Temor y buena fe – manipulaciones del ciudadano

Carlos A. Valle *

El temor ha sido, a lo largo de la historia, un instrumento indispensable del poder dictatorial. Esta palabra ha perdido algo de su severidad por el uso abusivo de los medios de comunicación, pero creo que, de todos modos, expresa algo que se entiende. Temor y poder forman un binomio real.

Alguna vez Gabriel García Márquez recordaba que si en un cuento digo que del cuerpo del herido brotaba sangre verde, en cuanto el lector lo acepta, la sangre es verde. La buena fe de la gente se encuentra expuesta cuando esto sucede en el ámbito político. Es allí adonde apunta el uso comercial de la propaganda para lograr eficacia, del que también hacen uso los políticos. La eficacia de la propaganda comercial tiene sus limitaciones a pesar de su importancia. La pregunta es por qué se produce esta aceptación acrítica de mensajes que emanan de centros políticos. Esta inercia a plantear cuestionamientos y aceptar sin más lo recibido parece reflejar mayormente un cierto temor a  enfrentar las críticas y las dudas.

Aun reconociendo las debilidades de ciertas argumentaciones, sería muy difícil negar muchas de las actitudes que han marcado el derrotero político que imprimió carácter buscando la sumisión de aquellos que, por los caminos de la libertad quieran conocer, juzgar, indagar, cuestionar, dudar. Por eso hay que saber por qué hay manifestaciones irracionales como odio ancestral que llevan a negar cualquier respeto o consideración.

Para el comunicador italiano Bruno Ballardini, la construcción del pensamiento se comprende a partir de técnicas que se desnudan en la presencia de otros actores comerciales que las utilizan. Una de las razones para él es que “hoy como entonces, la eficacia de un producto radica en la buena fe de la gente”.

El trasfondo cultural de la sociedad tiene mucho de esa autoridad paterna que condiciona todos los intentos para ejercer autonomía a fin de encarar y comprender la vida. La cultura inserta en las venas de la sociedad está plagada de esa influencia. Tiene el peso de siglos de presencia y ejercicio de autoridad y adoctrinamiento, que busca no solo cubrir las necesidades propias de todo ser humano sino también determinar su realización. La experiencia humana frente a lo que está más allá de su mundo físico cercano tiene el poder de producir temor. Se trata de un temor atendible, e intentar dar un paso fuera de ese círculo requiere un coraje muy significativo. Esto lleva inexorablemente a negar todo cambio y a creer en la permanencia de valores que, aunque no poseerá nunca, proveen un halo de ensueño irreal.

David Hume entendía que para él la religión primera de la humanidad “surge de un miedo lleno de ansiedad por los acontecimientos futuros”, por lo que todo acercamiento a esos poderes invisibles produce aprensiones plenas de temor junto a las supuestas represalias que estos podrían provocar. Ya afirmaba Baruch Spinoza (1632-1677), quien fuera muy hostigado en su momento por sus convicciones religiosas: “La verdadera causa de la superstición, lo que la conserva y entretiene es el temor”.

Es ese temor el que lleva a una buena parte de una sociedad a sostener lo que, a la final, juega en su contra. Es así que, aunque se pruebe que la pobreza, no es una fatalidad sino una injusticia, resultado de estructuras sociales y culturales, que han construido así la sociedad, se niega a reconocerlo.

Es justamente en estos tiempos, después de una década en busca de una sociedad más igualitaria en varios países de América latina, que se procura demoler el lugar que debe ocupar el Estado en toda sociedad democrática. Se comienza por denunciar la corrupción y la ineficiencia en el manejo de la cosa pública. Junto a la descalificación del Estado se une la negación de la historia y la relevancia, de la misma política. Llega, como en los 90, el tiempo de los ejecutivos y los empresarios, porque ellos saben cómo se manejan las empresas y cómo se obtienen resultados y, por supuesto, porque son eficientes y honrados.

Los enormes beneficios que anuncian habrán de sobrevenir, en el país de nunca jamás, comienza por una salvaje destrucción de la industria local, la privatización de las riquezas nacionales y la libre circulación de productos importados. Así deslumbran, por supuesto, al segmento de la población más pudiente y a los que esperan ascender en la escala social, y creen que todo depende de ellos mismos. Gobiernos corruptos acompañados por empresas nacionales y trasnacionales corruptas son sostenidos por medios de comunicación que se esmeran en hablar de las maravillas de un ficticio mundo que llega a muy pocos y acrecienta el temor de muchos. Los viejos anhelos de la vieja oligarquía, no se han extinguido, porque han calado hondo en la vida de los pueblos. Hoy está demostrado que el Ave Fénix sabe cómo reconstruirse de sus cenizas. Como afirma la socióloga filipina Mina Ramírez: “La dominación de la mente es la forma más sutil de dominación. La más detestable dependencia no es la material sino la espiritual, cuando la gente pierde el poder de pensar críticamente por sí misma. En el momento en que la gente pierde ese poder, ya no es capaz de comunicar. Solo puede imitar”.

* Carlos A. Valle – Comunicador. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas.

Fuente: www.pagina12.com.ar – 13-9-17

 

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