Del ciudadano idealizado al consumidor sumiso. Parte III. La corporación medieval como institución reguladora – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

V.- La corporación como institución reguladora

La vida que se fue desarrollando dentro de las comunas urbanas fue requiriendo una normatividad y una institucionalidad que acompañaban el crecimiento poblacional y la complejidad creciente de los problemas por resolver. El siglo XI nos muestra este proceso en pleno desarrollo, y un siglo después, en todo su vigor. La producción para satisfacer las necesidades de esas comunidades fue atendida, en un principio, por el trabajo artesano bajo pedido en su domicilio, que comienza siendo ejecutado por un productor. Elabora materias primas para fabricar por encargo de algún vecino de la aldea. Con el aumento de la población que va experimentando gran parte de Europa, se registra un aumento de la demanda, que  convierte a ese artesano en un pequeño empresario con aprendices a su cargo. El aumento de la población queda expresado en este comentario de Jacques Le Goff:

«La población aumenta aproximadamente en un tercio el número de bocas que hay que alimentar, cuerpos que hay que vestir, familias a las que hay que alojar, y almas a las que es preciso salvar. Necesita por tanto aumentar la producción agrícola, la fabricación de objetos de primera necesidad: en primer lugar los vestidos y la construcción de viviendas. Las necesidades fundamentales de esa época, de los siglos XI y XII, y las urgencias que debe satisfacer primeramente son: el desarrollo agrícola, el progreso textil y el auge de la construcción».

El desarrollo de los diferentes oficios, se ve obligado a una creciente división social en el modo, cada vez más especializado, del trabajo. La necesidad de defender las conquistas de ventajas obtenidas en el ejercicio de la profesión, lleva a la aparición de formas orgánicas para consolidar esa defensa. Aparecen así las corporaciones de gremios artesanales. Estas corporaciones actuaron como una organización que asumía funciones de control sobre las conductas profesionales y comerciales, bajo una mirada moral. Es necesario subrayar, para una comprensión más acabada, el peso que la moral cristiana tenía en la cultura de esos tiempos. Es por ello que el cristianismo dio, sin lugar a dudas, una caracterización propia a las corporaciones medievales. Al carácter religioso medieval, le agregó una finalidad de moral social, que de él se desprendía.

Era común que cada corporación artesanal se instalara cerca de una capilla o de una parroquia, por lo cual se las colocaba bajo la advocación de un santo que se convertía en su patrono. Se celebraban las festividades con un gran sentido fraternal, que terminaban en grandes festines. En estos de presentan como llamativos, ante la mirada de nuestros tiempos: la solidaridad y la alegría; esas fiestas, muchas veces, servían para la recolección de fondos para beneficencia. La finalidad moral de las organizaciones respecto del medio social es expresada por Le Goff con estas palabras:

«Por otra parte, reglas precisas fijaban para cada oficio los deberes de los patrones y de los  obreros, así como los deberes de los patrones entre sí. Hay, es cierto, reglamentos que pueden no estar de acuerdo con nuestras ideas actuales; pero deben juzgarse con la moral de aquel tiempo, ya que es a éste al que expresa. Lo que es indiscutible es que están todos inspirados por la preocupación, no de tales o cuales intereses individuales, sino del interés corporativo, bien o mal entendido, eso no importa».

Los artesanos trabajaban, al principio, casi exclusivamente para el mercado local, mantenían un muy bajo nivel de cantidades y producían manufacturas, previamente vendidas. Éstas estaban  calculadas por las necesidades conocidas y expresadas por sus destinatarios, de modo que no había peligro de saturar el mercado, ni de entrar en competencia de precios; estos estaban establecidos por la corporación, para satisfacer la necesidad del cliente.

Esta organización no era sólo de carácter profesional, sino que respondía a necesidades más amplias de sus miembros. Como ya quedó dicho, en las corporaciones de artesanos se celebraban fiestas en las que se reconocían las habilidades especiales y el trabajo bien hecho. El producto del trabajo tenía una estrecha relación con el productor. Era el resultado de su habilidad, casi se diría de su arte, y esto daba lugar al orgullo por la tarea bien realizada. La subordinación del interés particular al interés general conlleva siempre una moral solidaria, un sentido de la corresponsabilidad, un sentimiento de solidaridad, pues implica el sacrificio del deseo propio en pos de la satisfacción del conjunto. Esto se ve en general en todas las corporaciones de artesanos y comerciantes. Prueba de ello es que, como afirma Kropotkin:

«Estos reglamentos sobre los aprendices y obreros están lejos de ser desdeñables para el historiador y el economista. No son la obra de los siglos “bárbaros”. Llevan el sello de una perseverancia y de un cierto buen sentido que son, sin duda, dignos de ser señalados».

