Del ciudadano idealizado al consumidor sumiso. Parte IV. La construcción de la sociedad de masas – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Parte IV – Digresión histórica- Un puente entre dos épocas – El sujeto moderno frente a la masificación de la sociedad industrial

El capitalismo fue escribiendo su propia historia, en la cual se fueron perdiendo, olvidando y/o desdibujando las sombras de las consecuencias sociales, de las miserias extremas de las clases trabajadoras; esto fue acompañado por una total desprotección jurídica que se fue manifestando en una brutal desigualdad de trato ante la ley. Brillaron, en cambio, las proezas tecnológicas, la multiplicación de la producción de mercancías, las conquistas de mercados (eufemismo para referirse al saqueo colonial).

Hoy ha ganado la conciencia que impuso el progresismo positivista de fines de siglo XIX, en el sentido de que todo ello fue un gran paso adelante de la civilización. Se ocultó que la fenomenal multiplicación de la mercancía no tuvo un correlato de una distribución de acuerdo a las necesidades de las mayorías. Quedaron así, en un segundo plano, menospreciado, la miseria, el hambre, la desarticulación de la familia tradicional en los países centrales. Desde la otra cara de la civilización capitalista, tantos otros problemas como la colonización de continentes en beneficio de pocos y males para muchos. Una prueba de las contradicciones de este proceso se puede ver en la descripción de la  Revista Digital Artehistoria [[1]]:

«La presencia de masas en la vida social con comportamientos emocionales e irracionales fue una realidad creciente en la vida europea de los años 1880-1914. A pesar de su larga tradición revolucionaria y conflictiva, Francia no experimentó un proceso de división social, sino uno tan apasionado e intenso como el que provocó el affaire Dreyfus [[2]] (sobre todo, en 1898-99). En Inglaterra, la guerra de los Boers [[3]] (1899-1902) dio lugar a explosiones de patriotismo callejero desconocidas hasta entonces, que alarmaron profundamente a las clases acomodadas. Esa clase dirigente, la que sería la exposición más clara y contundente del elitismo, vertebrada en torno a una idea central: la tesis de que en todas las sociedades — cualesquiera que sean sus estructuras de producción– aparecen inevitablemente dos clases: la clase dirigente, sostenida por algún tipo de legitimidad (fuerza, religión, tradiciones,  etcétera), y la clase dirigida, por lo que todo cambio político o social no sería sino el desplazamiento de una minoría por otra. La idea misma de democracia, como voluntad de la mayoría, no sería más que una ilusión».

La caracterización de las masas “con comportamientos emocionales e irracionales” aparece como un concepto muy fuerte que, sin embargo, deberemos recordar para detectar cómo se presenta hoy en lo que llamaremos, para seguir esta investigación, uno de los contenidos del sentido común.

Necesitaremos algunos elementos más para poder terminar de pintar un cuadro representativo de la época. La estructuración del poder mundial tenía su base en la Europa de 1900. Ella “mandaba en el mundo”, como decía el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955). Lo más notable de esta época fue el crecimiento poblacional: sobre un total mundial estimado en unos 1.600 millones de habitantes, Europa contaba con unos 400 millones, y la de los imperios europeos en África, Asia y América, otros 500 millones. La población total del imperio británico (incluía Canadá, Australia, la India, Birmania, Sudáfrica, Egipto, Nigeria y muchos otros territorios) se aproximaba a los 400 millones.

Este predominio europeo fue imponiendo las formas de vida de su cultura a gran parte del resto de los continentes. Desde mediados del siglo XIX y hasta la década de 1930, cerca de 60 millones de europeos (británicos, irlandeses, italianos, rusos, alemanes, centroeuropeos, españoles, portugueses, suecos y noruegos) emigraron de Europa: 34 millones a los Estados Unidos de América, y cifras inferiores, pero significativas, a Argentina, Canadá, Brasil y Australia. En 1870, Europa elaboraba mercancías en un promedio del 80% de la producción industrial del mundo; en 1913, cerca del 60%. La urbanización se iba mundializando. La sociedad de masas estaba en plena construcción.

