Por Ricardo Vicente López
El tema que presento hoy debe ubicarse en la continuación de los artículos ya publicados sobre el tema de la manipulación de la opinión pública. En aquellos comentarios he comparado al ciudadano medio estadounidense con Homero Simpson, como un estereotipo. Varias cosas me hacen suponer que el adoctrinamiento que hemos recibido, por más de cincuenta años, de ese centro de distribución ideológica que es Hollywood se presenta hoy un obstáculo para acercarnos a la verdad sobre el nivel cultural de ese pueblo. En una reciente entrevista al sociólogo y periodista, especializado en política internacional, Pedro Brieger, Director del portal NODAL, nos recordaba que:
“Todos repiten lo que llega del extranjero, y ¿quién tiene hoy la mayor capacidad de construir contenidos para niños que tenga alcance universal? Estados Unidos, y en menor medida Japón. Esto es parte de la batalla cultural, quien crea que los dibujos animados, entre otros contenidos, no tienen ideología vive en una nube de fantasía. Los dibujos animados tienen ideología, lo mismo que las novelas o las series, de la misma manera que las películas de vaqueros de hace 50 años tenían ideología. Eso es parte de la batalla cultural-ideológica”. Por ello Ariel Dorfman [[1]] y Armand Mattelart [[2]] escribieron su famoso libro “Para leer al Pato Donald” donde desmenuzaron, en la década del ´70, lo que significaba el Pato Donald y los mensajes que encerraban esos dibujos.
Yo escribí, haca unos cuantos años, un trabajo que llevó por título: La cultura Homero Simpson – el modelo que propone la globalización, que puede consultarse en la página www.ricardovicentelopez.com.ar [[3]]. En él analicé este tema con más detalle.
Después de esta introducción voy a presentar ahora a Tom Engelhardt, escritor y editor estadounidense, creador de la web tomdispatch.com que se convirtió en un proyecto de The Nation Institute [[4]] que lo propuso como “un antídoto habitual para compensar los manejos editoriales de los principales medios de comunicación”. En esa página ha dado cabida a todos aquellos que están en la misma lucha. Este es el caso es Rick Shenkman, periodista de investigación del New York Times, galardonado con el Emmy, Profesor Asociado de Historia de la Universidad George Mason, fundador y editor de History News Network. El artículo que publica tiene un título sorprendente, para quienes no hayan seguido estas notas: ¿Cuán ignorantes son en EE.UU. los votantes que deciden… pero en qué se basan? (8-7-2008). Es una síntesis de su libro Just How Stupid Are We? Facing the Truth about the American Voter (se puede traducir como “¿Cuán estúpidos somos? – Enfrentando la verdad sobre el votante americano”).
El Editor, Tom Engelhardt, acostumbra a presentar un comentario como introducción. La de este artículo lleva un título sin concesiones: La estupidez estadounidense. Si me detengo en todos estos detalles es porque intento salir al cruce de un “sentido común” que establece que todo lo made in EEUU es bueno. Esto es la confirmación de lo afirmado antes. Y es la honestidad de este editor la que lo lleva a desnudar la verdad:
“De modo que aquí estamos, camino a otro 4 de julio, ese glorioso día en el que se declaró la independencia de EE.UU. y la Campana de la Libertad resonó para el mundo. Primero nada ocurrió el 4 de julio, segundo lo inventaron “de cabo a rabo” en el siglo XIX en un libro para niños (pero, supongo, que eso ya lo sabías). Piensa este artículo de hoy como en una especie de contra-programación para nuestra celebración anual de la historia. Es un modo de reflexionar para alguno de nosotros sobre ¿qué tenemos para celebrar? Considera en su lugar el estado de nuestro cerebro nacional. Por ello lee con antelación el nuevo libro de Shenkman (que debiera darle vuelta la cabeza a cualquiera ciudadano estadounidense).
¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor!
Después de esa introducción de Engelhardt, comienza el artículo de Rick Shenkman con una cita de Thomas Jefferson (1743-1826), uno de los Padres Fundadores de la Nación estadounidense: “Si una nación espera ser ignorante y libre, en un estado de civilización, espera lo que nunca fue y nunca será”. Presenta después una serie de investigaciones que intentan medir el conocimiento del ciudadano medio. Por ejemplo:
“El estudio del nuevo McCormick Tribune Freedom Museum estableció que un 22% de los estadounidenses puede nombrar a todos los cinco miembros de la familia Simpson, en cambio, sólo 1 de cada mil que puede nombrar las cinco libertades de la Primera Enmienda”. Pero ¿qué se quiere significar, exactamente, si se dice que los votantes estadounidenses son estúpidos? Desgraciadamente no existe consenso al respecto. Como el juez de la Corte Suprema, Potter Stewart, quien confesó que no sabía cómo definir pornografía, tendemos, simplemente, a alzar las manos como gesto de frustración y a decir: ‘Lo sabemos cuando lo vemos’. Pero, a menos que intentemos algún tipo de definición, corremos el riesgo de ser incoherentes, condenando desde el principio, a la estupidez nuestra investigación sobre la estupidez.
