Toque de queda, pero ¿con qué objetivo?‎ Por Thierry Meyssan

Toque de queda, pero ¿con qué objetivo?por Thierry Meyssan

Los franceses descubren con estupefacción que su gobierno estima que el toque ‎de queda, una medida de orden público, puede ser eficaz ante una epidemia. ‎Por supuesto, todo el mundo sabe que los virus no respetan horarios impuestos ‎por decreto y, ante los errores anteriores, todos se hacen la pregunta lógica: ‎‎¿Qué objetivo tiene el toque de queda?

Varios países occidentales estiman que están enfrentando una nueva ola epidémica de Covid-19. ‎La ciudadanía, que ya ha sufrido mucho –no tanto por la enfermedad como por las medidas ‎adoptadas para protegerla del virus– acepta difícilmente la imposición de nuevas medidas de ‎orden público bajo un argumento sanitario. Momento apropiado para que analicemos los ‎comportamientos. ‎

Los gobernantes saben que van tener que rendir cuentas de lo que han hecho y lo que no. Ante ‎la enfermedad y más aún debido a esa presión, se han visto obligados a actuar. ¿Cómo han ‎concebido su estrategia?‎

Para elaborarla se han apoyado en los consejos de especialistas (médicos, biólogos y expertos en ‎estadísticas). Entre estos especialistas apareció de inmediato una división en función de sus ‎disciplinas respectivas. Surgieron oposiciones entre los expertos de materias diferentes, ‎de manera que los gobernantes siguieron trabajando sólo con algunos de ellos. Pero, ‎‎¿qué criterios aplicaron los gobernantes para determinar con cuáles expertos seguirían ‎trabajando? ‎

Muchos puntos de incertitud

En muchos países, la opinión pública está convencida de:‎
- que el virus se transmite por microgotas de fluidos provenientes de la vías respiratorias;‎
- que la contaminación puede evitarse mediante el uso de mascarillas quirúrgicas y manteniéndose ‎‎a una distancia de al menos 1 metro de sus interlocutores;
- que es posible diferenciar las personas sanas de las personas enfermas recurriendo a los tests ‎‎PCR. ‎

Pero resulta que los especialistas son mucho menos afirmativos. Algunos incluso afirman lo contrario:‎
- que el virus se transmite principalmente no por las microgotas de fluidos de las vías respiratorias sino ‎‎a través del aire que respiramos;
- que, por consiguiente, las mascarillas quirúrgicas y el “distanciamiento social” no sirven de nada;
- que los tests PCR realizados no miden los mismos parámetros en dependencia de los ‎‎laboratorios, lo cual implica que las estadísticas basadas en esos resultados son como sumar ‎‎manzanas y peras. ‎

O sea, a pesar de los mensajes tranquilizadores de las autoridades, aún reina la mayor confusión ‎‎sobre las características de esta epidemia. ‎

¿Qué hacer?

Los gobernantes estaban ante un problema nuevo, sin disponer de ningún tipo de formación ‎‎profesional que los hubiese preparado para enfrentarlo, así que recurrieron a especialistas. ‎‎Si bien los primeros especialistas les aportaron consejos claros, todo se hizo más complicado ‎‎cuando otros especialistas comenzaron a contradecir a los primeros. ‎

Los gobernantes eminentemente políticos sólo podían reaccionar en función de su experiencia ‎‎como políticos. Con el tiempo y la edad han aprendido a proponer algo un poquito mejor que el ‎‎adversario político –por ejemplo, un aumento de 0,6% del salario básico en vez del 0,5% que ‎‎propone el adversario–, y a encontrar después alguna excusa para justificar el no cumplimiento de ‎‎su promesa. La epidemia los agarró desprevenidos y estos políticos se lanzaron a querer hacer ‎‎más que sus vecinos –tratando de demostrar su propia superioridad. Lo que hicieron sobre todo ‎‎fue esconder su propia incompetencia recurriendo a medidas autoritarias. ‎

Los gobernantes tecnócratas sólo podían reaccionar siguiendo la experiencia de su rama ‎‎burocrática ante catástrofes de gran envergadura. Pero es difícil adaptar a una crisis sanitaria ‎‎la experiencia adquirida frente a inundaciones o terremotos. Por reflejo, estos gobernantes ‎‎se volvieron hacia las administraciones de salud pública que ya existían. Pero los responsables ‎‎políticos ya habían inventado nuevas estructuras que acabaron haciendo lo mismo que las que ya ‎‎existían porque nadie fue capaz de precisar las competencias o funciones de cada una. En vez de ‎‎unirse en un esfuerzo común, cada cual trataba de preservar su propio “espacio”. ‎