Este es el tema fundamental, en mi opinión, a partir del cual se harán más claros los procesos sociales que explican el mundo actual. Intentemos ahora analizar cómo se fue articulando la transformación de la conciencia de cientos de miles de personas en una conciencia colectiva. El sociólogo francés Émile Durkheim (1858-1917) define este concepto con las siguientes palabras:

«El conjunto de creencias y sentimientos comunes al término medio de los miembros de una misma sociedad, forma un sistema determinado que tiene vida propia: podemos llamarlo conciencia colectiva o común. Es, pues, algo completamente distinto a las conciencias particulares, aunque sólo se realice en los individuos».

Este es un buen punto de partida para poder pensar en la existencia de un fenómeno social que excede la dimensión psíquica de cada persona que esté incluida en ese conjunto. Sin embargo, no es ajena a la conciencia de cada uno. La conciencia colectiva requiere, para su existencia, de ciertas condiciones que, fundamentalmente le proporcionó la urbanización intensa de los grandes aglomerados de población, cuya dimensión no encuentra casos similares en la Historia. Veamos esta otra definición de William McDougall [[4]] (1871-1938), que profundiza la noción desde la psicología de masas:

«Cabe considerar la mente como un sistema organizado de fuerzas mentales o intencionales, y, en el sentido así definido, puede decirse con propiedad que toda sociedad humana posee una mente colectiva. Porque las acciones colectivas que constituyen la historia, de tales sociedades, están condicionadas por una organización, únicamente describible en términos mentales, y que, empero, no está comprendida sólo dentro de la mente de individuo alguno. La sociedad háyase más bien constituida por un sistema de relaciones entre las mentes individuales, que son las unidades que la componen. Las acciones de la sociedad son, o pueden ser bajo ciertas circunstancias, muy diferentes de la mera suma de las acciones con las que sus diversos miembros podrían reaccionar frente a una situación, en ausencia del sistema de relaciones que los convierte en una sociedad. Dicho con otras palabras, en tanto piensa y obra como miembro de una sociedad, el pensamiento y la acción de cada hombre son muy distintos de su pensamiento y de su acción como individuo aislado».

Esta distinción presenta algunas dificultades: poder diferenciar en la conciencia de cada persona qué es lo individual y qué es lo colectivo; cómo es que lo colectivo, la conciencia social, tiene existencia separada de los individuos particulares pero que requiere de la presencia y participación de ellos para existir como tal. Podríamos decir, no existe tal separación como dos entidades independientes. Cada persona es psicológicamente individual (biografía) dentro de una vida compartida (historia social) que ha condicionado desde el nacimiento el desarrollo de cada una de las personas. (Condicionado no significa, ni debe ser confundido con determinado: hay un grado de flexibilidad en el primer concepto frente a la mucha mayor rigidez en el segundo).

El primero posibilita, otorgando un grado de libertad dentro del cual se plasman las diferencias particulares. La conciencia colectiva es la portadora de las pautas culturales que van formando a cada persona, y reconoce etapas: la familia le da un sesgo propio que podríamos denominar cultura familiar, reconocida por los rasgos propios de pertenecer a ella y que la distingue de otras (etapa primaria de la formación). La escuela va a completar ese modo familiar al incorporarla a la sociedad (socialización secundaria), momento en el que se completa el proceso de culturización [[5]].

La riqueza de matices que conforma cada personalidad, es el modo único e irrepetible de un perfil que se irá realizando en el juego de las relaciones sociales. Este juego ofrece roles que la sociedad pone en juego. Estos se van asumiendo, incorporándole a su diseño general el matiz del modo único que cada persona. Se va a ir formando cada individualidad como parte de la estructura social, pero con la marca única de cada miembro del conjunto social.

El surgimiento de la sociedad de masas supuso un punto de inflexión en la historia de los países centrales. Este modelo se propagaría, primero, por el resto de Europa, luego por la América del Norte. Su influencia se haría sentir en gran parte del resto del mundo. La historia abría un nuevo capítulo caracterizado por la presencia insoslayable de un nuevo actor que demandaba cambios: los obreros del siglo XIX. La necesidad de reconducir a la población por los nuevos parámetros impuestos por las élites, supuso realizar cambios políticos, económicos, culturales e institucionales, adaptados a ese nuevo mundo para poder gobernar: una revolución social  amenazaba con el choque de dos grandes sectores (clases sociales) enfrentados en las condiciones que definía la revolución capitalista.

