Canadá obliga a “reeducarse” al intelectual Jordan Peterson por contradecir la ideología de género – Por Claudia Peiró

Por Claudia Peiró

En enero pasado se supo que Canadá quería enviar a “reeducación” al muy popular intelectual Jordan Peterson, cuyo crimen es no ser un ultra progresista rendido a la ideología de género.

Reeducación… Parece increíble que, a esta altura de la historia, se le quiera imponer a la fuerza a una persona una doctrina. Son medidas dignas de regímenes abrumadoramente represivos, en los que no se admite ninguna disidencia, se patologiza el pensamiento crítico y se crean dispositivos para el formateo de disidentes políticos, pero también de díscolos, inadaptados, adictos, homosexuales, soñadores, curiosos… En concreto, para doblegar a todo el que osara pensar por sí mismo.

En Cuba, por ejemplo, se los llamó Unidades Militares de Ayuda a la Producción; en la práctica, campos de trabajo forzado para “contrarrevolucionarios”. Unos 50.000 jóvenes pasaron por ese método soviético de represión que buscaba un efecto ejemplificador: el que se atreviera a correrse un milímetro de la doctrina oficial sabía que le esperaba la reclusión en uno de esos campos o la muerte civil. Muchos se autoconvencían de las bondades del régimen y otros caían en la simulación para evitar la excomunión.

Pensemos si hoy no sucede algo análogo, cuando a la sociedad se la avasalla con el lenguaje inclusivo, el sexo asignado al nacer o el patriarcado imaginario. Y guay del que no se someta, sobre todo si su sustento depende de ello.

También la España franquista tuvo campos para recluir a combatientes o simpatizantes republicanos -los que todavía eran considerados recuperables; los otros a la cárcel o al paredón-; allí, amén de hacerlos trabajar les concedían pausas para entonar De cara al sol.

Con distintas modalidades que solían incluir la vigilancia y delación mutua, además de la autocrítica, humillación y flagelación públicas, este afán reeducador existió en casi todas las dictaduras, tanto de derecha como de izquierda.

Lo que resulta inadmisible es que en el presente se lo aplique en democracia. Y en nombre de la diversidad. Pululan hoy en el espacio público minorías que coartan todo debate en nombre de su derecho a no ser ofendidas. Y logran mediante acciones de presión imponer su criterio al conjunto. Hace tiempo que estas tribus activas y vociferantes están detrás de Jordan Peterson, psicólogo clínico que tiene la osadía de cuestionar la ideología de género y que para colmo tiene millones de seguidores en Twitter y Youtube.

Esto sucede en el Canadá democrático, moderno y liberal, donde hoy se quiere someter a este influyente pensador y divulgador a un programa de reeducación para que aprenda a expresarse correctamente en las redes…

El Caso Peterson es un ejemplo más del viraje estalinista de muchos ambientes públicos en occidente: universidades, colegios profesionales, medios…

La resistencia de este psicólogo canadiense a los movimientos woke y a la ideología queer resulta intolerable. Peterson es un claro detractor de lo políticamente correcto. Sus críticas apuntan sobre todo al ultra feminismo actual, a la teoría crítica de la raza (o nuevo antirracismo) y al catastrofismo ambientalista. Sostiene por ejemplo que en la actualidad hay una “reacción violenta contra la masculinidad” y que “el espíritu masculino está siendo atacado”.

Por este descaro ya ha sido objeto de varias cancelaciones. El hecho de ser uno de los intelectuales en lengua inglesa más influyentes del mundo, autor del best seller 12 reglas para vivir: un antídoto al caos, 7 millones de ejemplares vendidos en más de 40 idiomas, no lo salva del embate identitario.

Hace unos años, la universidad de Cambridge le retiró el ofrecimiento que le había hecho como investigador invitado por una campaña de estudiantes y profesores ofendidos, molestos por tener que ver en sus claustros a este implacable detractor de las ideologías políticamente correctas.

También estuvo cancelado en Twitter, aunque su cuenta fue restablecida cuando Elon Musk adquirió la red. Famoso por su lengua filosa y su coraje para ir contra la corriente, en su canal de Youtube tiene 7,4 millones de suscriptores y 4,6 millones lo siguen en la red rebautizada Equis.

Pero la persecución sigue y ahora hay quienes quieren volver progre a Jordan Peterson aunque sea “a palos” (como al personaje de la comedia de Molière).

En enero pasado, el acoso avanzó un casillero más con la decisión del Colegio de Psicólogos de Ontario, que regula la actividad profesional, de condenar al díscolo a someterse a un “curso de reeducación” so pena de perder su licencia profesional. “Debo seguir un curso de reciclaje con informes que documenten mis ‘progresos’ o enfrentarme a un tribunal en persona y a la suspensión de mi derecho a ejercer”, decía Peterson, al conocer la decisión, que se negó a acatar y apeló ante la justicia.