Si los gobernantes hubiesen sido electos teniendo en cuenta su grado de autoridad personal –o sea, tanto ‎por su ‎firmeza como por su grado demostrado de interés por el bien de los demás– habrían ‎enfrentado el problema en función ‎de su nivel cultural. ‎

En ese sentido, los gobernantes sabían que los virus necesitan a las personas que infectan para ‎vivir. Por muy mortal que pueda ser el Covid-19, durante las primeras semanas de su aparición ‎no iba a acabar con la humanidad sino más bien iba a adaptarse a los seres humanos, su letalidad ‎descendería rápidamente y ya nunca habría otro “pico epidémico”. La idea de una «segunda ‎ola» les parecía altamente improbable. Nunca, desde que la ciencia comenzó a diferenciar los ‎virus de las bacterias, nunca se ha observado una enfermedad viral en varias “olas”. ‎

Lo que estamos viendo ahora –en Estados Unidos, por ejemplo– no son pequeñas olas ‎adicionales sino la llegada del virus a nuevas poblaciones a las cuales no se había adaptado aún. ‎La acumulación nacional de cantidades de enfermos esconde una repartición geográfica y por ‎sectores sociales. ‎

Por otro lado, al no saber cómo se transmite el virus, los gobernantes supondrían que lo hacía ‎como todas las demás enfermedades respiratorias: no a través de microgotas de fluidos de las ‎vías respiratorias sino por el aire que respiramos. Y también habrían sabido que en todas las ‎epidemias virales la mayoría de los decesos no es imputable al virus mismo sino a las ‎comorbilidades [1]. Por consiguiente, esos ‎gobernantes no habrían recomendado desinfectarse las manos sino simplemente lavárselas con ‎la mayor frecuencia posible. Y habrían velado por la instalación de puntos donde hacerlo. ‎

Esas son, por cierto, las 2 medidas principales que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ‎aconsejó desde el principio de la epidemia… antes de que la histeria tomara el lugar de la ‎reflexión. Nada de mascarillas quirúrgicas, desinfecciones o cuarentenas y menos aún decretar el ‎confinamiento de personas sanas. ‎

La ciencia no da respuestas definitivas, sólo va eliminando preguntas

La manera como se puso en escena a los científicos es muestra de una evidente incomprensión ‎de qué es la ciencia. La ciencia no es una acumulación de saberes sino un proceso de obtención ‎del conocimiento. Acabamos de comprobar que el espíritu científico y la práctica actual son casi ‎incompatibles. ‎

Es absurdo exigir a científicos que sólo comienzan a estudiar un virus, su modo de propagación y ‎los daños que puede causar, que pongan remedio a lo que todavía no conocen. Y es ‎cuando menos pretencioso que ciertos científicos se atrevan a “responder” a tal pedido. ‎

Un cambio en el seno de la sociedad

En el momento de la aparición de este virus, la adopción de ciertas medidas podía explicarse como ‎resultado de errores de apreciación. Por ejemplo, el presidente francés Emmanuel Macron inició ‎la práctica del confinamiento generalizado bajo la influencia de las estadísticas catastrofistas del ‎británico Neil Ferguson, del Imperial College of London [2]. ‎Ferguson auguraba al menos 500 000 muertos y hay 14 veces menos, según cifras oficiales de ‎las que ya se sabe que están por encima de la realidad. Retrospectivamente, resulta que la grave ‎transgresión de las libertades que fue el confinamiento generalizado no estuvo justificada por ‎los hechos. ‎

Sin embargo, la decisión de imponer un toque de queda, tomada meses después del ‎confinamiento generalizado, es imposible de entender de parte de Estados democráticos: todos ‎han podido comprobar que este virus ha resultado mucho menos letal de lo que se temía y que ‎la etapa más peligrosa ha quedado atrás. Ningún dato actual justifica tal embestida contra las ‎libertades. ‎

El propio presidente Macron ha justificado el toque de queda en Francia hablando de una ‎‎“segunda ola” que no existe. Si en este momento se basa en un argumento tan poco convincente… ¿cuándo ‎levantará esa medida? ‎

Los hechos demuestran que esta vez no se trata de un error de apreciación sino de una política ‎autoritaria que se quiere justificar invocando una crisis humanitaria [3].‎

[1] Puede tratarse de patologías prexistentes o de debilidades también ‎prexistentes en el organismo del enfermo que se exacerban aprovechando el estado de debilidad ‎generalizada provocado por el virus. Nota de la Red Voltaire.

[2] «Covid-19: Neil Ferguson, el Lysenko del liberalismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de abril de 2020.

[3] «Covid-19 y “Amanecer Rojo”‎», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de abril de 2020.