Eva Perón fue sin dudas la dirigente política argentina que más logros consiguió en favor de las mujeres a lo largo de todo el siglo XX: la Ley de Sufragio Femenino en 1947; la construcción del Partido Peronista Femenino, que llegó a tener más de 3000 unidades básicas en todo el territorio nacional y facilitó la incorporación de la mujer en el Congreso, en proporciones inéditas para su tiempo y la región; la provisión de elementos de trabajo a miles de mujeres para que pudieran tener un sostén económico y hasta propuso que el Estado otorgue un salario mensual a todas las amas de casa, con asignación por hijo incluida. Concretó estos logros mientras reafirmaba sus críticas al feminismo liberal y de cuño marxista, que hoy y ayer la miraron con desdén. Siguiendo a Perón y a la antropología cristiana, Evita valoraba los roles femeninos y masculinos como de fuerte complementariedad, considerando positivamente la función social de la familia y celebrando la maternidad. Sostenía que “de nada nos valdría un movimiento femenino organizado en un mundo sin justicia social”. Dedicó la tercera parte de su histórico libro, “La Razón de Mi Vida”, precisamente a las mujeres, muy lejos tanto de los estereotipos machistas de la época como de las tergiversaciones actuales de quienes solo ven en ella un ícono a llenar con semánticas que le eran ajenas. En sus textos, lamentablemente poco leídos, Evita muestra en definitiva una perspectiva completa e integral de la mujer, protagonista de todos los campos de lo humano.
Compartimos este inmenso legado de Eva Perón:
La Razón de Mi Vida: CAPÍTULO XLVII : LAS MUJERES Y MI MISIÓN
Mi trabajo en el movimiento femenino nació y creció,
lo mismo que mi obra de ayuda social y que mi actividad
sindical: poco a poco y más bien por fuerza de las
circunstancias que por decisión mía.
No será esto lo que muchos se imaginan que ocurrió…
pero es la verdad.
Más romántico o más poético o más literario y
novelesco sería que yo dijese por ejemplo que todo lo que hago
ahora lo intuía… como una vocación o como un destino
especial.
¡Pero no es así!
Lo único que traje al campo de estas luchas como
preparación fueron sentimientos como aquellos que me hacían
pensar en el problema de los pobres y de los ricos.
Pero nada más.
Nunca imaginé que me iba a tocar algún día encabezar
un movimiento femenino en mi país y menos aun un
movimiento político.
Las circunstancias me abrieron el camino.
¡Ah! Pero yo no me quedé en mi cómodo lugar de Eva
Perón. Camino que se abrió entre mis ojos fué camino que
tomé, si andar por él podía ayudar un poco a la causa de Perón,
que es la causa del pueblo.
Yo me imagino que muchas otras mujeres han visto
antes que yo los caminos que recorro.
La única diferencia entre ellas y yo es que ellas se
quedaron y yo me largué. En realidad yo debo confesar que si
me animé a la lucha no fué por mí sino por él… ¡Por Perón!
El me animó a subir.
¡Me sacó de la “bandada de gorriones”!
Me enseñó mis primeros pasos de todas mis andanzas.
Después, no me faltó nunca el estímulo poderoso y
extraordinario de su amor.
Reconozco, ante todo, que empecé trabajando en el
movimiento femenino porque así lo exigía la causa de Perón.
Todo comenzó poco a poco.
Cuando me di cuenta presidía ya un movimiento político
femenino… y, sobre la marcha, tuve que aceptar la conducción
espiritual de las mujeres de mi Patria.
Esto me exigió meditar los problemas de la mujer. Y
más que meditarlos, me exigió sentirlos y sentirlos a la luz de la
Doctrina con la que Perón empezaba a construir una Nueva
Argentina.
Recuerdo con qué extraordinario cariño de amigo y de
maestro fué el General Perón mostrándome los infinitos
problemas de la mujer en mi Patria y en el mundo.
En esas conversaciones advertí una vez más lo genial de
su figura.
Millones de hombres han pasado como él frente al
problema cada vez más agudo de la mujer en la humanidad de
este siglo angustiado, y creo que muy pocos se han detenido y
lo han penetrado como él, como Perón, hasta lo más íntimo.
El me enseñó en esto, como en todas las cosas, el
camino.
Las feministas del mundo dirán que empezar así un
movimiento femenino es poco femenino… ¡empezar
reconociendo en cierto modo la superioridad de un hombre!
No me interesa sin embargo la crítica.
Además, reconocer la superioridad de Perón es una cosa
distinta.
¡Además… me he propuesto escribir la verdad!
XLVIII: EL PASO DE LO SUBLIME A LO RIDICULO
Confieso que el día que me vi ante la posibilidad del
camino “feminista” me dió un poco de miedo.
¿Qué podía hacer yo , humilde mujer del pueblo, allí
donde otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasado
rotundamente?
¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres
resentidas con la mujer y con el hombre, como ha ocurrido con
innumerables líderes feministas?
Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra
parte como para ocupar un puesto así… que, por lo general, en
el mundo, desde las feministas inglesas hasta aquí, pertenece,
casi con exclusivo derecho, a las mujeres de ese tipo… mujeres
cuya primera vocación debió ser indudablemente la de hombres.
¡Y así orientaron los movimientos que ellas condujeron!
Parecían estar dominadas por el despecho de no haber
nacido hombres, más que por el orgullo de ser mujeres.
Creían incluso que era una desgracia ser mujeres…
Resentidas con las mujeres porque no querían dejar de serlo y
resentidas con los hombres porque no las dejaban ser como
ellos, las “feministas”, la inmensa mayoría de las feministas del
mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especie
de mujeres… ¡que no me pareció nunca del todo mujer!
Y yo no me sentía muy dispuesta a parecerme a ellas.
Un día el General me dió la explicación que yo
necesitaba.
“— ¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren ser
hombres. Es como si para salvar a los obreros yo los hubiese
querido hacer oligarcas. Me hubiese quedado sin obreros. Y
creo que no hubiese podido mejorar en nada a la oligarquía. No
ves que esa clase de “feministas” reniega de la mujer. Algunas
ni siquiera se pintan… porque eso, según ellas es propio de
mujeres. ¿No ves que quieren ser hombres? Y si lo que necesita
el mundo es un movimiento político y social de mujeres… ¡qué
poco va a ganar el mundo si las mujeres quieren salvarlo
imitándonos a los hombres! Nosotros ya hemos hecho solos,
demasiadas cosas raras y hemos embrollado todo, de tal
manera, que no sé si se podrá arreglar de nuevo al mundo. Tal
vez la mujer pueda salvarnos a condición de que no nos imite.”
Yo recuerdo bien aquella lección del General.
Nunca me pareció tan claro y tan luminoso su
pensamiento.
Eso era lo que yo sentía.
Sentía que el movimiento femenino en mi país y en todo
el mundo tenía que cumplir una función sublime… y todo
cuanto yo conocía del feminismo me parecía ridículo. Es que,
no conducido por mujeres sino por “eso” que aspirando a ser
hombre, dejaba de ser mujer ¡y no era nada!, el feminismo
había dado el paso que va de lo sublime a lo ridículo.
¡Y ése es el paso que trato de no dar jamás!
XLIX: QUISIERA MOSTRARLES UN CAMINO
Lo primero que tuve que hacer en el movimiento
femenino de mi Patria, fué resolver el viejo problema de los
derechos políticos de la mujer.
Durante un siglo — el siglo oscuro y doloroso de la
oligarquía egoísta y vendepatria — políticos de todos los
partidos prometieron muchas veces dar el voto a la mujer.
Promesas que nunca cumplieron, como todas las que ellos
hicieron al pueblo.
Tal vez fué eso una suerte.
Si las mujeres hubiésemos empezado a votar en los
tiempos de la oligarquía, el desengaño hubiese sido demasiado
grande… ¡Tan grande como el engaño mismo de aquellas
elecciones en la que todo desmán, todo fraude y toda mentira
eran normales!
Mejor que no hayamos tenido entonces ningún derecho.
Ahora tenemos una ventaja sobre los hombres: ¡No hemos sido
burladas…! ¡No hemos entrado en ninguna rara confabulación
política! no nos ha manoseado todavía la lucha de ambiciones…
Y, sobre todo, nacemos a la vida cívica bajo la bandera de
Perón, cuyas elecciones son modelo de pureza y honradez, tal
como lo reconocen incluso sus más enconados adversarios, que
sólo se rinden a la verdad cuando no es posible inventar ya una
sola mentira.
Hoy la mujer argentina puede votar y… yo no voy a
repetir la frase de un político que al ofrecer a sus conciudadanos
una ley electoral dijo demasiado solemnemente:
— “¡Sepa el pueblo votar!”
No. Yo creo que el pueblo siempre supo votar. Lo malo
es que no siempre le fué posible votar. Con la mujer sucede lo
mismo.
Y sabrá votar. Aunque no es fundamental en el
movimiento femenino, el voto es su instrumento poderoso y con
él las mujeres del mundo tenemos que conquistar todos nuestros
derechos… o mejor dicho el gran derecho de ser simplemente
mujeres y poder cumplir así, en forma total y absoluta, la
misión que como mujeres debemos cumplir en la humanidad.
Lo que yo creo que no podemos olvidar jamás es una
cosa que siempre repite Perón a los hombres..: que el voto, vale
decir la “política”, no es un fin sino un medio…
Yo creo que los hombres, en su gran mayoría, sobre
todo en los grandes partidos políticos, no entendieron nunca
bien esto. Por eso fracasaron siempre. Nuestro destino de
mujeres depende de que no hagamos lo mismo.
Pero… yo no quiero detenerme tanto en este asunto de
los derechos políticos de la mujer.
Más que eso me interesa ahora la mujer misma.
Siento que necesita salvarse.
Yo quisiera mostrarle un camino.
L: EL HOGAR O LA FABRICA
Todos los días millares de mujeres abandonan el campo
femenino y empiezan a vivir como hombres.
Trabajan casi como ellos. Prefieren, como ellos, la calle
a la casa. No se resignan a ser ni madres, ni esposas.
Sustituyen al hombre en todas partes.
¿Eso es “feminismo? Yo pienso que debe ser más bien
masculinización de nuestro sexo.
Y me pregunto si todo este cambio ha solucionado
nuestro problema.
Pero no. Todos los males argentinos siguen en pie y aun
aparecen otros nuevos. Cada día es mayor el número de mujeres
jóvenes convencidas de que el peor negocio para ellas es formar
un hogar.
Y sin embargo para eso nacimos.
Allí está nuestro más grave problema.
Nos sentimos nacidas para el hogar y el hogar nos
resulta demasiada carga para nuestros hombros.
Renunciamos al hogar entonces… salimos a la calle en
busca de una solución… sentimos que la solución es
independizarnos económicamente y trabajamos en cualquier
parte… pero ese trabajo nos iguala a los hombres y… ¡no! no
somos como ellos… ellos pueden vivir solos… nosotras no…
nosotras sentimos necesidad de compañía, de una compañía
total… sentimos la necesidad de darnos más que de recibir… ¡No
podemos trabajar nada más que para ganar un sueldo como los
hombres!
Y por otra parte, si renunciamos al trabajo que nos
independiza para formar un hogar… quemamos allí mismo
nuestras naves definitivamente.
Ninguna profesión en el mundo tiene menos
posibilidades de retorno como nuestra profesión de mujeres.
Aun si nos elige un hombre bueno… nuestro hogar no
siempre será lo que hemos soñado cuando solteras.
En las puertas del hogar termina la nación entera y
comienzan otras leyes y otros derechos… la ley y el derecho del
hombre… que muchas veces sólo es un amo y a veces también…
dictador.
Y allí nadie puede intervenir.
