Por Ariel Umpierrez*
Aquí voy a abordar un tema técnicamente complejo, políticamente candente y emocionalmente sensible: la gestión de la pandemia del Coronavirus. Y lo voy a analizar desde una perspectiva histórica, basándome en un “caso” relativamente parecido: la “epidemia” del SIDA en los años ’80.
Como historiador soy consciente de que las comparaciones históricas son siempre peligrosas armas de doble filo. Pero asumo ese riesgo contando con la inteligencia y la paciencia de quienes lean esto con toda su complejidad.
Apretando etapas y datos veremos que el “caso” SIDA tiene muchas similitudes con el de Coronavirus: crisis sanitaria grave, soluciones extremas, ausencia de comprobación científica, errores garrafales, consecuencias irreparables, sin que nadie asuma ninguna responsabilidad posterior.
El SIDA apareció a principios de los años ’80, apenas 10 o 12 años después de aquélla explosión de liberación sexual y moral de fines de los años ’60 que se asocia con la cultura hippie, la minifalda, el cabello largo, John Lennon, la rebelión contra la Guerra de Vietnam, los Rollings Stones, el concierto de Woodstock, el LCD, “Paz y Amor” y “la imaginación al poder”.
El SIDA apareció casi como una venganza contra tanta libertad, alegría y creatividad.
Así, de repente, en 1981 explotó la epidemia, los medios no hablaban más que de eso y los médicos desfilaban por los canales de TV con mensajes alarmistas. Como previsto, cundió el pánico por el planeta y se apagó la alegría. De repente el “amor libre” se convirtió en “amor sospechoso”, en “amor profiláctico”.
Si bien en un primer momento al SIDA se lo asoció a la comunidad homosexual masculina pronto el miedo “al contagio” se extendió a toda la sociedad. Los relatos periodísticos y las leyendas urbanas daban cuenta de un “enfermedad” feroz. Todos los días los medios de comunicación sumaban infectados y muertos.
No se sabía si el virus se contagiaba simplemente con un beso, al darle la mano a alguien, o volaba por el aire. Rápidamente el distanciamiento entre las personas (una suerte de confinamiento emocional), la sospecha recíproca y el uso del preservativo (la “mascarilla” o “barbijo” de la época), se hicieron recurrentes para una parte de la sociedad.
Como ahora, entonces se hablaba de relaciones (sexuales) “responsables”. Hubo quienes llegaron a proponer que en las empresas debían hacerse obligatorios los análisis clínicos para identificar a los posibles “contagiados”; y hasta hubo que promulgar leyes “anti-discriminación” para evitar la estigmatización de los enfermos en sus trabajos o actividades sociales.
Con el paso del tiempo y como resultado de la incorporación de investigaciones sociológicas y culturales sumadas a nuevos descubrimientos médicos, la comunidad científica mundial se fue alejando del dogma oficial inicial según el cual había un “virus” asesino contra el que había que descubrir una vacuna. Al punto que el “padre” del virus VIH y Premio Nóbel el francés Luc Montagnier ha relativizado la importancia de su propio “descubrimiento”. Lentamente las relaciones sexuales y amorosas se hicieron menos sospechosas y “peligrosas”.
Al día de hoy el debate se ha amplificado a varios niveles entre aquéllos (cada vez menos numerosos) que defienden a rajatabla el discurso tradicional y quienes (mayoritarios actualmente) que dudan de la existencia de aquél “virus asesino” y argumentan que en gran parte todo respondió a intereses económicos, egos académicos, políticos y financieros, a la negligencia (e ignorancia técnica) de gobernantes, y al oportunismo de lideres religiosos de todos los credos que aprovecharon para estigmatizar la libertad sexual y calificar al SIDA como una “condena divina”.
Lo cierto es que 40 años después al “virus” nunca se lo observó siquiera al microscopio electrónico, la vacuna nunca llegó y ya es una evidencia que la razón principal de la propagación del “síndrome” está asociada principalmente a la caída de las defensas naturales de la persona ya sea por desnutrición y pobreza (África), por el abuso de ciertas drogas (“poppers”) tan de moda en aquéllos años en la comunidad homosexual de California (por eso en un principio al SIDA se lo calificó como el “virus gay”), y por múltiples factores socio-ambientales que contribuyen a destruir el sistema inmunitario a partir de lo cual una persona queda más vulnerable para desarrollar el “Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida” (SIDA) en su organismo.
