La corrupción es constitutiva del régimen partidocrático – Por Juan Manuel de Prada

‘Cherchez la femme’
Por Juan Manuel de Prada

Cada vez que salta a la palestra un caso de corrupción –como el que ahora protagoniza el bueno de Koldo, ese «ejemplo para la militancia socialista» que guardaba como oro en paño los avales del doctor Sánchez–, las masas cretinizadas se entretienen contemplando hasta dónde se extiende su mancha hedionda. ¿Alcanzará a tal o cual diputado? ¿Salpicará a este o aquel ministro? ¿Tirará de la manta ese gerifalte expulsado del partido? En medio del escándalo, que acongoja a las masas cretinizadas adscritas al negociado ideológico pillado con el carrito del helado casi tanto como regocija a las que se adscriben al negociado ideológico adverso, siempre aparecen currinches que se esfuerzan en presentarnos a los corruptos como ‘garbanzos negros’. Pero lo cierto es que la corrupción, en un régimen partitocrático, es sistémica; y no sólo sistémica, sino constitutiva del propio régimen.

La partitocracia no es otra cosa sino la forma de organización política que promueve la rapiña irrestricta del erario público, mediante la creación de oligarquías que saquean las instituciones, hasta dejarlas exhaustas. No es que en los partidos haya más o menos políticos corruptos, sino que los partidos son estructuras oligárquicas concebidas para delinquir, juntas de ladrones a quienes las leyes garantizan la impunidad en el desempeño de sus latrocinios. Bajo el trampantojo ideológico, con el que enardecen y aturden a los incautos, los partidos políticos son máquinas succionadoras de la riqueza nacional, que desvían a sus cuarteles y reparten entre la patulea siempre creciente que se nutre a sus pechos, desde el último asesor al líder carismático.

Por supuesto, la corrupción es una lacra íntimamente vinculada a la naturaleza humana. Pero la partitocracia es un régimen político que garantiza su carácter sistémico e irrestricto; y también el que mejor favorece su impunidad. Además, la partitocracia fomenta un ‘ethos’ corruptor, favoreciendo por un lado la demogresca (de tal modo que a las masas cretinizadas sólo indigne la corrupción del negociado ideológico al que no están adscritas) y promoviendo, paralelamente, la demolición de las virtudes privadas y públicas, hasta lograr que la sociedad chapotee en un lodazal, mientras la clase dirigente disfruta en su particular puerto de arrebatacapas. Ese es el régimen político que-nos-hemos-dado; y ahora debemos apurar ese cáliz oprobioso hasta las heces.

Los océanos de corrupción que el bueno de Koldo ha removido nos mostrarán simas del lodo insospechadas que incluyen, desde luego, todas las estructuras del partido de Estado. Pero sospecho que han sido Nacho Cardero y sus muchachos de ‘El Confidencial’ quienes han acertado más en su aproximación a las letrinas más sobrecogedoras de la corrupción sistémica, que imagino de una extensión semejante a la del Sahara. Recordemos lo que nos recomendaba Dumas, cuando se trataba de resolver algún crimen especialmente sórdido: «Cherchez la femme».

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