La madre de familia está al margen de todas las
previsiones. Es el único trabajador del mundo que no conoce
salario, ni garantía de respeto, ni límites de jornadas, ni
domingo, ni vacaciones, ni descanso alguno, ni indemnización
por despido, ni huelgas de ninguna clase… Todo eso — así lo
hemos aprendido desde “chicas” — pertenece a la esfera del
amor… ¡y lo malo es que el amor muchas veces desaparece
pronto en el hogar… y entonces, todo pasa a ser “trabajo
forzado”… obligaciones sin ningún derecho…! ¡Servicio gratuito
a cambio de dolor y sacrificios!
Yo no digo que siempre sea así. No tendría yo derecho a
decir nada, desde que mi hogar es feliz… si no viera todos los
días el dolor de tantas mujeres que viven así… sin ningún
horizonte, sin ningún derecho, sin ninguna esperanza.
Por eso cada día hay menos mujeres para formar
hogares…
¡Hogares verdaderos, unidos y felices! Y cada día el
mundo necesita en realidad más hogares y, para eso, más
mujeres dispuestas a cumplir bien su destino y su misión. Por
eso el primer objetivo de un movimiento femenino que quiera
hacer bien a la mujer… que no aspire a cambiarlas en hombres,
debe ser el hogar.
Nacimos para constituir hogares. No para la calle. La
solución nos la está indicando el sentido común. ¡Tenemos que
tener en el hogar lo que salimos a buscar en la calle: nuestra
pequeña independencia económica… que nos libere de ser
pobres mujeres sin ningún horizonte, sin ningún derecho y sin
ninguna esperanza!
LI: UNA IDEA
Porque en realidad con las mujeres debe suceder lo
mismo que con los hombres, las familias o las naciones:
mientras no son económicamente libres, nadie les asigna ningún
derecho.
Me imagino que mucha gente verá en esta opinión mía,
muy personal y muy mía, un concepto demasiado materialista.
Y no es así. Yo creo en los valores espirituales. Por otra
parte, eso es lo que nos enseña la doctrina justicialista de Perón.
Por eso mismo, porque creo en el espíritu, considero que es
urgente conciliar en la mujer su necesidad de ser esposa y
madre con esa otra necesidad de derechos que como persona
humana digna lleva también en lo más íntimo de su corazón.
Y un principio de solución pienso yo que será aquella
pequeña independencia económica de la que he hablado.
Si no le hallamos una solución a nuestro dilema, pronto
sucederá en el mundo una cosa inconcebible: sólo aceptarán
constituir un hogar verdadero (no medio hogar o medio
matrimonio) las mujeres menos capaces… las que no encuentren
fuera del matrimonio o del hogar otra solución “económica”
que sustente sus derechos mínimos.
Descenderá entonces la jerarquía de madre de familia al
nivel de lo ridículo. Se dirá — y ya se está diciendo — que sólo
las tontas queman las naves casándose, creando un hogar,
cargándose de hijos.
¡Y eso no puede suceder en el mundo!
Son los valores morales los que han quebrado en esta
actualidad desastrosa: y no serán los hombres quienes los
restituyan a su antiguo prestigio… y no serán tampoco las
mujeres masculinizadas. No. ¡Serán otra vez las madres!
Esto no sé como probarlo, pero lo siento como una
verdad absoluta.
Pero ¿cómo conciliar todas las cosas?
Para mí sería muy sencillo y no sé si por demasiado
sencillo me parece demasiado fácil y a lo mejor…
impracticable; aunque muchas veces he visto cómo las cosas
que todos estiman demasiado simples son la clave del éxito, el
secreto de la victoria.
Pienso que habría que empezar por señalar para cada
mujer que se casa una asignación mensual desde el día de su
matrimonio.
Un sueldo que pague a las madres toda la nación y que
provenga de los ingresos de todos los que trabajan en el país,
incluidas las mujeres.
Nadie dirá que no es justo que paguemos un trabajo que,
aunque no se vea, requiere cada día el esfuerzo de millones y
millones de mujeres cuyo tiempo, cuya vida se gasta en esa
monótona pero pesada tarea de limpiar la casa, cuidar la ropa,
servir la mesa, criar los hijos…, etc.
Aquella asignación podría ser inicialmente la mitad del
salario medio nacional y así la mujer ama de casa, señora del
hogar, tendría un ingreso propio ajeno a la voluntad del hombre.
Luego podrían añadirse a ese sueldo básico los
aumentos por cada hijo, mejoras en caso de viudez, pérdida por
ingreso a las filas del trabajo, en una palabra todas las
modalidades que se consideren útiles a fin de que no se
desvirtúen los propósitos iniciales.
Yo solamente lanzo la idea. Será necesario darle forma y
convertirla, si conviene, en realidad.
Yo sé que para nosotras, las mujeres de mi Patria, el
problema no es grave ni urgente.
Por eso no quiero llevar todavía esta idea al terreno de
las realizaciones. Será mejor que la idea sea meditada por todas.
Cuando llegue el momento la idea estará madura.
La solución que yo aporto es para que no se sienta
menos la mujer que funda un hogar que la mujer que gana su
vida en una fábrica o en una oficina.
Pero no es toda la solución del viejo problema. Hay que
añadir a ella una mejor utilización del progreso y de la técnica
al servicio del hogar.
Y es necesario elevar la cultura general de la mujer para
que todo eso: independencia económica y progreso técnico sepa
usarlo en beneficio de sus derechos y de su libertad sin que
pierda de vista su maravillosa condición de mujer; lo único que
no puede y que no debe perder jamás si no quiere perderlo todo.
Todo esto me recuerda un poco aquello que fué el
programa básico de Perón en su lucha por la liberación de los
obreros.
El decía que era menester elevar la cultura social,
dignificar el trabajo y humanizar el capital.
Yo, imitándolo siempre, me permito decir que para
salvar a la mujer y por lo tanto al hogar es necesario también
elevar la cultura femenina, dignificar el trabajo y humanizar su
economía dándole cierta independencia individual mínima.
Solamente así, la mujer podrá prepararse para ser esposa
y madre tal como se prepara para ser una dactilógrafa…
Así se salvarán muchas mujeres de la delincuencia y la
prostitución que son frutos de su esclavitud económica.