En poco tiempo el mundo pasó de la alegría hippie de los ’60, a la paranoia de los ’80, a una progresiva normalidad a fines de los ’90”: desde su aparición a la fecha, el SIDA se ha cobrado la vida de unos 30 millones de personas en su mayoría muy vulnerables por pobreza, abuso de drogas, o combinación de condiciones muy desfavorables. Pero la vacuna no apareció. Pero ¿qué más pasó en los ’80?
Y entonces llegamos al tema central de esta nota. A finales de los años ’80 un escándalo adicional vino a adosarse al SIDA: el de “la sangre contaminada”. En los países desarrollados pero también en China, las estadísticas empezaban a dar cuenta de un aumento acelerado de los casos de SIDA entre personas heterosexuales sin comportamientos de riesgo.
Y la revelación de la causa no tardó en llegar: la mayoría eran personas hemofílicas o que habían recibido transfusiones sanguíneas durante partos, cirugías o diferentes intervenciones médicas.
Conclusión: la sangre que esas personas habían recibido estaba contaminada y era el principal vehículo que les provocaba el SIDA. Durante juicios estruendosos se supo entonces que las Autoridades sanitarias de Francia, Suiza, Alemania, EEUU y tantos otros países desarrollados no solamente habían tardado en reaccionar sino que no habían implementado protocolos de trazabilidad y seguimiento del origen de la sangre (presos o indigentes que vendían su sangre por poco dinero), sino que tampoco habían aplicado metodologías para aniquilar el virus en sangre antes de la transfusión (calentamiento).
Luego se supo que esa actitud criminal de los altos responsables técnicos y políticos del área de la Salud Publica se debió a razones “académicas” (soberbia intelectual y desvalorización de otras opiniones profesionales), y económicas (implicaba costos adicionales para un Sistema de Salud siempre deficitario).
Hubo miles de muertos, cientos de personas gravemente enfermas y familiares enardecidos que cotidianamente aparecían en los medios de prensa agregando cuotas de dramatismo y sufrimiento. Todo fue un escándalo planetario que derivó en mega-juicios súper mediáticos contra Ministros, Jefes de Estado, altos funcionarios del Area de la Salud y Directores de empresas farmacéuticas de casi todos los países desarrollados, desde Australia hasta EEUU.
Dado que la Cruz Roja Internacional era una de las principales recolectoras mundiales de sangre entre presos e indigentes, y no atendió a los llamados de alarma para proceder a nuevos controles y técnicas, también quedó sentada en el banquillo de los acusados y algunos de sus Directores fueron sentenciados.
Y fue durante el juicio llevado a cabo en Francia que la ex Ministra Georgina Dufoix dejó caer la frase que le pone el título a esta nota y que desde entonces se ha convertido en un “marca de fábrica” en Francia de la irresponsabilidad política: “Soy responsable pero no culpable” (así quedó popularmente inmortalizada su frase aunque fuera más larga y elaborada).
¿Qué quiso decir la ex Ministra? Que ella había sido la responsable política del área en la que se habían cometido tantos errores, pero que eso no implicaba que ella pudiera ser culpable de las muertes ya que no había sido su intención que se produjeran; y que por tanto se sentía eximida de culpa ante los familiares de las víctimas y ante la sociedad. Punto final.
Conclusión de meses de juicios: nadie fue preso ni recibió más que una reprimenda y quien era el Primer Ministro de Francia durante el período en que tales “errores” se cometieron Laurent Fabius, siguió su carrera política fulgurante y volvió a ser Ministro de Relaciones Exteriores y actualmente es Presidente del prestigioso Consejo Constitucional de Francia.
Entonces, extremando la síntesis, ¿qué enseñanzas nos dejó el SIDA?
1.- Que frente a patologías desconocidas, las soluciones científicas requieren tiempo y que siempre se descubren con marchas y contramarchas, aprendiendo de los errores, y que los grandes saltos se realizan rompiendo viejos paradigmas como tan bien lo explicó Thomas Kuhn en su libro “Historia de las Revoluciones Científicas”; lo cual exige algo muy difícil de obtener de muchos “popes” de la comunidad científica: humildad.
