El tirano de las leyes y el atrecista oculto – Por Juan Manuel de Prada

El tirano de las leyes y el atrecista oculto
Por Juan Manuel de Prada

Escribía Pemán que el concepto maquiavélico de la ‘razón de Estado’ no es otra cosa, a la postre, sino una ‘real gana’ para que el gobernante pueda actuar cómodamente según sus conveniencias y al margen de la moral. Pero esta ‘razón de Estado’ que no es sino ‘real gana’ del gobernante es tan cruda que tiene que disfrazarse con hipocresías diversas de apariencia antimaquiavélica, como hizo el doctor Sánchez invocando (‘risum teneatis’) la «concordia» y «convivencia» y otras paparruchas limítrofes para justificar la amnistía que se dispone a conceder al errabundo Puigdemont y a sus compañeros mártires. En otro momento menos hipócrita, sin embargo, el doctor Sánchez, ese lobezno maquiavélico vestido con la piel del corderito Norit, reconoció:

—Lo hago para evitar que la derecha y la extrema derecha lleguen al poder en España.

De este modo, la ‘real gana’ del doctor Sánchez se erige en ‘razón de Estado’ que nos devuelve al errabundo Puigdemont convertido en un prohombre de Estado, a la vez que nos libra generosamente de los demonios de la derecha y la extrema derecha. Pero con esta amnistía del doctor Sánchez no se conculca el Régimen del 78; pues la más auténtica ‘razón de Estado’ del nihilista Régimen del 78 –como ya hemos explicado en un artículo anterior– no es otra sino que los medios justifiquen los fines; o sea, que la acción política se desenvuelva con arreglo a determinadas fórmulas, con trámites y plazos y mayorías y tiquismiquis y por el culo te la hinco. Así se han legalizado en España las aberraciones más alevosas; y así se va a aprobar esta amnistía, para que el Régimen del 78, solterón y cuarentón, puede por fin irse de farra.

Se debe combatir cívicamente esta amnistía, desde luego; pero combatirla sin atender a sus causas, o confundiéndolas, resulta mucho más grave que no combatirla. Si las manifestaciones y concentraciones enarbolan el ‘orden constitucional’ debemos desconfiar de ellas; pues, bajo la fachada de aspaviento y jeribeque, no buscarán otra cosa sino apuntalar y reforzar el Régimen que nos ha conducido a la calamidad presente; el Régimen que reglamenta exhaustivamente el ejercicio del poder (medios), para que se puedan alcanzar tranquilamente los fines más inmorales.

Afirmaba Aristóteles que la política debe estar orientada al bien común; y Platón nos advertía que el mayor enemigo de la ciudad es el «tirano de las leyes», el gobernante que «esclaviza las leyes poniéndolas bajo el imperio de los hombres, sometiendo la ciudad a los intereses de una facción». Y contra este «tirano de las leyes» que, al ordenar la política hacia su bien particular, pierde la legitimidad de ejercicio se debe actuar, en ejercicio de legítima defensa, como contra el enemigo externo que nos ataca. Santo Tomás, glosando a Aristóteles, lo explica a las mil maravillas, considerando que el sedicioso no es el pueblo que se revuelve contra el tirano, sino que «el sedicioso es más bien el tirano, el cual alienta las discordias y sediciones en el pueblo que le está sometido, a efectos de dominar con más seguridad. Eso es propiamente lo tiránico, ya que está ordenado al bien de quien detenta el poder en detrimento de la multitud».

Por supuesto, en la respuesta del pueblo al «tirano de las leyes» debe haber causa justa, medios lícitos y un fin proporcionado. Pero quienes pastorean la respuesta del pueblo a este «tirano de las leyes» nos dicen que en las protestas no debe ni siquiera encenderse una bengala, por no parecer ‘violentos’. Debemos ser especialmente cuidadosos en enjuiciar quiénes son los que tratan de pastorear las protestas populares contra el «tirano de las leyes», no sea que en realidad sean los mismos perros con distintos collares, deseosos de encadenarnos al nihilista Régimen del 78 que nos ha conducido a tanta pudrición y laceria.

También debemos considerar que, detrás de un «tirano de las leyes» como el doctor Sánchez, hay siempre un atrecista escondido o en la sombra. En las revoluciones modernas, por ejemplo, tras la fachada populachera, había grupos minoritarios y compactos que conspiraban para encaramarse al poder. También la maniobra del doctor Sánchez tiene, por supuesto, sus atrecistas, que no son el errabundo Puigdemont y sus compañeros mártires, ni tampoco los líderes de los otros partidos políticos que lo apoyan, ávidos de alcanzar sus intereses sectarios. Esos atrecistas son élites o minorías ocultas de naturaleza plutocrática, que han hallado en el doctor Sánchez el más aplicado ejecutor de su agenda.

El doctor Sánchez, a la postre, no es más que un inescrupuloso tirillas, capaz de cualquier pirueta por retener el poder. Pero son esas élites ocultas las que, ejerciendo su ‘real gana’, van a permitir que gobierne esclavizando las leyes, pues el doctor Sánchez les asegura poder llevar a cabo su agenda con una paz social tan sepulcral como la mismísima paz de los cementerios. Si estas élites no lo quisieran, el doctor Sánchez, en lugar de conceder la amnistía al errabundo Puigdemont, habría salido envuelto en la bandera de España y convocado nuevas elecciones; y, si se hubiese resistido, esas mismas élites lo habrían reducido instantáneamente a fosfatina, mostrando lo que el ingenio llamado Pegasus le birló del teléfono móvil o haciéndole cualquier otra barrabasada que lo mandase al basurero cósmico de la Historia.

Dejémonos de monsergas. El doctor Sánchez va a gobernar con apoyo del errabundo Puigdemont y demás compañeros mártires porque las élites que manejan los hilos del Régimen del 78 así lo desean.

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