Por Alfredo Jalife Rahme
Con el arresto de Julian Assange, creador icónico de WikiLeaks, se desata un debate sobre el fin de la libertad de expresión en Occidente y la Primera Enmienda de EEUU de donde se derivan sus supuestas democracia y libertades inherentes cuando el espionaje masivo de la National Security Agency se apodera de los datos íntimos de los ciudadanos.
La Primera Enmienda de la Carta de los Derechos (Bill of the Rights) de EEUU garantiza el “Derecho a la libertad de expresión, de reunión y de prensa”.
Con la expulsión de la Embajada de Ecuador y luego la detención por Scotland Yard de Assange, 228 años más tarde a la Carta de los Derechos, la libertad de expresión de EEUU parece haber expirado para dar lugar al totalitarismo orwelliano.
Hace cinco meses adelanté la coreografía secuencial que se venía venir. Su secuencia fue tal como la preví: “expulsan a Assange de la Embajada ecuatoriana, lo captura Scotland Yard que lo entrega a EEUU donde sería asesinado legalmente”.
En ese entonces comenté: “EEUU mantiene en secreto un documento que tiene lista toda la coreografía para enjuiciar a Julian Assange, célebre fundador de WikiLeaks, tildado por el exdirector de la CIA y hoy secretario de Estado, Mike Pompeo, como un “servicio de espionaje hostil no estatal”, por haber expuesto “confidencias perturbadoras y sórdidas de Washington en su macabro desempeño en Irak y Afganistán, sumado de las inmundicias de Hillary Clinton”.
Después de siete años, Assange estaba asilado en la Embajada de Ecuador en Londres donde se refugió debido a la persecución del Gobierno sueco —uno de los países más “sexo-liberales” del planeta— por bizarras acusaciones de acoso sexual y violación.
El Gobierno de Lenín Moreno —a quien no le fue nada bien en las recientes elecciones municipales—, se ha lanzado a los brazos de Trump y, después de haber cortado la única defensa que le quedaba a Assange —la comunicación de su internet con el exterior—, ahora arroja debajo del autobús al australiano de 47 años quien padece una enfermedad pulmonar crónica.
En su momento agregué que “la entrega de Assange por el presidente ecuatoriano Lenín Moreno, contra la agenda de sus ciudadanos, además de la persecución de su promotor el expresidente Rafael Correa, puede significar su pena de muerte, al unísono del montaje escenográfico de un juicio espectacular por ‘alta traición’ a la ‘Seguridad Nacional de EEUU'”.
Assange será extraditado a EEUU donde será imputado de ‘conspiración’ con el transgénero Chelsea Manning por haber hackeado y filtrado los correos del Departamento de Estado sobre sus guerras en Afganistán y en Irak.
Otro icono de la libertad de expresión cibernética, Edward Snowden, refugiado en Rusia —quien expuso el espionaje masivo de la orwelliana National Security Agency contra Europa y Brasil, no se diga contra los ciudadanos del propio EEUU—, lamentó que el arresto de Assange es un “momento oscuro para la prensa libre”.
Al inicio, las filtraciones de WikiLeaks me perturbaron por su exagerada iranofobia, a grado tal que llegué pensar que era un operativo de la legendaria perfidia sionista del Mossad.
Tampoco me gustó que ciertas crápulas en Latinoamérica se hayan ostentado como los portavoces de Julian Assange, sin serlo.
Luego, las filtraciones de WikiLeaks fueron tomando una enorme seriedad que cautivaron a los buscadores de la verdad perdida.
Lo expuesto por WikiLeaks sobre los terroríficos operativos del Pentágono en Irak y en Afganistán eran mas que suficientes para colocarlo en el primer sitial de la información creíble en la etapa aciaga de la ‘postverdad’ que padece el mundo “occidental (whatever that means)” —como reconoció la influyente Conferencia de Seguridad de Munich de 2017— que ya no sabe reconocer la verdad de la mentira en su falaz propaganda para avanzar su agenda bélica contra Rusia y China.
