La filosofía como condición del pensar crítico. Parte IV – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

VI.- La filosofía nos habla de profundidades

Nos enfrentamos a una segunda etapa, una vez aceptada la necesidad de la filosofía como condición del comienzo de un pensar más profundo, más agudo, que intenta ver por detrás de las apariencias (según la Academia: aspecto o parecer exterior de alguien o algo; verosimilitud, probabilidad) y sumergirnos en lo más denso de la existencia. En esta, la tarea se impone como una búsqueda de las mejores respuestas sobre aquello que somos y qué deberíamos ser realmente, equivale a preguntarse sobre lo más humano de lo humano, aceptando lo humano como una vida tendida hacia un futuro, un proyecto, sin desconocer que el pasado es el condicionante de la estructura de nuestro pensamiento actual. Advertimos que nos queda todavía mucho trecho por delante.

Una cuestión soslayada durante bastante tiempo, emparentada con las preguntas anteriores, es acerca de cuáles son las posibilidades reales de la persona, en su calidad de humana, de conocer en qué mundo vive, que choca contra la idea proveniente de la vieja, tradicional definición latina del hombre como ser racional. Esta certeza se consolidó con el racionalismo de cuño griego clásico, replanteado por la filosofía francesa de los siglos XVII y XVIII, denominados la Edad de la Razón. Posteriores crisis del pensamiento europeo emergen en el siglo XIX, y fueron tres grandes maestros quienes las denunciaron. El filósofo francés Paul Ricoeur [1] (1913-2005) rescató esas figuras con el nombre de Maestros de la Sospecha. Una buena síntesis de esta afirmación:

«Los tres maestros de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud, aunque desde diferentes presupuestos, consideraron que la conciencia en su conjunto es una conciencia falsa. Así, según Marx, la conciencia se falsea o se enmascara por intereses económicos; en Nietzsche, por el resentimiento del débil, y en Freud por la represión del inconsciente. Sin embargo, lo que hay que destacar de estos maestros no es ese aspecto destructivo de las ilusiones éticas, políticas o de las percepciones de la conciencia, sino una forma de interpretar el sentido. Lo que quiere Marx es alcanzar la liberación por una praxis que haya desenmascarado a la ideología burguesa. Nietzsche pretende la restauración de la fuerza del hombre por la superación del resentimiento y de la compasión. Freud busca una curación por la conciencia y la aceptación del principio de realidad. Los tres tienen en común la denuncia de las ilusiones y de la falsa percepción de la realidad, pero también la búsqueda de una utopía».

Estos tres pensadores pusieron de manifiesto un proceso que había comenzado en el siglo XVIII, con la aparición de la producción en masa en grandes fábricas, en las que se transformó a los trabajadores en “animales para la producción”. La cultura europea, que florecía en sus sectores privilegiados, ocultaba la brutalización y animalización de las clases subalternas que iban generando un malestar del cual estos pensadores se convierten en profetas. Las resultantes de estas investigaciones mellan profundamente la certeza de la capacidad de la Razón al develar sus limitaciones. Un siglo después, acontecidas las dos Grandes Guerras, este proceso estalló en la denominada Posmodernidad europea. El pensador J. I. González Faus afirma: «No entenderemos bien todo eso que se ha dado en llamar “posmodernidad”, si no percibimos que está hecha de dolor o, al menos, de decepción».

La duda se entronizó cuestionando valores que habían funcionado como columnas sólidas de la estructura cultural durante siglos, y que dejaban ahora en descubierto una relación sujeto-mundo, sobre la que se sustentaba la certeza del saber humano: la razón es el instrumento legítimo para conocer. Los Maestros habían introducido una sospecha que fue socavando esa certeza. Ya no se contaría con las seguras respuestas de antes.

Esta síntesis, un tanto esquemática necesariamente, intenta colocar un suelo aceptable sobre el cual comenzar a construir un pensamiento crítico que nos despeje el camino de aquellos escombros para que, liberado el camino, podamos asegurar nuestra marcha hacia respuestas más hondas y densas a las preguntas antes formuladas: ¿qué somos realmente? y ¿qué deberíamos ser?, que equivale a preguntar ¿qué es lo más humano de lo humano?

VII.- La filosofía crítica se vuelve contra el sujeto pensante

Afrontemos ahora el problema que venimos analizando, desde otra óptica. El término “paradigma” se origina en la palabra griega “parádeigma”, que, a su vez, se divide en dos vocablos: pará = ‘junto’ y deīgma = ‘ejemplo, modelo, patrón’. Originariamente, significa ‘patrón o modelo’. En Wikipedia, encontramos esta definición:

«En términos generales, se puede definir al término paradigma como la forma de visualizar e interpretar los múltiples conceptos, esquemas o modelos del comportamiento en todas las etapas de la humanidad en lo psicológico y filosófico, que influyen en el desarrollo de las diferentes sociedades integradas e influenciadas por lo económico, intelectual, tecnológico, científico, cultural, artístico y religioso que al ser aplicados pueden sufrir modificaciones o evoluciones según las situaciones para el beneficio de todos».