Peterson denunció que se estaba coartando su derecho a la libre expresión dado que los comentarios por los cuales lo acusaban eran esencialmente políticos y no hacían referencia a su práctica profesional. Pero evidentemente también la justicia está contaminada de wokismo -y no sólo en Canadá-. El Tribunal Divisional de Ontario dictaminó hace unos días que la decisión del Colegio de Psicólogos no afectaba ninguna libertad fundamental y que Peterson debía por lo tanto aceptarla y someterse a la reeducación.

El Colegio lo acusó de “discurso de odio” -la muletilla favorita del wokismo, con la cual se elude todo debate- y de “lenguaje denigrante”.

El sitio The Free Press enumeró los cargos contra Peterson: “Llamar idiota a un asesor del primer ministro Justin Trudeau. Burlarse de los ecologistas. Usar pronombres femeninos para referirse al actor transexual Elliot Page. Declarar que una modelo de tallas grandes en la portada de Sports Illustrated ‘no es guapa’”. También se había atrevido a criticar a los médicos que lucran con las transiciones de género.

Ahora, el tribunal confirmó que Peterson debe completar el “Programa de Educación Continua Específica o Programa Remedial (sic)”, SCERP, por su nombre en inglés. El totalitarismo adora las siglas…

Peterson viene denunciando hace tiempo el creciente clima “orwelliano” en Canadá, que sus colegas y los jueces de Ontario no han hecho sino confirmar: lo condenan por delito de pensamiento. “El problema con cada una de las cosas por las que he sido condenado a reeducación -alega- es que políticamente no son suficientemente izquierdistas. Simplemente, soy demasiado liberal, o, lo que es aún más imperdonable, conservador”.

De hecho, de todas las denuncias a las que el Consejo dio cabida, ninguna fue formulada por algún paciente o ex paciente del acusado. No son quejas por la práctica de Peterson como psicólogo clínico sino por sus intervenciones en el debate público. En consecuencia, dice, sólo lo están censurando por sus opiniones, en base a denuncias de gente que simplemente no piensa como él. Gente a la que además se protege con el anonimato mientras que a él lo crucifican públicamente.

Que un profesional se vea impedido de trabajar por sus opiniones es un hecho cuya gravedad es difícil de exagerar. Sin embargo, lentamente nos estamos acostumbrando a este clima macartista, a que la corrección política sea una vía de ascenso para mediocres mientras que una mente brillante puede ser “cancelada” por no encajar en los cánones progresistas.

En una entrevista por zoom que le hizo su propia hija, la podcaster Mikhaila Peterson, el psicólogo comentó algunos de los fundamentos del fallo en su contra.

“La orden no es disciplinaria y no impide que el Dr. Peterson se exprese sobre temas controversiales; tiene un impacto mínimo en su derecho a la libertad de expresión”, dice, por ejemplo la decisión de la Corte canadiense, párrafo que le arrancó al aludido una carcajada.

“Yo debo ser reentrenado, sin importar el tiempo que tome, hasta que las personas a cargo de mi reentrenamiento decidan que aprendí la lección”, señaló Peterson. Enojado por la afirmación de que “no es una orden disciplinaria”, increpó a los miembros del tribunal: “No mientan miserables, ¡qué patéticos son! Ya que vienen por mí, ¿por qué no admiten que me están disciplinando?”

“Los fascistas al menos te lo dicen de frente: no tienes derecho a hablar”, agrega, en contraste con la hipocresía de jueces que restringen su libertad de expresión pero no quieren admitirlo. En su cuenta, tuiteó: “Me temo que soy incorregible. Pero, adelante, hagan lo que quieran. Lo haremos público y que las fichas caigan donde puedan”, algo así como “que sea lo que Dios quiera”.

De hecho, de todas las denuncias a las que el Consejo dio cabida, ninguna fue formulada por algún paciente o ex paciente del acusado. No son quejas por la práctica de Peterson como psicólogo clínico sino por sus intervenciones en el debate público. En consecuencia, dice, sólo lo están censurando por sus opiniones, en base a denuncias de gente que simplemente no piensa como él. Gente a la que además se protege con el anonimato mientras que a él lo crucifican públicamente.

Que un profesional se vea impedido de trabajar por sus opiniones es un hecho cuya gravedad es difícil de exagerar. Sin embargo, lentamente nos estamos acostumbrando a este clima macartista, a que la corrección política sea una vía de ascenso para mediocres mientras que una mente brillante puede ser “cancelada” por no encajar en los cánones progresistas.