Así se salvará el hogar del desprestigio y le dará
verdadera jerarquía de piedra fundamental de la humanidad.
Sé que mi solución es más bien una puerta que un
camino. Veo que es todavía poco lo que ella significa y que es
incompleta. Creo que es necesario hacer mucho más todavía
que eso.
Porque no se trata de devolver al hogar un prestigio que
nunca tuvo sino de darle el que nunca conoció.
Yo he tenido que crear muchos institutos donde se cuida
a los niños, queriendo sustituir una cosa que es insustituible:
una madre y un hogar. Pero sueño siempre con el día en que no
sean ya necesarios… cuando la mujer sea lo que debe ser; reina
y señora de una familia digna, libre de toda necesidad
económica apremiante.
Para que ese día llegue es necesario que el movimiento
femenino de cada país y del mundo entero se una en el esfuerzo
que tiende a realizar el gran objetivo; y que el justicialismo sea
una realidad en todas partes. De nada nos valdría un
movimiento femenino organizado en un mundo sin justicia
social.
Sería como un gran movimiento obrero en un mundo sin
trabajo. ¡No serviría para nada!
LII: LA GRAN AUSENCIA
Yo creo que el movimiento femenino organizado como
fuerza en cada país y en todo el mundo debe hacerle y le haría
un gran bien a toda la humanidad.
No sé en donde he leído alguna vez que en este mundo
nuestro, el gran ausente es el amor.
Yo, aunque sea un poco de plagio, diré más bien que el
mundo actual padece de una gran ausencia: la de la mujer.
Todo, absolutamente todo en este mundo
contemporáneo, ha sido hecho según la medida del hombre.
Nosotros estamos ausentes en los gobiernos.
Estamos ausentes en los Parlamentos.
En las organizaciones internacionales.
No estamos ni en el Vaticano ni en el Kremlin.
Ni en los Estados mayores de los imperialismos.
Ni en las “comisiones de la energía atómica”.
Ni en los grandes consorcios.
Ni en la masonería, ni en las sociedades secretas.
No estamos en ninguno de los grandes centros que
constituyen un poder en el mundo.
Y sin embargo estuvimos siempre en la hora de la
agonía y en todas las horas amargas de la humanidad.
Parece como si nuestra vocación no fuese
sustancialmente la de crear sino la del sacrificio.
Nuestro símbolo debería ser el de la madre de Cristo al
pie de la cruz.
Y sin embargo nuestra más alta misión no es ésa sino
crear.
Y no me explico pues por qué no estamos allí donde se
quiere crear la felicidad del hombre.
¿Acaso no tenemos con el hombre un destino común?
¿Acaso no debemos hacer juntos la felicidad de la familia?
Tal vez por no habernos invitado a sus grandes
organizaciones sociales el hombre ha fracasado y no ha podido
hacer feliz a la humanidad.
El hombre ha creado, para solucionar los grandes
problemas del mundo, una serie casi infinita de doctrinas.
Ha creado una doctrina para cada siglo.
Y luego de probarla, vencido, ha intentado otra y así
sucesivamente.
Se ha apasionado por cada doctrina como si fuese
definitiva solución. Le ha importado más la doctrina que el
hombre y que la humanidad.
Y eso se explica: el hombre no tiene una cuestión
personal con la humanidad como nosotras.
Para el hombre la humanidad es un problema social,
económico y político.
Para nosotras, la humanidad es un problema de
creación… como que cada mujer y cada hombre representa
nuestro dolor y nuestro sacrificio.
El hombre acepta demasiado fácilmente la destrucción
de otro hombre o de una mujer, de un anciano o de un niño.
¡No sabe lo que cuesta crearlos!
¡Nosotras sí!
Por eso nosotras, mujeres de toda la tierra, tenemos,
además de nuestra vocación creadora, otra, de conservación
instintiva: la sublime vocación de la paz.
No quiero decir con esto que debamos preferir la paz a
todo.
No. Sabemos que hay causas mayores que la paz, pero
son menos para nosotras que para los hombres.
No entendemos que pueda hacerse la guerra por un
imperialismo, menos por un predominio económico, no
comprendemos la guerra en son de conquista.
Aunque sabemos, sí, que hay guerras de justicia,
pensamos que hasta hoy en el mundo todavía los hombres no
han peleado sino muy poco por aquella justicia.
Cuando el hombre nos dé un lugar en sus decisiones
trascendentales habrá llegado la hora de hacer valer nuestra
opinión tal vez menos del cerebro que del corazón.
Pero ¿acaso no es nuestro corazón el que debe sufrir las
consecuencias de los errores “cerebrales” del hombre?
Yo no desprecio al hombre ni desprecio su inteligencia,
pero si en muchos lugares del mundo hemos creado juntos
hogares felices, ¿por qué no podemos hacer juntos una
humanidad feliz?
Ese debe ser nuestro objetivo.
Nada más que ganar el derecho de crear, junto al
hombre, una humanidad mejor.
LIII: EL PARTIDO PERONISTA FEMENINO
El partido femenino que yo dirijo en mi país está
vinculado lógicamente al movimiento Peronista pero es
independiente como partido del que integran los hombres.
Esto lo he dispuesto precisamente para que las mujeres
no se masculinicen en su afán político.
Así como los obreros sólo pudieron salvarse por sí
mismos y así como siempre he dicho, repitiéndolo a Perón, que
“solamente los humildes salvarán a los humildes”, también
pienso que únicamente las mujeres serán la salvación de las
mujeres.
Allí está la causa de mi decisión de organizar el partido
femenino fuera de la organización política de los hombres
peronistas.
Nos une totalmente el Líder, único e indiscutido para
todos.
Nos unen los grandes objetivos de la doctrina y del
movimiento Peronista.
Pero nos separa una sola cosa: nosotras tenemos un
objetivo nuestro que es redimir a la mujer.
Este objetivo está en la doctrina justicialista de Perón
pero nos toca a nosotras, mujeres, alcanzarlo.
Para ello incluso deberemos ganar previamente la
colaboración efectiva de los hombres.
