Eva Perón supo explicar como nadie la Tercera Posición que enarboló históricamente la doctrina peronista, frente a los distintos imperialismos, como eran el proyecto capitalista global con base en EEUU y Gran Bretaña y el proyecto internacional comunista, en aquel momento con base en el Partido Comunista de la Unión Soviética. “No somos capitalistas ni comunistas”, afirmaba, para luego precisar: “No queremos una sola clase proletaria sino una sola clase de hombres desproletarizados, que vivan y trabajen dignamente (…) El General Perón ha vencido al capitalismo y al comunismo (…) Y al decir esto no creo que diga nada nuevo para los trabajadores argentinos. Todos ellos recuerdan cómo esos supuestos líderes obreros se aliaron, en oscuro maridaje, con la más rancia oligarquía, y al amparo de la prensa conservadora y del capitalismo conjurado contra los argentinos intentaron la destrucción del líder en 1946. Con esto demostraron que era mentira la enemistad que frente al capitalismo aparentaban los dirigentes comunistas y socialistas que se llamaron tanto tiempo y a sí mismos dirigentes “del pueblo” (…) Ya sabemos cuál es la paz comunista: expansión de su imperialismo, a cualquier precio. La paz peronista es hacer lo que el pueblo quiere. Y no hablemos de la paz capitalista, que todos conocemos; consiste en explotar a los hombres e imponerse a pesar de los pueblos en todas las naciones (…) Por eso es que nosotros, los peronistas, nunca debemos olvidarnos del pueblo; siempre debemos tener nuestro corazón más cerca de los humildes; más cerca de los compañeros; más cerca de los pobres, de los más desposeídos, porque así habremos cumplido mejor con la doctrina del General Perón”.
Compartimos el legado de Eva Perón sobre la concepción justicialista como Tercera Posición ante las dos grandes teorías políticas (liberalismo/marxismo) y sus correspondientes proyectos globales (Finintern/Comintern):
La Razón de Mi Vida – Cap. V:
Un día me asomé, por la curiosidad que derivaba de mi inclinación, a la prensa que se decía del pueblo.
Buscaba una compañía… ¿No es acaso verdad que casi siempre, en los libros, en los libros y diarios que leemos,
buscamos más una compañía que un camino para recorrer o una guía que nos conduzca? Por eso tal vez leí la prensa de izquierda de nuestro país; pero no encontré en ella ni compañía, ni camino y menos quien me guiase.
Los “diarios del pueblo” condenaban, es verdad, al capital y a determinados ricos con lenguaje duro y fuerte,
señalando los defectos del régimen social oprobioso que aguantaba el país.
Pero en los detalles, y aún en el fondo de la prédica que sostenían, se veía fácilmente la influencia de ideas remotas, muy alejadas de todo lo argentino; sistemas y fórmulas ajenas de hombres extraños a nuestra tierra y a nuestros sentimientos. Se veía bien claro que lo que ellos deseaban para el pueblo argentino no vendría del mismo pueblo. Y esta comprobación me puso de inmediato en guardia…
Me repugnaba asimismo otra cosa: que la fórmula para la solución de la injusticia social fuese un sistema igual y
común para todos los países y para todos los pueblos y yo no podía concebir que para destruir un mal tan grande fuese necesario atacar y aniquilar algo tan natural y tan grande también como es la Patria.
Quiero aclarar aquí que hasta no hace muchos años, en este país, muchos “dirigentes” sindicales (a sueldo)
consideraban que la Patria y sus símbolos eran prejuicios del capitalismo, lo mismo que la Religión.
El cambio que después hicieron es otra razón que me hizo desconfiar de la sinceridad de estos “ardientes defensores del pueblo”.
La lectura de la prensa que ellos difundían me llevó, eso sí, a la conclusión de que la injusticia social de mi Patria sólo podría ser aniquilada por una revolución; pero me resultaba imposible aceptarla como una revolución internacional venida desde afuera y creada por hombres extraños a nuestra manera de ser y de pensar.
Yo sólo podía concebir soluciones caseras, resolviendo problemas a la vista, soluciones simples y no complicadas
teorías económicas; en fin, soluciones patrióticas, nacionales como el propio pueblo que debían redimir.
