Por Pablo Yurman
Desde hace un tiempo, cada 12 de octubre, la polémica sobre el significado del descubrimiento de América por Cristóbal Colón en nombre de la Corona de Castilla se reaviva. Este año no es la excepción a juzgar por el incidente diplomático generado a raíz de las declaraciones del presidente saliente de México, Andrés Manuel López Obrador, y de la actual mandataria, Claudia Sheinbaum, ceremonia a la que no fue invitado el rey de España, Felipe VI.
A propósito de esto, hay que tener presente que en ocasiones, la comprensión de los hechos históricos depende mucho del hecho de formularnos preguntas que son a todas luces razonables o de sentido común.
Las espadas españolas suponían su uso en un combate cuerpo a cuerpo, y en esas circunstancias no eran superiores a las armas de los indígenas, que eran un pueblo guerrero experimentado y que pese a no conocer el acero, manejaba hábilmente la flecha, la cerbatana, y sobre todo el temible hacha con puntas de piedra obsidiana, tan cortante como el acero de Toledo.
De refilón digamos que sólo algunos de los españoles contaban con caballo, que por su costo y dificultades en los traslados, estaba reservado a unos pocos. Es posible que en un primer momento los nativos americanos se sorprendieran al ver estos animales, ya que eran desconocidos en América. Pero cuando comprobaron que los caballos eran herbívoros, que no lanzaban fuego por su hocico y que con un flechazo se desangraban y morían, el misterio y la subyugación se debe haber desvanecido por completo.
Otra justificación pasa por afirmar que habrían circulado leyendas orales entre los pobladores de esa parte del continente según las cuales, algún día llegarían sujetos de contextura similar a la europea (altos, de tez blanca, con barba), a bordo de extrañas naves, acontecimiento que marcaría el fin de la civilización mexica. Se infiere que el choque cultural debe haber sumido a los aztecas en una suerte de desesperación y de una obnubilación tal que los paralizó por completo. “Creían que los españoles eran esas deidades de las que hablaban las leyendas” suelen repetir algunos.
Seguramente el impacto psicológico existió en un comienzo de ese encuentro de dos mundos hasta entonces separados entre sí. Pero convengamos que a los españoles también les deben haber espantado algunas cosas propias de la cultura local. Por ejemplo, el repugnante espectáculo de las pirámides utilizadas para el sacrificio humano de los pueblos vencidos, práctica habitual entre los aztecas y que se corrobora con nuevos y periódicos descubrimientos arqueológicos.
Pero superado el primer impacto visual, y con las primeras escaramuzas armadas previas a la toma de Tenochtitlán, los mexicas pudieron comprobar que esos “dioses” o seres extraños, se les parecían bastante en su condición humana: se desangraban por la herida de flechas y piedras, y morían. Fin del enigma. Eran tan humanos como ellos.
Si nos detenemos en esta explicación, nos damos cuenta de que quienes la utilizan subestiman llamativamente las capacidades cognitivas de los indios americanos, suponiéndolos como niños asustadizos ante la presencia de algo que les era desconocido. Recordemos que los aztecas eran una etnia de entre decenas que poblaban el actual territorio mexicano y que se caracterizaban por ser un pueblo guerrero, que había alcanzado por la fuerza su predominio sobre otros. Cuesta creer que fuesen fáciles de atemorizar.
Otro pretendido argumento al que se echa mano es afirmar que con los españoles llegaron enfermedades contra las cuales las poblaciones pre-hispánicas carecían de inmunidad biológica. Esto efectivamente ocurrió en lo que fue la paulatina llegada de contingentes españoles a América. Pero con algunas aclaraciones. Por más que Cortés hubiera deseado utilizar virus de enfermedades como “arma biológica”, ello no hubiera sido posible, al menos en esa época. No se podía aislar el transmisor de las enfermedades y guardarlo en un tubo de ensayo para esparcirlo luego donde se quisiera. Por otra parte, si bien es cierto que los españoles soportaban mejor algunas enfermedades, por ejemplo, la gripe, no es menos cierto que otras (por caso, la viruela) seguían siendo mortales. A ello hay que agregar que así como los mexicas no estaban preparados para enfermedades europeas, los españoles no lo estaban para enfermedades que eran endémicas en América y que solían diezmar muchos de sus contingentes, fundamentalmente en áreas tropicales, predominantes en el continente recién descubierto.
No obstante lo señalado, es lógico deducir que la fulminante conquista española de un continente inmenso, produjera posteriormente y hasta tanto no se terminara de organizar la sociedad basada en el mestizaje -promovido desde el inicio por la misma Corona castellana- un cierto impacto psicológico en sectores del pueblo mexica. Al respecto refiere Alejandro Pandraa un aspecto poco estudiado, diciendo que “Mientras el varón indígena, vencido, perseguido o sometido a servidumbre queda aniquilado después del derrumbe de su cultura, la mujer indígena huye de los suyos -que ancestralmente la habían sometido y explotado-, se acerca al invasor, le sirve de intérprete, le consuela. La india sobrevive psíquicamente.” (“Origen y destino de la Patria”).
A propósito de lo que señala Pandra, un caso paradigmático es el de la joven nahua Malintzin, conocida como La Malinche, originaria de la actual Veracruz, México, quien fue pareja de Cortés y con quien tuvo un hijo, llamado Martín. Fue ella quien ofició de intérprete y según varios historiadores, hasta de consejera del conquistador español.
Por todo lo anterior, la conclusión es que evidentemente la astucia y fortaleza de Cortés y sus escasos hombres procedentes de España debió consistir en otra estrategia para lograr vencer a un imperio de estructura jerárquica militarista que contaba con decenas de miles de guerreros dispuestos a combatir a muerte al invasor. Y es quizás el indagar sobre esta circunstancia la que incomode a personas como López Obrador o Sheinbaum, por no encajar en su mirada prejuiciosa sobre la conquista.
Los hechos históricos documentados dan cuenta de que desde su desembarco en Yucatán y hasta llegar a la zona central de México donde se hallaba Tenochtitlán, Cortés fue tejiendo alianzas con los pueblos indígenas sometidos al imperialismo mexica, entre los que destacaron los totonacas y los tlaxcaltecas, entre otros. Esto es lo que explica que los pocos cientos de españoles fuesen acompañados por decenas de miles de indígenas dispuestos a luchar por su liberación del yugo mexica.
Con razón afirma Marcelo Gullo en su libro “Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán” que “cuando se analiza la historia sin prejuicios … se llega a la conclusión de que los aztecas llevaron a cabo como política de estado la conquista de otros pueblos indígenas para poder tener seres humanos para sacrificar a sus dioses. Año tras año los aztecas arrebataban los niños y las niñas a los pueblos que habían conquistado para asesinarlos después en sus templos”.
Al decir del propio Gullo, para esos pueblos sometidos por los aztecas, Cortés no fue un conquistador, sino un liberador de un yugo al que se hallaban sometidos desde tiempo atrás.
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