En esto soy optimista. Los hombres del peronismo que
nos dieron el derecho de votar, no han de quedarse ahora atrás…
La organización del partido femenino ha sido para mí
una de las empresas más difíciles que me ha tocado realizar.
Sin ningún precedente en el país — creo que ésta ha
sido mi suerte — y sin otro recurso que mucho corazón puesto
al servicio de una gran causa, llamé un día a un grupo pequeño
de mujeres.
Eran apenas treinta.
Todas muy jóvenes. Yo las había conocido como
colaboradoras mías infatigables en la ayuda social, como
fervientes peronistas de todas las horas, como fanáticas de la
causa de Perón.
Tenía que exigirles grandes sacrificios: abandonar al
hogar, el trabajo, dejar prácticamente una vida para empezar
otra distinta, intensa y dura.
Para eso necesitaba mujeres así, infatigables, fervientes,
fanáticas.
Era indispensable ante todo “censar” a todas las mujeres
que a lo largo y a lo ancho del país sentían nuestra fe peronista.
Esa empresa requería mujeres intrépidas dispuestas a
trabajar día y noche.
De aquellas treinta mujeres sin otra ambición que la de
servir a la causa justicialista sólo muy pocas me fallaron…
Quiere decir que eligiéndolas por su amor a la causa más
que por otras razones, elegí bien.
Todas están hoy todavía trabajando como el primer día.
Me encanta seguir desde cerca la marcha de todo el
movimiento. Lo importante es que conservan intacto el sello
femenino que yo quise infundirles.
Esto me acarreó algunas dificultades iniciales.
En zonas apartadas del país hubo algunos “caudillos”
políticos — muy pocos felizmente quedan ya en el movimiento
Peronista; la mayoría está en los viejos partidos opositores —
que creyeron hacer del movimiento femenino cosa propia que
debía responder a sus directivas e insinuaciones.
Mis “muchachas” se portaron magníficamente cuidando
la independencia de criterio y de acción.
En eso me di cuenta de que mis largas conversaciones
con aquel grupo inicial habían sido bien aprendidas.
Y que el movimiento femenino en su actividad política
nacía bien y empezaba a marchar solo.
Hoy, en todo el país, miles y miles de mujeres trabajan
activamente en la organización.
Con la plenipotencia que me otorgó la Primera
Asamblea Nacional, yo puedo dirigir libremente todos los
trabajos de la organización.
Eso me cuesta muchas horas de paciente trabajo, de
reuniones, de conversaciones personales con las delegadas
censistas, algunos disgustos, muchas dificultades pero… todo se
compensa con la alegría que tengo cuando, en las fechas
nuestras, puede llegar al Líder con mis mujeres para darle
cuenta de nuestros progresos y de nuestras victorias.
Los centros políticos del partido femenino se llaman
“unidades básicas”.
En esto hemos querido imitar a los hombres.
Pero mucho me temo que nuestras unidades básicas
estén más cerca de lo que Perón soñó que fueran cuando las
aconsejó como elementos fundamentales de la organización
política de los hombres.
El General quiso que los hombres de su partido político
no constituyesen ya los antiguos y desprestigiados “comités”
que, en las organizaciones políticas oligárquicas que soportó el
país, eran antros del vicio que cada elección abría en todos los
barrios y en todos los pueblos.
Perón quiso que los nuestros — los centros políticos del
peronismo — fuesen focos de cultura y de acción útil para los
argentinos.
Mis centros, mis unidades básicas cumplen aquel deseo
de Perón.
En las unidades se organizan bibliotecas, se dan
conferencias culturales, y sin que yo lo haya establecido
expresamente pronto se han convertido en centros de ayuda y
de acción social.
Los “descamisados” no distinguen todavía lo que es la
organización política que yo presido de lo que es mi
Fundación…
Las unidades básicas son para ellos algo de “Evita”. Y
allí van buscando lo que esperan que pueda darles Evita.
Ellos mismos, mis descamisados, son los que han creado
en mis unidades básicas una nueva función: informar a la
Fundación acerca de las necesidades de los humildes de todo el
país. La Fundación atiende estos pedidos haciéndoles llegar
directamente su ayuda.
Esto me ha sido duramente criticado. Mis eternos
supercríticos consideran que así yo utilizo mi Fundación con
finalidades políticas…
¡Y… tal vez tengan razón! Lo que al final aparece como
consecuencia de mi trabajo es de repercusión política… la gente
ve, en mi obra, la mano de Perón que llega hasta el último
rincón de mi Patria… y eso no les puede gustar a sus enemigos…
Pero… ¿puedo yo desoír el clamor de los humildes,
cualquiera sea el conducto por el cual me llegue?
Si alguna vez los partidos que se oponen a Perón me
enviasen algún pedido de algún descamisado también la
Fundación acudiría allí donde fuese necesario.
¿Acaso alguna vez la Fundación ha preguntado el
nombre, la raza, la religión y el partido de alguien para
ayudarlo?
Pero estoy segura que ningún oligarca me hará jamás un
pedido semejante.
¡Ellos no nacieron para pedir…!
¡Y menos para pedir por el dolor de los humildes…!
Para ellos eso es melodrama… melodrama de la
“chusma” que ellos despreciaron “desde sus balcones” con el
insulto que es nuestra gloria: “¡descamisados!”.
LIV: NO IMPORTAN QUE LADREN
No importa que ladren.
Cada vez que ellos ladran nosotros triunfamos.
¡Lo malo sería que nos aplaudiesen! En esto muchas
veces se ve todavía que algunos de los nuestros conservan
viejos prejuicios.
Suelen decir por ejemplo:
— ¡Hasta la “oposición” estuvo de acuerdo!
No se dan cuenta de que aquí, en nuestro país, decir
“oposición” significa todavía decir “oligarquía”… Y eso vale
como si dijésemos “enemigos del pueblo”.
Si ellos están de acuerdo, ¡cuidado!, con eso no debe
estar de acuerdo el pueblo.
Desearía que cada peronista se grabase este concepto en
lo más íntimo del alma; porque eso es fundamental para el
movimiento.