¿Para qué — me decía yo — aumentar, por otra parte, la desgracia de los que padecen la injusticia quitándoles, de ese mundo que estaban acostumbrados a contemplar, la visión de la Patria y de la Fe?
Me decía que era como quitar el cielo de un paisaje.
¿Por qué, en vez de atacar constantemente a la Patria y a la Religión, no trataban los “dirigentes del pueblo” de poner esas fuerzas morales al servicio de la causa de la redención del pueblo?
Sospeché que aquella gente trabajaba más que por el bienestar de los obreros, por debilitar a la nación en sus fuerzas morales.
¡No me gustó el remedio para la enfermedad!
Yo sabía poco pero me guiaban mi corazón y mi sentido común y volví a mis pensamientos de antes y a mis propios pensamientos, convencida de que no tenía nada que hacer en aquella clase de luchas.
Me resigné a vivir en la íntima rebeldía de mi indignación.
A mi natural indignación por la injusticia social se añadió, desde entonces, la indignación que habían levantado en
mi corazón, las soluciones que proponían y la deslealtad de los presuntos “conductores del pueblo” que acababa de conocer.
La Razón de Mi Vida – Cap. XX:
Desde el mirador de la Secretaría se ve todo el panorama sindical argentino. Yo, que lo he visto en 1944 y en
1945 desde un rincón del mismo despacho que hay presido, cuando el Coronel Perón solía permitirme que le viese trabajar, yo solamente puedo decir tal vez cómo ha cambiado todo en este sector de mi Patria.
Hasta 1943 las reivindicaciones obreras en la Argentina tenían una doctrina y una técnica que no se diferenciaban para nada de la doctrina y la técnica de los demás países del mundo. La doctrina y la técnica eran pues internacionales, vale decir extranjeras en todas las Patrias y para todos los pueblos, porque cuando una cosa es internacional pierde incluso el derecho de tener Patria aun en su país de origen.
Los dirigentes de las reivindicaciones obreras argentinas habían sido formadas en aquella doctrina y les había sido enseñada solamente aquella técnica. No diré que fueron en general malos dirigentes, ni caeré
en el error de pensar siquiera que no representaron legítimamente a sus compañeros. Por el contrario, creo que
cumplieron honradamente lo mejor que pudieron con la masa que en ellos depositó su confianza. ¡O su desesperación! porque, frente al egoísmo brutal de la oligarquía capitalista y despiadada ¿qué otra cosa que desesperación podía tener la masa obrera al elegir sus dirigentes? Por eso, muchas veces prefirió elegir a quienes proponían soluciones teóricamente más radicales y extremas en vez de otorgar un mandato a quienes hubiesen podido exigir y alcanzar algún beneficio práctico e inmediato, aunque fuese mínimo.
Así se explica que, elegidos por la desesperación de una masa obrera sufriente y exaltada por el odio, aquellos dirigentes gremiales, impotentes para dar satisfacción a sus representados, se viesen obligados a desviar la atención de la masa hacia problemas de política internacional en propaganda lírica de doctrinas ajenas a las necesidades apremiantes y reales del pueblo.
Pero el gran defecto de aquellos dirigentes no fué esto que al fin de cuentas casi se vieron obligados a hacer. El gran pecado fué que muchas veces pensaron, hablaron y actuaron en un idioma extranjero frente a sus compañeros, dando la espalda a la realidad casera. No se dieron cuenta — porque no creo que obrasen de mala fe, por lo menos en su mayor parte — que el problema de los obreros argentinos no tenía sino muy poco que
ver con el problema de los trabajadores de los viejos países del mundo, superpoblados, sin ninguna clase de reservas económicas.
No midieron bien la realidad argentina.
Algunos, tal vez los más altos dirigentes de aquellos tiempos, no procedían sin embargo de buena fe.
Así como reconozco que la mayoría actuaba con un alto espíritu sindical, debo decir también que algunos eran traidores de la masa obrera.
Y al decir esto no creo que diga nada nuevo para los trabajadores argentinos.
Todos ellos recuerdan cómo esos supuestos líderes obreros se aliaron, en oscuro maridaje, con la más rancia
oligarquía, y al amparo de la prensa conservadora y del capitalismo conjurado contra los argentinos intentaron la
destrucción del Líder en 1946.
