Por Cristian Taborda
La idea del “Estado presente” es otra de las que hemos llamado zonceras posmodernas, es una de las tantas zonceras instaladas por la hegemonía cultural. Durante varios años se ha construido una narrativa en torno a la necesidad de un Estado providencial, casi mítico, que saliera a contrarrestar las desigualdades y genere “igualdad de oportunidades”. Fíjese, lo que hay que crear son oportunidades para salir a la competencia, sin importar el punto de partida, no condiciones sociales dignas que eleven la calidad de vida personal y social: es la necesidad de crear consumidores que vivan a cualquier precio y no una vida justa.
El Estado Providencia que debía salir a crear igualdad de oportunidades ha terminado creando una mayor desigualdad social y en lugar de asistir a los trabajadores concluye explotándolos, desfinanciándolos para intentar cubrir subvenciones, celebradas de modo festivo, bajo la proclama buenista de construir una “sociedad más igualitaria”, otra zoncera, a pesar de que la realidad demuestre lo contrario.
Aquí, otro punto para prestar atención, no se busca la justicia, sino el igualitarismo a través del distribucionismo de planes sociales, ahora, con el “último grito de la moda” traída desde el Foro de Davos, la propuesta de implementar una “Renta básica universal” para de una buena vez solidificar la estratificación social en un neofeudalismo financiero: con un primer estamento, el de la aristocracia financiera o los señores del dinero; el segundo estamento, el del nuevo clero, intelectuales y periodistas que llevan la palabra; y el tercer estamento, el de la servidumbre, los siervos, la clase trabajadora precarizada, que recibirá las migajas del Estado para la subsistencia.
Pero la providencia estatal no queda limitada allí, se vuelve un “Estado (omni) presente” y omnipotente al servicio del progresismo, que promueve un Estado totalitario que se inmiscuya en todos los órdenes de la vida, estatizando toda esfera privada empezando por la familia, sometiendo al hombre a la providencia estatal.
Juan Domingo Perón le dedica prácticamente la mitad de su exposición sobre La Comunidad Organizada a realizar una crítica a la “deificación del Estado” que termina insectificando al hombre. Habla específicamente de “La terrible anulación del hombre por el Estado”:
“El materialismo conducirá al marxismo, y el idealismo, que ya no acentúa sobre el hombre, será en los sucesores y en los intérpretes de Hegel, la deificación del Estado ideal con su consecuencia necesaria, la insectificación del individuo”.
Continúa, denunciando cómo se concibe al hombre como un medio para los fines del Estado:
“El individuo hegeliano, que cree poseer fines propios, vive en estado de ilusión, pues sólo sirve a los fines del Estado. En los seguidores de Marx esos fines son más oscuros todavía, pues sólo se vive para una esencia privilegiada de la comunidad y no en ella ni con ella. El individuo marxista es, por necesidad, una abdicación”.
Se convierte así el Estado en ese “Dios mortal” que planteaba Hobbes, un Estado que, asediado por la globalización, se lo despoja de sus prerrogativas: ejercer la soberanía y garantizar el bienestar general, para pasar a ser un Estado policía de administración de la pobreza.
Se sabe lo que hoy es el Estado en manos de quienes son funcionales al asedio globalista, reconvertido en una sociedad de beneficencia que da limosnas. No hacen falta más palabras que agregar, ya hace un tiempo, con previsión, lo describía Leonardo Castellani: “El mundo sabe bien actualmente lo que es el Estado con mayúscula: el Estado con mayúscula es la inmoralidad organizada”.