¡Nada de la oligarquía puede ser bueno!
No digo que puede haber algún “oligarca” que haga
alguna cosa buena… Es difícil que eso ocurra, pero si ocurriera
creo que sería por equivocación. ¡Convendría avisarle que se
está haciendo peronista!
Y conste que cuando hablo de oligarquía me refiero a
todos los que en 1946 se opusieron a Perón: conservadores,
radicales, socialistas y comunistas. Todos votaron por la
Argentina del viejo régimen oligárquico, entregador y
vendepatria.
De ese pecado no se redimirán jamás.
Mucha gente del extranjero no entiende a veces que
Perón sea tan absoluto en su decisión irrevocable de trabajar
con su propio partido y que ataque siempre y aun a veces
duramente a sus adversarios.
Acostumbrados a la política de “colaboración” (?) que
en otros países es casi una costumbre, no se entiende nuestra
división rotunda y terminante.
Muchos ignoran cuántas veces Perón invitó a sus
enemigos a colaborar honradamente.
Yo sé que los llamó sinceramente.
Pero yo también sé que los llamó sin ninguna esperanza.
El los conoce antes que yo y aun más que yo.
Son incapaces para la generosidad. No piensan más que
en sí mismos.
La Patria para ellos fué siempre un nombre ¡el nombre
de una mercadería que se vende al que pague más!
Por eso el General gobierna como si ellos no existiesen.
Si se acuerda de ellos y los ataca es solamente para que el
pueblo no se olvide que siempre son los mismos que en 1946 se
entregaron a un embajador extranjero.
Por suerte para los argentinos pertenecen a una raza de
hombres que se acabará en este siglo… con la generación que
ellos componen.
¡No los querrán recordar ni siquiera sus hijos!
LV: LAS MUJERES Y LA ACCIÓN
Yo creo firmemente que la mujer — al revés de lo que
es opinión común entre los hombres — vive mejor en la acción
que en la inactividad.
Lo veo todos los días en mi trabajo de acción política y
de acción social.
La razón en muy simple: el hombre puede vivir
exclusivamente para sí mismo. La mujer no.
Si una mujer vive para sí misma, yo creo que no es
mujer o no puede decirse que viva… Por eso le tengo miedo a la
“masculinización” de las mujeres.
Cuando llegan a eso, entonces se hacen egoístas aun más
que los hombres, porque las mujeres llevamos las cosas más a la
tremenda que los hombres.
Un hombre de acción es el que triunfa sobre los demás.
Una mujer de acción es la que triunfa para los demás… ¿no es
ésta una gran diferencia?
La felicidad de una mujer no es su felicidad sino la de
otros.
Por eso cuando yo pensé en mi movimiento femenino no
quise sacar a la mujer de lo que es tan suyo. En política, los
hombres buscan su propio triunfo.
Las mujeres, si hiciesen eso, dejarían de ser mujeres.
Yo he querido que, en el partido femenino, las mujeres
no se buscasen a sí mismas…, que allí mismo sirviesen a los
demás en alguna forma fraternal y generosa.
El problema de la mujer es siempre en todas partes el
hondo y fundamental problema del hogar.
Es su gran destino. Su irremediable destino.
Necesita tener un hogar, cuando no pueda construirlo
con su carne lo hará con su alma ¡o no es mujer!
Bueno, por eso mismo yo he querido que mi partido sea
un hogar… que cada unidad básica sea algo así como una
familia… con sus grandes amores y sus pequeñas desavenencias,
con su fecundidad excelsa y su laboriosidad interminable.
Sé que en muchas partes lo he conseguido ya.
¡Sobre todo donde las mujeres que he designado son
más mujeres…!
Más que una acción política, el movimiento femenino
tiene que desenvolver una acción social. ¡Precisamente porque
la acción social es algo que las mujeres llevamos en la sangre!
Servir a otros es nuestro destino y nuestra vocación y
eso es acción social…
No aquello otro de “vida social”… ¡que eso es todo lo
contrario de la acción…!
LVI: LA VIDA SOCIAL
Puedo decir dos palabras sobre la “vida social”?
¡Peores cosas he dicho ya en mi vida!
Creo, como que hay sol, que la “vida social”, así como
la sociedad aristocrática y burguesa que la vive son dos cosas
que se van… ¡Este siglo acabará con ellas!
Nunca entendí a las mujeres de esa clase de vivir vacío y
fácil… ni creo que ellas entiendan jamás lo que es otra clase de
vida.
Ellas pertenecen a otra raza de mujeres. Decir que se
acercan a los hombres sería un insulto que los hombres no se
merecen.
El hombre y la mujer, aun siendo distintos, viven para
algo… Tienen un objetivo en sus vidas y, a su manera, cada uno
lo cumple como mejor le parece.
La “mujer de sociedad” no es así, porque la vida social
no tiene objetivos… Llena de apariencias, de pequeñeces, de
mediocridades y de mentiras, todo consiste en representar bien
un papel tonto y ridículo.
En el teatro, por lo menos, se representa algo que existió
alguna vez… o que puede existir. En el teatro, el artista sabe que
es alguien… En la vida social, las mujeres son artistas
representando ¿qué?, ¡nada, absolutamente nada! Nunca envidié
ni quise a “esa” clase de artistas.
Pero las comprendo: lo que ocurre es muy fácil de
entender. Es muy difícil llenar una vida cuando no se tiene un
objetivo. Entonces hay que acortar los días y las noches con ese
conjunto de cosas menores y sin importancia que componen la
“vida social”.
Y una vez que se acostumbran a eso todo lo demás les
parece incluso ridículo y extravagante.
¡A los gorriones les debe parecer así el vuelo de los
cóndores!
A esa clase de mujeres no se les puede hablar de nada
más grande y distinto. El hogar es, para ellas, lo secundario: el
sacrificio de todo eso que es la “vida social” con sus fiestas y
sus reuniones, el bridge, el hipódromo, etc. Es como si hubiesen
nacido para todas estas cosas y no para servir de puente a la
humanidad. No saben que la humanidad pasa de un siglo a otro
a través de nuestro cuerpo y de nuestra alma, y que para eso es
necesario que nosotras construyamos cada una un hogar.