Con esto demostraron que era mentira la enemistad que frente al capitalismo aparentaban los dirigentes comunistas y socialistas que se llamaron tanto tiempo y a sí mismos dirigentes “del pueblo”.
Así se explica también por qué durante tantos años los trabajadores argentinos no vieron avanzar a sus organizaciones sino a pequeños pasos y esto, muy de vez en cuando, y con sangrientos y dolorosos sacrificios.
La Razón de Mi Vida – Cap XXII:
Aquí tengo que repetir una lección que muchas veces he oído del General.
Es la que se refiere al concepto justicialista del trabajo y del capital que a mí me sirve de fundamento para mis tareas de carácter gremial.
El objeto fundamental del Justicialismo en relación con el movimiento obrero es hacer desaparecer la lucha de clases y sustituirla por la cooperación entre capital y trabajo.
El capitalismo, para darle todo al capital, explota a los trabajadores.
El comunismo, para solucionar el problema, ideó un sistema de lucha que no terminará sino cuando haya una sola
clase social; pero a esto se llega por la destrucción, que es efecto de una lucha larga, y sin cuartel, entre capital y trabajo.
El Justicialismo en cambio quiere también llegar a una sola clase de hombres: la de los que trabajan. Esta es una de las verdades fundamentales del Peronismo. Pero no quiere llegar por la lucha sino por la cooperación.
No queremos una sola clase proletaria sino una sola clase de hombres desproletarizados que vivan y trabajen
dignamente.
Que los obreros ganen para vivir honradamente como personas humanas y que los patrones se conformen con ganar también como para mantener la industria, progresar y vivir dignamente. ¡Dignamente, pero no principescamente!
No queremos que nadie explote a nadie y nada más.
Esto es lo que Perón ha querido asegurar para su pueblo y ha quedado bien asentado en la nueva Constitución.
Yo, sin embargo, por mi manera de ser, no siempre estoy en ese justo punto de equilibrio. Lo reconozco. Casi
siempre para mí la justicia está un poco más allá de la mitad del camino… ¡Más cerca de los trabajadores que de los patrones!
Es que para llegar a la única clase de argentinos que quiere Perón, los obreros deben subir todavía un poco más, pero los patrones tienen mucho que bajar.
Lo cierto es que yo, que veo en cada obrero a un descamisado y a un peronista, no puedo ver lo mismo, si no está
bien probado, en un patrón.
Soy sectaria, sí. No lo niego; y ya lo he dicho. Pero ¿podrá negarme alguien ese derecho? ¿Podrá negarse a los
trabajadores el humilde privilegio de que yo esté más con ellos que con sus patrones?
¿Si cuando yo busqué amparo en mi amargo calvario de 1945, ellos, solamente ellos, me abrieron las puertas y me
tendieron una mano amiga?
Mi sectarismo es además un desagravio y una reparación. Durante un siglo los privilegiados fueron los explotadores de la clase obrera. ¡Hace falta que eso sea equilibrado con otro siglo en que los privilegiados sean los
trabajadores!
Cuando pase este siglo creo que recién habrá llegado el momento de tratar con la misma medida a los obreros que a los patrones, aunque sospecho que ya para entonces el Justicialismo habrá conseguido su ideal de una sola clase de hombres: los que trabajan.
No tengo aspiraciones de profeta; pero estoy firmemente convencida de que, cuando el siglo se cumpla, los hombres recordarán con cariño el nombre de Perón; y lo bendecirán por haberles enseñado a vivir.
EXTRACTO DE LA SEXTA CLASE DICTADA EL 10 DE MAYO DE 1951 POR EVA PERÓN, EN LA ESCUELA SUPERIOR PERONISTA:
Frente a Marx no ha habido términos medios. Solamente nosotros, que no somos capitalistas ni comunistas, que no tenemos por qué odiarlo, porque no estamos en el sector de sus enemigos, no tenemos por qué quererlo ni hacerlo semidiós, porque no estamos con él ni él es nuestra bandera. Podemos analizar su obra y su figura con serena frialdad, y tal vez, por primera vez, después de su muerte, con una gran imparcialidad.
En el movimiento comunista del mundo debemos distinguir tres cosas: primero, la figura de Marx y su doctrina; segundo, el movimiento obrero; tercero, el imperialismo comunista. Sobre estos tres puntos deseo dar mi opinión porque así podré ubicar mejor el movimiento peronista en la historia.
