Baratijas y camelos
Por Juan Manuel de Prada
Nos hemos venido hasta Marrakech, invitados gentilmente a las Conversaciones Literarias de Formentor que dirige Basilio Baltasar. También han sido invitados decenas de periodistas culturales que han debatido sobre los desafíos, retos y dilemas de su oficio, en una época en la que «la expansión de la industria del entretenimiento se ha convertido en una poderosa máquina extractiva del tiempo vital». Así reza el programa de las Conversaciones Literarias; yo más bien creo que la industria del entretenimiento tiene como misión molturar almas, convirtiéndolas en papilla indistinta. La misma misión, en fin, que tenía aquel anillo de Sauron, en la novela de Tolkien: «Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos a las tinieblas».
La llamada –con inaceptable oxímoron– «inteligencia artificial» permitirá en los próximos años ejecutar esta misión azufrosa con opíparos resultados, creando una suerte de «mente colmena» que exonerará a cientos de millones de personas de la nefasta manía de pensar. Cientos de millones de personas que repetirán como loritos las mismas consignas mefíticas, que cultivarán los mismos gustos plebeyos, que disfrutarán con las mismas baratijas culturales (concebidas todas ellas, por supuesto, para su sometimiento y perdición de su alma). La cultura es el alimento que el alma necesita, para no consumirse ni rendirse a la barbarie; pero lo que nuestra época llama «cultura» no es otra cosa sino consumismo que nos permite «estar a la moda» mediante el coleccionismo de camelos, para mantener a las masas cretinizadas sometidas a estímulos que, lejos de nutrir su pensamiento y de formar su gusto estético, contribuyen a su alienación: novelitas febles y anémicas de escritores del Régimen, conciertos de estrellitas y asteroides que regurgitan en sus canciones todas las paparruchas e insidias sistémicas, series de televisión mamarrachas y con perspectiva de género, etcétera. En definitiva, un «soma» que la llamada «inteligencia artificial» podrá multiplicar fácilmente, inculcando los hábitos de «consumo cultural» que convienen para atarnos a las tinieblas (hábitos que, por supuesto, nuestros gobernantes fomentarán y subvencionarán rumbosamente).
En los coloquios de Formentor observé con inquietud que había algunos –quizá demasiados– participantes dispuestos a convertirse en apóstoles de esta colección de baratijas y camelos, con la excusa de «atender los gustos del público», que se pirra por Taylor Swift y los vídeos de Tiktok. Pero el único periodismo cultural digno de tal nombre –y, a la postre, el único viable– será el que haga un esfuerzo de discernimiento, denunciando la falsificación de la cultura y su conversión en una fábrica de pacotillas. De lo contrario, no le restará otro destino sino uncirse al carro de la llamada «inteligencia artificial» (a ritmo de Taylor Swift y con guarnición de videos de Tiktok, por supuesto).
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