Polémica en Canadá por la quema libros de “Astérix y Obélix”, “Tintín” y “Lucky Luke”, por parte de sectores progresistas. 5.000 ejemplares fueron seleccionados y retirados de las bibliotecas por una asociación de escuelas canadienses al considerar que “mostraban prejuicios contra los pueblos indígenas”.
“Enterramos las cenizas del racismo, la discriminación y los estereotipos con la esperanza de crecer en un país inclusivo donde todos podamos vivir en prosperidad y seguridad”, expresó Susy Kies, integrante del partido del primer ministro, Justin Trudeau, en un video difundido por un medio canadiense.
Kies, fue una de las protagonistas de la quema y retirada de los libros mediante un comité de la Junta Escolar católica de Providence, que supervisa treinta escuelas primarias y secundarias de habla francesa en el suroeste de Ontario.
Dichas autoridades, argumentaron que los personajes aborígenes representados en los ejemplares son poco “fiables, vagos, borrachos, estúpidos. Cuando se perpetúa ese tipo de imagen en la mente de los jóvenes, es difícil deshacerse de ella”.
Por su parte Lyne Cossette, portavoz del consejo escolar de dicha asociación, manifestó en la Radio Nacional: “Se trata de un gesto de reconciliación con las primeras naciones y de una apertura hacia las otras comunidades presentes en la escuela y en nuestra sociedad” y remarcó que esas obras expresan “contenido anticuado e inapropiado”.
Si bien Trudeau manifestó; “Nunca estaré de acuerdo con la quema de libros”, admitió que es importante una reconciliación con los pueblos indígenas.
Tras la polémica, el ministerio de Educación de Ontario aclaró en un comunicado que la selección de las obras en las bibliotecas de las escuelas es responsabilidad de cada comisión escolar.
El acto de quema de libros ha sido una característica de gobiernos autoritarios. En este caso, el progresismo expresa un discurso de “tolerancia, diversidad, libertad e igualdad”, pero niega con sus actos su prédica, actuando en espejo a muchos de los “gobiernos de derecha” que suele criticar. Canadá se ha convertido bajo la gestión de Justin Trudeau en una especie faro para el progresismo global, una corriente política que no duda en aplicar la “cultura de la cancelación” de manera totalitaria sobre todo lo que no considera “políticamente correcto”.
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