VI.- El hombre originario

«Digresión: En las páginas anteriores he hablado de sorpresa ante la descripción de formas de vida que encuentran algunas dificultades en ser aceptadas como experiencias históricas [[4]]. Por tal razón, voy a presentarle, amigo lector, un muy breve recorrido, con la ayuda de la opinión de investigadores de sólida formación, la mayor parte de ellos pertenecientes a prestigiosas universidades. La intención es tomar nota de que la experiencia de la Europa medieval puede encontrar antecedentes en muchas otras formas de vida socio-política en pueblos esparcidos por todo el planeta. Para comenzar, veamos lo que nos cuenta Alicia Tapia [[5]] sobre los inicios, cuando se pueden detectar los primeros ejemplares del género homo —más de un millón de años atrás—  en una descripción de las relaciones internas de la comunidad originaria:

«Sin dar preeminencia a ninguno de los dos sexos, sino por el contrario destacando el rol cooperativo de ambos para la supervivencia de la especie, se formula la hipótesis del alimento compartido. La división sexual del trabajo ubicaría a la mujer en las actividades relacionadas con la recolección de alimentos vegetales para el grupo y a los hombres con las actividades de obtención de proteínas. La compartición se habría efectuado en lugares transitorios –a salvo de predadores peligrosos como los felinos- donde la interdependencia requería de lazos sociales cada vez más sólidos».

Todo indica un clima de cooperación, de apoyo mutuo, de solicitud, de gran solidaridad. Agrega a ello, el investigador italiano Umberto Melotti [[6]] (1940), hurgando en los antecesores del género homo para acreditar que ese tipo de conductas encuentra raíces biológicas anteriores:

«A la luz de los conocimientos actuales, podemos afirmar que la herencia social del hombre se formó a lo largo de un lento proceso evolutivo, cuyas primeras fases son muy anteriores a la hominización propiamente dicha. En líneas generales, el fondo de esa herencia se remonta a la vida social de los mamíferos, adquirida, sin embargo, de acuerdo a modalidades propias de los primates superiores en la fase arborícola de sus pasados antropoides… (pero también)… en la fase de la caza … porque con la nueva actividad depredadora amplió las características de coordinación, cooperación y altruismo, presentes en los carnívoros más que en cualquier otro orden de mamíferos».

Insisto, porque creo necesario subrayar lo leído: la cooperación, el apoyo mutuo, la solidaridad de los miembros del grupo fueron factores fundamentales para la sobrevivencia de esas especies anteriores; en tiempos en los que las condiciones eran altamente desfavorables: desde el punto de vista de las condiciones ambientales, y del hábitat compartido con otras especies altamente depredadoras. Todas estas características fueron heredadas luego por el género homo. Afirma el arqueólogo Gordon Childe (1892-1957) [[7]]:

«Una criatura tan débil y tan pobremente dotada como el hombre, no podía sobrevivir aisladamente, desarrollarse con éxito, en medio de los grandes animales o las fieras, que constituían una parte importante de su dieta».

En las puertas de lo que se ha dado en llamar la Revolución neolítica, de difícil datación precisa, pero que se puede ubicar, según algunos pueblos que habitaron el territorio del Asia Menor, alrededor de entre unos 12.000 y 10.000 años atrás, se empieza a dar en esos pueblos una transformación de los hábitos de vida, que los lleva a cambiar el nomadismo por el sedentarismo.

El comienzo de la práctica de la alfarería es probable que haya sido también una iniciativa femenina, por las modalidades que ese trabajo impone. La observación de los cambios producidos en las arcillas mojadas y secadas al sol, por  la dureza que adquirían, deben de haber sugerido la idea de trabajarla. La permanencia de la mujer en los campamentos o aldeas debe de haberle dejado largas horas de ocio y, durante ellas, es probable que haya observado e investigado nuevas formas de manufacturas, dado que el trabajo de la piedra era fundamentalmente masculino.

De lo dicho hasta ahora, podemos afirmar, apoyados en certezas firmes, que la hipótesis del salvaje primitivo ha quedado científicamente descartada. Esto nos remite a pensar cuánto prejuicio encerraba esa manera burguesa de pensar a aquellos hombres, cuánto de justificación del egoísmo burgués capitalista se esconde detrás de esa ideología. Por otra parte, nos abre caminos hacia una reflexión sobre un mundo más equitativo.

[1] El príncipe Piotr Alekséyevich Kropotkin fue geógrafo y naturalista, pensador político ruso, considerado uno de los principales teóricos del movimiento anarquista, fundador de la escuela del anarco-comunismo que desarrolló la teoría del apoyo mutuo.

[2] Filósofo social e historiador económico, nacido en la India, de ascendencia británica. Estudió en el College, Oxford; profesor de Historia Económica en la London School of Economics. Su ideología se centró en la cuestión social, principalmente en la reconstrucción social.

[3]Teólogo y filósofo católico italiano, el principal representante de la tradición escolástica, fundador de la escuela tomista de teología y filosofía.

[4] Para un estudio más detallado de este tema, se puede consultar mi trabajo El hombre originario, sobre el que baso  este tema, en la página www.ricardovicentelopez.com.ar.

[5] Arqueóloga e investigadora argentina, profesora de la UBA y de la Universidad de Luján.

[6] Profesor de sociología política d la Universidad de Roma “La Sapienza”, y de antropología cultural en la Universidad  de Pavia.

[7] Prehistoriador y arqueólogo australiano, radicado en Londres. Profesor de arqueología prehistórica en la Universidad de Edimburgo y director del Instituto de Arqueología de la Universidad de Londres.

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