El filósofo y científico Thomas Kuhn [2] (1922-1996) publicó La estructura de las revoluciones científicas (1962), obra en la que otorgó al concepto “paradigma” un significado más preciso para referirse al conjunto de prácticas que definen una disciplina científica durante un período específico. Las características que exigía fueron: a- lo que se debe observar y escrutar; b- el tipo de interrogantes que se supone hay que formular para hallar respuestas en relación con el objetivo; c- cómo deben estructurarse estos interrogantes; y d- cómo deben interpretarse los resultados de la investigación científica. Si bien este esquema está pensado para la actividad científica, podemos tomarlo para comprender cómo se estructura nuestra capacidad de conocer y entender, en una cultura como la occidental moderna, en la que la ciencia es un modelo de acceso a la verdad.

La introducción nos sirve para ir al encuentro de un intelectual, Rigoberto Lanz3 (1945-2013), que ha investigado el tema y ha escrito un texto en el cual aborda la incidencia del paradigma en la formación del intelecto. Bajo el título El arte de pensar sin paradigmas. La educación en el banquillo, analiza con profundidad este problema:

«¿Es posible “pensar sin paradigmas”? ¿Es posible “vivir sin paradigmas”? Tal vez este tipo de interrogación pueda parecer un tanto retórica, pues la respuesta automática debería ser “No”. No, si se entiende paradigma como lo quiere Edgar Morin4: “Todo supuesto respecto de la vida misma”. Si paradigmas son los supuestos con los cuales pensamos, hablamos y nos comunicamos; si el lenguaje mismo es ya un supuesto, entonces, obviamente no se puede ni vivir, ni pensar sin paradigmas. Pero si paradigma no es solamente eso, como lo sugiere Morin, entonces la pregunta es menos retórica. Y si ya nos situamos en este comienzo del siglo XXI, unos de los rasgos más distintivos de la época que nos toca vivir es que, en efecto, ciertos paradigmas ya no sirven para pensar, ciertos paradigmas que nos acompañaron durante largas décadas, siglos incluso, ya no están en condiciones de pensar el mundo, ya no sirven para explicar el mundo, para guiar nuestras conductas en el mundo en que estamos».

Lanz nos desafía a discernir el problema que representa la inadecuación de las estructuras de pensamiento a través de las cuales nos relacionamos con la realidad cotidiana, social, económica, política, cultural, etcétera, dentro de la etapa que nos toca vivir. Las incongruencias que se nos cruzan en nuestras percepciones y reflexiones cotidianas generan un espacio de incertezas que debemos tener en cuenta para no quedar sumergidos en un mar de dudas que, a su vez, desestabiliza nuestra relación con el entorno y con los otros.

Tener conciencia de que manejamos una concepción del mundo que nos devuelve como respuesta el desorden, la inestabilidad, la depreciación de los valores, nos inquieta. Ello obliga a rever nuestras conductas y los modelos de pensamiento que empleamos. Está en juego nuestra salud psíquica y espiritual, y es imperioso encontrar respuestas necesarias y satisfactorias. El conjunto de ideas con las que hemos sido educados no puede dar cuenta de una cultura en la que se están desmoronando los valores que la sostuvieron por siglos. Si aceptamos la necesidad de un paradigma ­—los supuestos contenidos en éste obraron como sólidas columnas de la civilización occidental—, debemos tomar conciencia hoy de ser el causante de las discordancias, por no haberse adaptado a este momento de profundos cambios. El desafío es la necesidad de una reestructuración mental reelaborada para un marco de comprensión que proporcione un buen diagnóstico de todo aquello que está hoy en decadencia. Esto es, precisamente, la etapa signada por la crisis.

1 Filósofo y antropólogo francés, conocido por su intento de combinar la descripción fenomenológica con la interpretación hermenéutica. Licenciado por las Universidades de Rennes y de la Sorbona. Fue profesor de las Universidades de Estrasburgo y de la Sorbona, en París.

2 Doctorado en Filosofía y en Física Teórica por la Universidad de Harvard. Fue historiador y filósofo de la ciencia estadounidense y profesor de esa universidad y de las de Berkeley, Princeton y Massachusetts.

3 Sociólogo, magíster en Filosofía de la Ciencia y profesor titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigador, escritor, ensayista venezolano, académico, fundador del Centro de Investigaciones Postdoctorales de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela.

4 Sociólogo y antropólogo francés (1921). Estudioso de la crisis interna del individuo, ha abordado la comprensión del «individuo sociológico», a través de lo que él llama una «investigación multidimensional».

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