El concepto sociedad de masas nace con el propósito de describir un fenómeno socio-político nuevo. En la Europa de fines del siglo XVIII y principios del XIX; esta conceptualización pretende dar cuenta de los resultados de las novedades políticas que habían generado dos hechos, casi paralelos: la Revolución industrial inglesa (1760-1840) alteró los sistemas de producción, con la introducción de la máquina como un muevo fenómeno industrial que exigía un nuevo perfil de trabajador: el obrero fabril:

«Se denomina Revolución Industrial  [[6]] al proceso iniciado en el siglo XVIII en Inglaterra, por el cual la humanidad pasó de las formas de vida tradicionales basadas en la agricultura, la ganadería y la producción artesanal, a otras fundadas en la producción industrial y la mecanización. Ello propició un acelerado proceso de urbanización que alteró profundamente las estructuras económicas, sociales, así como la mentalidad de los hombres».

Y, en Francia, al derrocar la monarquía, dio lugar a la aparición de un nuevo actor: el ciudadano parisino:

«La toma de la Bastilla se produjo en París el 14 de julio de 1789. A pesar de que la fortaleza medieval, ya casi despoblada, que llevaba ese nombre, fue el símbolo del fin del Antiguo Régimen y el punto inicial de la Revolución francesa».

El concepto de gobernabilidad, si bien no era una novedad de entonces, fue un modo de asumir que los cambios eran definitivos: El consentimiento de la población era indispensable para la práctica de gobierno. Esto no debe ser entendido como una democracia moderna, sino como la necesidad de contar con un pueblo que veía los cambios producidos para lo cual intentaban mantenerlo calmo y manejable. El genio de Napoleón Bonaparte (1769-1821) sintetizaba este problema con esta frase:

«Solo hay dos fuerzas en el mundo: la espada y el espíritu… la historia nos enseña que la espada siempre ha sido derrotada por el espíritu… por tal razón la fuerza de un Estado reside en la opinión pública, esta es la idea que la población tiene del propio Estado; tres periódicos hostiles son más temibles que mil bayonetas».

Todo esto me permite afirmar, y creo que este es un punto que debe rescatarse de la historia, que los analistas clásicos tienen siempre presente: «El surgimiento de las masas y su irrupción en los asuntos políticos es una de las razones principales por las que el estado moderno necesita de la propaganda». Dice el politólogo Nuño Rodríguez que:

«En la sociedad de masas la población conoce a sus líderes a través del sistema mediático y en el sistema mediático es más complejo ejercer una recia censura, como se podía ejercer en tiempos anteriores. El filósofo francés Jacques Ellul (1912-1994) afirma que si los líderes políticos quieren seguir su propia agenda deben presentar un engaño a las masas; deben crear una pantalla entre ellos y esas masas, donde se proyecten sombras que representen un tipo de políticas, mientras la política real se realiza desde otro escenario».

El fenómeno de la sociedad de masas era una novedad sociopolítica en el concierto del mundo moderno europeo. Sus banderas proclamaban la emancipación del hombre, de las “ataduras medievales” que lo habían maniatado durante siglos. La masa, por ser un fenómeno social, fue estudiada abriendo, posteriormente, un ancho camino para investigaciones sobre la problemática que presentaba. Desde la comprensión más profunda del fenómeno, hasta el diseño de técnicas de manejo de esos conjuntos para posibilitar su manipulación. Ofrecía dos caminos posibles, de amplio interés del establishment: desde la instrumentación política y esto abría un abanico importante, hasta la utilización para un mercado comercial en expansión, que sería conocida luego como publicidad [[7]].

La Modernidad fue acompañada por aparición de un nuevo sujeto: el ciudadano, palabra que  significa: “miembro pleno de una comunidad dentro de la vida en las grandes ciudades; tener los mismos derechos que los demás y las mismas oportunidades de influir en el destino de la comunidad”. Para los primeros siglos de la modernidad quedaba claro que el concepto hacía referencia a una persona de la ciudad (de allí ciudadano). Esto ocultaba, por situaciones especiales de la época, que quedaban excluidos todos aquellos que habitaran fuera de la ciudad. Esto no se decía pero quedaba implícito. La exaltación de ese ciudadano era el gran tema para la mayor parte de los intelectuales de los siglos XVIII y XIX.

Traigo esto a su consideración, amigo lector, porque toda la problemática de los habitantes de las periferias fue totalmente ignorada por los investigadores  y analistas del siglo XX. Funciona como un piso de ideas que no admiten debate. Ello nos permite tomar nota del desconcierto de los hombres políticos de la época que se encontraban frente a personas que parecían no responder al perfil de los hombres de la Ilustración.