Entonces, el autor propone definir, lo que le parece a él, cómo precisar el concepto y propone cinco características definidoras de la estupidez que les parecen que son fácilmente obvias:
La primera es pura ignorancia: “Ignorancia de hechos críticos sobre eventos importantes en las noticias, e ignorancia sobre cómo funciona nuestro gobierno y quién está a cargo”. La segunda es negligencia: “La aversión a buscar fuentes fiables de información sobre importantes acontecimientos en las noticias”. La tercera es tener la cabeza hueca, como la definiera la historiadora Barbara Tuchman: “La inclinación a creer lo que queremos creer, a pesar de los hechos”. La cuarta es la miopía: “El apoyo a políticas públicas que son mutuamente contradictorias, o contrarias a los intereses a largo plazo del país”. La quinta, es una categoría amplia que yo llamaría cabeza de chorlito, a falta de un nombre mejor: “La susceptibilidad a utilizar frases vacías, estereotipos, prejuicios irracionales, diagnosis y soluciones simplistas que abusan de nuestras esperanzas y temores”.
Una de las líneas de su investigación se titula La ignorancia estadounidense y comienza con un sector de la población al que consulta sobre el tema: Este sector está compuesto por una elite intelectual:
“Para tomar la primera de nuestras definiciones de estupidez, ¿cuán ignorantes somos? Sugiero preguntarle a los politólogos y ellos dirán que ‘existe una irrecusable evidencia dura que apunta incontrovertiblemente a la conclusión de que millones están vergonzosamente mal informados y que no les importa que lo estén’. Hay suficiente evidencia de que casi se podría concluir – aunque de buen grado acepto que es ir un poco lejos – que en nuestro país vivimos en una Era de Ignorancia. ¿Sorprendido? Supongo que la mayoría lo debe estar. La impresión general parece ser que vivimos en una era en la que la gente está particularmente informada. Muchos estudiantes me dicen que son la generación que está más informada de la historia. ¿Pero por qué estamos tan engañados? El error puede ser rastreado en nuestra confusión entre un acceso sin precedentes de información y la realidad de su verdadero consumo. Nuestra posibilidad de acceso es ciertamente fenomenal, pero la frecuencia de consulta es muy pobre”.
Es probable que muchos de los que acceden a esta investigación se muestren sorprendidos, como supone el autor. Pero debo agregar que, de parte de los lectores hay muy poca atención a hechos e indicios de que todo esto está sucediendo en los EEUU. El problema es más grave aún. Sugiero como hipótesis, para nada descabellada, que la ignorancia del ciudadano medio estadounidense es el resultado de un plan de educación que se propuso, precisamente eso.
Alguien que ha estudiado este tema y puede avalar sus conclusiones con su prestigio es el Profesor Noam Chomsky. En un libro que lleva por título El control de los medios de difusión. Los espectaculares logros de la propaganda, Editorial Crítica (2000), afirma respecto a la conformación de estratos sociales y las funciones que deben cumplir:
“Una parte es un grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo pequeño y siendo la mayoría de la población, constituyen lo que Walter Lippmann llamaba el rebaño desconcertado. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa”.
Por lo tanto el sistema educativo debía preparar a una minoría para mandar y a la gran mayoría para obedecer. Esto es lo que sostenía Walter Lippmann en la década de los veinte del siglo pasado. Pues bien, el resultado es el que hemos visto. ¿Es una casualidad? No es el resultado de un plan bien pensado y sostenido a lo largo de décadas. Nuestro riesgo es que nos están contagiando, es parte del plan de la globalización. Y no parece haber una vacuna a mano para impedirlo. Esta es una responsabilidad compartida que debe asumir todo ciudadano comprometido con un futuro mejor para todos. Recordemos la advertencia de Thomas Jefferson.
[1] Es cuentista, dramaturgo, ensayista, novelista y poeta— y activista de los derechos humanos, argentino-chileno-estadounidense; Profesor de las universidades de La Sorbona (París IV), de California en Berkeley.
[2] Es un renombrado sociólogo belga, Doctorado en Derecho en la Universidad de Lovaina; Profesor de Ciencias de la Información y de la Comunicación en la Universidad de París VIII.
[3] http://ricardovicentelopez.com.ar/wp-content/uploads/2015/03/La-cultura-Homero-Simpson-el-modelo-que-propone-la-globalizacion.pdf
[4] Un centro de medios sin fines de lucro, The Nation Institute está dedicado a fortalecer la prensa independiente y promover la justicia social y los derechos civiles. Nuestra gama dinámica de programas incluye la publicación de libros más vendidos, Nation Books; nuestro galardonado Fondo de Investigación, que apoya el periodismo de investigación innovador; el sitio web ampliamente leído y sindicado TomDispatch; el programa de pasantías Victor S. Navasky en la revista The Nation; y becas de periodismo que financian a más de 20 reporteros de alto perfil cada año.
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