Por Facundo Martín Quiroga
El contexto de la caída globalista, virus mediante
En el transcurso del séptimo mes de confinamiento decretado por la pandemia de COVID-19, un grupo que dice representar a las Fuerzas de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires se organiza reclamando aumento salarial y mejoras en distintos aspectos de su ejercicio, llegando a reunir a varios móviles y efectivos en torno a la Quinta Presidencial de Olivos. Esta acción es tomada como una provocación de parte de muchos de los representantes del gobierno, mientras otros políticos de todas las coloraturas dejan hacer y emiten repudio mucho después de la asonada. Medios y redes se vuelven a desafiar desde sus recintos, se vuelve a poner en escena lo expuesto hace unos días por el ex presidente Duhalde respecto de la posibilidad de un golpe… todo un marasmo de toma y daca ante el cual nos quedamos preguntándonos muchas cosas en torno a la problemática de la seguridad y la defensa, pero que podemos resumir en una pregunta: ¿por qué el progresismo no tiene herramientas adecuadas para abordar dichos campos fundamentales de todo análisis político, y estas problemáticas siempre, ya sea que estén o no en el gobierno, los toman con la guardia baja? ¿Qué entiende el progresismo por seguridad y defensa?
Una breve apostilla internacional para empezar, a modo de premisa de coyuntura: la declarada (y administrada) pandemia puso en entredicho los presupuestos de la sociedad abierta y multicultural que los medios, los gobiernos, el sistema económico y las redes sociales de propaganda globalista reproducían hasta en los rincones más inhóspitos del orbe. Pensadores que otrora nos parecían críticos del modelo en lo teórico (como Byung-Chul Hahn o Slavoj Sizek), con más o menos retruécanos retóricos, salieron a la palestra horrorizados con la reivindicación que, lenta pero constantemente, se comenzó a emprender desde ciertos Estados de términos como “fronteras”, “seguridad”, “defensa”, y demás sinónimos que, en rigor, estaban más cerca de testificar eficiencia en el manejo de la crisis. El cierre de fronteras en los momentos indicados y el cuidado de la ciudadanía desde estas dimensiones que riñen con el idílico paraíso lennoniano globalista, resultaron, en definitiva, ciertamente más eficaces. La pragmática soberanía adoptada contradiciendo los balbuceos altisonantes de la OMS (coincidentes con dichas figuras intelectuales) a casi un año del comienzo de todo este entuerto, ya es indiscutible que resulta ser una necesidad, sabiendo la relación existente entre la expansión del virus y los países con mayor tráfico aéreo extranjero, por caso. Es decir, la genuflexión al globalismo trae aparejada la expansión del virus indeseable.
¿Será que mientras los Estados más analizan al virus y la pandemia desde la esfera de la defensa, más posibilidades tendrán de contener la expansión y el caos social? No movamos a malos entendidos: no estamos a favor de la idea del virus como “enemigo invisible”, porque es el relato que el globalismo busca imponer (el enemigo a vencer sería el COVID y no ellos mismos que son le élite administradora de la pandemia), sino que buscamos por todos los medios que podamos, que se entienda al virus como parte de una lógica orquestada contra los Estados nacionales y las sociedades que los constituyen. El problema reside en que, de parte de éstas, no se tienen las herramientas analíticas para concebirlo así; la trampa es justamente reconocer al virus como algo “invisible”, absorbiendo la explicación que la élite construye.
El progresismo moviliza a pensar las estructuras de defensa y seguridad de los Estados como un mal que hay que reconocer y un monstruo a quien “domar”. Así tenemos a organismos como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, que funcionan como una especie de contralor externo de lo que debe ser una política coherente de DDHH, siempre contra las estructuras de seguridad, propagandizando permanentemente respecto de los actos vejatorios y los casos resonantes que las impliquen. En definitiva, se estructuran como una herramienta de presión sobre las políticas de defensa y seguridad soberanas.