La figura de Marx y su doctrina. Para nosotros Marx es un propulsor, ya he dicho que vemos en él a un jefe de ruta que equivocó el camino, pero jefe al fin. En él hay dos aspectos fundamentales: primero, el organizador o conductor del movimiento obrero internacional; y, segundo, el creador de una doctrina. Como conductor del movimiento obrero internacional, los pueblos del mundo le deben que les haya hecho entender que los trabajadores deben unirse. Recuerden ustedes que eso mismo repite y repetirá siempre el general Perón a sus trabajadores. Unidos, dice Perón, los trabajadores son invencibles.
Si Marx hubiese hecho solamente eso y si se hubiese dedicado a esa teoría, uniendo a todo los trabajadores del mundo en procura de soluciones justas a sus problemas, su gloria sería indiscutible. Pero LO DISCUTIBLE de él es y seguirá siendo siempre SU DOCTRINA; estaba destinada al pueblo y muy pocos hombres del pueblo la abrazaron conscientemente, muchos tal vez inconscientemente, sin saber con exactitud de qué se trataba, MÁS BIEN COMO UN GESTO DE REBELDÍA QUE COMO UNA SOLUCIÓN.
Y aquí quiero hacer presente un recuerdo de Italia. Recuerdo que en ese país le decía Togliatti al Padre Benítez: “Nosotros no tenemos todavía un plan definitivo para seguir; nuestro gran objetivo es destruir dos siglos de capitalismo; luego vendrá quien construya”.
La doctrina de Marx es, por otra parte, contraria a los sentimientos del pueblo, sentimientos profundamente humanos. Niega el sentimiento religioso y la existencia de Dios. Podrá el clericalismo ser impopular, pero nada es más popular que el sentimiento religioso y la idea de Dios. El marxismo es, además, materialista y esto también lo hace impopular. El marxismo es extraordinariamente materialista. Además es impopular porque suprime el derecho de propiedad tan profundamente humano.
Pero por sobre todo es interesante destacar que Marx, como conductor de las primeras organizaciones obreras, interpretó el sentir de las masas, y por este hecho lo debemos considerar como un precursor en el mundo. Pero su doctrina, en cambio, es totalmente contraria al sentimiento popular. Solamente por desesperación o desconocimiento de la doctrina marxista pudo el comunismo difundirse tanto en el mundo; se difundió más por lo que iba a destruir que por lo que prometía construir. Ustedes pueden comprobar a cada momento que los comunistas no son hombres constructivos; son personas que todo lo niegan; son extraordinariamente demagógicos, porque no tienen responsabilidad y porque jamás piensan en cumplir con sus promesas; prometen y prometen sólo para destruir. “Luego vendrán quienes construyen”.
El movimiento obrero siguió en el mundo su marcha ascendente. Marx infundió su conciencia de unidad, pero dividió a los obreros con su doctrina. Surgió el socialismo, como doctrina comunizante atenuada. Yo pienso que aun sin el comunismo y sin el capitalismo el movimiento sindical habría seguido su curso en el mundo; tal vez más lentamente, pero no con menos fuerza.
El movimiento obrero se realizó en todas partes como una necesidad, no para luchar por el comunismo o por el socialismo, sino para luchar por una mejor situación del pueblo frente a la explotación capitalista.
Por eso los comunistas y los socialistas eran pocos en los sindicatos. Claro que eran los más activos, y a ésos los conocemos bien. Los demás eran obreros que querían defenderse para vivir.
El primer gobierno comunista del mundo aparece en Rusia en 1918. Es interesante señalar que no lo realizan los trabajadores, sindicalmente organizados, sino una masa explotada y hambrienta. Sus dirigentes no son obreros; asómbrense, son intelectuales a quienes no les preocupa tanto el trabajador industrial, sino el campesino. No es un movimiento dirigido esencialmente contra el capitalismo, sino contra los terratenientes. Aquí produce la primera derrota de la doctrina de Marx, porque la misma no puede ser integralmente realizada. No se suprime totalmente la propiedad, porque en Rusia, por ejemplo, veinte obreros pueden tener su fábrica, mientras que la doctrina no permite la propiedad. Claro que las mayores industrias son del Estado, que explota a los trabajadores, pero no han cumplido con la doctrina de Marx. Quiere decir que aquí sufre la primera derrota la doctrina de Marx, que pronto se convierte en un imperialismo más, y el imperialismo es un camino equivocado, porque crea resistencias en todos los pueblos.
