Sobre las consecuencias del capitalismo voraz – Parte II – Por Ricardo V. López

Por Ricardo Vicente López

Parte II

Continuando la línea de investigación de la nota anterior, le voy a presentar, amigo lector, a otro miembro de esa élite intelectual de los EEUU, cuya honestidad y seriedad científica está colocada por encima de los intereses mezquinos y mediocres del establishment financiero de Wall Street. La mirada miope de estos sólo les permite avizorar el corto plazo de las posibles utilidades bursátiles. Pareciera que levantar la mirada hacia un horizonte más lejano y complejo les está prohibido, o son totalmente incapaces de hacerlo.

No debe ser entendido esto como una santificación de los investigadores que le presento. Lo que pretendo mostrar es que, aún en aquellos que no dejan de ser parte del establishment académico de las grandes universidades de los EEUU, no por ello se callan cuando enfrentan realidades que no aceptan ocultar. El Doctor Jeremy Rifkin [1] (1943), en uno de sus libros de más éxito y reconocimiento, que se titula El fin del trabajo, del año 1995 (retenga esta fecha para una mejor comprensión de sus palabras), puede afirmar siguiendo el mismo temperamento de los anteriores:

«Menos del 0,5% de la población americana ejerce actualmente un poder sin precedentes sobre la economía, lo que repercute en más de 250 millones de ciudadanos americanos. Esta pequeña élite posee el 37,4% de la totalidad de los activos empresariales privados de los Estados Unidos. Por debajo de los más ricos existe una pequeña clase alta formada por el 4% de la población trabajadora… Principalmente está formada por los nuevos profesionales, los analistas teóricos especializados o los trabajadores con grandes conocimientos que gestionan la nueva información económica basada en la alta tecnología. Este pequeño grupo… recibe una cantidad equivalente al grupo inferior formado por el 51% de los trabajadores… Los ingresos de las clases más altas siguen creciendo a un ritmo de un 2 a un 3% por encima de la inflación cuando los ingresos del resto de los  trabajadores continúan disminuyendo». (Las cifras y porcentajes de hoy son mucho peores que las que describía Rifkin entonces).

El problema que ya se había detectado, pero que comenzó a mostrar consecuencias que anunciaban graves problemas sociales fue la competencia entre la mano de obra industrial y la tecnologización de los procesos. En la medida en que los juegos de los costos se inclinaran a favor de los robots, comenzaban a expulsar mano de obra. En un principio no se advirtió – a pesar de haber sido advertido, en los años treinta, por John Maynard Keynes [2] (1883-1946) –. Al mismo tiempo, que avanzaba la desocupación, disminuía la capacidad promedio de consumo de la población. Terrible paradoja que enfrenta un sistema que necesita vender en escalas como no se habían conocido antes para su sustentabilidad, de allí la cultura del consumismo, y que por el otro lado deja cada vez más gente fuera del mercado.

Dice Rifkin que ya Carlos Marx había advertido esta contradicción, y que él pensaba que los propios capitalistas iban a detener el proceso de suplantación de hombres por máquinas. El riesgo de encontrarse ante la falta de consumidores iba a ser el punto de quiebre del problema. Leamos sus palabras:

«Efectivamente, mediante la eliminación directa del trabajo humano del proceso de producción y mediante la creación de un ejército en la reserva formado por desempleados cuyos salarios podrían ser constantes y permanentemente reducidos, los capitalistas podían estar inconscientemente cavando su propia tumba, puesto que serían cada vez menos los consumidores con suficiente nivel adquisitivo para comprar sus productos».

Llegados a este punto podemos tener la certeza de que lo que hoy está sucediendo a nivel global, y que no escapa a nadie medianamente informado, es que esto favorece a una pequeña franja de la población más rica del mundo, pero excluye a las grandes mayorías empobrecidas del sistema. Esto, según hemos leído, lo estaba denunciando Rifkin hace casi tres décadas.  Era información que estaba disponible en el nivel de las academias de los EEUU y que, por lo tanto, no podía ser ignorada por el establishment europeo. Dejaron que el agua siguiera corriendo y hoy nos invade la inundación.

En otras palabras, si bien la pandemia del virus covid 19 no estaba en las predicciones — aunque ciertas advertencias de algunos investigadores lo habían advertido– su llegada encontró un mundo muy poco preparado para combatirla. El viejo refrán dice: «De aquellas aguas… estos lodos».

