por Nancy Giampaolo
“Un estudio de Princeton afirma que antes de Android la gente se moría a los doce años, analfabeta, de sida, empacho y violencia de género islámica. Y por supuesto, si lo dice la ciencia de la ‘interné’, tiene que ser verdad”. El chiste corresponde a Nicolás Morás, quien presentó hace un tiempo la lista de personajes públicos argentinos que reciben apoyo de la Open Society, una de las entidades transnacionales que más dinero invierte en políticas de género a nivel mundial. Más allá del sarcasmo, muchos ven que los problemas centrales de algunos feminismos argentinos, como en buena parte de la agenda política, se vinculan a la falta de datos debidamente obtenidos y chequeados, y a la proliferación global de fake news. No hay, en cuanto a caballitos de batalla del movimiento, tales como el techo de cristal o la brecha salarial, cifras rigurosamente tomadas.
La consecuencia, obvia y esperable, es la caída en el pensamiento conspiranoico a nivel popular. Las razones de la falta de rigor en cuanto a estadísticas de sexismo laboral, violencia interpersonal, discriminación, acoso y crimen, responden a múltiples factores, entre los que se cuentan el errático apoyo de un gobierno que tiende a invertir en publicidad sobre el tema antes de generar estudios multidisciplinarios, y el oportunismo de formadores de opinión rentados por financistas argentinos y extranjeros, que encuentran en “la lucha de las mujeres y las minorías sexuales” un negocio a explotar. El trabajo de desinformación se completa con usuarios de Internet que con la mejor de las intenciones multiplican datos mal confeccionados, inútiles a la hora de lograr objetivos palpables, como el descenso de lo que llaman “asesinatos por ser mujer”.
Lejos de haber bajado a partir del movimiento Ni Una Menos, la cifra de femicidios que el colectivo maneja ascendió, generando alarma entre la población. “Paren de matarnos” es una frase cuya repetición exponencial no ayudó a resolver el problema, porque es justamente eso, el problema, lo que no termina de medirse con métodos rigurosos, sólidos y contextualizados. Desde hace más de una década, la fuente utilizada por los medios de comunicación masiva para hablar de femicidios ha sido el Observatorio Adriana Marisel Zambrano, dependiente de Casa del Encuentro -que recibe apoyo del Ministerio de Hábitat y Fortalecimiento de la Sociedad Civil de la Ciudad de Buenos Aires, la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, la Embajada de Estados Unidos y la Fundación AVON-, y que debió conformarse con las noticias publicadas en medios de comunicación para hacer sus cuentas.
¿Es realmente confiable el número que arroja un combo compuesto por organismos de Rodríguez Larreta, los policiales de los medios, una empresa de cosmética y la Embajada del país al que muchas activistas feministas le achacan organizar golpes de estado en América Latina? ¿Las víctimas podrían ser más? ¿Cuántas? ¿Hay manera de saberlo? ¿Es pertinente que la medición no haya tenido representación institucional de las provincias? ¿Pueden juzgarse todas las aristas de un crimen a partir de la redacción de una nota periodística? Las preguntas podrían acumularse a la par de un problema que se expande indefinidamente…
Hasta hace un tiempo, se deban a conocer on line informes oficiales con números comparativos que decían que 90% de las víctimas de homicidio en el país eran varones, pero dejaron de publicarse. Poco después, en una entrevista que generó revuelo, odios y aún más adhesiones, la filósofa feminista Roxana Kreimer, expresó: “Matan a 9 hombres en la Argentina por cada mujer y las cifras son equivalentes en otras partes del mundo. Los hombres se suicidan más, hay más hombres en la cárcel, los hombres abandonan más el sistema educativo“, constatando aquello que el oficialismo prefirió no seguir visibilizando, afanado en aprovechar cada lema del feminismo para hacer campaña en pleno año electoral. Kreimer, siempre centrada en datos comprobados y atendiendo sólo a estadísticas que contienen todas las variables necesarias para ser consideradas como tales, resultó escandalosa porque visibilizó una falencia básica: la falta de contextualización por escasez de datos comparados. Cualquier estudio eficaz debería formularse a partir de la diversidad de fuentes y técnicas para no terminar cayendo una endogamia no representativa.