En mi clase anterior ya hemos visto cómo el capitalismo estuvo representado en la República Argentina por la oligarquía y las fuerzas internacionales del capital extranjero y del imperialismo. Frente a sus fuerzas poderosas, se levantó aquí, como en todas partes, la reacción de los explotados, las masas sufrientes y sudorosas, como alguna vez dijera el coronel Perón.
Yo me precio siempre de haber sentido y sufrido con el pueblo aquella opresión y de haber visto desde adentro la reacción popular. Yo puedo hablar de esto con plena autoridad, para decir que aquella reacción permanente, silenciosa y apreciable del pueblo contra la oligarquía, no era comunista ni deseaba serlo. Los auténticos dirigentes sindicales no deseaban tampoco el comunismo, y tal vez por esa razón, por no querer ser comunistas, muchos se hicieron socialistas porque alguna puerta de escape tenía que tener esta gente que luchaba por un poco, nada más que un poco más de pan. Los dirigentes nuestros se han pasado muchos años luchando por migajas y soñando con una dignidad que jamás creyeron que iba a llegar a las clases trabajadoras argentinas, hasta el advenimiento del General Perón.
Entre los dirigentes comunistas, hubo pocos dirigentes verdaderamente comunistas. Los dirigentes eran dirigentes a sueldo. A ellos no les interesaba el pan de los trabajadores. Por eso no hicieron lo que la masa quería, se opusieron a Perón, y siguiendo instrucciones extrañas se aliaron con la oligarquía. Esto no debemos olvidarlo jamás. No se concibe que para el 24 de febrero de 1946 los comunistas, los que se llamaban dirigentes del pueblo, lo mismo que los socialistas, los conservadores, los demócratas progresistas y los radicales, formasen esa tan desgraciada Unión Democrática, bochorno y vergüenza de todos los argentinos.
No nos puede extrañar que los conservadores, los radicales y los demócratas progresistas se aliaran en un maridaje en que estuvieron siempre, a pesar de los enconos políticos, porque se repartían el gobierno, pero lo que nos extraña –y no lo podemos olvidar-, es que esos que se llamaban dirigentes del pueblo, los socialistas y los comunistas, se aliaran con la más cruda y rancia oligarquía nacional e internacional, se aliaron con el más crudo capitalismo contra los trabajadores argentino. No podremos olvidar jamás que se aliaran para vender la Patria, para entregar el patrimonio nacional.
Esto es más comprensible porque no podemos olvidar que tanto los socialistas como los comunistas, son internacionales y no les puede interesar lo que para los argentinos y, sobre todo, para los peronistas, es tan sagrado: la Patria. Tampoco podemos pensar como ellos, que a pesar de ser unos traidores podían haber disimulado su traición no aliándose con las fuerzas del capital; es que cuando los juegos políticos les interesan, demuestran que bajo la piel de cordero tienen alma de lobo. Eso es lo que demostraron los socialistas y los comunistas en nuestra Patria, que así como se aliaron en 1945, lo harán cuantas veces sea necesario para poder llevar adelante sus intereses bastardos y mezquinos. Su política y su doctrina no son constructivas, sino destructivas.
Las fuerzas trabajadoras han vencido y hoy, gracias a los humildes, a los hombres de bien y a los trabajadores que vieron en Perón no sólo al realizador y al reformador social, sino al patriota, al hombre que daba seguridad a la Patria, al hombre que iba a luchar para que cuando él se retirara la Patria fuese más grande, más feliz y más próspera de lo que la encontró. Ellos hicieron posible el triunfo de Perón. Por eso los argentinos nos podemos vanagloriar y gozar de nuestra justicia social, de nuestra independencia económica que cada día se está acrecentando gracias al esfuerzo patriótico y a la vista extraordinaria el General Perón y, también, en la parte nacional, hoy los argentinos nos sentimos orgullosos de nuestra soberanía y como ya dije el 1º de Mayo: “Cuando nuestra bandera se pasea por los caminos de la humanidad, los hombres del mundo se acuerdan de la esperanza como de una novia perdida que se ha vestido de blanco y celeste para enseñarles el camino de la felicidad”.