Voy a  convocar a dos sociólogos de aquella época, contemporáneos entre sí, de fines del siglo XIX, para encontrarnos con los resultados de sus investigaciones, que sobresalieron en el tratamiento del tema.

El primero, en un orden arbitrario, es Gustave Le Bon [[8]] (1841-1931), es el autor del libro La Psicología de las Masas donde nos ofrece un análisis de la multitud, (ruego prestar atención al espíritu que sobrevuela a estas palabras:

«Una multitud es un ser transitorio, conformado por elementos heterogéneos que se juntan momentáneamente para formar un ser vivo… para que un grupo de individuos conformen una multitud, con sentimiento y comportamiento propios, se necesitan elementos que desplacen la consciencia individual dejando paso a la inconsciencia grupalLa masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Pero, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada».

Le Bon sostenía que, si bien los individuos de una misma raza o sociedad podían ser intelectualmente dispares, les unía sentimientos y pasiones comunes. En el imaginario de Le Bon para que la multitud surja es necesario que la consciencia individual sea desplazada; así unos cientos de individuos congregados en una plaza no constituyen, por sí, una multitud en términos psicológicos, es decir que es necesario una influencia exterior común de otras causas:

«El individuo ha de enajenar sus sentimientos y pensamientos a la colectividad de la multitud. Hay tres elementos básicos que forman una multitud, el primero es la sensación de fortaleza grupal, el individuo se convierte en un irresponsable ser anónimo. El segundo elemento reside en el contagio social, la hipnosis colectiva; un individuo es capaz de sobreponer los intereses del colectivo a sus intereses particulares; el tercero es la sugestión».

Con estas líneas generales, la psicología de masas nos explica algunos aspectos del funcionamiento de este fenómeno, acerca del individuo sumido en la masa, que carece de la consciencia individual, se enajena a una inconsciencia colectiva, en la que la sugestión y el contagio le convertirán en un ser irracional. De todo esto se puede sospechar que Le Bon está anticipando el concepto y las posibilidades técnicas para la manipulación de las masas. Están apareciendo los elementos fundantes que fueron utilizados, posteriormente por los investigadores estadounidenses del siglo pasado. Para Le Bon:

«La creación de las leyendas que tan fácilmente circulan entre las multitudes no es solo la consecuencia de su extrema credulidad. Es también el resultado de las prodigiosas perversiones que de los eventos se experimentan en la imaginación de una multitud; la narrativa simplificada es la forma de transmisión de ideas entre la multitud, hoy en día [principios del siglo XX] no se distribuyen ideas entre la sociedad de una manera diferente».

Una de las más interesantes reflexiones de Le Bon sobre la mentalidad de las masas se refiere a la forma en que ellas gestionan su proceso cognitivo:

«La multitud piensa en imágenes y estas imágenes inmediatamente llaman a otras imágenes. Las imágenes no tienen conexión entre si […] la razón podría mostrarnos que no hay relación entre las imágenes, pero la multitud es ciega a esta verdad».

Profundizaba más aún Le Bon en referencia a la mentalidad de las multitudes indicando que las ideas sugeridas a ellas han de tener una forma simple, que se pueda traducir en imágenes. Las ideas no tienen, ni siquiera, que estar relacionadas unas con otras. Para Le Bon sugerir ideas a la multitud es como proyectar diapositivas de una linterna mágica; las ideas más contradictorias pueden verse juntas en la mente de la multitud. Este concepto de proyección de ideas sobre el grueso social parece hoy una profecía del sistema mediático actual. Las ideas de este investigador han sido contestadas en varias épocas y academias, pero hoy en día siguen siendo vigentes y comprobables sus tesis en los think tank [[9]] de Occidente. Del mismo modo hoy se afirma que:

«Las multitudes que solo saben pensar en imágenes solo pueden ser impresionadas por imágenes. Solo las imágenes pueden aterrorizar o atraer a las masas. Los sentimientos sugestionados por imágenes es lo que puede llevar a motivar un acto».

Sin duda Gustave Le Bon ha sido uno de los autores que más han influenciado a las élites y a los líderes políticos del siglo XX.