¡Ah, no! Eso ellas no lo entienden.
Tampoco entienden el dolor de los humildes.
Cuando les llega alguna noticia de ese gran dolor
humano, suelen lagrimear un poco… ¡pero el lagrimeo termina
en una fiesta de beneficencia! Esta clase de mujeres sabe, sin
embargo, en lo íntimo de su corazón, que esa vida que viven no
es real… ¡No es la verdadera vida!
Dicen que en la “vida social” se aprecia la cultura de un
pueblo. Yo me rebelo y me indigno ante esa afirmación
estúpida.
Sí, yo sé que es muy de gente “bien” decirse culta… y es
muy de “buena sociedad” recibir en su seno a intelectuales,
pensadores, escritores, poetas, artistas, etc.
Esta es una función hospitalaria, protectora y atrayente…
y es muy comprensible que los intelectuales se sientan atraídos
y halagados por el lujo material y las atenciones de la “buena
sociedad”.
No se dan cuenta que por lo general ellos representan
allí un papel tonto y ridículo: son “animadores” de una pieza
teatral que en sí misma no tiene recursos para divertir a nadie.
Y en eso reside la cultura de la “vida social”.
LVII: LA MUJER QUE NO FUE ELOGIADA
Por eso tal vez, escritores y poetas han hablado mucho
de las mujeres bellas y elegantes… y han cantado a la mujer
viendo solamente a esa clase de mujeres cuya femineidad es
discutible.
A esa “mujer” han visto solamente. Por eso escritores y
poetas no han dicho la auténtica verdad acerca de la mujer.
La mujer no es eso. No es vacía, ligera, superficial y
vanidosa. No es lo que ellos han escrito: egoísta, fatal y
romántica.
No. No es como ellos la pintaron: charlatana y
envidiosa.
Ellos la vieron así porque no supieron ver nunca a la
mujer auténtica que, por ser precisamente auténtica, se refugia
silenciosa en los hogares del pueblo, donde la humanidad se
hace eterna.
Esa mujer no ha sido aclamada por los intelectuales.
No tiene historia. No ofrece recepciones. No juega al
bridge.
No fuma. No va al hipódromo.
Es la heroína que nadie conoce. Ni siquiera su marido.
¡Ni siquiera sus hijos!
De ella no se dirá nunca nada elegante, nada ingenioso.
A lo sumo, después de muerta, sus hijos dirán:
— Ahora nos damos cuenta de lo que ella era para
nosotros.
Y ese lamento tardío será su único elogio.
Por eso he querido decir todas esas cosas. Así, yo le
rindo mi homenaje ¡el mejor homenaje de mi corazón! a la
mujer auténtica que vive en el pueblo y que va creando, todos
los días, un poco de pueblo.
Es ella la que constituye el gran objetivo de mis afanes.
Yo sé que ella, solamente ella, tiene en sus manos el
porvenir del pueblo. No será tanto en las escuelas sino en los
hogares donde se ha de formar la nueva humanidad que quiere
el Justicialismo de Perón.
Por eso me preocupa que la mujer auténtica del pueblo
se capacite en todo sentido… porque la escuela es como esos
talleres que pintan cuadros en serie… pero el hogar es un taller
de artista donde cada cuadro es un poco de su alma y de su vida.
Allí se forman los hombres y mujeres excepcionales.
La nueva edad justicialista que nosotros iniciamos
necesita muchos hombres y mujeres así.
Y por más esfuerzos que hagamos no los podremos
ofrecer a la humanidad si no los crean, para nosotros, mujeres
del auténtico pueblo, enamoradas de la causa de Perón; pero
fervorosamente instruídas y capacitadas.
Por eso mismo yo creo que vale más capacitar, instruir y
educar a una mujer que a un hombre. ¡Ha llegado el momento
de dar más jerarquía al milagro por el cual todos los días las
mujeres creamos en cierto modo el destino del mundo!
Y con más razón ahora, que los hombres han perdido la
fe… Nosotras nunca perdemos la fe. Y bien sabemos que,
cuando todo se pierde, todo puede salvarse si se conserva un
poco, aunque sea un poco de fe.
LVIII: COMO CUALQUIER OTRA MUJER
Lo que quise decir todo está dicho ya.
Soy nada más que una humilde mujer de un pueblo
grande… ¡como son todos los pueblos de la tierra!
Una mujer como hay millones y millones en el mundo.
Dios me eligió a mí de entre tantas y me puso en este lugar,
junto al Líder de un nuevo mundo: Perón.
¿Por qué fuí yo la elegida y no otra?
No lo sé.
Pero lo que hice y lo que hago es lo que hubiese hecho
en mi lugar cualquiera de las infinitas mujeres que en este
pueblo nuestro o en cualquier pueblo del mundo saben cumplir
su destino de mujer, silenciosamente, en la fecunda soledad de
los hogares.
Yo me siento nada más que la humilde representante de
todas las mujeres del pueblo.
Me siento, como ellas, al frente de un hogar, mucho más
grande es cierto que el que ellas han creado, pero al fin de
cuentas hogar: el gran hogar venturoso de esta Patria mía que
conduce Perón hacia sus más altos destinos.
¡Gracias a él, el “hogar” que al principio fué pobre y
desmantelado, es ahora justo, libre y soberano!
¡Todo lo hizo él!
Sus manos maravillosas convirtieron cada esperanza de
nuestro pueblo en un millar de realidades.
Ahora vivimos felices, con esa felicidad de los hogares,
salpicada de trabajos y aun de amarguras… que son algo así
como el marco de la felicidad.
En este gran hogar de la Patria yo soy lo que una mujer
en cualquiera de los infinitos hogares de mi pueblo.
Como ella soy al fin de cuentas mujer.
