Javier Tolcachier *
Es un imperativo a pensar que la democracia debe dejar de ser un enunciado para comenzar a analizar los mejores modos de su implementación. Priorizando los logros socio-económicos y el mayor acceso para todos los habitantes de cada país. La democracia debe convertirse en el mejor camino hacia la igualdad.
La democracia neoliberal en América Latina y el Caribe ha engendrado un compuesto monstruoso de imposición corporativa y restauración conservadora. La una, con aires pseudo-innovativos. La otra, con olor a inquisición medieval. De democracia, poco. De liberal, menos. De nuevo, nada.
Los autores intelectuales del delito son los mismos que crearon esta falsificación de la democracia: banqueros y grandes empresarios, dueños de medios hegemónicos y el aparato de conspiración estadounidense. Sus sicarios se valen de golpes, represión, engaño mediático y persecución judicial. Utilizan el miedo, la extorsión, la estafa para lograr lo que quieren.
No podía ser de otra manera. ¿Quién puede creer que hombres dedicados al lucro sin escrúpulo dejarían sus negocios al arbitrio y decisión de las mayorías?
Ningún ente puede desarrollarse en un entorno esquivo. Democracia real y capitalismo no se llevan bien, son enemigos por definición. Hay que aceptar las consecuencias de esta verdad evidente: la democracia capitalista, ahora corporativa y financiera, supone un estado de sitio permanente a las libertades y la solidaridad humanas. Una amenaza existencial.
Unidad sí, ¿pero en torno a qué?
Lo anterior hoy está más claro, incluso para muchos que veían en la dicotomía capitalismo-democracia un maniqueísmo extremo. En el seno de las diversas corrientes y movimientos que no se resignan a la pesadilla de la gobernanza de las transnacionales, se escucha con insistencia la palabra de oro: unidad. ¿Pero unidad en torno a qué?
La sumatoria en base al criterio de simple acumulación de fuerzas no es suficiente. Su fragilidad de proyecto y el oportunismo que suele albergar la hacen vulnerable. Los “acuerdos de mínima” se resquebrajan ante la primera amenaza.
Por el contrario, en un mundo tendiente a la diversidad, no puede pretenderse que la uniformidad sea criterio de unidad. Tal desatino conduce a la divergencia centrífuga, a la fragmentación.
¿En torno a qué entonces lograr la bendita “unidad”?
Es posible lograr una sutil unidad de significados, desarrollando multiplicidad de lenguaje, acciones y formas. No tan sólo “tolerando” la diversidad, sino motivándola. La traducción de significados comunes en vertientes distintas, comprendiendo la unidad de intenciones, extrayendo sus motivaciones centrales, es un camino que permite acuñar unidades esenciales sin caer en preciosismos externos.
Habrá distintos matices y sensibilidades, bienvenidas sean. Esta diversidad es imprescindible para llegar a distintos sectores sociales, a las distintas generaciones, a las necesidades diversas. Es además el único modo de aprender a considerarnos iguales, siendo distintos.
¿Cuál es entonces aquel significado compartido alrededor del cual puede crecer una poderosa unidad, capaz de contrarrestar al poder del dinero? La democratización.
Democratizar, ¿qué significa?
Democratizar significa balancear el poder de decisión social, evitando que los sectores de poder decidan por los demás. Implica devolverle al todo social su soberanía arrebatada. Es el modo de afrontar la acumulación histórica de desigualdad que nos pesa como especie. Democratizar la economía, la salud, la educación.
Sin condiciones de vida digna, no hay elección posible. Hoy el hambre afecta a cerca de mil millones de personas y la riqueza está concentrada en manos de menos del 1% de la población mundial. Nada hace pensar que esto vaya a cambiar por sí sólo.
El acceso a la educación y a cuidados de salud no está garantizado de manera igualitaria. No es un sistema eficiente, como suele auto-publicitarse el capitalismo, sino deficiente. Un sistema ignorante y enfermo. Injusto, por tanto ilegítimo. Democratizar la economía, la salud, la educación no es un pasatiempo accesorio, es pura y dura necesidad. Forjar idénticas posibilidades, no tan sólo derechos virtuales ante la ley, es la perspectiva.
Democratizar la comunicación
Unas pocas agencias de noticias, unos pocos conglomerados de medios deciden qué es verdad y qué no, qué es lo correcto y qué lo repudiable, cuáles son los buenos y cuáles los malos de la película. Estos manipuladores han logrado apropiarse de la palabra “democracia”, maquillando a los criminales como angelitos y haciendo ver a los que sí quieren democratizar, revolucionando y evolucionando, como demonios.
Democratizar la cultura
Hoy casi nadie decide como quiere vivir. La forma de vida, los modales, las vestimentas, la música, los aparatos, las películas y hasta las festividades, son dirigidos desde una cultura imperial, pretendidamente superior, increíblemente racista, imposiblemente única.
Democratizar las relaciones humanas
Todas. Más de la mitad de las personas en este planeta, por el sólo hecho de haber nacido mujer, es relegada, maltratada, acosada, discriminada, asesinada. Para ello, al igual que en todos los otros ámbitos, hay que democratizar el acceso al poder de decisión. Mujeres en sitiales de decisión, eso es empoderar, no cursos de cocina.
Democratizar la democracia
Como dijimos, la casta dominante, para permanecer en su sitial de privilegio, ha vaciado de sentido democrático a la democracia. Eligiendo autoridades en general desconocidas aunque ampliamente publicitadas. Ese es el sencillo motivo por el cual, en las democracias neoliberales, todo es formalidad y nada es democrático. En síntesis, si bien democracia y democratización comienzan igual, se llega con ellas a orillas bien distintas.
* Javier Tolcachier- – Investigador argentino en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y miembro de su Coordinación Mundial. Periodista y conductor radial de la agencia de paz y no violencia Pressenza.
Fuente: www.nodal.am – 8-2-2018