¿Qué significa ser independiente hoy en un mundo absolutamente globalizado?
por Luis Sagasti*
¿Qué significa ser independiente hoy en un mundo absolutamente globalizado? Un mundo donde los usuarios de Facebook superan en número a los habitantes de China, donde las fronteras detienen a los hambrientos y perseguidos pero no a los capitales que los han hambreado, donde una gran empresa tiene más poder que muchos países juntos.
Cómo y en qué medida se puede ser independiente de manera responsable, sin cerrarse al mundo ni abrirse de par en par a la avidez de los grandes capitales. Pues esa discusión comenzó acaso el 26 de mayo de 1810 y aún persiste. Convengamos que el Congreso de Tucumán no la cancela, baste recordar que las provincias del litoral junto con la Banda Oriental no asisten al congreso. Sin embargo y pese a que este deba disolverse luego de redactar una constitución unitaria, habita a todas las provincias la idea de que conforman una nación. Y si hay divisiones es porque se reconoce una unidad originaria de la que nadie reniega. Detenerse en los pliegues más hondos de esa unidad debería constituir el primer paso para responder a la pregunta: qué significa ser independiente. De hecho, no hay hombre público que a lo largo de estos 200 años no haya convocado alguna vez a la unión de los argentinos. Es decir, nadie niega que las partes encastran, la diferencia está en el pegamento a utilizar.
Y acaso el pegamento debería ser un concepto ampliado de solidaridad, es decir que vaya más allá de la limosna o la colecta anual que lava conciencias con alimentos no perecederos. No está demás recordar que gastamos más dinero en alimentar a nuestro perro con delicatesen caninas que en algún tipo de ayuda social o comunitaria.
Los países que solemos admirar han decidido que la educación y la ciencia son los principales pilares para el crecimiento de una nación, que el fomento de la industria propia es esencial para consolidar un mercado interno, que el capital extranjero es bienvenido en tanto acepte el control que imponen las leyes de quienes lo acogen –que respeten aquí lo que respetan en su lugar de origen.
No somos capaces de exigir un concepto amplio de solidaridad a nuestros políticos porque nuestros políticos pues… nos representan, no han venido de otros planetas. No somos capaces de hacer lo poco que nos toca: no pedimos una factura en un comercio, el árbol que sacamos porque no deja ver el cartel de nuestro negocio o nuestra linda y recién pintada casa no es nuestro, a nosotros solo nos toca protegerlo, estacionamos acá a la vuelta para recoger a nuestros chicos que salen de la escuela al lado del cartel que dice que no lo hagamos. Eso sí, hay que ver cómo te respeta la línea peatonal el holandés y anda a ver un alemán tirar un papel al suelo, son países en serio, decimos mientras sacamos la basura diez horas antes que pase el basurero.
Un país verdaderamente independiente tiene conciencia de lo colectivo por lo tanto se encarga de incluir a todos sus ciudadanos en políticas que aseguren un mínimo bienestar, reconoce que hay costos que todos los ciudadanos deben hacerse cargo mediante impuestos y pagar más los que más tienen. Los países que solemos admirar han enfatizado en esas políticas de protección y de inclusión de sus ciudadanos. Claro, admiramos el producto final pero no queremos involucrarnos en el proceso que lo constituye.
Creo que parte de ese pegamento que debería unirnos tendríamos que ponerlo nosotros mismos en nuestro quehacer diario, no solo respetando lo que es público sino tendiendo un puente para que otros más puedan llegar adonde hemos llegado nosotros.
Hay algo en común que late en todos nosotros más allá de las tribulaciones de Messi, acaso no podamos definirlo muy bien porque no podemos mordernos nuestro propios dientes, y que acaso tenga que ver con la infancia, con la música, la comida, ciertos sabores, la manera de reírnos y de caminar, no sé. Protejamos eso que nos une porque un día dejara de unirnos en serio. Hace doscientos años la Declaración de la Independencia fue traducida al quechua y al aymará. No es un dato menor ese impulso inclusivo.
Y recordemos siempre que, como los goles, los países no se merecen, se hacen.
*Luis Sagasti es licenciado en Historia, escritor, docente y crítico de arte.
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