«Quisiera introducir entonces la pregunta de si es posible pensar sin paradigmas, interrogando la propia idea de la crisis de paradigmas, que es una de las expresiones más recurridas, probablemente, en el vocabulario académico hoy por hoy: “Crisis de paradigmas”. Vivimos una “Crisis de paradigmas”. Pero, ¿qué quiere decir “Crisis de paradigmas”? Por lo menos me gustaría invitarles a pasear un poco por los tres síntomas de la idea misma de crisis. Para comenzar, como ustedes bien saben, la idea de crisis está presente de forma abrumadora en todos los discursos. Hasta el punto de que es un concepto especialmente banalizado. Casi no dice nada, porque todo se nombra con la palabra “crisis”. Por lo tanto, caracterizar una época, un momento, un paradigma en clave de crisis, no transmite de inmediato nada al lector; por el enorme poder trivializador que tiene un uso abusivo de esta palabra “crisis”».

Esta advertencia nos lleva a dejar de lado la utilización periodística de este tema, por el abuso que ha vaciado lo mejor de su contenido semántico. Esto nos obliga a darle un sentido sólido que remita a pensar seria y detenidamente sobre el problema.

Lo primero que creo debe subrayarse y destacarse con letras firmes, es que la crisis hoy presentada es una crisis con mayúsculas. Y si el hoy aparece como una definición un tanto vaga, debe decirse, entonces, para ubicarnos, que su manifestación más clara se evidencia en estas últimas décadas. Sin embargo, por lo que ya vimos, la profundidad del tema nos remite a un siglo y medio, con la advertencia de los Maestros, cuya escala debe medirse por la incidencia en la totalidad de la lógica civilizatoria. Representa un punto de inflexión en el recorrido histórico mayor de la sociedad moderna, un período histórico de más de cinco siglos. Lo que está en juego es la totalidad del mundo cultural global1.

Profundiza su análisis nuestro profesor:

«Es una caracterización que quiere poner el centro de atención, no en este o aquel aspecto de detalle, de tal o cual saber, disciplina o ambiente cognoscitivo, sino en el propio centro fundacional de una civilización. Nada más y nada menos. Estamos diciendo que la Modernidad, (con “M” mayúscula), es decir, una civilización, tiene tres o cuatro siglos instaurando y realizando un modo de ser, de pensar, de producir y de reproducir la vida, el hombre, la humanidad. Esa Modernidad ha entrado en crisis. ¡Ah! Si lo que está en crisis es una civilización, su lógica fundante, sus conceptos pivotes fundamentales, entonces no estamos hablando para nada de una “crisis de crecimiento”, de un accidente, de una aceleración repentina, de una coyuntura inconveniente, de una anomia reparable; estamos hablando de una convulsión en la médula fundacional de la civilización que gobierna el globo terráqueo desde el siglo XVI en adelante, sobre manera, a partir del siglo XVIII. Es la Modernidad toda la que ha entrado en crisis. Es decir, es una civilización, es una lógica, es un modo de entender al mundo, es una manera de organizar la vida en ese mundo, etc.».

Para los fines de nuestra investigación, alcanza con decir: la crisis sobre la que intentamos proyectar algo de luz es una situación límite que coloca el propio modo de entender el mundo contemporáneo en una especie de “no va más”; una sensación de final, de abismo, cuestionadora de la razón moderna, de los propios fundamentos que dieron pie a toda una civilización que madura su proyecto político-cultural-institucional, a partir del siglo XVIII, y que hoy comienza a mostrar su agotamiento. Por tanto, si es de esta crisis de la que debemos hacernos cargo, entonces la crisis del modelo civilizatorio y de su paradigma, de conceptos y estructuras mentales, no es un tema trivial. Es un estado de cosas que nos desafía a pensar por dónde empezar a construir los caminos de salida y hacia dónde.

IX.- Un alto en el camino para pensar meditativamente

La afirmación que contiene el título se presenta como un llamado de atención ante una época que le niega a la filosofía su función irreemplazable en la conformación de un pensamiento crítico. Décadas de pragmatismo neoliberal, que contiene un profundo menosprecio por esta disciplina, han ido infiltrando, en la opinión de considerables sectores de la sociedad actual, esta idea: «La filosofía no sirve para nada». En el área occidental del “planeta globalizado”, se viene avanzando en la reestructuración de planes de estudio del nivel medio, en los currículos de los niveles superiores, por lo cual se sustituye el estudio de esa disciplina y de las humanidades en general, porque no le agregan al alumno “ningún aprendizaje útil”.

