Por Esteban Viú *
Las palabras no son asépticas, no son neutras, adquieren mayor sentido dentro del contexto en el que son expresadas. Oír o leer hoy algunas expresiones, aparentemente inocentes, deben ser reinterpretadas por el trasfondo político que disimulan.
Los últimos meses nos encontraron como espectadores del resurgir de un discurso nefasto para la historia de nuestro país: el discurso de guerra, que es la continuación del periodismo de guerra por otros medios, es decir, por canales estatales. La desaparición de Santiago Maldonado alcanzó para desempolvar estas estructuras semióticas que los sectores reaccionarios tenían cajoneadas hace más de 30 años.
La violencia discursiva encontró su epicentro en las declaraciones de Patricia Bullrich que, luego de varios días de silencio oficial, salió a denunciar subversión mapuche en lugar de aportar datos concretos sobre la búsqueda del joven desaparecido. “La lógica que están planteando es el desconocimiento del estado argentino, la lógica anarquista”, aseguró. Desde esa óptica es que se interpreta lo sucedido con Maldonado hacia dentro (y fundamentalmente hacia afuera) de Cambiemos. Un integrante de una facción rebelde que quiere derrocar al Estado.
Los medios y periodistas satélites del gobierno se encargaron de reforzar esta posición. En medio de la represión indiscriminada, algunos pregonaban una “guerrilla mapuche que llegó a Buenos Aires”, para justificar la desaparición de una persona en el sur del país. El diario que es tribuna de doctrina, en tanto, citó una fuente -sin difundir su identidad- que aseguraba que el lugar donde vivía el artesano funcionaba como “hostel y biblioteca con abundante material bibliográfico de índole revolucionario”. A los pocos días, en una columna sin escrúpulos y mal intencionada, Eduardo van der Kooy elegía la siguiente definición: “Hace tres semanas que el artesano se hizo humo”. En el universo discursivo de los conglomerados mediáticos, las denuncias y los responsables operan en un plano que sólo adquiere sentido si se lo interpreta bajo el paraguas de la guerrilla mapuche.
Según Bourdieu, todo discurso que pertenece a una ideología hegemónica no solamente reproduce el orden establecido, también configura la forma con la que el orden se estabiliza. En este caso particular lo hace diferenciando grupos sociales, especialmente aquellos que son considerados aliados del sistema y aquellos que pueden suponer un peligro para el normal funcionamiento del mismo. La imagen social de toda ideología hegemónica aparece con una presentación positiva de sí misma y una presentación negativa del otro, en este caso, el enemigo. No hay mejor arma de defensa para el sistema que convertir a aquellos elementos que pretenden combatirlo en estímulos informativos que despierten reacciones de malestar emocional en la ciudadanía. Los medios hegemónicos, que dominan lugares privilegiados de lo público, promueven configuraciones de la realidad que tienden a definir los saberes que condicionan la forma de comprender y actuar en un mundo cada vez más homogeneizado.
En el caso de Santiago Maldonado existen todos los elementos para pensar en una desaparición forzada, aunque el gobierno se aparte de esa postura, y en una construcción hegemónica del relato. Hay estigmatización de la comunidad mapuche, asociándola con guerrillas internacionales y movimientos separatistas, hay ocultamiento deliberado de información esencial (Clarín, por ejemplo, tardó más de una semana en colocar el asunto en tapa) y también hay una construcción de un enemigo que justifique las maneras de actuar del Estado.
Sin embargo, el objetivo final no es Santiago Maldonado. El objetivo que rige el accionar planificado de la maquinaria comunicacional y gubernamental es criminalizar la protesta, demonizar la política como herramienta de transformación, adormecer a los pueblos para que no interrumpan los negociados espurios del grupo Benetton o para que no interpelen a los funcionarios de turno que se transforman en ajustadores seriales o represores a ultranza.
El tratamiento oficial del caso de Santiago Maldonado no es casualidad. El tratamiento oficial sobre el caso del Polaquito no fue casualidad. Las declaraciones de Esteban Bullrich, festejando un pibe preso por día, no constituyeron de ninguna manera una casualidad. El ingreso de militares armados en la ex Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) el pasado 15 de agosto no fue un hecho fortuito, como tampoco la jugada mediática de la carga de datos en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe en el horario de prime time.
Días atrás apareció una pintada que sentenciaba: “menos política”, en respuesta a un cartel que pedía por la aparición con vida de Santiago. Y gran parte de la estrategia oficial se reduce a eso, “menos política, más comunicación”.
* Esteban Viú – Periodista; Licenciatura en Ciencias de la Comunicación.
Fuente: www.pagina12.com.ar – 6-9-17
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