2.- Que los líderes políticos siempre reaccionan con oportunismo e improvisación ante las crisis sanitarias.
3.- Que las empresas farmacéuticas sólo buscan lucrar con el desasosiego humano.
4.- Que las fundaciones y ONGs muchas veces son poco solventes y se convierten en instigadoras de situaciones incontrolables.
5.- Que los medios de comunicación en su afán por vender su producto fomentan miedos o expectativas, forzando respuestas cuando aún no las hay.
Teniendo todo esto en mente volvamos ahora al tiempo presente del Coronavirus.
¿Qué pasa ahora con el Coronavirus?
Desde el mes de Marzo, médicos, científicos, periodistas, empresarios, lideres de fundaciones, políticos y funcionarios han asustado al planeta entero con que el Coronavirus mataría a millones de personas y que la mejor respuesta era el confinamiento y el bloqueo casi total de la actividad humana.
Discursos alarmantes para medidas extremas.
Sin embargo, cada día se suman más voces de científicos prestigiosos, incluido el ya mencionado descubridor del HIV, Premio Nobel de Medicina Luc Montagnier, que cuestionan el origen, alcance, gravedad y forma de encarar la actual epidemia del Coronavirus.
También el francés Profesor Didier Raoult que es uno de los tres infectólogos y epidemiólogos más reconocidos del mundo dice que no hay que saltearse etapas en la fabricación de la vacuna ya que hay tratamientos eficaces contra el Coronavirus y que la tasa de morbilidad y de mortalidad es extremadamente baja.
No obstante y con total apresuramiento, en el lapso de pocas semanas se lanzaron al mercado varias vacunas milagrosas cuando se sabe que entre el momento del descubrimiento de un medicamento tan complejo como un antiviral y su aplicación en humanos puede llevar entre 10 o 15 años de estudios, pruebas clínicas y fármaco-vigilancia más aún tratándose de tecnologías nuevas y poco conocidas.
Y ya han aparecido voces autorizadas que advierten sobre graves efectos secundarios que podría tener las vacunas que operan sobre la información genética de las personas ya que introducen en el organismo humano un ARN mensajero manipulado para estimular el sistema inmunitario. Se trata de tecnologías muy modernas y prometedoras pero que podrían alterar irremediablemente la información genética de las personas e incluso de sus descendencias, frente a las cuales muchos genetistas han levantado voces de alarma ya que podrían acarrear deficiencias y consecuencias desconocidas y por eso piden más ensayos clínicos y más tiempo para comprobar su total eficacia sin riesgos mayores.
Sin embargo, como en los ’90, la industria farmacéutica y parte de la comunidad científica se abalanzan sobre las subvenciones públicas y la excepcional oportunidad comercial de captar un mercado de miles de millones de personas con una vacuna.
A su vez, muchos equipos de científicos se precipitan sobre la oportunidad de obtener un Premio Nóbel para quien descubra primero la vacuna salvadora.
Ambos, industria y comunidad científica, no podrán negar que tienen su cuota de interés en alentar la “urgente necesidad de una vacuna”: buscan dinero y/o prestigio.
Algo no huele bien por ese lado.
A su vez, los políticos del mundo entero andan como zombies buscando salidas milagrosas, inundados de datos técnicos sobre cuestiones a las cuales jamás les prestaron la más mínima atención (la Salud de sus poblaciones), incapaces de hacer una síntesis política y estratégica para liderar una crisis que se les ha escapado de las manos.
Entonces sobreactúan preocupación y toman decisiones desconectadas de la realidad pero cuidadosamente presentadas siguiendo el guión que les preparan sus jóvenes (casi adolescentes) asesores de imagen y comunicación. Prisioneros y escudados detrás de sus “consejeros académicos” son incapaces de discernir inteligentemente sobre las mejores opciones, abarcando todas las variables.