Me permito sospechar, sin exhibir demasiada agudeza, que detrás de ese intento se esconde el propósito de eliminar las posibilidades de dar cabida al pensamiento crítico. La doctrina neoliberal, expresada con tanta claridad en la famosa frase de Margaret Thatcher2 (1925-2013): «There is no alternative» (“No hay alternativa”, muy conocida por sus iniciales en inglés TINA), mostraba con claridad la decisión de imponer lo que el profesor Ignacio Ramonet3 (1943) denominó el pensamiento único:

«¿Qué es el pensamiento único? La traducción a términos ideológicos de pretensión universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en especial las del capital internacional».

No dejaba lugar a dudas de que no se aceptaba ningún otro modo y, mucho menos, la crítica. El proyecto de dominación cultural en su máxima expresión mal podía permitir la enseñanza de la filosofía.

El humanismo renacentista4 y su posterior elaboración por la cultura moderna de Occidente, a través de sus mejores pensadores, mostraron la importancia de la filosofía para una reflexión profunda sobre el hombre. El concepto de educación reelaborado a partir del siglo XVIII creó los organismos educativos para dedicarle un esfuerzo institucional a este propósito. Habiendo dicho esto, debemos aceptar que somos todos hijos formados por la educación moderna. El profesor Lanz parte de este hecho:

«La educación es una hija privilegiada de la razón Moderna. La educación es hija de la ciencia, la educación es hija del concepto de progreso. La educación es hija del sujeto histórico. Sin estos conceptos matrices la idea de educación no tiene sentido. Educación es el modo como la Modernidad entendió la forma de reproducir una cierta idea de la razón occidental, de la razón Moderna; de la razón del progreso, de la historia centrada, del progreso que viene, de la técnica convertida, digamos, en materialización de la ciencia. En fin, toda una constelación conceptual y categorial, sin la cual la idea de educación se desvanece».

Ser hijos de la ilustración moderna ha sido el resultado de la tarea del sistema educativo que, a su vez, forjó, en esa matriz cultural, a cada uno de nosotros. La crisis de ese sistema de ideas, prácticas, hábitos, funciones sociales, instituciones, etcétera, expone al desnudo las tensiones que incubaba —ahora a punto de estallar— y cuyo proceso, detectado y comprendido, nos permite avanzar críticamente hacia la superación del modelo imperante en plena descomposición. El problema no son, entonces, algunos desajustes funcionales de ciertos aspectos de ese proyecto:

«Lo que está en crisis es la propia lógica fundacional del paradigma que nos permitía pensar. Lo que está en juego es, como dice Edgar Morin en varios de sus libros, todo un modo de pensar. Lo que nombra la figura de crisis de paradigmas es el agotamiento de una manera de pensar, crisis de una lógica de pensamiento; crisis de una racionalidad fundante de la propia manera de entender el mundo, de comprenderlo, de explicarlo. Por tanto, ese modelo de explicación que habita de forma privilegiada en el espacio escolar también muestra sus límites en este ámbito particular. La escuela es el ambiente simbólico por excelencia para ilustrar una cultura, el lugar privilegiado donde se pone en evidencia el modo como se piensa el mundo. Ese entendimiento del mundo, esa circulación de saberes, esos conocimientos que pueblan las redes semióticas, que circulan en los entramados intersubjetivos, que habitan el espacio de la escuela y de la universidad, son expresión crucial de la racionalidad misma de la civilización Moderna. Estamos diciendo que la herencia de estos tres siglos de ese espacio llamado universidad, del espacio escolar en su conjunto, ha entrado en crisis».

El abandono del pensar filosófico puede encerrarnos en un camino sin salida. La modalidad crítica de la reflexión, su práctica, en tanto se aferre a su radicalidad, al buceo por las zonas más profundas y oscuras que alojan el cimiento último de nuestra posibilidad de ser humanos — donde se encuentra en estado de latencia lo más humano de lo humano, lo mejor de sus potencialidades—, puede abrirnos un horizonte y exponer un camino de salvación.

1 En otro trabajo, La decadencia de Occidente publicado en www.ricardovicentelopez.com.ar

2 Primera Ministra desde 1979 a 1990. Apodada «La Dama de Hierro» por su firme implementación de políticas conservadoras que llegaron a ser conocidas como “thatcherismo”.

3 Doctor en Semiología e Historia de la Cultura por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), de París y catedrático de Teoría de la Comunicación en la Universidad Denis Diderot (París-VII). Especialista en geopolítica y estrategia internacional y consultor de la ONU, actualmente imparte clases en la Sorbona de París.

4 El humanismo es un movimiento intelectual, filosófico y cultural europeo estrechamente ligado al Renacimiento, cuyo origen se sitúa en el siglo XIV, en la península itálica (especialmente en Florencia, Roma y Venecia) entre personalidades como Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio. Puede consultarse mi trabajo publicado en www.ricardovicentelopez.com.ar.

Problemas que hoy enfrenta el humanismo, en la página www.ricardovicentelopez.com.ar.

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