Por Ricardo Vicente López
Hablar de espiritualidad en estos tiempos de pandemia se parece mucho a un modo de escapismo, a un desentendimiento de la gravedad de lo que está pasando, a una negación de la realidad que nos rodea… Nada de eso es aconsejable. Sin embargo, me niego a renunciar al intento de abordar el tiempo pandémico desde una actitud fundada en la espiritualidad cristiana, Con una aclaración necesaria: espiritualidad no es religiosidad. Me parece necesario pensar esa diferencia conceptual.
«La distinción conceptual entre espiritualidad y religiosidad es muy compleja, ya que tienen características que se superponen, sin embargo, su significado último es diferente. Ambas variables no son conceptos excluyentes y pueden solaparse o existir separadamente, por lo tanto, deben ser cuidadosamente categorizados e interpretados…. se debe distinguir religión de religiosidad…. Para el libre pensamiento, la religiosidad de un individuo es asunto privado, mientras que la religión como forma institucional puede ser objeto de discusión entre seguidores de la misma religión, o de distintas religiones o por parte de los ateos ».
La religiosidad admite diversas dimensiones: sociológica, filosófica y religiosa, utilizadas para referirse a varios aspectos de la actividad religiosa, la dedicación y la creencia (en alguna determinada doctrina religiosa). Se podría decir que la religiosidad se ocupa de cómo son los temas religiosos, cómo los viven los creyentes y de cómo son las personas religiosas.
Agrego ahora unas palabras necesarias que nos ayudan a encuadrar correctamente el tema que nos ocupa. Un importante teólogo latinoamericano, en la línea de la Teología para los pobres o Teología popular, el jesuita español Pedro Trigo [1] (1942) reorienta la problemática de un modo muy interesante, a partir de una importante distinción para nuestro tema:
«Ser cristiano no es algo fundamentalmente religioso, sino una experiencia vivida en las relaciones, saliendo al mundo y no “ensimismándose”… la paz debe estar asociada con definirnos en primer lugar como personas, antes de cualquier otra categoría… esa es la “urgencia de lo esencial”, porque esto significa vivir como hermanos de todos, a partir de abajo. ¿Qué es la urgencia de lo esencial? Es importante, primero, observar que, para los cristianos, lo esencial no es lo estático, aquello que es siempre igual a sí mismo. Para los cristianos [por su herencia semita], a diferencia de los griegos, lo que tiene más realidad no es la sustancia, sino el actuar. El Dios griego es el acto puro. El Dios cristiano es relación, o sea, para nosotros la relación es lo que tiene más realidad. La relación hace la diferencia, para que el padre sea padre, el hijo sea hijo y se mantenga la unidad. Entonces, para nosotros, lo esencial siempre tiene que tener ese elemento dinámico y relacional. Por eso lo esencial no puede ser dicho de una vez y para siempre, tiene que ser dicho nuevamente, en cada situación, porque si no es dicho en la situación, es una ortodoxia que resulta insignificante y asfixiante».
El Doctor Trigo hace una referencia a la vieja doctrina católica que sostenía que «era necesario salvarse del mundo, porque el mundo moderno estaba perdido, y que había que hacer una institucionalización paralela». Nuestro teólogo se apoya en la renovación del Concilio Vaticano II, su reflexión nos propone nuevos caminos de reflexión; lo expresa de este modo:
«Al respeto, ¿qué dijo el Concilio? Dijo que si yo, para encontrar Dios me aparto del mundo, me cruzo con la dirección contraria a la de Dios que va hacia o entra en el mundo. Si lo fundamental del Dios cristiano es la encarnación, ¿cómo voy a salir del mundo? Estoy haciendo lo contrario que hace Dios. Entonces, ¿qué es lo fundamental de todo? Encarnarme en la situación que tengo que vivir. Podríamos decir “no, como Jesús era hijo de Dios, él tuvo que ser un ser humano, pero, si usted es un ser humano, ¿no tiene que encarnar?” Sí, porque en la encarnación de Jesús se hizo no sólo un ser humano, sino también nuestro hermano. Entonces, ¿qué se me pide? Que no sea uno entre tantos de una especie, de una cultura, de una clase social, de un país, sino que sea un hermano de todos… Entonces, la encarnación cristiana solidaria tiene que ser hecha a partir de abajo, porque solamente desde abajo se puede llegar a todos ».
