Por Ricardo Vicente López
“Inteligentísimos economistas formados en Harvard que saben cómo hacer ganar mucho dinero a los ricos pero no saben cómo sacar de la miseria a los pobres; saben inventar crisis catastróficas que enriquecen a los ricos y empobrecen a los pobres”.
-Andreu Martín (1949), escritor español.
La formación que recibe el ciudadano medio, en las diferentes instancias educativas, lo prepara para la especialización, en el análisis particularizado del fragmento. Equivale a decir —como nos lo adelantaba Ortega y Gasset hace casi noventa años— se los prepara para saber lo más posible sobre lo cada vez más diminuto, microscópico, de la realidad. El Doctor en Filosofía por la Universidad de Madrid Julián Marías (1914-2005) lo expresaba de este modo:
Para Ortega, el gran título de honor de nuestro tiempo, en los países occidentales, es el acceso de las masas a la vida histórica, al goce de las creaciones de la civilización, a las posibilidades humanas que más de dos milenios de esfuerzo han hecho posibles. Lo grave, lo inquietante, lo patológico, no es eso, sino que eso se comprometa y ponga en peligro al no tener en cuenta que en el hombre todo es inseguro y problemático. No se puede vivir humanamente más que exigiéndose, manteniendo una tensión creadora, un estado de permanente alerta, un impulso hacia lo alto. El fenómeno del hombre-masa es el problema. Es el que opina sobre todo y cree que todo le es debido, que no siente gratitud por lo que ha recibido, ni se cuida de conservarlo, ni piensa en las condiciones que lo hacen posible, se da sobre todo en los estratos medios y superiores de la sociedad. Su forma extrema es el especialista que, por tener alta competencia en un campo limitado, actúa como si la tuviera en todo, opina sobre los temas que le son ajenos, extiende su autoridad parcial fuera de sus límites legítimos.
Esta especialización, tan homenajeada y premiada en los últimos tiempos, se ha convertido en un obstáculo para una aproximación al conocimiento de este tiempo, ya que esto requiere una mirada más abarcadora y comprensiva, menos rígida y cuantificadora, más profunda y sensible.
La referencia anterior a los autores ha tenido como propósito partir de la autoridad y la sapiencia de quienes han dedicado la vida a pensar la situación del hombre y la historia. Puede encontrarse en todos ellos una especie de angustia ante la evidencia de que el sistema cultural, el sistema institucional, el sistema educativo en todos sus niveles, muestran un desfallecimiento que le impone una fatiga a la conducta de los hombres y mujeres de hoy. Esa fatiga, que es al mismo tiempo un sinsentido de la vida, es el resultado de padecer y asumir su impotencia. Esto paraliza la comprensión de las características de esta época, que por lo tanto no encuentra caminos superadores, y todo ello los va sumergiendo en un clima poco propicio para pensar un futuro deseable y posible.
Estas intuiciones, que no han sido sólo el resultado de las investigaciones filosóficas, pueden encontrarse también en la novela del escritor británico Aldous Huxley (1894-1963), Un mundo feliz (1932), que hoy podríamos calificar de anticipatoria o profética. En ella anuncia la solución de los conflictos de la sociedad industrial capitalista. Su descripción contiene elementos importantes que hoy se pueden rastrear en el mundo globalizado. La salida que propone es negar la angustia, en este caso mediante la droga, y ser feliz en la ignorancia.
Desde la cinematografía aparece en Tiempos modernos, un largometraje de Charles Chaplin de 1936, escrito, dirigido y protagonizado por el célebre actor. La película constituye un retrato de las condiciones de trabajo en la fábrica moderna por la implementación de la eficiencia que agregaba la producción en cadena. El perfeccionamiento de la producción se cobra el precio de la alienación del trabajador, sometido a un proceso de subordinación servil a la máquina. El tono es de crítica a esa supuesta superación del mundo global.
A casi ochenta años de esas denuncias, con muy poco arte y un relato lineal, sin embargo me atrevo a recomendar ver la película Idiocracia, porque hay en ella, con no mucha inteligencia y sin grandes esfuerzos de parecer inteligente, una especie de profecía terrible que advierte dónde finaliza el mundo de yanquilandia. Una especie de advertencia, que proviene del lugar más impensable, Hollywood, que, aunque no sea su propósito explícito, obliga a pensar hacia dónde vamos.
El periodista Bob Herbert (1945), columnista del New York Times, ha escrito una nota que tituló Change the Channel (Cambie el canal), como un modo de llamar la atención del ciudadano medio estadounidense que pasa por la vida sin mirar por la ventanilla. Dice, por ejemplo:
Si hay un tema que merezca mayor cubrimiento por parte de los medios noticiosos, es el de la persistencia de la misoginia en Estados Unidos. El sexismo en su infinidad de formas destructivas atraviesa casi todos los aspectos de la vida. Para muchos hombres es el verdadero pasatiempo nacional, mucho más importante que el béisbol o el fútbol. Y sin embargo, poca atención se ha prestado a los estragos que la misoginia produce en la sociedad, en general, y en las mujeres y niñas en particular. Sus formas son ilimitadas. La pornografía dura es un negocio de muchos miles de millones de dólares, que se ha extendido mucho más allá de los hombres exhibicionistas de gabardina para llegar a incluir a cualquiera que tenga un computador portátil.
Si nos dirigimos a la lectura del filósofo alemán Oswald Spengler (1880-1936) en su obra La decadencia de occidente (1918) se debe recordar que vivió una época que experimentó la Primera Guerra mundial y la crisis de la Bolsa de Wall Street. Ésta dio comienzo a una larga y profunda crisis internacional con la quiebra de la economía y la Gran Depresión posterior. El futuro pintaba un muy negro panorama y las perspectivas eran muy poco halagüeñas.
El Doctor Shlomo Ben Ami (1943), Doctor en Historia por la Universidad de Oxford nos propone esta reflexión sobre el filósofo alemán:
Desde la publicación en 1918 del primer volumen de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, las profecías sobre la muerte segura de lo que llamó la “civilización fáustica” han sido un tema recurrente para los pensadores y los intelectuales públicos. Se podría considerar que las crisis actuales en los Estados Unidos y en Europa, consecuencia primordialmente de los fallos éticos inherentes al capitalismo de los EEUU y a las deficiencias de funcionamiento de Europa, atribuyen crédito a la opinión de Spengler sobre la insuficiencia de la democracia y a su rechazo de la civilización occidental por estar impulsada esencialmente por una corruptora avidez de dinero.
Con esta nota abro la posibilidad de extenderme en otras próximas por la importancia del tema. La negación de pensar parte de ello en el espacio informativo público, y de su escaso tratamiento en la bibliografía actual, caracterizado por el optimismo globalizador, me obligan a avanzar sobre él.