Por Marcelo Ramírez
Alemania, ese país que todos ubican en el mapa, pero del que pocos realmente entienden algo más allá del nombre de su canciller. La política alemana, clave para Europa, permanece envuelta en una especie de nube de desconocimiento para quienes no viven allí. Pero desentrañarla es crucial, porque lo que pase en Berlín determinará, para bien o para mal, el futuro de Europa, el conflicto en Ucrania y hasta el juego geopolítico global.
Para empezar, hablemos de los partidos tradicionales. La CDU/CSU, esa vieja gloria conservadora que dominó Alemania por décadas, dio al mundo figuras como Angela Merkel, la “madre” de Europa, que entre 2005 y 2021 gobernó con una mano que parecía firme, pero terminó siendo un festival de pragmatismo al servicio del globalismo. Hoy, bajo el liderazgo de Friedrich Merz y Markus Söder, intentan revivir algo del brillo perdido. Pero la realidad es que, tras la salida de Merkel, el partido ha quedado reducido a un cascarón que ya no convence como antes.
Por el otro lado del espectro, tenemos al SPD, la socialdemocracia liderada por Olaf Scholz, quien actualmente ocupa la cancillería. Scholz llegó al poder prometiendo fortalecer la economía y la justicia social, pero el consenso entre los alemanes parece ser que ha fallado estrepitosamente. Lo acompaña Lars Klingbeil, que intenta, con un tono más tecnócrata, mantener el barco a flote mientras el agua entra por todos lados.
Los verdes y los liberales: una coalición que no despega
La coalición semáforo —SPD, Verdes y el FDP— parecía ser el sueño húmedo del globalismo: justicia social, ambientalismo extremo y economía liberal, todo en un solo paquete. Sin embargo, como suele pasar, gobernar es un ejercicio distinto al de las promesas electorales. Los Verdes, liderados por figuras como Robert Habeck (ministro de Economía y Clima) y Annalena Baerbock (ministra de Exteriores), se han revelado como grandes defensores de la guerra en Ucrania y de la agenda climática radical. Curiosamente, sus políticas han hecho poco para salvar el planeta, pero mucho para arruinar la economía alemana.
Por su parte, el FDP —el partido liberal— aporta una lógica de mercado que choca con las promesas sociales de sus socios. Su líder, Christian Lindner, acaba de renunciar, dejando a Scholz sin mayoría y al gobierno en crisis. La excusa oficial es; “diferencias insalvables”, pero lo que realmente está pasando es que nadie quiere quedarse en un barco que se hunde.
La izquierda fragmentada y la “ultraderecha” demonizada
En la izquierda, Die Linke lucha por mantener su espacio mientras enfrenta la competencia interna de la nueva Alianza Sarah Wagenknecht (BSW). Esta última, liderada por la carismática Wagenknecht, propone una izquierda nacionalista, populista y más pragmática en temas sociales y económicos. Si bien condena la guerra en Ucrania y las sanciones contra Rusia, no se anima a abrazar abiertamente una política pro-rusa. Eso sí, critica sin tapujos las políticas woke que, según ella, desvían el foco de los problemas reales.
En la otra punta del espectro, Alternativa para Alemania (AfD) crece como un cuco para la prensa internacional. Críticos de la inmigración, las políticas woke y la Unión Europea, los de la AfD recomiendan un enfoque más nacionalista y pragmático, incluso abogando por relaciones equilibradas con Rusia. ¿Qué hace la prensa globalista? Demonizarlos como la “ultraderecha” para que nadie se atreva a tomarlos en serio.
El dilema energético y la voladura del Nord Stream
Aquí entra en juego el verdadero drama alemán: la dependencia energética y la voladura del Nord Stream. Mientras la AfD pide pragmatismo y cooperación con Rusia para garantizar energía barata, los Verdes y el SPD prefieren mirar hacia otro lado. La narrativa oficial culpa a Rusia del ataque al gasoducto, una acusación tan ridícula como pensar que alguien quemaría su propia casa para protestar contra el vecino.
La realidad es que Alemania, en lugar de exigir una investigación seria, abrazó el discurso de la “descarbonización” para justificar su dependencia de Estados Unidos. Esto, claro, en nombre de una “soberanía energética” que solo existe en los discursos políticos.
El factor BRICS y el futuro incierto
En medio de este caos, aparece Sarah Wagenknecht con una propuesta que sacude los cimientos de la política alemana: un acercamiento a los BRICS como alternativa al vasallaje estadounidense. Según Wagenknecht, sin esta alianza estratégica, Alemania caerá en una recesión terminal mientras Washington extrae lo poco que queda de su economía y talento.
La AfD, curiosamente, también ha mostrado interés en los BRICS, reconociendo el potencial de diversificar relaciones internacionales y reducir la dependencia de instituciones occidentales como el FMI y el Banco Mundial. Incluso Die Linke, aunque con reservas, reconoce la importancia de explorar esta vía.
Conclusión: ¿Hacia dónde va Alemania?
El escenario alemán plantea una incógnita estratégica: ¿podrá Alemania romper sus cadenas con Washington y construir un eje con Moscú que transforme Europa? La respuesta, por ahora, parece ser negativa. Alemania perdió la guerra, y con ella, su capacidad de decisión soberana. Todo depende de si Trump, en su regreso al poder, decide dejar a Europa librada a su suerte, permitiendo que los nacionalismos resurjan, o si el control anglosajón se perpetúa una vez más.
Lo que está claro es que el modelo actual –basado en políticas woke, alianzas disfuncionales y una dependencia ciega de Estados Unidos– está condenado al fracaso. Alemania deberá elegir entre la irrelevancia global o un giro histórico hacia un orden multipolar. Y esa elección definirá no solo su futuro, sino el de Europa entera.
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