Los lugares comunes
Partiendo de la premisa de la coyuntura global presente, proponemos que el progresismo, adepto a las doctrinas del multiculturalismo, el género y los Derechos Humanos que estas ONGs expresan, siempre se queda “pataleando en el aire” respecto de la cuestión de la seguridad y la defensa y sus derivaciones, lo que lo conduce a nunca resolver las crisis relativas a dichas esferas en el terreno, subestimando tanto su importancia política como su legitimidad, deviniendo (intencionadamente o no) en un ataque a veces velado, a veces explícito y rabioso a las instituciones que otrora fueron, junto con la escuela pública, piedra basal de la fundación de la Nación y del Estado. Y esto queda en evidencia aún más en este contexto, en donde se apela a las Fuerzas para contener situaciones de caos social extremo, con mucha mayor eficacia que lo que podría desarrollarse a partir de las performances de militantes de Facultad.
Todo lo que tiene que decir el progresismo en la materia se reduce a una serie de lugares comunes. Para empezar, apela a lo que le sirve como cámara de eco de su militancia, en todas las variantes: “hijo de yuta”, “estudiá, no seas policía”, el viejo “Policía Federal, la vergüenza nacional”, “no es un caso, es toda la institución” (CORREPI dixit), y toda una pléyade de epítetos referidos a los actores de la seguridad y la defensa que reproducen un imaginario que está muy lejos de la legitimidad social real que éstos tienen. Imaginan un idílico mundo sin policías ni militares en donde la paz llegará por la indeclinable tendencia al amor y la empatía que lEs seres humanEs (excepto los varones blancos heterosexuales, que siempre deben estar sujetos a la resocialización de género, Ministerio mediante) tenemos inscripta en nuestra genética de seres de luz (de más está decir que los instintos primarios no existen para ellEs, por lo tanto, no deben ser analizados).
Estos sectores, que muchas veces sobreactúan una soberbia que delata de cabo a rabo su pretensión de superioridad moral, omiten de manera flagrante que, precisamente, quienes más legitiman la protección de las Fuerzas de Seguridad, son los sectores llamados por ellos “populares” (en su insoportable tendencia a lavar el lenguaje por miedo a sonar ofensivos): sabiendo que el pueblo se aferra a lo que consigue con su esfuerzo y su trabajo, ya sea un celular, una moto que muchas veces facilita su movilidad sumándole minutos de tiempo libre (algo que para alguien que trabaja 10, 12, 14 horas diarias es un verdadero tesoro), o un terreno para construir su casa, ¿que mayor insulto para el propio trabajador que vengan a agraviar a quienes, aún con todos los excesos y los entramados mafiosos, siguen garantizándole que pueda ingresar en su hogar sin ser agredidos ni ellos ni sus bienes ni sus seres queridos? Es el propio barrio el que legitima a su fuerza, y eso, al progresismo bienpensante lo saca de quicio.
Otro elemento común es que ambos campos, dados los antecedentes de terrorismo de Estado, deben tener esferas de acción separadas: no se pueden mezclar seguridad y defensa. En una época del desarrollo de la guerra que implica el manejo de la esfera comunicacional y psicológica desde un espectro amplio, esto no se aplica en absoluto. Por caso, en informática, seguridad y defensa siempre corrieron por el mismo riel, es anacrónica dicha separación, no hay un campo neutral “impenetrable” a las tácticas de uno o otro Ministerio. Si así fuese, los Estados quedarían a merced, como ocurre con cualquiera que no tenga control de sus infraestructuras, de cualquier grupo de choque que se mueva por la red profunda. Eso es materia pendiente incluso en países que sufrieron ataques a sus infraestructuras energéticas como Irán. La información que se maneja en la inteligencia debe ser compartida, sin que ello implique actos violatorios de la libertad de los ciudadanos del Estado a defender y proteger. Por eso la cuestión de los datos es materia de defensa.