Por eso es que nosotros, los peronistas, nunca debemos olvidarnos del pueblo; siempre debemos tener nuestro corazón más cerca de los humildes; más cerca de los compañeros; más cerca de los pobres, de los más desposeídos, porque así habremos cumplido mejor con la doctrina del General Perón; y para que no se olviden que los pobres, los humildes, las fuerzas del trabajo, y nosotros mismos, nos hemos prometido ser misioneros de Perón; y serlo será expandir su doctrina no sólo dentro de nuestras fronteras sino que debemos ofrecérsela al mundo como una esperanza de las reivindicaciones que tanto ambicionan las fuerzas del trabajo.
Además, nosotros, los argentinos, no lo olvidaremos jamás a Perón, porque él nos ha dado este amanecer que está viviendo nuestra generación, que será el mediodía que vivirán las futuras generaciones gracias a su obra patriótica que está realizando en esta hora tan incierta de la humanidad, en que el mundo se debate en guerras, en odios y rencores; nosotros, en cambio, silenciosamente, teniendo al frente a un hombre de los quilates del General Perón, estamos construyendo una Argentina feliz y próspera; y lo estamos haciendo gracias a la obra de un hombre tan grande como lo es el General Perón y también gracias al pueblo que lo ha comprendido y lo ha apoyado contra todos los mercaderes y contra todos los traidores.
Que los comunistas más activos siempre fueron algunos intelectuales bien pagos en nuestro país, bien lo sabemos. Fueron sobre todo universitarios. Esos no han cambiado y siguen su prédica marxista, ahora disfrazada de pacifismo.
Ya sabemos cuál es la paz comunista: expansión de su imperialismo, a cualquier precio. La paz peronista es hacer lo que el pueblo quiere. Y no hablemos de la paz capitalista, que todos conocemos; consiste en explotar a los hombres e imponerse a pesar de los pueblos en todas las naciones.
El panorama comunista de 1943 no era grave, pero tenía ya las condiciones necesarias para serlo en cualquier momento, ya que un pueblo explotado y desalentado es el mejor ambiente para el triunfo del comunismo. Si sus dirigentes no hubiesen sido extranjeros, en su mayoría mercenarios de un imperialismo, tal vez hubiesen progresado más. Es posible que Perón no hubiese presentado al pueblo la solución justicialista, los trabajadores, por desesperación, hubiesen abandonado el socialismo, que ningún bien les había hecho hasta entonces, y se hubiesen transformado en comunistas. Los socialistas eran dirigentes abúlicos y abogados de empresas poderosas, y el pueblo desesperado se hubiese entregado al comunismo, que tampoco los llevaría a la felicidad, sino a la destrucción, no sólo de los valores materiales del país, sino también de las fuerzas morales y espirituales.
Pero en aquel momento aparece Perón. Las masas obreras lo siguen, porque anuncia la supresión de la explotación capitalista por la justicia social; porque al hablar de justicia social no lesiona sentimientos naturales del alma humana, como el comunismo; porque habla sinceramente y porque más que prometer cumple. No nos olvidemos que las fuerzas trabajadoras de mundo se han pasado siglos enteros escuchando en todas las campañas preelectorales promesas que al día siguiente de las elecciones se llevaba el viento.
El General Perón jamás prometió nada; lo dio todo. Es por eso que en la campaña presidencial de 1945, el General Perón llevaba sus puños llenos de verdades, de realizaciones. El General Perón expresó al pueblo argentino lo que había realizado para hacer la felicidad y para llevar un poco más de luz a todo los hogares trabajadores de la Patria. Perón cumple, han dicho los trabajadores con gran intuición, y eso era lo que el pueblo necesitaba.
Los dirigentes obreros se dividen en dos: los sinceros y los dirigentes a sueldo, que prefieren aliarse con la oligarquía. A éstos los conocemos nosotros y el pueblo. Mejor dicho, los conocemos nosotros, porque el pueblo los mata con el olvido y ya no los recuerda más.