Y ante la orfandad de liderazgo todos nos preguntamos ¿dónde hay estadistas como Churchill, De Gaulle, Roosvelt, Stalin o Mao Tse Tung que más allá de sus ideologías fueron capaces de guiar a sus pueblos en medio de una guerra mundial? Ante circunstancias parecidas, cualquiera de los atolondrados políticos actuales se esconderían debajo de la cama de sus mamás. No hay liderazgos ni visión de estadista, solo marketing y Twitter con mensajes de autobombo que les redactan sus Community Managers.
Pero todos están tratando de esquivar una evidencia: que durante décadas toda la clase política gobernante mundial aplicó un modelo económico que se empeñó en desarticular las estructuras sanitarias de sus países dejando a sus poblaciones casi completamente desamparadas ante las emergencias.
Ninguno se hace cargo de nada, siendo que cualquiera sea el país, con alternancias, siempre fueron los mismos dos o tres partidos políticos los que gobernaron durante los últimos 70 años. Sin embargo ninguno atisba a esbozar la más mínima autocrítica, iniciar una reflexión sentida o a entablar una comunicación verdaderamente empática con sus poblaciones atemorizadas, partiendo con humildad del reconocimiento de los errores cometidos y mirando al largo plazo. Son todos “manotazos de ahogado”.
Los que hoy gobiernan dicen que la culpa de los falencias actuales es de los anteriores, y los que están en la oposición dicen que ellos lo harían mejor. Frívolos e irresponsables.
Por ejemplo, el candidato demócrata Joe Biden criticó durante toda la campaña el manejo que hizo el Presidente Trump de la pandemia. Ahora que estaría por convertirse en Presidente dice que la primera medida que adoptará cuando asuma será… decretar el uso obligatorio de la mascarilla. Ante lo cual, los ciudadanos norteamericanos asombrados, incluso quienes lo votaron, se preguntan en tono de burla: ¿“en eso consiste toda su estrategia?”
Y ahora que empiezan a “aparecer” las vacunas milagrosas, con la misma irresponsabilidad habitual todos los políticos y gobernantes se apresuran a decretar campañas de vacunación masiva y obligatoria con la misma soltura, ligereza e irresponsabilidad con la que obligaron a medio planeta a un confinamiento total condenando vidas, familias, sociedades, países y hasta continentes enteros, con magros resultados en materia epidemiológica.
¿Qué han aprendido?
Cualquiera puede intuir o darse cuenta de que la OMS y las élites científicas, políticas, empresariales, mediáticas y de fundaciones no han aprendido nada de humildad ni de mesura. Nos “bajan linea” con el mismo aparente aplomo y desfachatez como si de esto supieran mucho, aunque hoy se contradigan con lo que dijeron ayer, y propongan medidas extremas (confinamiento, toque de queda, multas, represión, destrucción de la economía) que a las pocas semanas dirán que quizás no eran tan necesarias.
La lista de contradicciones y frivolidades tanto médicas como políticas y periodísticas es larguísima.
El caso más vergonzoso es el del autor intelectual del confinamiento mundial, el matemático y epidemiólogo Neil Ferguson que a las pocas semanas de asumir tuvo que renunciar a su cargo de Asesor Especial del gobierno inglés porque lo descubrieron circulando por las calles de Londres rompiendo el confinamiento que él mismo le había impuesto al mundo para ir a visitar a su amante (casada).
En el imaginario colectivo Neil Ferguson era el hechicero que venía a reemplazar a los lideres religiosos de los ’80 y a reprendernos diciéndonos que la culpa de la propagación del mal la tendrían aquéllas personas que no se confinaran y no se abstuvieran de todo contacto.
Como en su momento los líderes religiosos, Ferguson nos trajo el mensaje “divino” de que la solución para evitar el mal era la abstinencia de contactos, ya no solamente sexuales sino también emocionales, económicos y totales mediante un encierro absoluto.
Que él no lo haya cumplido es típico de los psicópatas que se sienten por encima de toda regla.
Pero también, con su capacidad de influencia global, fundaciones privadas como la de “Bill Gates”, o la “Open Society” del multimillonario financista George Soros, o la de la familia “Rockefeller” están jugando un rol excesivamente protagónico. Muchas veces imponiendo su voluntad por encima de los gobiernos o de instituciones como la OMS a la hora de diagnosticar y de proponer soluciones que afectan a toda la humanidad sin que nadie se lo haya pedido.
