La filosofía como condición del pensar crítico. Parte III – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

IV.- La filosofía como iluminadora del pensar ciudadano

Una asombrosa paradoja encierra el imperio del pensamiento único, desprendimiento sorprendente de un pragmatismo que ha abandonado toda exigencia de verdad. Aunque la filosofía contiene la reivindicación, la de ser un camino para acceder a una verdad que pueda ser sostenida argumentativamente, estos propósitos han caído en desuso por la nueva práctica del opinionismo [1]. En las últimas décadas, se ha ido imponiendo su ejercicio cotidiano en el habla coloquial: se presenta como una libertad de opinión que ha renunciado a la búsqueda de su veracidad, con lo que puede no necesitar una cierta coherencia o una fundamentación lógica. Es lo que ha definido el concepto de opinión pública en la sociedad de masas, entendido esto como la opinión de cualquier ciudadano de a pie que se siente con derecho a opinar sobre cualquier tema, sin necesidad de la mínima versación o preparación, por haber estudiado o investigado un poco algún aspecto de ellos.

Queda oculto, en esta práctica social, que esa opinión está incentivada por un sistema informativo que abusa de la noticia sin verificación de evidencia, de noticias aparecidas y desaparecidas fugazmente sin que se sienta la obligación de informar sobre su finalización. De este modo, la opinión pública es el resultado de la catarata informativa que arroja sobre el espacio público un caudal imposible de metabolizar por el receptor. Todo ello es manejado con una aparente irresponsabilidad de personajes, llamados periodistas, en muchos casos, también con una mínima formación intelectual. Estos hacen gala de un asombroso desconocimiento del lenguaje y, por su pobreza, expresan un discurso chato, superficial, necio, insustancial. Este modo del discurso periodístico exhibe un uso desaprensivo de la relatividad del pensamiento.

El profesor Viñuela Rodríguez avanza en este sentido:

«El relativismo es otra forma de muerte de la democracia, si todas las opiniones son iguales, si todas son equivalentes, al final la opinión que sirve es la del más fuerte, he aquí el totalitarismo emergiendo de la propia democracia. Y eso es hoy en día lo que ha ocurrido cuando se ha establecido la equivalencia de las opiniones. Se ha eliminado el pensamiento y con él la filosofía. Se ha eliminado, en definitiva, la democracia. Se nos ha confundido por parte del poder político y se nos ha hecho pensar en una equivalencia que no es tal, la supuesta equivalencia entre la libertad de expresión y el respeto de las opiniones. Pues no, una cosa es la isegoría2, la libertad de expresión, y otra el respeto a cualquier opinión. Lo que la democracia y la filosofía que la sustentan nos dicen es que lo respetable son las personas y que las opiniones son para debatirlas. El respeto a las opiniones por ser tales es la pérdida del diálogo, el pensamiento y, con ello, abrir la puerta a la opinión del más fuerte. Es decir, a la tiranía. Es abandonar la civilización para caer en la barbarie. Barbarie tecnocrática, precisamente, que es en la que nos encontramos por el engaño del poder que nos ha hecho abandonar el pensamiento. Y por eso defendemos aquí la vinculación causal de democracia y filosofía. Sin filosofía no hay democracia y sin ésta lo que hay es barbarie: totalitarismo, tiranía, absolutismo, fanatismo, violencia… hoy en día nos encontramos en una barbarie tecnocrática y un totalitarismo del mercado, una ausencia de valores y de ética y una democracia de papel».

El profesor defiende el concepto de isonomía3 como modelo de democracia ateniense. Considera una de las características que definían la democracia, mediante la cual la herencia griega se presenta como portadora de una civilización sustentada por la igualdad ante la ley:

«Todos somos iguales ante la ley, y la ley tiene su origen en el pueblo. La ley no es arbitraria, no depende del poder del más fuerte, ni del más rico, ni del clero. La ley emana del pueblo y nadie está por encima de la ley. Esto es lo que nos enseña la democracia y ésta es la conquista filosófica que tiene como modelo ejemplar a Sócrates, “a las leyes se las obedece”, lo cual nos saca de la incerteza jurídica».

Podemos concluir diciendo: el ataque contra la filosofía como instrumento necesario para la educación en el pensamiento crítico, es un tiro por elevación contra la posibilidad de una democracia deseable, según el modelo que expone el profesor.

V.- El pensar  filosófico crítico debe ser un ejercicio del ciudadano

He seguido la argumentación del profesor Viñuela Rodríguez, si bien no puedo afirmar que acompaño todas sus enunciaciones, y eso ya lo he subrayado. Debo repetir: no puede dejar de interesarnos su línea de pensamiento y su defensa de una filosofía crítica —lo que no significa cualquier filosofía—, ya que una de las manifestaciones de ésta es la defensa del proceso global como legitimación de su existencia y de sus propósitos. Aunque se presente como una paradoja, es necesario decir, para despejar el camino de algunas neblinas, que la desvalorización del pensamiento filosófico se hace desde una filosofía que se trasviste en la negación de la filosofía sin más,  ya que  una de las características del pensamiento único es presentarse como una posición aséptica, objetiva, avalorativa. En realidad, lo que se ataca bajo ese manto supuestamente neutro es todo aquello que asome como una revisión crítica de los fundamentos del proyecto globalizador: sus pretensiones y sus consecuencias, cada vez más evidentes.

