Por Ricardo Vicente López
El tema de la manipulación de la opinión pública va adquiriendo mayor importancia en la medida en que la efectividad de sus técnicas, y la eficiencia de sus resultados, han logrado que, paulatinamente, fueran desapareciendo los mecanismos que la producen, de la superficie del sistema mediático. Eso puede verificarse en dos fenómenos, fácilmente verificables: 1.- Si se pregunta al ciudadano de a pie si se siente libre en sus ideas y valores, si lo que piensa corresponde a la libertad de su pensamiento, la respuesta mayoritaria va a ser “si”; 2.- si hacemos un repaso atento sobre las manifestaciones de periodistas de los medios de comunicación (prensa, radio y televisión) no sólo aseguran su total libertad para expresarse, sino que afirman que si alguna vez existió la manipulación fue en los comienzos del periodismo, pero hoy, con la multiplicidad de medios libres, sería imposible cualquier intento de ese tipo.
La manipulación funciona hoy como un clima de época, una condición de la cultura mediatizada, que ha logrado infiltrarse en los pliegues más profundos del sistema de informaciones. Esta condición de su presencia oculta queda a espaldas de gran parte de los productores y consumidores. A ellos les pasa inadvertida, pasa a ser una condición natural del periodismo moderno. La sociología habla de un fenómeno de naturalización. Veamos una definición:
La naturalización puede considerarse como un discurso dominante en la mayoría de las formas de sociedad actuales. Al atribuir a causas naturales los hechos sociales, los individuos y los grupos se alejan de la comprensión de las reglas sociales que guían los comportamientos en sociedad.
Ayuda mucho al logro de estos resultados el bajo nivel en la formación cultural, política, filosófica, de la gran mayoría de los que se mueven en el medio periodístico. Esto se refleja en la calidad de sus preguntas y en la casi nula capacidad de repreguntar. Sus producciones se mueven sobre la capa superficial de los acontecimientos: no hay historia, no hay causas, por ello no hay análisis.
Para ellos los hechos suceden, se analizan y se publican, corridos por la inmediatez de su valor, siempre efímero, que será rápidamente reemplazado por el siguiente. No hay tiempo de verificar, de investigar. La instantaneidad de los fenómenos sociales produce una aberración de la información que se denomina noticia, aferrada a la necesidad de la actualidad, según la RAE: “Cosa o suceso que atrae y ocupa la atención del común de las gentes en un momento dado”. Se desarrolla dentro del tiempo de un presente perpetuo y evanescente.
Entonces, no debe sorprendernos que se pueda afirmar, sin “ruborizarse”, la existencia de una total de libertad de prensa y de opinión. Esa libertad es la que se puede percibir en las redacciones periodísticas en las que todos tienen claro cuáles son los límites, siempre implícitos, dentro de los cuales se puede ejercer la libertad de pensar, escribir y hablar. La importancia, de lo que me atrevo a calificar como un clima ideológico, se manifiesta en una cierta uniformidad de sus miembros, cuya variabilidad se da dentro de un continuo de lo aceptable.
Un párrafo aparte merecería la formación profesional de los periodistas (o comunicadores como gusta decirse hoy). Una mirada amplia y abarcadora se recibe en los institutos y/o facultades, en las cuales predominan ciertas técnicas, modalidades, especializaciones. Esto se puede verificar visitando sus bibliotecas, revisando los programas de estudio y la bibliografía exigida en la cual predomina la producción de origen estadounidense. Siendo la Ciencias de la comunicación o carreras de periodismo una réplica del modelo EEUU. Utilizo como ejemplo la presentación de dos universidades que publicitan sus carreras:
La primera dice: “Las ciencias de la comunicación se encargan de estudiar la esencia de los procesos de comunicación y parte de la sociología, lo cual permite el estudio intenso de la sociedad (sic!). Abarca, además, una gran variedad de especialidades como: comunicación social, periodismo, relaciones públicas, telecomunicaciones, comunicación institucional, redes. De igual manera, las disciplinas como la lingüística, la sociología, la antropología social, la cibernética y la psicología”.
