Por Adolfo Díaz Fernández
El gran problema que tengo con el llamado «Indigenismo», adoptado en casi todo el continente, es que se formuló desde afuera para justificar la división y el ataque contra la porción hispánica de nuestra identidad.
Igual que el término «Latinoamérica», inventando y promovido desde París como parte de una estratagema fallida que pretendía, una vez habiendo conquistado México, -e imponiendo un gobierno «Imperial» alineado a Francia-, justificar el expansionismo y el dominio francés sobre América.
Sorprende pues que los «anti-imperialistas» del continente abracen tanto el «Indigenismo» como el «latinoamericanismo». En algunos casos por ignorancia, en otros como clara burla al pueblo, al que engañan con discursos de «soberanía» e «independencia», mientras lo matan de hambre y le ocultan que su país sigue siendo tan o más dependiente del extranjero como cuando estaban «los otros».
Ya desde tiempos de la «Revolución Mexicana» -que de Revolución no tuvo nada y de mexicano lo fue perdiendo todo-, desde Estados Unidos los medios desvelaban la agenda de Washington con la Doctrina Lind (que buscaba la humillación de la Ciudad de México) siendo parciales con Emiliano Zapata, solo porque era de ascendencia indígena -aunque afrancesado-, y enviaron leguleyos, periodistas y demagogos yankees para tratar de endulzarle el oído al «Caudillo (cacique) del Sur» con lo que antes de la Revolución Bolchevique era el sueño húmedo de los «socialistas»: El «Zapata Land».
Una especie de infierno (paraíso según ellos) donde, el General Zapata, con fusiles y cañones impondría el nativo otomí a la población para extirpar de México la lengua española, y como parodia del sistema de gobierno Inca o Azteca habría un despotismo en el que «la tierra sería de todos» y la autoridad de uno solo.
Más atrás, el sombrío «embajador» Joel R. Poinsett, quien educó a los políticos más prominentes del siglo XIX, se haría famoso por adornar su casa con cuadros de Moctezuma o Cuauhtémoc y artefactos precolombinos, así como por educar a sus «pupilos» (de entre los cuales saldría el propio Juárez), con un discurso anti-hispano.
Mismo discurso con el que se justificó la «Nacionalización» de los bienes de los «malvados gachupines» y la «malvada iglesia católica» para, primero, repartirse entre compadres las migajas y, segundo, dejar lo mejor del pastel a los yankees e ingleses que «sí sabían hacer las cosas» no como los «brutos y bárbaros mexicanos y gachupines».
Juárez mismo, indígena, fue en su momento la esperanza de los puritanos anglosajones que con su «Destino Manifiesto» deseaban hacerse con todo México, cosa que fue imposible gracias a Lincoln y los entonces Republicanos.
Al respecto hay información sobre cómo Juárez hizo pucheros porque Lincoln no les permitió a él y a sus patrones llevar a cabo sus planes, razón por la que Juárez tachó de «afeminado» y «cobarde» a Lincoln, sin voluntad para «hacer lo que debía de hacerse».
Después con la Revolución, los pochos, el Grupo de Naco hecho gobierno, en su «Cruzada Atea» contra la Religión Católica, propusieron locuras y sin sentidos como sustituir al Niño Dios con Quetzalcóatl en Navidad para hacer que el mexicano volviera a sus «raíces paganas».
Ejemplos tan burdos y tan descarados que demuestran lo que es y siempre ha sido el «Indigenismo» los hay a lo largo y ancho de nuestra historia. Es la ideología de la hipocresía, que tiene sueños húmedos con las estatuas de los guerreros mexicas, pero para los indígenas que siguen entre nosotros solo tienen lástima y esta esperanza cínica en poderlos envenenar con un odio sin sentido contra todo lo hispano y después usarlos como armas contra la nación.
Solo hay que recordar lo que hicieron los anglosajones con los indígenas de Norteamérica para darse cuenta de la farsa y de los motivos reales detrás del Indigenismo.
Y aún con esta crítica no significa que un servidor considere que no existan cosas que debemos rescatar de nuestro pasado prehispánico, así como existan otras que deben admirarse. Tampoco significa que no sepa o crea que no estamos insertados en la latinidad (herencia romana).
Hay cosas que rescatar y admirar, sí, pero para nutrir la Hispanidad (de por sí rica por su carácter universal) y no contra la Hispanidad. Y si estamos insertados en la latinidad, es precisamente porque alguna vez fuimos España (y no de España como algunos afirman).
Una cosa es esto último y otra el «aztequismo», que el pochismo usa para tratar de «reconstruir» el Imperio Azteca -agringado– y convencer a nuestro pueblo que nada tiene de español y que es la «viva imagen» de la civilización azteca.
Usando términos como: la «nación azteca», el «pueblo azteca», la «selección azteca», la «biología azteca», y la largo etcétera de aztequismos, que no hacen honra ni justicia a nuestros antepasados sino todo lo contrario, hacen burla de lo que fueron y de lo que hoy somos.
Error común es suponer que somos aztecas o castellanos, cuando en realidad somos las dos cosas, porque gracias al mestizaje somos una síntesis, algo nuevo y único que solo la Hispanidad pudo parir.
Error común también es suponer que todo lo anterior a Castilla era únicamente lo Azteca, lo Maya y lo Inca, cuando hubo y hay más pueblos a los que también les debemos porción de nuestra identidad.
Mientras el Nacionalismo en la América Española no pueda entender esto, no habrá futuro real para ninguna alternativa nacional y popular. No nos libraremos nunca de los imperios que nos pisotean. Por eso la Insubordinación siempre empieza desde la Cultura. Desde el pensamiento.
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