De allí que insista:

«Pero hoy vemos que comienza a triunfar una forma de la barbarie: las leyes no son iguales para todos; las leyes se hacen con una intencionalidad que no es la del pueblo, sino la de distintos poderes, el político y sobre todo el económico. Estamos al borde del abismo que es el totalitarismo y la tiranía que emergen del imperio de la arbitrariedad del poder, facilitado por la oscuridad de la sinrazón. De ahí la necesidad imprescindible del saber filosófico, de la ética, los únicos saberes que pueden revitalizar la democracia. Y de ahí que nuestra crisis sea ética y filosófica. Más aun, es una crisis de nuestra civilización, es el fin del pensamiento y el comienzo de la barbarie».

No puede extrañarnos ni llamarnos demasiado la atención lo dicho. Cualquier ciudadano ligeramente informado no puede ignorar el estado social, político y económico en el que se está sumergiendo una parte de Europa, proceso que augura el mismo destino de aquellos países que todavía no muestran en superficie las consecuencias que ya comenzaron a padecer, incluida Alemania. El circunstancial triunfo de un proyecto, que se ha denominado, hace tiempo, el capitalismo salvaje, bajo el dominio de los especuladores financieros, no puede tener otro final que el desastre. Sobre esto, el profesor sostiene:

«El mundo en el que vivimos, que han construido para nosotros, para esclavizarnos, para eliminar las conquistas sociales, antropológicas y laborales de doscientos años para acá, está siendo fagocitado por una forma de pensamiento (ausencia de tal) y un conjunto de valores (contravalores o valores económicos, exclusivamente) que excluye el humanismo del mundo y del pensamiento, sostenido por su piedra angular, la filosofía».

Como corolario de esta seria argumentación, se puede afirmar que ante la pregunta: ¿Y las humanidades? ¿Y la filosofía?, se debe responder que no tienen cabida para los fines propuestos por ese poder inhumano. No sólo no “sirven para nada”, como irónicamente sostiene el profesor. Su inutilidad reside en que su objetivo es totalmente contradictorio con el proyecto dominante:

«Todos estos valores no están dentro del mercado. Es más, interesa que salgan de la circulación. Que no exista un pensamiento que los recoja, que revise críticamente sus contenidos. En definitiva, que caigan en el olvido y una gran losa se cierre sobre ellos. La filosofía es el ámbito de la libertad civil, de pensamiento y política. Cuestiona el poder, analiza al hombre, jerarquiza los valores, desenmascara el engaño del poder como el de la unidimensionalidad de los valores económicos. No sirve, porque no es útil, entendiendo lo útil por aquello que es eficiente económicamente».

La filosofía, las humanidades, colocan en el centro de su pensamiento el problema humano. Y, precisamente por eso, han sido las humanidades y la filosofía como una reflexión última sobre el hombre, las que han apoyado el desarrollo de la persona y apuntan hacia su emancipación. Reside aquí su potencial subversivo para las duras reglas del mercado. De ese modo, se comprende mejor la ironía que contiene la afirmación de Viñuela Rodríguez, que justifica su inutilidad y su eliminación.

Tras los vericuetos irónicos mediante los cuales el profesor nos ha brindado una crítica a las intenciones de borrar del sistema educativo a la filosofía y a las humanidades, recurro a otro filósofo español, Santiago Alba Rico [[4]] (1960), que dispara sus armas desde la misma trinchera. Cito, para ello, un artículo suyo publicado con el título ¿Qué valor práctico tiene la filosofía? En él, plantea la misma temática, aunque adopta una argumentación de tono positivo, cuando responde la pregunta formulada:

«La pregunta por el valor práctico de la filosofía es la pregunta por el valor práctico de hacerse preguntas en un mundo que ofrece sólo —al contrario de lo que se piensa— respuestas. El mundo mismo, de hecho, tal y como está configurado, es una respuesta compleja que se anticipa a preguntas que aún no se han hecho o que incluso no se pueden hacer. Pienso en el mundo llamado “natural” o cosmos, que antes de presentar enigmas ante nuestros ojos -las estrellas, por ejemplo- nos proporciona la luz del Sol, respuesta atmosférica que nos permite vivir sin hacernos demasiadas preguntas. Pero pienso también en el universo social, una membranosa red de respuestas articuladas en la que ponemos el pie cada mañana sabiendo bien qué es lo que tenemos que hacer: cómo vestirnos, de qué manera saludar, a quién respetar y, más importante aun, de dónde proceden nuestros medios de subsistencia».