Es un burdo mito liberal la idea de la libertad absoluta de información, hay data de inteligencia que excede la dimensión de los datos personales que, por otra parte, ni siquiera son necesarios si de manipulación a través del big data nos referimos. Hay que recordar que los algoritmos llegan a conocernos más que nosotros a nosotros mismos, les importa mucho más cómo nos movemos en el éter que quiénes somos. En un campo en donde la guerra se desarrolla en forma molecular, es una desventaja burocratizante tener seguridad y defensa separadas. Pero claro, el progresismo apela a la falacia genética constante y anacrónica de la evocación del terrorismo de Estado para justificar su falta de argumentos al respecto, tratando a todo a quien critica su ingenuidad de “defensor de genocidas”, versión nacional de la falacia ad hitlerum.
Hay un eje de discusión que también es un lugar común, y es el decir que los policías no son trabajadores. Actualmente es un imaginario reproducido sobremanera por la izquierda clasista (ya casi inexistente, por otro lado), pero que ha permeado a cierta militancia joven hoy asociada al progresismo. Nuevamente, hay un problema con la realidad empírica, que cualquier mirada avispada respecto de la relación de las sociedades con las Fuerzas puede desmentir, y es que, a contrapelo de lo que piensan, las Fuerzas Armadas y de Seguridad continúan siendo un mecanismo tanto de ascenso como de cohesión social legítimo en los pueblos: justamente, hombres y mujeres de las sociedades que más fuerte rivalizan con el globalismo, presentan una estimación muy superior de las instituciones de seguridad y defensa, contando éstas con efectivos permanentes; y esto es una constante en todos los procesos de soberanización, ya sea que se trate de la sociedad siria, iraní, rusa o venezolana. Un Estado soberano y antiimperialista es por convicción un Estado con una alta legitimidad de sus FFAA y FFSS. Nos preguntamos entonces cuándo el progresismo se deshará de sus devaneos políticamente correctos y se hará cargo de esta enorme falencia dentro de su esquema de ideas.
El problema de la representación
Hay una crisis de representación, en el sistema político, de las FFAA en términos de proyecto soberano. Hemos sido educados no sólo pensando en la separación entre seguridad y defensa por motivos atendibles en su momento pero que hoy no responden a las necesidades de un Estado popular y soberano, sino también pensando en una disociación entre democracia y FFAA-FFSS. Éstas (y nos hacemos cargo de lo que decimos) deben tener un lugar concreto en el sistema democrático, no desligarse del funcionamiento de la sociedad obedeciendo a la inutilidad propuesta por Ministerios que las degradan, y la posterior extinción que es el sueño húmedo de la izquierda progresista en esta materia. El pleno empleo proyectado para un Estado industrial debe incluir el equipamiento terrestre, la marina de guerra y la vigilancia de los mares, el espacio aéreo y el cuidado de las fronteras.
El lugar que las Fuerzas deberían ocupar en un auténtico proyecto nacional ha sido reemplazado por: en el caso de la “derecha”, servicios de inteligencia extranjeros operantes en todo contexto político, pero exhibidos obscenamente cuando gobiernan a carpetazo limpio y una fuerza de represión cuasi-mercenaria (también entrenada y equipada por agentes extranjeros) para contener el malestar social y administrar los negocios mafiosos; y en el caso de la “izquierda” (el progresismo piensa casi igual las políticas de seguridad que la izquierda), con maquillaje progresista, perspectiva de género (reducción de presupuesto hacia el Ministerio de Mujer, Género y Diversidad, policías trans y Belgrano diciendo “todes”) y continuidad de las estructuras vigentes sin una sola política concreta, que se proclama por pura presión social y de la propia Fuerza.
En definitiva, las políticas relativas al lugar que ocupan en un proyecto político las FFAA y FFSS delatan más que muchas otras si se trata de un proyecto soberano o uno colonial. Tanto liberales como socialdemócratas, pretenden siempre la reducción en peso político, importancia estratégica y dignidad de las Fuerzas. Debemos recuperarlas para que constituyan uno de los pilares del gobierno del Pueblo.
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