Me gustan las mismas cosas que a ella: joyas y pieles,
vestidos y zapatos… pero, como ella, prefiero que todos, en la
casa, estén mejor que yo. Como ella, como todas ellas, quisiera
ser libre para pasear y divertirme… pero me atan, como a ellas,
los deberes de la casa que nadie tiene obligación de cumplir en
mi lugar.
Como todas ellas me levanto temprano pensando en mi
marido y en mis hijos… y pensando en ellos me paso andando
todo el día y una buena parte de la noche… Cuando me acuesto,
cansada, se me van los sueños en proyectos maravillosos y trato
de dormirme “antes que se me rompa el cántaro”.
Como todas ellas me despierto sobresaltada por el ruido
más insignificante porque, como todas ellas, yo también tengo
miedo…
Como ellas me gusta aparecer siempre sonriente y
atractiva ante mi marido y ante mis hijos, siempre serena y
fuerte para infundirles fe y esperanza… y como a ellas, a mí
también a veces me vencen los obstáculos ¡y como ellas, me
encierro a llorar y lloro!
Como todas ellas prefiero a los hijos más pequeños y
más débiles… y quiero más a los que menos tienen…
Como para todas las mujeres de todos los hogares de mi
pueblo mis días jubilosos son aquellos en que todos los hijos
rodean al jefe de la casa, cariñosos y alegres.
Como ellas, yo sé lo que los hijos de esta casa grande
que es la Patria necesitan de mí y de mi marido… y trato de
hacer que lo consigan.
Me gusta, como a ellas, preparar sorpresas agradables y
gozarme después con la sorpresa de mi esposo y de mis hijos…
Como ellas, oculto mis disgustos y mis contrariedades, y
muchas veces aparezco alegre y feliz ante los míos cubriendo
con una sonrisa y con mis palabras las penas que sangran en mi
corazón.
Oigo como ellas, como todas las madres de todos los
hogares de mi pueblo, los consejos de las visitas y de los
amigos: “Pero ¿por qué se toma las cosas tan en serio?”. “¡No
se preocupe tanto!”. “Diviértase un poco más. ¿Para qué quiere
sino tantas cosas bonitas que tienen sus guardarropas?”.
Es que como a ellas a mí también me gusta más lucirme
ante los míos que ante los extraños… y por eso me pongo mis
mejores adornos para atender a los descamisados.
Muchas veces pienso, como ellas, salir de vacaciones,
viajar, conocer el mundo… pero en la puerta de casa me detiene
un pensamiento: “Si yo me voy ¿quién hará mi trabajo?”. ¡Y me
quedo!
¡Es que me siento verdaderamente madre de mi pueblo!
Y creo honradamente que lo soy.
¿Acaso no sufro con él? ¿Acaso no gozo con sus
alegrías? ¿Acaso no me duele su dolor? ¿Acaso no se levanta
mi sangre cuando lo insultan o cuando lo denigran?
Mis amores son sus amores.
Por eso ahora lo quiero a Perón de una manera distinta,
como no lo quise antes: antes lo quise por él mismo… ¡ahora lo
quiero también porque mi pueblo lo quiere!
Por todo eso, porque me siento una de las tantas mujeres
que en el pueblo construyen la felicidad de sus hogares, y
porque yo he alcanzado esa felicidad, la quiero para todas y
cada una de aquellas mujeres de mi pueblo…
Quiero que sean tan felices en el hogar de ellas como yo
lo soy en este hogar mío tan grande que es mi Patria.
Quiero que cuando el destino vuelva a elegir mujer para
esta cumbre del hogar nacional, cualquier mujer de mi pueblo
puede cumplir, mejor que yo, esta misión que yo cumplo lo
mejor que puedo.
Quiero hacer hasta el último día de mi vida la gran tarea
de abrir horizontes y caminos a mis descamisados, a mis
obreros, a mis mujeres…
Yo sé que, como cualquier mujer del pueblo, tengo más
fuerzas de las que aparento tener y más salud de la que creen los
médicos que tengo.
Como ella, como todas ellas, yo estoy dispuesta a seguir
luchando para que en mi gran hogar sea siempre feliz.
¡No aspiro a ningún honor que no sea esa felicidad!
Esa es mi vocación y mi destino.
Esa es mi misión.
Como una mujer cualquiera de mi pueblo quiero
cumplirla bien y hasta el fin.
Tal vez un día, cuando yo me vaya definitivamente,
alguien dirá de mi lo que muchos hijos suelen decir, en el
pueblo, de sus madres cuando se van, también definitivamente:
— ¡Ahora recién nos damos cuenta que nos amaba
tanto!
LIX: NO ME ARREPIENTO
Creo que ya he escrito demasiado.
Yo solamente quería explicarme y pienso que tal vez no
lo haya conseguido sino a medias.
Pero seguir escribiendo sería inútil. Quien no me haya
comprendido hasta aquí, quien no me haya “sentido”, no me
sentirá ya aun cuando siguiera estos apuntes por mil páginas
más.
Aquí veo ahora a mi lado verdaderas pilas de papel
fatigado por mi letra grande… y creo que ha llegado el momento
de terminar.
Leo las primeras páginas… y voy repasando todo lo que
he escrito.
Sé que muchas cosas tal vez no debiera haberlas dicho…
Si alguna vez se leen por curiosidad histórica no me harán estas
páginas un favor muy grande: la gente dirá por ejemplo que fuí
demasiado cruel con los enemigos de Perón.
Pero… no he escrito esto para la historia.
Todo ha sido hecho para este presente extraordinario y
maravilloso que me toca vivir: para mi pueblo y para todas las
almas del mundo que sientan, de cerca o de lejos, que está por
llegar un día nuevo para la humanidad: el día del Justicialismo.
Yo solamente he querido anunciarlo con mis buenas o
malas palabras… con las mismas palabras con que lo anuncio
todos los días a los hombres y a las mujeres de mi propio
pueblo.
No me arrepiento por ninguna de las palabras que he
escrito. ¡Tendrían que borrarse primero en el alma de mi pueblo
que me las oyó tantas veces y que por eso me brindó su cariño
inigualable!
¡Un cariño que vale más que mi vida!