A su vez, las grandes empresas Big Tech de Silicon Valley (Facebook, Google, Twitter, Youtube…) se han erguido como gendarmes de la información mundial, marginando o estigmatizando a quienes elevan voces disidentes con el discurso oficial.
Los medios de comunicación y algunas personas muy mediáticas generadoras de opinión también tienen una enorme responsabilidad en el estado de psicosis colectiva y demuestran a menudo una alarmante incultura además de parcialidad e intencionalidad al abordar un tema tan sensible como es el miedo.
Ni el hechicero Ferguson, ni las influyentes fundaciones privadas, ni las poderosas empresas tecnológicas, ni los oportunistas medios de comunicación se sometieron a ningún proceso democrático transparente ni fueron designadas por nadie para ocupar el rol de liderazgo que se han autoasignado ante el vacío y la ausencia de una clase política irresponsable, inculta e inescrupulosa.
Sin embargo, y a pesar de los presagios más alarmistas y catastróficos, lo cierto es que al cabo de diez meses de psicosis colectiva sorprende que la misma OMS diga alegremente que “la mayoría de las personas que contraen el virus padecen síntomas leves y se recuperan normalmente al cabo de pocos días”, y que la tasa de mortalidad del virus es muy baja ya que ronda el 0,8%.
En todo caso, salvo raras excepciones científicos, políticos, empresarios, “mecenas” y comunicadores se han abalanzado sobre la oportunidad de sacar ventaja y llevar agua para su molino aprovechándose de la psicosis colectiva que genera el miedo.
El capitulo “Salud” nunca fue más que un compendio de banalidades en sus Programas de gobierno que a la hora de gobernar se transformaba en un tema completamente secundario. A su vez, ante la crisis no fueron capaces de ponerse por encima de la urgencia, erguirse con solidez y ocupar el puesto de Comandante en Jefe que sus gobernados esperaban de ellos. Andan enredados en minúsculas rencillas politiqueras, tratando de sacar partido o de no quedar mal parados en batallas de Twitter.
Frente a este escenario cargado de dudas y de frivolidades las personas tienen derecho a preguntarse si nuestros iluminados dirigentes políticos, empresariales, académicos, institucionales y periodistas están realmente enfocados y preocupados pensando en todas las posibles malas consecuencias que tendrán en el futuro de nuestra gente las mediadas que se están tomando ya sea el confinamiento como la vacunación obligatoria.
Y en el caso de la vacuna si se están tomando todos los recaudos conocidos para evitar males mayores como ocurrió con la “sangre contaminada” de los años ’80.
¿Qué pasará si dentro de 2, 5 o 10 años se hacen realidad algunos de los presagios más funestos que hace una buena parte de la comunidad científica farmacéutica (aquélla que no busca ni dinero ni el Premio Nobel), que advierte sobre posibles graves problemas que podría generar alguna de estas vacunas producidas de la noche a la mañana desafiando toda la historia de la farmacología mundial?
Y, ¿quién se hará cargo del sinfín de “daños colaterales” que la psicosis generada y el aislamiento forzoso han generado en las personas y en las sociedades? Por ejemplo la asociación de prevención del suicidio en Francia ha indicado que han pasado de recibir unos 1.500 llamados de ayuda diarios en épocas normales, a cerca de 10.000.
Y, ¿qué hay de los calamitosos efectos sociales y económicos, de las pérdidas monstruosas?
¿Alguien será “culpable” o todos serán apenas “responsables” como la ex Ministra francesa en el caso de la sangre contaminada durante el SIDA?
La historia demuestra que a quienes uno le confía el liderazgo muy a menudo faltan a su compromiso en los momentos decisivos. Por eso y para no llevarse nuevas decepciones nuestras sociedades deberían comprometerse más, exigir más, informarse más, estar más alertas sin confiar tanto en quienes ya han demostrado no estar a la altura de las circunstancias.
Porque si no, inexorablemente, volverá a suceder que ellos, todos juntos, nos dirán sin sonrojarse que fueron “responsables pero no culpables”, mientras el resto nos quedaremos solos para reconstruir el colapso generado.
*Ariel Umpierrez es Economista e Historiador, Universidad Sorbona y Georgetown University
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