Comentario: es evidente la mano de un publicista que está vendiendo sus productos. Pregunto: la enseñanza superior ¿necesita de esas técnicas para mostrarse como una mercancía más del mercado?
La segunda anuncia: La Licenciatura en Ciencias de la Comunicación forma profesionales capacitados para desempeñarse en los diferentes ámbitos de la comunicación (interpersonal, grupal, mediática, intercultural y organizacional) y en la producción y gestión de la información, que sean capaces de responder a las necesidades de los medios y redes de comunicación, empresas, organizaciones de la sociedad civil, organismos públicos y agrupaciones políticas, gremiales, sociales y culturales, entre otros ámbitos.
Comentario: Ofrece preparar personas según las necesidades de instituciones y empresas. ¿No limita la capacidad crítica si debe responder a esas necesidades?
Creo que este condicionamiento está ya en el origen de todo este sistema. La información, travestido en fenómeno comercial, dominado por la presencia de grandes empresas, funciona en la órbita de las grandes multinacionales. Está sustentada por la publicidad. Ella responde a las reglas del sistema de mercado. Es un insumo que respeta su condición de mercancía y se mueve dentro del mundo del poder imperante: se desarrolla, se perfecciona, circula como una mercancía más en un juego de diversas mercancías. La mercancía es la sangre viva del funcionamiento empresarial.
Afirma Chomsky respecto a las manipulaciones de la información pública:
Pensaban que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como se pudo confirmar, los intereses comunes no son comprendidos por la opinión pública. Solo una clase especializada de hombres responsables, lo bastante inteligentes, puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan.
La presencia de esas primeras definiciones se convirtió en la convicción de la necesidad de una clase dirigente: se fundó así la teoría de la formación de una élite ilustrada que se hiciera cargo de la República, la “cosa pública”, lejos de ser democrática como se entendió en Francia. Esta teoría, sostenida también por John Dewey [1] (1859-1942), afirma que sólo una élite reducida —la comunidad intelectual — puede entender cuáles son aquellos intereses comunes del ciudadano de a pie. No se debía dejar librado al azar qué es lo que les conviene a todos, puesto que la enorme cantidad de cosas importantes quedaban fuera de la posibilidad de la comprensión de la gente en general.
La conclusión inmediata a semejante afirmación, expresada sin escrúpulos, es que dada la distancia entre una elite dirigente: preparada, entrenada e inteligente, respecto de la masa ignorante, obligaba a adoptar algunas medidas para hacer viable la gobernabilidad. Walter Lippmann (1889-1974), de quien ya me he ocupado en estas columnas, lo definió así:
Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tienen que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Los individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo −la comunidad financiera y empresarial− y para ellos trabajamos.
Si después de digerir lo anterior, amigo lector, logra reponerse, podrá comenzar a encontrar algunas pistas para comprender la concepción que la clase dominante tiene de todos nosotros. Lo que fue cambiando, innovando, perfeccionando, fueron los instrumentos de dominación. Los avances tecnológicos profundizaron el manejo de la subjetividad social, desde los primeros pasos de la educación hasta, la mucho más compleja formación profesional. Se educaron individuos capaces de fabricar consenso, la élite intelectual que iría ocupando los puestos claves. Ellos son los que llamamos políticos (aunque en realidad todos lo son) hasta los más inofensivos como los de la educación primaria, ascendiendo por toda la escala educativa hasta el nivel universitario.
Le propongo un ejercicio de análisis bastante sencillo. Si no aceptamos ser parte del rebaño ¿Cómo se puede explicar que un pequeño puñado de personas se haya apoderado de más del 90% de las riquezas del mundo? En contrapartida ¿cómo entender que un tercio de la población coma poco o nada sin mayores quejas? Esto puede suceder si hay una versión del mundo para nosotros, que nos llega a través de los medios de información, y otra, más política, para la élite ilustrada. Volveré sobre todo esto.
[1] Filósofo, pedagogo y psicólogo estadounidense, uno de los fundadores de la filosofía del pragmatismo.
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