Según “Aportes para una perspectiva humanística”, publicado en www.eldescamisado.com: “para el año 2016, La Casa del Encuentro estima que hubo 290 femicidios, mientras que el Ministerio de Salud y Desarrollo Social, estima que las víctimas mortales de la violencia interpersonal de sexo femenino fueron 312. La diferencia entre ambas tasas se puede deber a: un error de la estimación del Ministerio de Salud, a la falta de cobertura mediática a 22 homicidios faltantes, a homicidios donde víctimas y victimarias fueran mujeres, a homicidios no considerados femicidios. De todas formas, la tasa de femicidio equivaldría al 92,95% de la tasa de homicidio con víctimas femeninas. Para probar el punto que un hombre mata a una mujer porque la considera de su propiedad con más certeza, se podrían combinar entrevistas en profundidad a femicidas y testigos del crimen (metodología que no asegura representatividad ya que es cualitativa) con un muestreo representativo de crímenes entre parejas (heterosexuales y homosexuales) y sujetos con lazos familiares”. En un sentido similar, la antropóloga Rita Segato insiste con que “Una de las fallas del pensamiento feminista es creer que el problema de la violencia de género es un problema de los hombres y las mujeres. Y en algunos casos, hasta de un hombre y una mujer. Y yo creo que es un síntoma de la historia, de las vicisitudes por la que pasa la sociedad. Y ahí pongo el tema de la precariedad de la vida … Hay formas de agresión entre varones que son también violencia de género”.
Para los femicidios ocurridos en 2017, el Gobierno presentó, a través de La Subsecretaría de Estadística Criminal del Ministerio de Seguridad de la Nación y el Observatorio de Femicidios del Defensor del Pueblo de la Nación, un informe que dice que la cantidad total de víctimas de femicidios fue de 308. El desglose de esta cifra habla de 274 mujeres, 6 personas trans y 13 mujeres y 15 varones catalogados bajo el rótulo “femicidios vinculados”, que son aquellos “homicidios cometidos por el hombre violento contra personas que mantienen un vínculo familiar o afectivo con la mujer”, es decir que lo que popularmente conocemos como femicidio no responde estrictamente a la muerte de una mujer. Realizado a partir de datos menos precarios que los que maneja Casa del Encuentro, este informe resulta, sin embargo, ambiguo a la hora de contextualizar el problema de los crímenes en Argentina por no establecer comparaciones con otras muertes, aunque revela que “Sólo el 8,4% de las mujeres víctimas de femicidio fueron víctimas de violación o tentativa de violación, de lo que se desprende que el motivo sexual no es la principal causa de femicidios” y que “El 13,4% de los femicidas se suicidaron en tanto el 5,2% intentó suicidarse”.
A los baches en la profundización de las múltiples aristas de lo que conocemos como “violencia contra las mujeres”, se suma la controversia por la ley de femicidios ya que “Quiebra un principio constitucional básico que es la igualdad ante la ley”, según expresó Kreimer en otra entrevista, a tono con infinidad de críticos del ámbito del derecho, basándose en que “en las mismas circunstancias, un varón mata a una mujer tiene la pena agravada respecto de la pena que recibe una mujer por el mismo delito“. La afirmación resulta escandalosa para los feminismos punitivistas, pero acertada para las feministas que promueven la verdadera igualdad entre géneros en todos los ámbitos de la vida social. Y hubo objeciones similares para el “Índice Nacional de Violencia Machista”, publicado por el colectivo Ni Una Menos, que concluyó en que casi el 100% de las mujeres ha padecido acoso. Para Kreimer el “escrutinio pormenorizado de los datos permite ver que dentro de “violencia machista” incluyen categorías como: La autoestima baja por ser mujer”, un concepto basado en la subjetividad personal, al tiempo que se excluyeron “preguntas formuladas a los hombres como para disponer de un marco de comparación”, indispensable para calificar la dimensión concreta de un mal social y salir a combatirlo con más garantías de éxito. Mientras los feminismos populares copan las calles como una masa de maniobra fundamental para el logro de objetivos que, a veces, no llegan a beneficiar a más de un puñado de personas vinculadas al poder y los medios, los feminismos responsables de poner en escena las problemáticas vinculadas a la cuestión de género no atinan a pluralizar métodos de investigación, opiniones y demandas. Sin técnicas, voces y sapiencias múltiples y pluridireccionales, la palabra inclusión se trasforma en un slogan que, paradójicamente, tiende a excluir a las mayorías.
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