Santiago González Vallejo *
La caída del Muro de Berlín desató la codicia aletargada por años de regulación estatal. El trabajo, como fuente de producción de riquezas, se convirtió en una de las mercancías más depreciadas. Es un camino suicida para la ciudadanía, puesto que arroja la dignidad humana a los juegos del mercado .
Lo bueno que tienen las conmemoraciones de día internacional de esto o de lo otro son que nos sirven para hacer una reflexión del porqué del día y, además, motivarnos para actuar por el motivo señalado.
Este puede ser el caso del 7 de octubre, Jornada Mundial por el Trabajo Decente. Fue la Organización Internacional del Trabajo, un organismo tripartito donde como elemento singular se sientan en igualdad de condiciones los sindicatos, empresarios y los gobiernos (aunque muchas veces hay una coalición entre los dos últimos), la que acuñó el concepto de trabajo decente, como aquel trabajo con derechos, con ingresos suficientes para mantener un hogar y a una familia, con seguridad y protección social, ello en una sociedad inclusiva y democrática.
En este mundo con una inmensa capacidad de transmitir mensajes y con múltiples canales informativos y de entretenimiento hay un interesado olvido de entender que el trabajo forma parte de una centralidad social. El trabajo es el que crea la riqueza que hay en este mundo. Nos procura rentas, redefine nuestros intereses e inquietudes.
Siendo esto cierto, al mismo tiempo, asistimos a debates sobre robotización y a un futuro de cambio tecnológico donde se minimiza el trabajo y se habla de cambios profundos en la relación con la naturaleza, nuestra vida cotidiana y el cambio de pautas de consumo.
Pero también está pendiente de resolver la problemática de cómo y cuánto en la isla europea se mantendrá un sistema de prestaciones sociales universales que hasta ahora está ligado, en buena parte, a los impuestos procedentes de las rentas de trabajo. Unas rentas procedentes del trabajo que menguan con respecto a los beneficios del capital en una globalización que está produciendo una desigualdad obscena.
Una desigualdad obscena tanto de riqueza, como de flujos de renta. Riqueza de unos pocos cientos de personas frente a millones o ante miles de millones de personas. No es baladí la existencia de los paraísos fiscales y de su mantenimiento gracias a los gobiernos que dicen que quieren combatirlos. Diferencias de ingresos laborales, que antes eran de 1 a 4, después 1 a 10, ayer de 1 a 100, y sigue creciendo la desigualdad de la valoración del trabajo según sean unas tareas u otras, eso sin entrar en el significado moral de unos u otros trabajos.
La desregulación laboral, las cadenas de valor de multinacionales que conducen el 60 por ciento del comercio mundial, la tercerización planteada por plataformas digitales de prestación de bienes y servicios, que quieren escaparse de realizar su actividad con una relación laboral típica y también de una fiscalidad sobre sus ingresos, etc., producen una vuelta a una informalidad económica, fomenta unas devaluaciones laborales que ayudan a la extensión del trabajador pobre, aquel que aún trabajando no obtiene unas rentas suficientes para salir de ese estadio de precariedad.
Frente a estos fenómenos hay reacciones. No suficientes, pero hay que acrecentarlas. Desde el plano discursivo y también desde el lado normativo. Bien está que el trabajo decente y su extensión universal estén incorporados dentro del Objetivo octavo del Desarrollo Sostenible que todos los gobiernos del mundo se comprometieron a cumplimentar, reordenando sus políticas para lograrlo, formando parte de la Agenda 2030. También el Gobierno de España viene obligado por ese compromiso y a otros que debieran ser el eje de la política y de los presupuestos. Está en nuestra mano, paso a paso, el modificar una política económica y ambiental, reorientándola, poniendo como horizonte esos Objetivos universales.
También, hay que resaltar, se puede alcanzar en los próximos meses un acuerdo jurídicamente vinculante sobre el respeto de los derechos humanos y las transnacionales y otras empresas. Hay un foco, que esperemos continúe, sobre la elusión fiscal de grandes empresas transnacionales y esperemos que concluya haciéndolas pagar en la misma proporción que las pymes,…
Nadie tiene muchas respuestas. Sabemos que hay que cambiar de sistema productivo, abogar para que haya más investigación, cambiar las pautas de consumo, rechazando la obsolescencia programada; ir hacia una transición energética, mejorar la redistribución y el tiempo de trabajo para lograr una sociedad más inclusiva. Es imprescindible vencer las desigualdades y crear una economía sostenible, con un trabajo decente para una vida digna.
Estos axiomas son vectores de cambios. Son esas respuestas. Y son las que nos deben llevar a exigirnos una coherencia entre lo que racionalmente creemos que es lo mejor para nosotros y nuestros hijos y nuestro comportamiento individual y también colectivo para rechazar la miseria que sufre mucha parte de la humanidad y lograr una filosofía de la transformación.
* Santiago González Vallejo. Unión Sindical Obrera (USO); Miembro de la Plataforma de la Justicia Fiscal.
Fuente: Rebelión – 7-10-17
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