El General Perón ha vencido al capitalismo y al comunismo. Ha vencido al capitalismo suprimiendo la oligarquía, combatiendo las fuerzas económicas, los Bemberg, los trusts. A “La Prensa” que era un cáncer del capitalismo que teníamos nosotros, no la suprimió Perón, sino los canillitas y las fuerzas del trabajo. ¿Pero podrían los canillitas, que son los obreros más humildes del país, haber enfrentado con éxito a ese pulpo poderoso, mediante una huelga contra una empresa que contaba con tanto apoyo, especialmente de fuerzas extranjeras, si no existiera el justicialismo y hubiera un gobierno que los dejara discutir libremente y de igual a igual con los patrones? ¡Antes… hubieran ametrallado a los pobres canillitas, ahogando sus esperanzas!
Perón también ha vencido al capitalismo interno. Por la economía social, poniendo el capital al servicio de la economía, y no como antes la economía al servicio del capital, que sólo daba a los obreros el derecho a morirse de hambre. La ley del embudo, como se suele decir. Lo ancho para ellos y lo angosto para el pueblo.
Perón suprimió la acción imperialista. Ahora tenemos independencia económica. Bien sabe él todos los agravios que debió recibir por haber cometido el “crimen” de defender la Patria, si a eso le llamamos crimen. Algunos argentinos se alían con los extranjeros para difamarlo, porque el General Perón, por primera vez, hizo que las potencias extranjeras respetaran a la Argentina y la trataran de igual a igual.
El General Perón le quitó al comunismo las masas, por el mayor bienestar y la justicia, propiciando la creación de un sindicalismo justicialista, y sobre esto quiero decir dos palabras.
El sindicalismo apoya al justicialismo y a Perón, pero eso no significa que el sindicalismo se enrole en una acción política. Simplemente sigue así una doctrina de justicia social, y su creador, Perón, ya está por encima de toda política, como lo dije en mi última clase, porque los sindicatos argentinos, al formar el sindicalismo justicialista, es decir, al encuadrarse dentro de la doctrina justicialista, están representando auténticamente a sus afiliados, porque lo que antes se discutía a balazos, hoy ya no se discute; se defienden las conquistas, que es muy distinto.
El sindicalismo justicialista, que está ensamblado dentro de la doctrina justicialista, y los sindicatos argentinos, al apoyar al General Perón, lo apoyan políticamente, no se enrolan en un partido político, no apoyan a un dirigente surgido de un partido político, porque otro Perón, como he dicho en mis clases anteriores, no vendrá a la Argentina y por más que salgan imitadores a su paso, los imitadores siempre son desastrosos. Perón hay uno solo y las fuerzas del trabajo, al apoyar a Perón, apoyan al líder de los trabajadores argentinos, y no a ningún partido político. Perón es la Patria, Perón es trabajo y Perón es bienestar.
Es así como genialmente ha dicho el General Perón; el justicialismo no puede vivir sin el sindicalismo, pero no le arrienda la ganancia al sindicalismo sin el justicialismo. Y tiene razón el General. Los que más sufrirán en nuestro país el día que los argentinos tengamos la desgracia de no tenerlo más a Perón –porque realmente va a ser una desgracia no tenerlo a Perón aunque él diga, con su extraordinaria bondad, que nos seguirá dirigiendo desde su casa- no serán los grandes, sino los pequeños, las fuerzas del trabajo, porque tras las serpentinas y los fuegos artificiales que harán los políticos que le sucedan, vendrán los desengaños y también las desilusiones.
Para comprender a los trabajadores, hay que amar profundamente a los humildes, y es como si Dios, en su infinita bondad, ha querido darle a los argentinos a un hombre que lleva en su corazón todo el amor y toda la comprensión por los trabajadores.
El General Perón ha puesto la tolerancia ante la intolerancia. Así es como yo he querido juzgar al General Perón, tal vez como soy la más fervorosa peronista, he querido encontrarle algún defecto, y el único que le encontré ha sido su maravilloso y gran corazón. Yo quisiera que a todos los hombres del mundo y a todos nosotros nos encontraran ese mismo defecto. Perón, para mí que lo he analizado profundamente, es perfecto.
Por eso, como yo creía que la perfección no la podíamos alcanzar dentro de lo terrenal, les digo que no hay ni habrá jamás un hombre como Perón.