Gabriel Tarde [[10]] (1843-1904) el otro sociólogo, es también criminólogo y psicólogo social. Para la escuela sociológica de criminología, que concibió la sociedad como un producto de la vida social, basada en pequeñas interacciones entre individuos. En la cual la imitación y la invención eran centrales. Este investigador obtuvo el reconocimiento científico de los círculos académicos, en cambio Le Bon fue considerado un vulgarizador de ideas. Sostenía Tarde que las multitudes eran un producto de las zonas urbanas industriales y que, por su desvinculación de las instituciones tradicionales, junto con la exposición a diversos estímulos, padecen su inquietud. Sugería que tanto las multitudes como las sociedades responden a dinámicas similares.

Este autor juega un papel clave para entender el paso de la psicología a la sociología que había creado, medio siglo antes Auguste Comte (1798-1857) y ofrecía un camino histórico posible para salir de la comunidad y entrar en la sociedad. Quien había acuñado esta dicotomía para explicar las transformaciones en el paso de la sociedad tradicional a la sociedad moderna fue el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies (1855-1936). Gabriel Tarde sugería que esa transformación histórica fue el marco propicio que posibilita los estudios de la psicología individual dando lugar a la psicología grupal, fenómeno que se consiguió a través de la imitación. Desarrolló esta tesis en su libro Las Leyes de la Imitación (1890):

«La sociedad consiste en una enorme red de imitaciones y la imitación es una suerte de sonambulismo. Es una visión de la relación grupal humana que cambia la forma de ver a la nueva sociedad: la congregación de las multitudes puede no ser física, sino que puede ser una conexión psíquica generada por los medios de comunicación. Una multitud puede congregarse físicamente, pero una conexión psíquica producida por los medios de comunicación crea un ente social nuevo; los medios de comunicación crean su Público».

Voy acumulando ideas e investigaciones buscando las raíces de las ciencias de las academias. Estas alimentan hoy los medios de información cuya tarea es ir creando una conciencia colectiva cada vez más manipulable. Este objetivo dio lugar a la búsqueda imprescindible de instrumentos para resolver la conflictividad social y política que las desigualdades crecientes fueron creando. Si las masas aparecieron en los comienzos del siglo XIX, lo que se ha podido detectar es el esfuerzo posterior constante para masificar, más aún, lograr sociedades urbanas dotadas de una conciencia maleable y dócil. El público estadounidense es un ejemplo maravilloso de todo esto.

 

[1] Publicación de la Junta de Castilla y de León. www.artehistoria.jcyl.es 3-2-2011.

[2] El caso Dreyfus tuvo como origen un error judicial, sobre un trasfondo de espionaje y antisemitismo, cuya víctima fue el capitán Alfred Dreyfus (1859-1935), de origen judío-alsaciano, que durante doce años, de 1894 a 1906, conmocionó a la sociedad francesa de la época, marcando un hito en la historia del antisemitismo. Este hecho dio origen al famoso Manifiesto del escritor Emile Zola: Yo acuso (1898).

 [3] En el Reino Unido, se conocen como Guerras de los Bóers dos conflictos armados, en los que se enfrentaron el Imperio británico con los colonos de origen neerlandés (llamados bóer, afrikáner o voortrekker), en Sudáfrica, que dieron como resultado la extinción de las dos repúblicas independientes que los últimos habían fundado.

[4] Psicólogo inglés. Escribió textos muy influyentes e importantes para el desarrollo de la teoría de los instintos y de la psicología social en el mundo angloparlante.

[5] Utilizo el neologismo en un sentido arbitrario para tratar de definir esa etapa en la cual la conciencia entra en relación plena con la sociedad, adquiriendo entonces los rasgos definitorios generales por los cuales a alguien se lo reconoce como perteneciente a ella.

[6] Los manuales de historia definen así lo que fue, en realidad, la revolución capitalista, lo cual oculta el contenido de clase que ésta introducía.

[7] Recomiendo el documental de la BBC de Londres, disponible en www.ecoportal.net/videos2/el-siglo-del-yo-documental/ El siglo del Yo.

[8] Sociólogo y físico francés, aficionado, esta formación signó su modo de pensar la sociedad: por sus aportaciones sobre la dinámica social y grupal.

[9] Un think tank, laboratorio de ideas, instituto de investigación, gabinete estratégico, centro de pensamiento o centro de reflexión​​ es una institución o grupo de expertos de naturaleza investigadora,

[10] Sociólogo, criminólogo y psicólogo social francés. Concebía a la sociedad como basada en pequeñas interacciones psicológicas entre individuos (a la manera de la química), donde las fuerzas fundamentales serían la imitación y la innovación.

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