A mi juicio, WikiLeaks llegó a su acmé durante la elección presidencial de EEUU cuando exhibió todo el envilecimiento del equipo de Hillary Clinton. Este simple hecho de valentía sin igual le debe valer el indulto al australiano Julian Assange con todo y la carga de pecados capitales que le aplicará la inquisitorial National Security Agency.
De cierta manera, las filtraciones selectivas de WikiLeaks, que algún día sabremos si fueron genuinamente espontáneas o teledirigidamente selectivas, benefició la campaña de Donald Trump, quien con la mano en la cintura hoy se ha lavado las manos del candente caso.
Cabe señalar que siendo candidato, el ingrato Trump festejó los hallazgos de WikiLeaks y la exposición de las abyecciones de John Podesta, que no pocos vinculan con un circuito de pedofilia cupular.
En vísperas de las elecciones de hace dos años expuse los “bombazos de Assange” que mancillaron las reputaciones del hipócrita Olimpo político de EEUU: “los tóxicos correos Podesta que publica WikiLeaks, no han sido tan determinantes como el FBI-gate para socavar la declinante campaña de Hillary y en la que emerge toda la corrupción pecuniaria de la pestilente Fundación Clinton con países, individuos y trasnacionales. Assange niega categóricamente la histeria neomacartista de que Rusia es responsable del hackeo”.
Por cierto, el anterior ’embajador’ de México ante EEUU, Arturo Sarukhan Casamitjana —catalogado como un vulgar “empleado” de EEUU— sin el menor rubor acabó siendo subordinado en una empresa de los hermanos Podesta (implicados en dudosos escándalos sicalípticos), lo cual exhibe el entreguismo absoluto del Gobierno del apátrida expresidente Calderón para regalar el petróleo de México a EEUU.
Llama poderosamente la atención la falta de entusiasmo legal de Australia —miembro de los Cinco Ojos del espionaje de la anglósfera— para defender a su ciudadano a punto de ser extraditado a EEUU en un juego de varias bandas donde intervienen insólitamente cinco países: Suecia, Australia, Ecuador, Gran Bretaña y EEUU.
La era cibernética lleva ya el sello de dos personajes icónicos que han roto las barreras del control ciudadano y han expuesto los peores actos de Gobiernos y actores: el estadunidense Edward Snowden (de 35 años) refugiado en Rusia y quien dio a conocer estrujantes datos de la National Security Agency; y el australiano Julian Assange.
Latinoamérica vive uno de sus momentos más aciagos cuando parece refocilarse en su abismo entreguista tanto ante el monroísmo (¡de hace 196 años!) como al neomilitarismo de Trump y su ‘evangelismo sionista’.
Tanto la postura supina de la entelequia llamada Grupo de Lima, en el caso de Venezuela para avalar la captura del petróleo de EEUU, como el innoble traspaso de Assange por el pusilánime presidente ecuatoriano Lenín Moreno serán recordados como las notas fúnebres de Latinoamérica a inicios del siglo XXI.
Lamentablemente, hoy Latinoamérica vive sus ‘tiempos de traiciones y canallas’.
Está en juego un único trilema cibernético de carácter axiológico a inicios del siglo XXI sobre tres conceptos nodales que chocan entre sí: 1 — la sacrosanta libertad de expresión, que hace posible la democracia y el restante de las libertades individuales; 2 — el masivo espionaje clandestino de la intimidad ciudadana por la National Security Agency; y 3 — el hackeo de datos públicos, en este caso del Departamento de Estado que tiene como objetivo perpetuar las guerras, sumados del otro hackeo a una candidata presidencial, lo cual también se presta a intensa polémica.
- ¿Cómo jerarquizar tres conceptos que colisionan entre sí en la cibernética del siglo XXI?
- ¿Cómo garantizar la libertad ciudadana flagelada por las mismas instituciones que juraron defenderla?
- ¿Tienen derecho la National Security Agency y/o el Departamento de Estado y/o el Pentágono a resguardar y manipular a conveniencia los datos privados de los ciudadanos?
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