En una entrevista por zoom que le hizo su propia hija, la podcaster Mikhaila Peterson, el psicólogo comentó algunos de los fundamentos del fallo en su contra.

“La orden no es disciplinaria y no impide que el Dr. Peterson se exprese sobre temas controversiales; tiene un impacto mínimo en su derecho a la libertad de expresión”, dice, por ejemplo la decisión de la Corte canadiense, párrafo que le arrancó al aludido una carcajada.

“Yo debo ser reentrenado, sin importar el tiempo que tome, hasta que las personas a cargo de mi reentrenamiento decidan que aprendí la lección”, señaló Peterson. Enojado por la afirmación de que “no es una orden disciplinaria”, increpó a los miembros del tribunal: “No mientan miserables, ¡qué patéticos son! Ya que vienen por mí, ¿por qué no admiten que me están disciplinando?”

“Los fascistas al menos te lo dicen de frente: no tienes derecho a hablar”, agrega, en contraste con la hipocresía de jueces que restringen su libertad de expresión pero no quieren admitirlo. En su cuenta, tuiteó: “Me temo que soy incorregible. Pero, adelante, hagan lo que quieran. Lo haremos público y que las fichas caigan donde puedan”, algo así como “que sea lo que Dios quiera”.

En la charla con su hija, admitió que “probablemente el tuit que inició todo esto fue el de Elliot Page”. Peterson sostuvo que las cirugías de transición, en particular las mutilaciones -ablación de los senos, castración- son algo “mucho peor que la lobotomía de los años 30 del siglo pasado”.

Cabe señalar que, en los países que más han avanzado en la facilitación de la transición sexual, están empezando a revisar muchos supuestos en torno a las cirugías de reasignación de género. Peterson explicó que varios países, si bien todavía no han llegado a prohibirlas, sí las están restringiendo. Es el caso de Dinamarca, Suecia, Holanda, siendo esta última la más relevante, dijo, “porque es donde empezó esta idea de la afirmación de género”.

“Los europeos se despertaron (y dijeron): ¿sabes qué? parece que no hay evidencia de que esterilizar jóvenes, cortar sus pechos, los haga felices… ¿no es un shock?”, ironizó.

Entrevistado por Piers Morgan para Sky News, Peterson cuestionó el discurso que se les baja a los jóvenes, de que “el mundo es una tremenda tiranía patriarcal y que en eso está toda la explicación de la historia”. Esto hace que “toda expresión de masculinidad sea equivalente a una fuerza de destrucción del mundo”. Los hombres jóvenes bombardeados por este discurso están entre los principales destinatarios de la prédica de Jordan Peterson.

Por ese motivo, la actriz y directora ultra feminista Olivia Wilde lo trató de viejo reaccionario, seguido por los incel (acrónimo de célibe involuntario o involuntary celibate, en inglés, término despectivo para varones que se sienten frustrados por su falta de éxito con las mujeres), y lo convirtió en personaje de una película.

Peterson dijo que se alegraba de que lo interpretara un actor buen mozo -Chris Pine- y que esperaba que también estuviera a la altura de su estilo para vestir.

En 2022, la periodista francesa Anne Toulouse publicó Wokisme: la France sera-t-elle contaminée? (Wokismo: ¿Francia será contaminada?). Allí hacía una descripción de esta tendencia que califica como un subproducto de la corrección política, con sesgos de fanatismo religioso. Su nombre -woke- viene de la palabra “despierto”, y alude a la toma de conciencia, a una actitud híper alerta o híper sensible ante todas las discriminaciones. En realidad se trata de una ruptura con el universalismo de los derechos y las libertades, porque las discriminaciones que denuncian los woke tienen nombre y apellido: mujeres, negros, homosexuales y transexuales. Y un enemigo por excelencia: el macho blanco heterosexual.

En su libro, Anne Toulouse decía que hasta ahora el wokismo no había creído necesario abrir campos de reeducación, pero que ya practicaba la humillación, el acoso, el ostracismo y hasta legitimaba los escraches y las manifestaciones violentas.

Pues bien, ese análisis quedó viejo. Un paso más hacia el fanatismo ha sido dado y Jordan Peterson es la víctima propiciatoria.

Al revés que Sganarelle, el personaje de Molière, que finge ser médico para que dejen de apalearlo, hay muchos que ni “a palos” están dispuestos a dejar de ser lo son. Celebremos a los Jordan Peterson que se plantan a pesar de los riesgos que ello conlleva; a los que se atreven a ir contra la corriente; a los que rechazan la imposición de un “habla” o de una determinada visión del mundo dictada por dogmáticos que degradan el saber e insultan la inteligencia.

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