Ernesto Semán *
La invasión del espacio político por el ejército de empresarios, ávidos de ganancias y llenos de odio revanchista, caracteriza el gobierno de Cambiemos.
Si la política fuera el 10 por ciento de lo que Mauricio Macri percibe que es, Argentina estaría a mitad de camino entre la Grecia antigua y la Suecia moderna. No lo está, pero dos frases suyas de los últimos días expusieron el imaginario de un país, de una parte del mismo, que vive su día a día amenazado por el poder potencial de una sociedad democrática a la que pelea por domesticar desde hace un siglo.
La palabra de Macri siempre es barrunto. Indicio de algo que él registra o planea. Su espontaneidad va más allá de lo que le sugiera un publicista. Tiene más que ver con un tipo que, más de lo esperable, es permanentemente hablado por su propia historia. Por más planificada que esté su performance pública, Macri es, sobre todo, un síntoma caminando.
Apenas una semana después, en la intimidad descripta en una nota del diario Perfil, el presidente describió la crisis que enfrentan los empresarios, financistas y millonarios varios de su gobierno acusados de lavado de dinero y otras irregularidades: “Si el que entra a la política debe explicar su vida, con quién se asoció, con quién no, los tipos enloquecen, porque hay instrumentos del mundo de los negocios que usan todos”.
Macri hace dos cosas interesantes que van en contra del imaginario PRO que él mismo encarna con solidez. Una es que, en las dos frases, “la política” es tanto el espacio igualador como aquel en el que las conductas privadas son sujetas a una mayor presión por la transparencia. La política (si eso existe) está llena de minas y es un lugar en el que hay que explicar y rendir cuentas por lo que uno ha hecho. Y la otra es que, al mismo tiempo, Macri hace una pincelada de la actividad económica privada acertada e incisiva. Es un mundo en verticalista y jerárquico, al que las mujeres llegaron tarde y poco, una clase social esencialmente venal en la que la ilegalidad y la duplicidad son reglas implícitas como el abuso sexual dentro de una familia: algo internalizado por los miembros que es imposible de explicar por fuera del grupo sin evidenciar su criminalidad.
Los espejos revierten las miradas y Macri, jefe del poder público y dueño de la política, ve a su otro yo patrimonialista y tradicional, y lo apaña. Macri el empresario se mira en el espejo de Macri el Presidente, y de alguna manera, ayudado por los instrumentos financieros de su grupo, las tradiciones, y la seguridad que la suma del poder provee, se comprende. Macri descubre. “De golpe llegué a la política” dice (la transcripción de la Casa Rosada que es benevolente con el Presidente y con la ayuda de su gangoseo de clase eliminó el “de golpe” que se escucha en el video) más de 15 años después de haber empezado. Macri, que vio crecer a su lado el G25 mujeres como uno de los grupos más dinámicos en la construcción del PRO, sabe bien de la existencia de mujeres en el mundo empresarial, pero procesa esas experiencias como imposiciones de la política sobre una dinámica privada refractaria a la igualdad de oportunidades.
Las frases de Macri están armadas tanto de experiencia como de tipos ideales. Pocos saben mejor que él que resulta imposible hacer una separación tan tajante entre el Estado y la política por un lado y la actividad económica privada. No tanto porque el Estado sea aquel viejo reflejo de los intereses de las clases dominantes, sino porque (y esto no es mucho menos viejo) las clases dominantes necesitan del Estado para resolver sus conflictos y contradicciones. Los instrumentos que “usan todos en el mundo de los negocios” son el derivado directo de esa fricción entre dinero y poder político, un roce que produce un espacio gaseoso en el que habitan historias como las del Grupo Macri y en el que empresarios y malandras aprenden no sólo el fraude sino, sobre todo, la construcción permanente de una nueva legalidad.
Pero lo que Macri transpira son décadas de sobremesas, partidos de paddle y vidas íntimas de un enorme grupo que al mismo tiempo que moldeó el país, percibió a la política democrática como una amenaza contra las jerarquías y el libre desarrollo de la vida económica. No sin razón. Esa amenaza no está en el accionar de un grupo político o la presión de un partido, sino que es la forma en la que esos partidos y organizaciones reflejan, con todas sus deformidades, la resistencia que ofrece el tejido social a su desmembramiento y pulverización.
Como bien señala Gabriel Vommaro en su libro sobre el origen de Cambiemos, el grupo de empresarios que se vuelca al PRO decodifica su decisión de saltar a la política como un acto de servicio y un sacrificio individual. Ese salto ocurre como reacción al fracaso de Ricardo López Murphy dentro del gobierno de la Alianza y después de éste en su esfuerzo por ajustar la realidad social a sus reformas económicas. Para ese grupo, “la política” aparece como la manifestación evidente de ese obstáculo que pone la sociedad e impide realizar los ideales modernizadores. El acto de servicio es, entonces, lograr que la política pase de ser un escollo a una oportunidad para la reforma.
Eso también es una derecha moderna y democrática como la que sugiere José Natanson. Democrática no como adjetivo laudatorio sino como descripción del objetivo que se pone por delante. Habitarla, hacerla funcionar luego de desempacar en medio del poder político con todo el bagaje de “la empresa” en la que no hay mujeres y “el mundo de los negocios” en el que no rigen las mismas reglas que para el resto de la sociedad. Argentina, su masa sindical, su sociedad civil irredenta, tiene el reloj atrasado. Macri llegó para modernizar la política y transformar a la amenaza democrática en un obstáculo del pasado. Ir de un lado al otro del espejo sin desvanecerse en el aire.
* Ernesto Semán – Escritor y Profesor de historia en la Universidad de Richmond; Trabajó como periodista en Página/12 y Clarín; se mudó a Estados Unidos, donde estudió en la Universidad de Nueva York.
Fuente: www.panamarevista.com – 27-3-18
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