Juntar fuerzas en política impone, a veces, algunos costos. Si es necesario sumar no se puede andar con grandes exigencias. Es necesario priorizar la importancia del objetivo por sobre las diferencias sectoriales.
Para el próximo 22 de febrero -3 semanas justas, pero está el feriado largo de Carnaval en el medio, no falta tanto- está anunciada una movilización que encabezará el sindicato de Camioneros -hoy, el más poderoso de los gremios- en la Avenida 9 de Julio. Una parte importante del sindicalismo argentino, de la dirigencia del peronismo y también de otras estructuras políticas ha comprometido su adhesión o la anunciará en los próximos días. Si no se negocia su levantamiento -no es imposible, pero muy difícil que suceda- va a ser una demostración de poder de movilización de aquellas. Todos lo saben, aún los que odian la idea (los hay de ambos lados de la “grieta”, eh).
Esta ofensiva sindical -más bien, contraofensiva- comenzó hace pocos días, el 19 de enero, cuando en Mar del Plata se reunieron Hugo Moyano, Luis Barrionuevo, Sergio Palazzo, y un grupo numeroso de dirigentes sindicales, casi todos ellos identificados o con alguno de los dos primeros o con la Corriente Federal de los Trabajadores, cuyo referente es Palazzo.
Como sea, ayer se dieron pasos decisivos. Primero, Hugo y Pablo Moyano recibieron en su sede de San José 1781 a Hugo Yasky y Roberto Baradel, los dos jefes de la CTA de los Trabajadores, que les anunciaron su respaldo: “Si el movimiento se une detrás de este norte sin desviaciones seremos imparables. En la construcción de esta perspectiva estamos embarcados. No podemos dejar pasar esta reforma. Salgamos a defender nuestras conquistas, coordinemos la lucha y participemos de reuniones, y asambleas en cada unidad para informarnos y debatir las acciones a desarrollar”, dijeron los gremialistas docentes después de la reunión. También estuvieron directivos de la CTA de Pablo Micheli y Gustavo Vera, de La Alameda.
Del encuentro participaron los delegados del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), que denuncian los despidos masivos ahí. El vocero del grupo fue Néstor Escudero, que figura en los listados de los 255 cesanteados por la gestión de Javier Ibáñez. (Escudero vuela hoy mismo a Roma para participar de un encuentro de la Red Libera, que nuclea a más de 1.600 organizaciones antimafia de Italia, al que fue invitado especialmente por el Papa Francisco). Moyano prometió ir a visitarlos a la sede del INTI en la Av. Gral. Paz.
Luego, el plato principal (en número de sindicatos y de afiliados): el Consejo Directivo de la CGT aprobó (presentes 27 miembros sobre 35) acompañar la movilización. Claro, las ausencias no se debieron solamente a que era el último día de enero. Como dice Clarín -que en los últimos días está ¡más histérico contra Moyano que contra Cristina!; algo le habrá hecho- hubo ausentes de “peso”, por capacidad de movilización y cantidad de afiliados: Andrés Rodríguez (UPCN), Armando Cavalieri (Comercio), José Luis Lingeri (Obras Sanitarias), Gerardo Martínez (UOCRA), y el triunviro Héctor Daer (Sanidad).
Los otros triunviros de la CGT, Juan Carlos Schmid y Carlos Acuña ratificaron las críticas del documento de Mar del Plata sobre los despidos masivos en el sector público, más los 30 mil despidos en el sector energético en la Patagonia, la baja del poder adquisitivo, la caída del consumo y la “dificultad de encarrilar el proceso inflacionario”. Sobre esto Schmid adelantó la posición de la CGT sobre el techo que el Gobierno pretende imponer: “Las paritarias deben ser libres, sin interferencias, y no se acepta ningún tipo de referencia o techo, sobre todo porque nos hace dudar las dos últimas referencias dadas por el Gobierno, que fueron desbordadas por la realidad”.