El profesor de las universidades de Edimburgo, Escocia y de México, John Holloway [3] (1947), mira este proceso desde otra trayectoria intelectual:

«Durante las últimas décadas se ha dado un auge del capital financiero y de los bancos. Cambió la forma de existencia del capital. Éste se ha retirado en gran parte de la inversión en la producción, para invertir en los mercados financieros donde hay ganancias más altas. Esta conversión del capital productivo en capital dinero tiene una fuerza enorme en todo el mundo porque el capital se puede trasladar rápidamente de un lado a otro, lo que genera presiones nuevas en todos los Estados para crear condiciones atractivas para la inversión. De ahí surge la tendencia entre los Estados por ver cuál se postra más eficazmente ante el capital».

La crisis del sudeste asiático fue una prueba elocuente de ello. Es probable que se sustraigan a esta influencia depredadora países de mercados que todavía se mantienen parcialmente globalizados como la India, China continental o, por razones diferentes, los Estados Unidos, pero es muy difícil pronosticarlo. El estallido del mundo de los negocios cada vez hace más ruido. Sin embargo, sin incorporar al análisis la crisis de la pandemia, tal vez estemos frente a la mayor crisis del capitalismo mundial. Pero aquellos que dependen de la inversión extranjera, no tienen ya posibilidades de formular políticas autónomas, y esto en mayor medida cuanto más integrados al mercado mundial estén.

En este juego especulativo en la década de los ochenta George Soros [4] (1930), ya convertido en un poderoso financista internacional, logró ganarle en una sola operación dos mil millones de dólares al Banco de Inglaterra. En un libro que publicó en 1998, que llevó por título La crisis del capitalismo global – La sociedad abierta en peligro, examina el tema que venimos planteando, respecto a la globalización en estos términos, que sorprende por las reflexiones que ofrece:

«La analogía del imperio está justificada porque el sistema capitalista global gobierna efectivamente a quienes pertenecen a él, y no es fácil abandonarlo. Por otra parte, tiene un centro y una periferia, exactamente igual que un imperio, y el centro se beneficia a costa de la periferia. Pero lo más importante es que el sistema capitalista global exhibe algunas tendencias imperialistas. Lejos de buscar el equilibrio, está empeñado en la expansión. No puede descansar en tanto exista algún mercado o recurso que permanezca sin incorporar. En este sentido, presenta escasas diferencias con respecto a Alejandro Magno o Atila el huno, y sus tendencias expansionistas bien podrían dar como resultado su propio desmembramiento. Cuando hablo de expansión, no me refiero a términos geográficos sino a influencia sobre la vida de las personas».

Esto no desmiente que las multinacionales inviertan en países que les ofrezcan seguridades legales y laborales en el mundo subdesarrollado (las tan discutidas “seguridades jurídicas” — seguridades para los dueños del capital que son contradictorias con las “seguridades laborales”– que están perdiendo por vía de las flexibilizaciones). Dentro de los países periféricos han preferido, en una primera etapa, el sudeste asiático por las ventajas comparativas que otorgaban, pero esas inversiones son sólo una parte dentro del total. Los datos demuestran que prefieren abrumadoramente la inversión en países ricos. Sin embargo, a pesar de ello, las investigaciones pueden demostrar que la concentración económica también se produce en el seno mismo de los grandes países del norte.

[1] Sociólogo, economista, escritor; investiga el impacto de los cambios científicos y tecnológicos en la economía, la sociedad y el medio ambiente.

[2] Fue un economista británico, considerado como uno de los más influyentes del siglo XX.​ Sus ideas tuvieron una fuerte repercusión en las teorías y políticas económicas.

[3]  Es un abogado y politólogo irlandés, considerado en el ámbito académico como un sociólogo y filósofo. Sin embargo, él nunca se ha definido en estos términos, sin embargo es un prestigioso investigador.

[4] En 1946, Soros escapó de la ocupación soviética participando en un congreso juvenil de esperanto en Suiza. Soros emigró a Inglaterra en 1947 y trabajó en oficios diversos, mientras estudiaba en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, donde se graduó en filosofía en 1951,​ tras estudiar con Karl Popper.

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