El filósofo Enrique Dussel [[5]] (1934) nos habla de nuestra actitud habitual por la cual vivimos inmersos en un mar de hechos, cosas, fenómenos, que se disuelven en la cotidianeidad. El extraerlos de ese horizonte que se invisibiliza exige prestar atención. Si fijáramos nuestra mirada sobre ellos, se “iluminarían” y despertarían nuestra curiosidad. El formular preguntas sobre ello los convierte en problemas que piden respuestas. No es que esto deba ser obligatorio, es un llamado de atención respecto de pararse ante la vida con una actitud filosófica de preguntar. Si no nos preguntamos, todo lo que nos rodea se mantiene imperturbable en su estar allí. Es decir, no aparecen los problemas. Estos se convierten en tales, en tanto el hombre los nombra. Es la pregunta la que genera la transformación de lo habitual en problema. Ella es la causante de la trasmutación de los objetos en cuestiones para pensar:

«Es siempre así, y ha sido siempre así, lo más habitual, lo que “llevamos puesto”, por ser cotidiano y vulgar, no llega nunca a ser objeto de nuestra preocupación, de nuestra ocupación. Es todo aquello que, por aceptarlo todos, pareciera no existir; a tal grado es evidente que, por ello mismo, se oculta».

El entorno en el que vivimos, nuestro hábitat, nuestro mundo cultural, está cargado de problemas que se mantienen ignorados, en tanto no reparemos en su existencia. Es la presencia humana la que puede correr el velo que invisibiliza la riqueza contenida en los temas vitales. Esto llega a un grado sublime en Así habló Zaratustra, del filósofo Friedrich Nietzsche [[6]] (1844-1900), cuando le hace exclamar ante la salida del Sol: «¿¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!?».

Le recuerda al Sol que su importancia está dada por la presencia humana. Sus rayos, que posibilitan la vida, no serían reconocidos en su valor, de no existir el hombre que lo expresa. La pregunta, un tanto extravagante para quien no frecuenta la filosofía, evidencia lo que Dussel reclama: lo habitual se desvanece ante la mirada que lo ignora. De allí que acentúe que el hombre,

«Por el sólo hecho de serlo, ha nacido, se ha originado, ha descubierto las cosas, las existencias en un “mundo”,  desde un conjunto de perspectivas constituyentes, que, por tan sabidas, no las sabe nadie. En cierto modo, descubrir los últimos constitutivos del mundo es ir al encuentro de un número limitado de “perogrulladas”, que  significan, sin embargo, los últimos soportes de nuestras existencias».

La trivialidad de lo cotidiano se singulariza, se ilumina y embellece ante la pregunta del hombre que quiere saber por qué se ha dado de ese modopor qué es así ahora, cómo se produjo esa realidad que lo rodea, y tantas otras preguntas posibles que pueden convertir una minúscula célula en un problema científico. La belleza del paisaje es tal, sólo si está el hombre que la admira. Por ello, insiste Alba Rico en la necesidad de preguntar, porque la pregunta nos hace más y mejores humanos. Sin embargo,

«No todas las preguntas son filosóficas, es verdad, pero las que no lo son, no son verdaderas preguntas. La pregunta del enamorado que aún no sabe si la amada lo aceptará, no es una pregunta filosófica, aunque sí lo es la pregunta sobre el amor mismo. Sólo el preguntar sobre el mundo -natural o social- puede definirse como un preguntar filosófico. ¿Y las respuestas? ¿Cómo son las respuestas filosóficas? Me atrevería a decir que no hay respuestas propiamente filosóficas y que las respuestas a las preguntas filosóficas son respuestas científicas, antropológicas, religiosas, políticas, según el caso. La filosofía pregunta y responden las distintas disciplinas, las teóricas y las “pragmáticas”, sin agotar nunca el espacio de la filosofía para seguir preguntando».

La enorme riqueza filosófica contenida en el preguntar del niño —porque quiere siempre saber más— se va despilfarrando durante esos años que denominamos madurez. El abandono del preguntar es una renuncia a una vida mejor.


1 Se define como “opinionista”, palabra de origen italiano, a la persona que se expresa sin argumentar, partiendo desde su propio modo de pensar sin aportar más argumento que ése. Hace gala de conocimientos que no tiene y demuestra que no le preocupa no tenerlos.

2 En época anterior a la democracia, los griegos usaban la palabra “isegoría”, que procede de isos = ‘igual’, y ‘ágora’ = asamblea. Significa un sistema en el que todos hacen uso de la palabra de igual a igual.

3 La isonomía es el concepto de igualdad de derechos civiles y políticos de los ciudadanos. Es la consigna política que expresaba de la forma más sucinta el carácter propio de la democracia, opuesto al ejercicio ilimitado del poder por parte del tirano. Era el término en uso para designar un régimen democrático, antes de que el concepto de democracia se generalizara.

4 Filósofo español, licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, escritor; ensayista y periodista.

5 Académico, filósofo e historiador argentino. Fue rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la Ética, la Filosofía Política y la Filosofía latinoamericana, y por ser uno de los fundadores de la Filosofía de la Liberación.

6 Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX.

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