La conclusión que nos plantea el Doctor Trigo es que para los cristianos, los pobres son el único lugar de la universalidad real. Nos dice que eso es lo más elemental de todo, pero parece que lo más elemental es lo menos practicado. Le ruego, amigo lector, que preste atención al modo en que plantea su cristianismo porque revoluciona a toda lo que hemos oído o nos han enseñado. Nos estamos acercando a una definición profunda y revolucionaria:
«En todos esos casos, no ocurre la encarnación como la entiende el Cristianismo, como la practicó Jesús. Quiere decir que yo, si me identifico como la institución eclesiástica, no soy cristiano. Jesús no fue de la institución eclesiástica. Entonces, ¿qué significa esto? Que tengo que identificarme como un ser humano y que ser cristiano es una especificación de ser un ser humano. Si no es una especificación del ser humano, o incluso un medio para ser más humano, entonces esa encarnación ya no será solidaria».
Creo que puedo decir que el Doctor Trigo nos está manifestando una espiritualidad, una nueva espiritualidad, que es profundamente cristiana, porque es profundamente personalizante de lo humano. Me parece entender que la definición de la espiritualidad, que se diferencia de la religiosidad, coloca en primer lugar lo humano: el ser verdaderamente persona, no entendido como una definición teórica, ni como una expresión de la religiosidad, sino como un modo de vivir en el compromiso con el otro, con todos los otros, porque allí se da el encuentro con el Otro. Espero no distorsionar demasiado a nuestro teólogo si digo que el cristianismo, pensado y vivido en estos términos es un camino de espiritualidad. Pero de una espiritualidad que se aleja de tantas otras, en la medida en que esta propone que debe ser vivida con hermanos, para hermanos, por ello nos dice:
«Esto que puede parecer obvio, de obvio no tiene nada. Por ejemplo, todas las personas hablan sobre los derechos humanos, pero, para mí, parece que es un hablar vacío, porque el problema no es salvar o no los derechos humanos, el problema es cuán humanos son. Éste es un problema que se ve claramente. Hay muchas personas que, en su ámbito, respetan completamente los derechos humanos, pero fuera de su ámbito no. Significa decir que yo considero que son humanos solamente los míos y que los demás podrán ser candidatos a seres humanos, o medio humanos. Pero todos deberían ser humanos, para mí, todos tienen dignidad. En el comportamiento, parece que no, porque a muchas personas las desconozco y a otras las tengo en cuenta, de manera absoluta… La falta de consideración de que todos somos seres humanos, de que todos somos hermanos, está llevándonos a ver que ya es imposible vivir así. O esto cambia, o se vuelve cada vez más inviable. Esto que podría parecer algo muy elemental no lo es».
Se desprende de todo lo dicho que esta espiritualidad privilegia una virtud por encima de todas las otras, la Fraternidad, de ella dice:
«La fraternidad es una magnitud absolutamente trascendente. Los seres humanos, en los mejores momentos, por ejemplo, en el momento de los estoicos, llegaron a decir: “yo soy un cosmopolita”, o sea, no soy un ciudadano de Atenas o de Tebas, sino del cosmos y de todo el mundo. Esto fue una cosa maravillosa y totalmente inasimilable para el orden establecido de entonces. Lo mismo hicieron Kant y otros [filósofos] y volvieron a hablar de cosmopolitismo, diciendo que, de alguna manera, la paz tiene que ver con esto y sobre cómo nos definimos como seres humanos. Encarnarse como hermano en este mundo es ser cristiano. Ser cristiano no es algo fundamentalmente religioso, no es hacer prácticas religiosas, no. Es, como hijo de Dios, vivir como hermano de todos a partir de abajo. Esto es lo esencial».
[1] Es Licenciado en Filosofía y Doctor en Teología por la Universidad Católica de Quito, Ecuador; pertenece al Centro Gumilla. Centro de investigación y Acción Social de la Compañía de Jesús en Venezuela.