Y de los ausentes y la unidad de la CGT, Schmid fue sincero: “No sé cómo estará el país de acá a un año, mucho menos puedo imaginar cómo va a estar la CGT”.
En la agenda de los Moyano están las reuniones con los máximos referentes de los movimientos sociales Barrios de Pie, CTEP y Corriente Clasista y Combativa, las tres organizaciones que Pablo Moyano quiere incorporar a la central obrera de Azopardo.
Las adhesiones políticas, se puede apostar tranquilo, no van a faltar: el bloque de diputados que encabeza Agustín Rossi, La Cámpora -que ya anunció públicamente su respaldo a Moyano ante la persecución judicial-… (menciono estas en particular por desavenencias previas con el Hugo). Cristina Kirchner, como lo ha hecho en estos dos años en oportunidades parecidas, pedirá, estoy seguro, que se concurra a la movilización. El Frente de Izquierda marchará, sin dejar de hacer notar sus cuestionamientos a la “burocracia sindical”.
Todo esto, la dirigencia. ¿Y dentro de cada uno, de los millones de “a pie”? El Hugo es el más poderoso de los sindicalistas (aunque no sea el más querido. El poder no es un concurso de simpatía). La militancia sindical, las decenas de miles de delegados que son la realidad del gremialismo, en conjunto no tendrán muchas dudas: se moverán con su sindicato. Es lo que les da la posibilidad de defender a sus compañeros, y a sí mismos.
La militancia política… En el blog a veces me he permitido ser sarcástico con esa relación de bronca-envidia que tienen con la dirigencia sindical. (Bronca… muchas veces justificada; envidia no reconocida, porque el sindicalismo conserva una capacidad de movilización que la política no tiene. Columnas de votantes marchando se ven pocas…).
También es cierto que como dice mi amigo Marcos Domínguez, militante gremial y político, lo seguirán puteando a Hugo Moyano tipos que hace 52 meses que militan sin descanso contra Macri desde el teclado de la PC o del celular.
Pero la hostilidad de una buena parte de la militancia contra el sindicalismo no se puede pasar por alto con ironías. Hay en Argentina una incapacidad para construir desde la política poderes permanentes que no dependan de tener cargos en el Estado. En especial desde los movimientos populares. La única excepción ha sido el movimiento obrero, cuyo modelo es el legado del peronismo fundacional.
Pero el sindicalismo -que reúne poder y recursos- ha perdido legitimidad. Ante gran parte de la militancia política, lo que no sería tan grave -porque es una minoría, después de todo- si la conservara ante la sociedad. Y no es así. Mantiene sus afiliados, por los servicios que le presta y porque es la única herramienta que tienen para defenderse. Pero no hay liderazgo político, ni confianza. Las encuestas serán falibles en muchos aspectos, pero en eso son terminantes.
Esa otra grieta… pueden contribuir a cerrarla Macri y Magnetto. Porque la hostilidad de los enemigos ayuda a dejar claro por dónde pasan las divisiones profundas entre proyectos de sociedad. Hugo Moyano, que fue un aliado clave de Néstor Kirchner y luego de Cristina, se transformó en un duro adversario (Nada extraño; la lucha por el poder tiene esas cosas. Ni es un concurso de simpatía, ni tampoco de buenos sentimientos). Y sin duda en los últimos tiempos se llevaba mejor con Macri que con el gobierno K.
Pero no hay que engañarse. Más allá del gobierno de Mauricio Macri, y aún de los sectores miopes e hipócritas que se horrorizan ante los modales y la riqueza de los sindicalistas -los otros ricos se destacan por su elegancia refinada, claro- el modelo de la globalización financiera que nuevamente se pretende hacer viable en Argentina- no admite un sindicalismo fuerte.
A los que no somos beneficiarios de ese modelo, no nos va a unir el amor sino los intereses comunes. Diga lo que diga Borges, es un vínculo más confiable.
Fuente: Nota de opinión – 1-2-18